108 → real life
Había dos cosas que Savannah odiaba más que nada en la vida.
Uno, que una de las piezas con las que estaba tan ilusionada no fuera para ella.
Dos, repetir errores en una coreografía.
Como bailarina, Savannah sabía que algunos estaban predispuestos a cometer errores, que ellos venían cuando menos lo esperabas y te hacían sentir mal, que cometer errores en una coreografía que amabas, con la que estabas tan ilusionada, podría bajarte el ánimo por los suelos y dejarte ligeramente frustrada.
Pero los errores eran la parte humana que te hacían humano. Los que te recordaban que no eras un ser perfecto y nadie era un ser perfecto y lo mejor sería trabajar fuerte para corregirlos, para mejorar, para fortalecerte.
Ella sabía que cometía muchos errores, que cometería más en el futuro. Qué tal vez uno de esos errores le había cambiado la vida y le había abierto un nuevo camino lleno de oportunidades.
Conocer a Sebastián no había sido un error, el enamorarse de él tal vez sí.
Había sido como una coreografía, cuando comenzabas a ensayarla con inseguridad, recreando pasos y viendo ejemplos, siguiendo figuras en el espejo frente a ti para asegurarte de que lo hacías bien, tomando confianza, yendo más rápido, emocionándote cuando completabas una parte a la perfección, alegrándote cuando otros te decían lo bien que lo hacías.
Ensayando, y ensayando, y ensayando hasta perfeccionarla de una vez por todas y poder presentarla frente a un público. Un público que te juzgaría, que aplaudiría si lo hacías bien, un público que pensaría en lo bien que lo habías hecho y aplaudiría y te felicitaría.
Enamorarse de Sebastián y salir con él había sido su coreografía favorita, a la que más empeño le había puesto, con la que más emoción había sentido, la que más le había dolido.
Toda coreografía tenía errores, toda coreografía dolía, cansaba, te frustraba.
Savannah sabía que debía aprender de sus errores, que debía aprender a superarlos, a hacer mejor, a ser mejor por ella y por las personas que amaba.
Ella sabía que a veces las personas repetían muchísimos errores, los bailarines más que nada en su búsqueda por perfeccionar una coreografía.
Es por ello que el momento en el que esas palabras dejaron la boca de Sebastián, Savannah se encontró a sí misma recordando la coreografía de las zapatillas rojas.
—Podrías… ¿Podrías repetir eso, por favor?
Sebastián la miró con el ceño ligeramente fruncido, pero asintió de todas maneras.
—Dije que si te gustaría ir a una cita conmigo.
Savannah juraba que su cerebro hizo reboot.
Su cuerpo entero se encendió en llamas y se apagó de repente.
Ambos estaban a solas en la cocina, siendo su turno de preparar la comida para el resto de invitados que se habían negado a comprar pizza de nuevo, y aunque RDJ había protestado en un inicio, no hubo manera de cambiar a los demás de parecer.
La rubia parpadeó un par de veces antes de girarse hacia la estufa, una olla con agua hirviendo siendo lo primero que vio.
—¿Porqué me lo preguntas ahora?
—Creí que sería una buena idea —tentativamente, el castaño dió un paso más cerca de ella, su mano levitando en el espacio entre sus cuerpos antes de colocarla dudosamente en la cintura de ella—. Después... Después de lo ocurrido entre nosotros, contigo y con Tom Hardy, bueno...
No lo digas, pensó ella con urgencia, por favor no lo digas.
—Pensé que sería bueno darnos otra oportunidad.
Las zapatillas rojas era la coreografía que más le había gustado ensayar, la que más le había llegado a gustar de todas las otras coreografías que había hecho.
Era una historia tanto de amor como de tragedia, pasos que dolían y la sanaban en el mismo instante en el que se atrevía a poner un pie en el escenario. Mover su cuerpo al compás de la música, escuchando cómo la melodía la incitaba a moverse con más rapidez, a expresar más, a sentir más.
En su momento, su relación con Sebastián la había hecho sentir así. Llena de energía, que podía tomar al toro por los cuernos y conquistarlo.
Sebastián la había hecho sentir viva, amada, querida. Le había dado una de sus mejores experiencias en el amor, le había enseñado muchísimas cosas, muchos sentimientos, muchas ideas. Sebastián le había ayudado a construirse a sí misma, a mejorar su coreografía propia, a ponerle nombre a muchos de sus sentimientos.
Sebastián había dicho y hecho muchas cosas por ella, y Savannah siempre le estaría agradecida por haberla empujado en una dirección que ella creía satisfactoria.
