8-Sin pistas
—¿Qué tenemos?
Brandon Pearce, el inspector de homicidios asignado al caso rondaba los cuarenta años, era alto, bastante fornido y cargado de espaldas. Acababa de entrar en el apartamento de la víctima y se abría paso entre la multitud allí reunida. Había agentes tomando huellas en los rincones más insospechados y realizando fotografías desde todas las esquinas. El cadáver aún seguía en el suelo sobre un gran charco de sangre.
—Hola, jefe —Zheng Zhao Wong, el ayudante del inspector, un joven de veintiocho años, vigoroso y atlético, se acercó hasta su superior
—Cuéntame, Wong — Brandon siempre le llamaba así, el nombre completo era impronunciable para él. Wong era Estadounidense, sus padres habían emigrado de China antes de que él naciera. El muchacho había luchado mucho para conseguir el puesto que tenía. Para el inspector Brandon Pearce, aquel joven era imprescindible.
—Tenemos un homicidio...
—Eso ya lo veo, Wong, ¿qué es lo que te preocupa?
—Todo, jefe. No hay huellas de nadie aparte de la víctima, ni arma, ni siquiera un motivo.
—¿Un suicidio?
—No. A no ser que después de muerto fuera capaz de seguir apuñalándose. El forense dice que la primera cuchillada fue en el cuello y le provocó la muerte casi instantáneamente. Las otras doce heridas vinieron tras esa. Se ensañaron con él. Lleva muerto unas diez horas. Fue su secretaría la que avisó a la policía, siempre le telefoneaba a las siete y media de la mañana. Todos los días. Se extrañó de que no le cogiera el teléfono.
El inspector se agachó para observar el cadáver. Le habían cosido a puñaladas. El rostro desfigurado en una mueca de horror era irreconocible y sus ojos vacíos y sin vida miraban al techo.
—¿Cómo se llamaba?
—Thomas Bennet —Dijo Wong —.Veintinueve años, abogado, trabajaba en el bufete de Barton y Carteret. Un joven prometedor. Llevaba el caso de Hannah Sullivan...
—¡Fiuu! —Resopló Brandon — ¿Hannah Sullivan, La niña asesina?
—Sí, una bomba mediática y cuando se entere la prensa mucho más.
El inspector se acercó a la mesa sobre la que reposaba el portátil. Lo observó todo con mirada crítica mientras sacaba un chicle del bolsillo trasero de su pantalón.
—¿El ordenador estaba encendido cuando llegasteis?
—Sí, jefe. No hemos tocado nada, los chicos se han limitado a sacar huellas y tomar fotografías. Todo está igual...
—Y la impresora encendida —Le interrumpió Brandon, mascando el chicle pensativo, había guardado el envoltorio en otro de sus bolsillos —¿Habéis revisado la papelera?
—Vacía. No hay nada.
—Vacía —Repitió.
—No hay ningún archivo en cola de impresión, ni archivos abiertos en el ordenador, ni nada que nos indique qué pretendía imprimir —Wong se encogió de hombros impotente —. No tenemos nada Brandon. Este caso es endiabladamente extraño.
—Llevaros el portátil y que analicen el disco duro, que busquen archivos borrados, las últimas conexiones a internet —.La mirada del inspector se paseó por la habitación tratando de buscar la pieza que faltaba del puzzle. No había móvil, ni huellas, ni arma homicida. El cadáver mostraba signos de ensañamiento, como si se tratase de una venganza—. ¿Qué sabemos de Bennet? ¿Algún enemigo? ¿Un rival? ¿Algún asunto de cama?
—Estamos en ello, jefe —dijo Wong—. Otra cosa, la trayectoria de las puñaladas indica que el asesino era una persona diestra y más o menos de la misma estatura que la víctima. No han podido confirmarnos si se trataba de un hombre o de una mujer. La fuerza empleada no ha sido determinante.
—Ha sido una mujer —afirmó Brandon casi con un susurro.
—¿Otra de tus corazonadas? —le preguntó su ayudante.
El inspector Pearce asintió. Era conocido por sus extrañas premoniciones, él nunca hablaba de ello aunque el índice de aciertos era inverosímil.
—¿Entonces cree que podría tratarse de un lío de faldas? —preguntó Wong.
—No, Wong —Contestó despacio el inspector —Aquí hay algo que se nos escapa. Algo que acabaremos descubriendo.
—Buenos días, soy el inspector Brandon Pearce, de homicidios.
—Es un placer conocerle, señor Pearce —el abogado estrechó la mano que Brandon le tendía —Me llamo James Carteret, haga el favor de sentarse.
Pearce se sentó frente al abogado y de cara al amplio ventanal.
—Me imagino que sabrá a lo que vengo. El señor Bennet trabajaba para usted ¿verdad?
—Sí —contestó Carteret— era uno de nuestros mejores abogados. Ha sido una pérdida lamentable. Pobre muchacho. Dicen que ha sido un asesinato ¿no?
—Eso creemos. Quería hacerle algunas preguntas...—El inspector hizo una pausa antes de comenzar con las preguntas— ¿Sabe si Bennet tenía algún enemigo? ¿Alguien que pudiera tener motivos para acabar con su vida?
—Thomas era un trabajador infatigable y un buen abogado. Su trabajo era impecable y eso siempre causa cierto tipo de envidias, sobre todo en una persona tan joven y tan brillante. Aparte de eso, no, no tengo motivos para pensar que pudiera tener enemigos. Nosotros no conocíamos mucho de su vida privada. Era una persona muy prudente.
—¿Nosotros? Se refiere a usted y a su socio...
—Sí, Henry Barton. Es mi socio y además era el mentor de Thomas. Él fue el que le reclutó nada más salir de la universidad. Henry es un auténtico cazatalentos y ese joven era una verdadera promesa. Estamos desolados, sobre todo Henry.
—Lo comprendo —dijo Pearce mientras sacaba un bloc de notas del bolsillo de su abrigo —Bennet era soltero ¿verdad?
—Sí, salía hace algunos años con una joven periodista, pero la relación se enfrió.
—¿Cuánto tiempo llevaba trabajando con ustedes?
—Seis años aproximadamente.
—Y ahora le habían asignado el caso de Hannah Sullivan. Tenían mucha confianza en él, ¿me equivoco?
—No, no se equivoca. Era un joven excepcional. No había perdido un pleito en los últimos años. Estaba preparado para llevar este caso, aunque en realidad lo llevaré yo. Él tenía el cometido de entrevistarse con la joven y escuchar sus declaraciones.
—¿Fue a hablar con ella? —quiso saber Pearce.
—Efectivamente, el miércoles pasado se entrevistó con Hannah. Lo extraño es que desde entonces no volvió por aquí. Debería habernos comentado cómo fue su entrevista con nuestra cliente.
—Eso no es lo habitual ¿verdad?
—No, no es corriente. Thomas siempre se comportaba de una manera muy profesional.
—¿Cree usted que ella pudo contarle algo?
—No lo sé —contestó el abogado . Y realmente me gustaría saberlo.
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