Capítulo cinco
« Marie »
James aparcó el coche frente a la casa de Edward, ya en Cocoa Beach. Yo, durante todo el viaje, había estado durmiendo. Lo cual me fue genial porque de ese modo no tenía que hablar con Edward. No sabía qué iba a hacer, pero sí sabía que necesitaba alejarme de él un tiempo. James vino hacia mí cuando bajé del coche y me dio un fuerte abrazo y un beso en la frente. Yo le sonreí tristemente y le abracé de vuelta, sintiendo que podría ponerme a llorar en cualquier momento.
— Hagas lo que hagas, voy a seguir estando contigo, ¿vale? – susurró a mi oído – Y si necesitas hablar puedes llamarme.
— Gracias.
— Te quiero, rubia. Me alegro mucho de que ahora estés a salvo.
— Yo también te quiero – murmuré, besando su mejilla.
James se acercó a Edward para despedirse de él y luego volvió a subirse a su coche, yéndose y dejándonos a Edward y a mí solos. Y yo me sentía realmente incómoda. Y él también. Ambos sabíamos lo que iba a pasar. Edward se quedó mirándome en silencio, pero yo no quería que habláramos allí, en mitad de la calle, así que sin decir nada me puse de camino a la puerta de la casa, donde me detuve para esperar que él abriera. Una vez dentro, Edward agarró mi muñeca cuando me dirigía hacia el salón y me detuvo.
— Vas a dejarme – dijo serio. No preguntaba, afirmaba.
— No... no lo sé. No sé qué voy a hacer, Edward.
— Si vas a hacerlo... hazlo ahora. Por favor.
— Te he dicho que no sé qué voy a hacer.
— Sí lo sabes.
— No... quiero ir a hablar con Ashley, hablaremos cuando vuelva.
Edward no dijo nada, solo asintió levemente con la cabeza antes de soltar mi muñeca. Él se encaminó hacia el salón mientras que yo fui a la habitación, ya que necesitaba cambiarme de ropa. Me deshice de lo que llevaba, teniendo la necesidad de quemar toda aquella ropa; y me puse algo de mi propio armario. Teniendo que ponerme un cárdigan y unas medias para cubrir los numerosos moratones y quemaduras que había a lo largo de mis brazos y piernas.
Al salir del cuarto e ir hacia la puerta de salida, escuché a Edward gruñir en el salón. Sonaba enfadado, pero no quería hablar con él, necesitaba escuchar a alguien más, a alguien imparcial, diciéndome que mi elección era la correcta. Por eso necesitaba hablar con Ashley primero.
Salí de la casa de Edward y crucé la calle para detenerme frente a la puerta de la casa de mis amigos. Piqué al timbre, y no mucho después, Ashton abrió. Al verme, sonrió inmensamente y se acercó a darme un abrazo.
— ¡Barbie! ¡Cuánto tiempo! Ashley me dijo que estabas de viaje.
— Necesito hablar con ella, Ashton... ¿está en casa? – susurré, separándome del chico.
— Sí... está en su habitación, cambiándose. ¿Va todo bien? – preguntó preocupado, acariciando mi mejilla.
— Sí... solo quiero hablar con ella.
— Claro, pasa.
Ashton se hizo a un lado para que pudiera entrar en la casa. Yo me encaminé por el pasillo hasta llegar a la puerta del cuarto de Ashley, donde di tres golpes. Entonces escuché a la rubia gruñir y lanzar algo.
— ¡Te he dicho que ahora voy, Ashton! ¡Deja de tocarme los ovarios! – gritó enfadada.
— No, Ashley... soy yo – dije, suficientemente alto para que me oyera.
De pronto oí como la chica se ponía a correr y como varias cosas se caían al suelo. No tardó más que unos segundos en abrir la puerta y, al verme, se lanzó sobre mí, abrazándome con fuerza. Yo la abracé de vuelta, apoyando mi rostro en su hombro y rompiendo a llorar sin poder evitarlo.
— Hey, Barbie... no, deja de llorar... – susurró, acariciando mi pelo – Ya estás a salvo.
— ¿Sabes lo que ha pasado...? – pregunté, extrañada por su reacción.
— Sí... estaba en tu casa, buscándote, cuando hablaste con Edward la última vez. Tuvo que decírmelo.
— Ha sido un infierno, Ashley...
— No puedo siquiera imaginarlo... – susurró, acariciando mi brazo – ¿Te han hecho algo?
