OO9 : La agonia del amor no correspondido

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Las noches se alargaban, y el dolor en el pecho de Hongjoong se hacía cada vez más insoportable. Aunque había hecho todo lo posible por estar cerca de Seonghwa, por consolarlo, por intentar entender qué debía hacer, ya no quedaba nada más que intentar. Cada día era una amarga rutina, con la enfermedad de Seonghwa avanzando irremediablemente.

Seonghwa ya no era el mismo. Había perdido peso, su piel se veía más pálida, y su aliento se volvía cada vez más agónico. Los pétalos de la enfermedad, grandes y oscuros, se acumulaban en sus pulmones, mezclados con sangre. Eran pétalos de un rojo profundo, casi negro, que parecían traer consigo el peso de una condena.

Cada vez que tosía, su cuerpo se sacudía violentamente, y Hongjoong estaba allí, sintiendo cómo cada espasmo de su amigo era como un golpe directo a su corazón. Pero, por más que lo intentara, no podía hacer nada para salvarlo. Ya era tarde, mucho más tarde de lo que había imaginado. La enfermedad estaba demasiado avanzada, y la tristeza que Seonghwa sentía por no ser correspondido solo había acelerado el proceso.

Hongjoong estaba en el límite. Había buscado respuestas en libros, en médicos, en lo que fuera que pudiera ofrecer alguna esperanza. Pero cada intento resultaba en más frustración y desesperación. No podía salvar a Seonghwa, y lo peor de todo era que Seonghwa lo sabía.

Una tarde, después de una de las peores crisis de tos de Seonghwa, Hongjoong lo encontró sentado en la ventana, mirando la ciudad con la mirada vacía. Los pétalos, más oscuros que nunca, caían lentamente de su boca, algunos de ellos rozando el suelo con un sonido sordo. Seonghwa había llegado a un punto donde incluso el aire que respiraba parecía ser una lucha.

—Hyung —dijo Hongjoong, su voz ahogada—. ¿Cómo estás?

Seonghwa no le respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, y su rostro reflejaba una expresión que Hongjoong no había visto antes: aceptación.

—¿Cómo crees que estoy? —respondió finalmente Seonghwa, su voz apenas un susurro.

Hongjoong se acercó a él, con las manos temblorosas. Quería decir algo, hacer algo, pero todo se sentía tan inútil.

—No quiero que... —empezó, pero las palabras se ahogaron en su garganta. ¿Qué podía decir en un momento como este?

Seonghwa lo miró, y sus ojos, aunque cansados y tristes, mostraban una extraña calma.

—No hay nada que puedas hacer, Hongjoong —dijo, y sus palabras le cortaron el aliento—. Es demasiado tarde para mí.

Hongjoong quería gritar, quería decirle que no, que no era tarde, que lo salvaría de alguna manera. Pero cuando vio los pétalos negros caer de la boca de Seonghwa, sintió un nudo en el estómago. La realidad era innegable.

—No voy a rendirme —dijo Hongjoong con determinación, pero su voz no fue más que un susurro tembloroso.

Seonghwa lo miró con tristeza.

—No lo entiendes, ¿verdad? No es una cuestión de voluntad. La enfermedad... está muy avanzada. Ya no hay nada que puedas hacer, ni nada que pueda hacer yo.

Los días siguientes fueron un torbellino de emociones para Hongjoong. Cada vez que veía a Seonghwa toser pétalos más grandes y oscuros, su corazón se rompía un poco más. Parecía que la enfermedad lo estaba arrastrando hacia el abismo, y no había forma de detenerlo.

Seonghwa apenas hablaba, y cuando lo hacía, sus palabras eran de una amarga aceptación. Ya no tenía fuerzas para discutir o luchar. Ya no esperaba que Hongjoong lo amara como él lo amaba. Sabía que nunca lo haría.

Una noche, después de que Seonghwa hubiera tosido con fuerza y casi se desmayara, Hongjoong lo encontró en el pasillo, apoyado en la pared, respirando con dificultad.

—Hyung... —dijo Hongjoong, casi corriendo hacia él.

Seonghwa levantó la mano para detenerlo, su rostro pálido, sus ojos apagados.

—No... te preocupes —murmuró—. Estoy bien. Solo necesito descansar.

Hongjoong lo miró con desesperación. No quería que su amigo sufriera solo, pero sabía que no podía hacer nada más. Los pétalos caían con cada tos, y a veces parecían más pesados que el aire que respiraba.

—Lo siento... —dijo Hongjoong, sintiendo que sus lágrimas comenzaban a caer—. Lo siento mucho.

Seonghwa lo miró, y por primera vez, Hongjoong vio una sonrisa triste en su rostro.

—No tienes nada que lamentar, Hongjoong. Esto no es culpa tuya. Nunca lo fue.

Pero Hongjoong no podía evitar sentirse culpable. Sabía que Seonghwa estaba sufriendo por su amor no correspondido, por la carga emocional que llevaba. Y aunque Hongjoong lo amaba profundamente, nunca podría amarlo de la manera en que Seonghwa lo deseaba.

La mañana siguiente, Seonghwa apenas pudo levantarse de la cama. Sus fuerzas se estaban agotando rápidamente, y los pétalos que tosía parecían asfixiarlo más con cada intento de respirar.

Hongjoong estaba a su lado, pero ya no quedaba esperanza en sus ojos. La enfermedad había avanzado demasiado, y aunque luchaba por mantener una apariencia firme, la desesperación lo consumía.

Seonghwa lo miró una última vez, su rostro tan pálido que parecía casi translúcido.

—No llores, Hongjoong —dijo con suavidad, su voz apenas un susurro—. No llores por mí. Ya no puedo seguir más.

Hongjoong apretó los dientes, luchando contra el nudo en su garganta.

—No voy a dejar que te vayas... —susurró con desesperación, pero en el fondo sabía que sus palabras no significaban nada.

Seonghwa sonrió débilmente, cerrando los ojos con serenidad.

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