XVIII. Torero, poner el alma en el ruedo

HALCYON.

capítulo dieciocho.

❝Torero, poner el alma en el ruedo.❞

Keva se estaba cansando bastante de los episodios aleatorios de mareos y oscuridad en su visión. Nada más cruzar por un callejón se apoyó en un muro, una mano ocultando su rostro mientras trataba de agitar lejos la voz preocupada de Rohaan con la otra. Se sentía tan aturdida, incluso el sonido de sus zapatos sobre el asfalto hacía que quisiera abrirse la cabeza contra la pared. En retrospectiva, quizás debería haberle dicho algo a su tío. "Una manzana al día aleja al médico de tu vida" no servía de mucho en esas ocasiones, pero ya tenía bastante en su plato. Lo menos que necesitaba era que Michael se preocupara todavía más. Podía lidiar con eso, se dijo en ese momento. El problema era que su condición no dejaba de empeorar. No sabía la causa ni la razón por seguro, sin embargo, apostaría el cuchillo de Annabeth a que sus sueños tenían algo que ver. Esperaba estar equivocada.

Cuando su visión finalmente dejó de nublarse, Keva pudo ver que Percy y su amigo cíclope se les habían unido. Normalmente tendría mil preguntas, pero en ese momento solo quería que sus voces dejaran de sonar como si estuvieran siendo filtradas por un altavoz justo en su oído.

—¿Otra vez? —preguntó Rohaan, su voz nada más que un susurro. Seguía siendo demasiado ruidoso.

Keva se limitó a asentir con la cabeza, e inmediatamente sintió como Rohaan tapaba su cabeza con el suéter que él se había negado a ponerse a pesar de las insistencias de su madre. Con la gruesa protección de un abrigo que realmente no debería usarse en verano, sintió que el dolor que las voces a su alrededor le provocaba empezaba a aliviarse. Aún sentía como si estuviera en un barco en medio de una tormenta, pero era como si estuviera amainando, como si las olas estuvieran relajando su vaivén. La primera vez que había sufrido uno de esos sucesos fue unos días después de que Rohaan le hiciera un placaje, y el chico la seguía por todas partes. Al principio había sido sutil, escondiéndose por las sombras. Solo hizo falta un puñetazo en la garganta para que quedara claro que posiblemente escabullirse hacia una persona que había amenazado con destriparlo no era buena idea (en su defensa, lo del puñetazo en la garganta había sido un accidente, ¿a quién se le ocurre seguirla como un psicópata majara?), desde entonces, no se había molestado en disimular. Keva estaba en medio de una lista mental de cosas con las que podía amenazarle para que pillara el mensaje por completo cuando empezaron a aparecerle puntitos negros en la visión. Si no hubiera sido por la reacción instantánea de Rohaan, se habría caído por las escaleras. Tras ese acontecimiento, empezó una amistad basada en salvarse de monstruos y evitar que Keva le ahorrase el trabajo a esos mismos monstruos cada vez que le daba uno de sus mareos. Al principio odiaba que alguien la viera tan débil y fuera de sí, y lo seguía haciendo. Pero no era tan malo cuando era solo Rohaan.

Las palabras podían pasar sin ser pronunciadas entre ellos, el chico no las necesitaba para postrarse ante ella y ocultarla de los ojos de los demás. Keva no estaba segura de lo que estaban hablando, sin embargo, poco después escuchó movimiento y se animó a quitarse el suéter de encima, entrecerrando los ojos ante la intensa luz solar tras varios minutos de oscuridad. Rohaan se rio entre dientes ante la expresión en su cara y se dedicó a ponerle los mechones de cabello en su sitio. Su pelo debía parecer un desastre en ese momento.

—¿A dónde su supone que vamos? —le preguntó mientras se deslizaban por los callejones.

—A por un taxi.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué?

—Un momento —dijo de pronto Annabeth, deteniéndose en la esquina de las calles Thomas y Trimble. Comenzó a rebuscar en su mochila—. Espero que aún me quede alguna.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Percy.

Sonaban sirenas por todas partes, y Keva casi podía sentirlas dentro de su cabeza. Se sentía mejor, pero empezaba a cansarse de las dichosas alarmas. Rohaan la sacudió levemente.

—¿Qué?

—Annabeth te estaba hablando.

—¿Tienes dracmas? —repitió Annabeth cuando Keva se giró hacia ella.

Keva empezó a buscar en sus bolsillos automáticamente, antes de alzar la vista con aprensión.

—No pensaras hacer lo que yo creo, ¿verdad?

Annabeth sacó un dracma de la mochila y sonrió. Con el desastre que estaba hecha, ramitas y hierbas enredadas en su coleta, parecía una maniática. Teniendo en cuenta donde quería meterles, Keva está más que segura de que lo es.

—He encontrado una, loados sean los dioses.

—Annabeth —le dijo Percy—, ningún taxista de Nueva York va aceptar esa moneda.