— Hasta que Edward secuestró a la hija de la mujer que me tenía no me hicieron nada, pero después... – mi voz se quebró, sintiendo que no quería siquiera recordar todo lo que José me había hecho en aquel sótano, pero al mismo tiempo sabiendo que no podría olvidarlo de ninguna de las maneras.
— ¿Pero por qué te secuestraron? ¿Qué querían? ¿Dinero?
— Cuando iba a responderle, vi a Ashton mirándonos, con su rostro pálido, al final del pasillo. Había oído nuestra conversación y, por su cara, pude adivinar que él no sabía nada del secuestro.Yo bajé la mirada, algo incómoda, ya que necesitaba que el menor número de personas supieran lo que había pasado realmente.
— ¿Podemos hablar a solas? – susurré.
— Oh, claro, claro – asintió ella, girándose hacia su hermano –. Ashton, lárgate.
— ¿Qué está pasando...? – murmuró él, confuso.
— Ashton, vete – repitió su hermana –. Y no digas nada a nadie, ¿entendido?
— Está bien – balbuceó –. ¿Estás bien, Barbie?
— Sí, estoy bien... de verdad. Pero quiero hablar a solas con Ashley.
— Vale... – asintió, agarrando sus llaves – Si necesitáis algo, llamadme.
Ashton se despidió con la cabeza de nosotras y salió de la casa, dejándonos a Ashley y a mí solas. La rubia me llevó hacia el salón, diciéndome que me sentara en el sofá y yéndose a la cocina después. Unos minutos más tarde volvió con dos tazas de chocolate caliente y un paquete de mis galletas favoritas. Yo sonreí levemente, aceptando la taza que me tendió. Di un trago a la bebida y suspiré.
— No puedes hablar con nadie de lo que te voy a contar hoy, Ashley – dije seria –. Ni siquiera con Ashton, ¿vale?
— Claro – asintió –. Sabes que puedes confiar en mí.
— Sí, lo sé... – murmuré, antes de dar otro trago al chocolate – Bueno, Edward no tiene una profesión... 'normal' – dije, haciendo una mueca.
— ¿Por qué? ¿De qué trabaja? ¿Es prostituto? – dijo rápidamente, completamente en serio. Yo abrí mucho los ojos, sorprendida por su pregunta, y no pude evitar soltar una carcajada.
— Ashley... – murmuré.
— Ya, perdón, ha sido estúpido, ha sido lo primero que se me ha pasado por la cabeza. No te interrumpo más.
— Bueno, como te estaba diciendo... – suspiré, haciendo una pausa, aún sin estar convencida de si debía contarle eso a Ashley – Edward es narcotraficante – confesé, sintiendo que necesitaba decírselo a alguien. Ella hizo una mueca de sorpresa, alzando sus cejas y abriendo sus ojos –. Pero no un camello local, sino que un gran narcotraficante, a gran escala... uno de los mayores del mundo. Y tiene muchísimos enemigos, como puedes imaginarte. De hecho, nos mudamos aquí desde Londres porque allí estábamos en peligro. Otro narcotraficante británico que quería hacer que Edward dejara el negocio me secuestró cuando estábamos allí, y después de eso Edward pensó que estaríamos más seguros aquí, en América. Pero ahora tiene una nueva enemiga, una mexicana, que está cabreada porque Edward le ha quitado muchos clientes, así que me secuestró, exigiéndole a Edward que le pagara millones de dólares que le había hecho perder, amenazándole con matarme si no lo hacía. Desde que he empezado a salir con Edward... – suspiré – no sé ni cómo explicarte todo lo que está pasando por mi cabeza, Ashley. He sido secuestrada, han estado a punto de violarme, me han golpeado y drogado. He estado en el hospital, han ingresado a Edward por heridas de bala... cosas que piensas que solo pasan en las películas hasta que lo vives en primera persona. Y... necesito un tiempo. Necesito alejarme de Edward un tiempo. Estoy aterrorizada de lo que podría pasarme si siguiera con él, Ash. Tengo miedo de perderme a mí misma solo por seguir con él. Estoy poniendo mi vida en peligro, día tras día, solo por ser su novia. Y... necesito hacer balance. Necesito saber si realmente me merece la pena... ¿Crees que podría quedarme aquí un tiempo? Solo serían unos días, o quizás semanas. No lo sé. Necesito saber qué hacer, y no puedo pensarlo si todavía vivo con él.