Habían sido casi tres años de relación, tres años en donde la había hecho sentir como el ballet lo hizo la primera vez que lo bailó.
—Sebastián…
La había alzado, llevado a lo alto, a un éxtasis que compartía cuando bailaba, cuando hicieron el amor, cuando se expresaron lo mucho que significaban el uno para el otro.
—Por favor, Sav.
—Sebastián.
Pero su relación había terminado. Sebastián había terminado él mismo con esa relación tan preciosa que habían tenido por querer algo más, porque ella no había sido suficiente. Sebastián había sido el que había dado el mal paso, aquel que en algunas coreografías resultaban en fracturas, en esguinces.
Sebastián había sido el culpable, y después lo había sido Savannah por tratar de remediar las cosas, por caer de nuevo ante él.
No era justo. No era nada justo que ella quisiera seguir con su vida, que un hombre tan increíble como Tom tuviera que salir herido de una coreografía de dos, una que ella había estado bailando desde años y nunca había conseguido perfeccionar.
—Sebastián —la rubia se giró hacia él, sus ojos azules proyectando una leve capa de hielo encima, y Sebastián se preguntó internamente si había cometido algún (otro) error—. ¿Acaso ya te olvidaste de Margarita, tu novia?
Algo pasó por su rostro que ella no trató de entender, y su mano pronto abandonó su cintura. El castaño dió unos pasos hacia atrás, ligeramente mareado y algo confundido, antes de que el reconocimiento —Savannah se negaba a llamarlo determinación— se asentara en su mirada.
—Voy a terminar con ella.
Savannah no debería haberse sentido sorprendida. No debería haber pensado en el "¿Tal vez fue lo mismo que le dijo a ella?" tan traicionero que pasó por su cabeza cuando lo dijo.
Las zapatillas rojas era una historia de amor que terminaba en tragedia, y Victoria había perecido por aferrarse de nuevo a otra oportunidad, por aferrarse a las zapatillas y no conseguir sacárselas al finalizar su acto.
Savannah no era Victoria, y Las zapatillas rojas era un filme con una coreografía preciosa, una que ella misma había bailado, que ella misma había amado.
Savannah había amado a Sebastián con todo su ser, con su ingenuidad de primer amor, con su dificultad y su indecisión entre amor y sueños.
Ella habría abandonado su sueño, como Victoria lo había hecho, para estar con la persona que amaba. Para estar con Sebastián.
¿Pero qué le había traído eso? ¿Qué había ganado ella una vez todo hubo terminado? ¿Experiencia, sabiduría? Victoria moría en Las zapatillas rojas, bailando por toda la eternidad, repitiendo una y otra y otra vez la coreografía de la que se había enamorado, con la que había triunfado.
Enamorarse de Sebastián se había sentido bien, aprender esa coreografía, la de su relación con el rumano, había sido de sus mejores experiencias, de sus más queridos recuerdos, pero todo había terminado, todo había sido roto, destrozado, dañado.
Sebastián le había roto el corazón, la había dejado por otra. Había sido su Boris, impulsándola a encontrar su felicidad real, a perseguir sus sueños, encontrarse con el hombre que la hacía sentir bien, feliz.
Savannah había aprendido a bailar más coreografías, a practicar pasos más complicados, a sentirse en sintonía con más melodías, a encontrar más desafíos.
Ella sabía que no había manera de que una coreografía saliera perfecta por dos veces consecutivas.
—No termines con ella solo por mí —refutó ella, buscando meter un poco de sentido en él.
—Solo dame una oportunidad —Los ojos azules de Sebastián buscaron los suyos, y Savannah se sintió a sí misma ceder ante ellos, solo un poco—. Te prometo que la haré valer, te lo prometo Savannah.
Savannah sabía que en las coreografías los errores eran comunes, que los ensayos estaban llenos de ellos. Que si te equivocabas un día, podrías llegar al siguiente para corregirlo.
—Solo una, Stan.
Eso no le daba derecho a querer cometer el mismo error dos veces continuas.
¡Feliz Navidad hermosuras! Ojalá tengan una Navidad preciosa llena de momentos felices y que ninguna persona se atreva a arruinárselos 💖
Disfruten del capítulo, espero que en verdad les guste y entiendan lo que esto significa jeje
Actualicé Meant To Be btw, por si gustan pasarse y darle una oportunidad a Jungkook y Bastián, los amo y gracias por los 200k en Happier, no hay palabras para poder describir lo feliz que me hicieron este año, gracias, muchísimas gracias
Savannah y Sebastián les decían una Feliz Navidad por igual ❤️✨
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