CAPÍTULO 10

Matteo Lombardi no viajaba en avión privado simplemente porque era demasiado impaciente como para llamar a su hermano, pedirlo prestado y esperar a que prepararan todos los arreglos para volar. Por eso, viajaba en un avión comercial común (aunque en primera clase) que saliera lo más pronto posible. Que el hombre hubiera encontrado un vuelo tan rápidamente era una señal evidente de infortunio para Allegra.

Allegra y Max ya estaban en el aeropuerto cuando Matteo atravesó la terminal en su dirección, claramente reconociendo a su sobrina y al piloto, incluso si Max llevaba puesta una gorra y miraba al suelo, lo que impedía a cualquiera observar claramente su rostro. Matteo traía arrastrando consigo una maleta no muy grande con ruedas, tenía el tamaño adecuado para no haber necesitado documentarla y haberla mantenido con él durante el vuelo; una buena señal respecto a la naturaleza breve de su estancia en Mónaco.

Matteo Lombardi todavía se veía como el hombre en las fotografías de Allegra, solo que ligeramente más envejecido. Tenía el cabello ligeramente largo, pero parecía llevar bastante acondicionador, de un color mixto entre el castaño típico y la caoba, con canas en forma de mechones plateados dispersos sobre todo al frente y a los lados pero escasos en el centro. Tenía algunas arrugas marcadas junto a los ojos y una particularmente llamativa en la frente. La piel la tenía con un bronceado propio de un surfista, aunque más tendente hacia el dorado que hacia el anaranjado.

La pareja interceptó al hombre a la mitad del camino, y Allegra se apresuró a darle un abrazo y un beso en la mejilla a su tío.

—Es un placer verte, tío. Aunque habría apreciado un aviso con un poco más de anticipación —recriminó Allegra, observando al hombre, que no se molestó en parecer avergonzado y observó fijamente a Max—. Ya, no te distraeré más. Tío Matteo, este es Max Verstappen, mi novio.

Max sonrió ampliamente y le extendió la mano a Matteo. Matteo dio un pequeño tirón al brazo del piloto y lo atrapó en un abrazo, dando un par de palmaditas en su hombro.

—Bienvenido a la familia, muchacho —dijo Matteo, entusiasta. Su acento italiano estaba considerablemente más marcado que el de Allegra, debido a que utilizaba menos el inglés.

—Muchas gracias, señor Lombardi —respondió Max, dudando—. Me alegra poder comenzar a conocer a la familia de Allegra.

Matteo liberó a Max de su agarre y le dio una última palmada en el hombro, luciendo muy satisfecho consigo mismo.

—Por supuesto, por supuesto. Puedes llamarme Matteo. El señor Lombardi sería mi hermano, el papá de Allegra.

—Tío, ¿pediste un auto para llevarte a tu hotel? Porque esperábamos que nos dejaras llevarte a donde vayas a hospedarte. Y quizá ir a cenar —sugirió Allegra, colocándose cuidadosamente contra el costado de Max. Max se quedó momentáneamente rígido en el momento en que sintió la presión del cuerpo de Allegra contra el suyo, pero se esforzó por relajarse cuando la sintió sujetar su mano.

—Oh, sí. Les agradecería si me llevaran a mi hotel —anunció Matteo, muy solemne, antes de negar suavemente con la cabeza—. Sobre la cena, me encuentro algo cansado para salir a cenar a algún restaurante.

—Podríamos cenar en mi casa —sugirió Max, solo ligeramente a regañadientes—. O mañana.

— ¿No será una molestia en tu casa? —preguntó el tío de Allegra, claramente complacido con la invitación— ¿Sabes cocinar, Max?

—Me las arreglo decentemente en la cocina, después de todo, nunca la he quemado —respondió Max, sonriendo, y Matteo se echó a reír.

—Además, yo lo ayudaré. Y sabes que la cocina se me da perfectamente —dijo Allegra. Igual que todo lo demás, quedó implícito—. Cocinar juntos no es algo que hagamos suficientemente a menudo, así que sería genial aprovechar la oportunidad.

—Entonces así será —anunció Matteo, orgullosamente.

— ¿Le ayudo con su equipaje, señor Lom... Matteo? —Se corrigió Max, haciendo ademán de sujetar la maleta, pero el hombre la apartó casi de inmediato de su alcance.

—No. No. No soy tan viejo, no tengo ni 55 años todavía. Puedo llevar una pequeña maleta. Además, no quisiera obligarte a alejarte de mi encantadora sobrina —dijo él, dedicando una mirada intencionalmente obvia a las manos de ambos. Max se ruborizó, muy tenuemente, y se soltó del agarre de Allegra.

—Tío, te agradecería que no avergonzaras a mi novio —replicó Allegra, con fastidio, y aprovechando que tenía las manos libres nuevamente, le arrebató la maleta al hombre—. Y no me importa si puedes llevarla, no te dejaré hacerlo, así que mejor no intentes discutir porque me conoces bien y no vas a ganar.

—Toda una joya la que tienes acá —dijo Matteo a Max, y aunque el comentario podía sonar ligeramente pasivo-agresivo, la amplia sonrisa del hombre evidenciaba que no lo decía con ninguna mala intención, sino como un hecho. Era un hombre que apreciaba a su sobrina por quien era y por su infinito potencial, y verdaderamente creía que ella era una joya en todos los aspectos.

Max soltó una risa y se encogió de hombros, mientras caminaban todos hacia la salida del aeropuerto.

—Si ella fuera distinta, no me gustaría tanto como me gusta. ¿En dónde más encontraría a una mujer que me torture de este modo? —dijo Max. Allegra hizo un pequeño ruido, como un tarareo.

— ¿Tenías que usar la palabra 'tortura'? Porque déjame decirte que estar conmigo en esas condiciones habla más de ti que de mí —dijo ella, con alegría. Max no le respondió y en cambio se inclinó rápidamente y le arrebató la maleta de las manos antes de que ella pudiera reaccionar—. ¡Max!

—Perdiste, prinses —dijo Max, cayendo fácilmente en el neerlandés, con la comodidad de quien cambia constantemente entre idiomas. Antes de que la situación se convirtiera en una discusión, durante la cual ambos jalaban la maleta para quitársela al otro, él le pasó el brazo por sobre los hombros, haciéndola seguir caminando.

—Te haré sufrir por esto más tarde —susurró Allegra, para que solo él la escuchara.

—Puedes intentarlo —dijo Max, con una amplia sonrisa victoriosa.

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