— Por supuesto, Marie. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
« Edward »
Al entrar a la habitación pude ver a Marie. Estaba guardando ropa en una maleta. Yo sentí un nudo en la garganta, viendo como estaba preparándose para dejarme. Para alejarse de mí. Para abandonarme.
— ¿Qué estás haciendo, Marie? – pregunté, con la voz temblorosa, sintiendo que iba a llorar.
— Edward... – murmuró, girándose a verme. Se quedó en silencio.
— ¿Te vas?
— Sí... – susurró de nuevo, girándose otra vez hacia la maleta para seguir guardando ropa en ella.
— Marie... por favor, no puedes dejarme. Te lo ruego.
— No te estoy dejando, Edward... Solo necesito un poco de tiempo. Necesito pensar, ¿sí? – dijo, sin mirarme.
— ¡No! – exclamé, aguantando mi llanto. Me acerqué a ella y agarré su muñeca con fuerza – Marie, te amo. Lo sabes, ¿verdad? Eres mi vida entera. Y yo... no puedo estar sin ti, nena. Te necesito – susurré, acercándome para besarla. Si la besaba se le haría imposible irse.
— Edward, por favor... – suspiró, intentando separarse, pero yo tiré de su muñeca hacia mí para no dejarla alejarse – Suéltame.
— No te vayas.
— Suéltame, Edward.
— No voy a dejar que te vayas.
Sentí que me estaba quedando sin aire. No podía dejar que Marie me dejara, que se alejara de mí. Me acerqué a la maleta y empecé a sacar todo lo que ya había metido en ella, en un absurdo intento de hacer que se quedara.
— ¡Edward! – gritó, algo enfadada.
— No me vas a dejar.
— Edward, ¡no te estoy dejando! Solo te estoy pidiendo algo de tiempo para pensar. Por favor, no seas tan dramático – pidió, intentando volver a meter la ropa en la maleta.
— ¡No puedo vivir sin ti, Marie! – grité, empujándola para alejarla de la maleta.
Marie se quedó mirándome en silencio, con los ojos llenos de lágrimas, pero sin romper a llorar. Yo apenas podía respirar, viendo como el amor de mi vida estaba a punto de abandonarme. Ella negó levemente con la cabeza y agarró su bolso, poniéndoselo en el hombro.
— Vas a tener que aprender.
No dijo nada más, simplemente se dio media vuelta y salió de la habitación. Yo corrí tras ella, abrazándola desde atrás y pegándola a mí mientras rompía a llorar sobre su hombro. Ella suspiró e intentó alejarse, pero se quedó quieta tras dos intentos.
— Marie, por favor... – sollocé – no puedes dejarme – dije, apenas sin voz.
— Edward, no llores, por favor...
— ¿Cómo quieres que no lo haga? Dices que vas a volver, pero no lo harás. No vas a volver.
— Sí volveré.
— ¿Me amas?
— Pues claro que te amo, Edward.
— Entonces dame un beso antes de irte. Por favor.
— No lo hagas más difícil...
— Solo un beso.
— Contigo nunca es "solo un beso".
Ignorándola, hice que se diera la vuelta hasta que estuvo de frente a mí. Agarré sus mejillas con fuerza y me acerqué a sus labios. Durante un mes entero había estado soñando día y noche en volver a besarla, cuando ella ya estuviera a salvo entre mis brazos. Necesitaba aquello. Mientras mis lágrimas humedecían aquel lento beso, ella puso sus manos en mi torso, separándose muy poco a poco de mí.
— Adiós, Edward – susurró sobre mis labios.
— No... por favor...
— Volveré... de verdad. Pero ahora necesito algo de tiempo para mí. Ahora... no, no puedo hacerlo.
— Prométeme que volverás.
— Te lo prometo.
Yo no podía creer sus palabras. Sus ojos vagaban por todo el pasillo, evitando mirarme directamente. Y su voz era temblorosa, incierta, sin terminar de creerse a sí misma. Por supuesto que no iba a creer que iba a volver. Marie quería dejarme, pero no sabía cómo hacerlo.
Dio un último suspiro y se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la puerta. Yo me quedé quieto por un momento. Sin saber qué hacer. Si dejarla ir o ir tras ella. Decidí ir tras ella, así que me acerqué a la puerta, pero mis piernas se detuvieron, mi corazón dejó de palpitar por un momento y mi sangre se heló en mis venas. El anillo de compromiso que le había dado, tan solo unas semanas atrás, en París, estaba sobre el mueble de la entrada. Entonces lo confirmé. Marie no iba a volver.
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