—Stéthi —gritó ella en griego antiguo—. ¡Ó hárma diabolés!

—¿"Detente, Carro de la Condenación"? —murmuró Rohaan, confuso.

Keva le dio una palmada en el brazo en el que se estaba apoyando.

—Te estás volviendo todo un experto en esto de ser un semidiós.

Rohaan no parecía precisamente extasiado al respecto. Observaron mientras Annabeth arrojaba la moneda a la calle. Cuando el dracma se sumergió en el asfalto y desapareció, Keva recordó la primera y única vez que había intentado ese método para volver a casa desde el campamento. Casi las había arrollado un monstruo, y ella seguía pensando que no había sido la peor parte de ese breve viaje (poco después, Quirón la añadió a la lista de rondadores por año).

—¿Se está derritiendo el asfalto o se me ha terminado de ir la pinza?

Rohaan, por supuesto, tenía razón. Poco a poco, en el mismo punto donde había caído la moneda, el asfalto había empezado a oscurecerse y se fue derritiendo, hasta convertirse en un charco lleno de un líquido burbujeante y rojo. De allí fue emergiendo un coche.

—Bienvenido al taxi hecho de humo.

—Este mundo es una locura.

Keva no podía decir que fuera mentira. El cristal de la ventanilla del copiloto se bajó y una de las hermanas sacó la cabeza. Unas greñas grisáceas le cubrían los ojos, hablaba de manera extraña, farfullando entre dientes.

—¿Cuántos pasajeros?

—Cinco al Campamento Mestizo —dijo Annabeth. Abrió la puerta trasera y les indicó que subieran.

—Casi preferiría ir caminando.

Annabeth la empujó y Keva tiró de Rohaan para entrar con un resoplido de exasperación. Solo podía esperar que esta vez el viaje fuera mejor. Teniendo en cuenta los apretados que iban a ir, lo dudaba.

—¡Agh! —chilló la hermana—. No llevamos a esa clase de gente.

Cuando se giró para mirar, vio que señalaba al cíclope con un dedo huesudo. Keva miró hacia Annabeth. Ya casi se había olvidado del monstruo, ¿pensaba llevarlo con ellos al campamento?

—Ganará una buena propina —prometió Annabeth—. Tres dracmas más al llegar.

Pues eso parece.

—¡Hecho! —graznó.

Percy se subió al taxi a regañadientes. Mientras el cíclope se embutía tras él, Keva no veía la manera de que todos cupieran ahí sin problema. Cuando Annabeth subió la última, se palmeó las piernas con una sonrisa burlona.

—Venga, dime qué quieres por Navidad.

Annabeth resopló, sin embargo, se sentó encima de ella con la cara tan roja como un tomate. Todavía era un ajuste apretado e incómodo, pero al menos ninguno tenía que ir con medio cuerpo por fuera de la ventana. Además, hay pocas cosas en la vida que le mejore tanto el ánimo como molestar a Annabeth.

—Te dije que comieras más —la reprendió—, eres como una pluma.

—Cállate —masculló—, como si no fueras tú la que se come todo el postre en cada cena.

—Siempre me como mis verduras y todo lo que me ponen en el plato —dijo pomposamente—, no creas que no te vi dándole tus guisantes al perro.

Annabeth se giró.

—¡Ni siquiera tenemos pe━! —El taxi dio una sacudida brusca por su movimiento y ella se calló—. Ugh.

Keva escondió su risa en una tos falsa. Al encontrarse de nuevo con la visión de las tres hermanas en el asiento delantero, se le fue la risa.

—¡Long Island! —dijo la que conducía—. ¡Bono por circular fuera del área metropolitana! ¡Ja!

Pisó el acelerador y Keva tuvo que evitar el codo volador de Annabeth a toda prisa. Por los altavoces sonó una voz grabada: «Hola, soy Ganímedes, el copero de Zeus, y cuando salgo para comprarle vino al Señor de los Cielos, ¡siempre me abrocho el cinturón!». Keva agarró la larga cadena negra y se la pasó a Rohaan, que le echó un vistazo y prontamente pareció decidir que tampoco podía ser tan importante. El taxi aceleró mientras doblaba la esquina, y Tempestad, que se sentaba en medio, chilló:

—¡Mira por dónde vas! ¡Dobla a la izquierda!

—¡Si me dieras el ojo, Tempestad, yo también podría verlo!

—¿El qué? —dijo Rohaan, justo cuando Avispa viró bruscamente para esquivar un camión que se les venía encima, se subió al bordillo con un traqueteo y voló hasta la siguiente manzana.

—¡Avispa! —le dijo Ira—. ¡Dame la moneda de la chica! Quiero morderla.

—¡Ya la mordiste la última vez, Ira! —contestó Avispa—. ¡Esta vez me toca a mí!

—¡De eso nada! —chilló Ira.

—¡Semáforo rojo! —gritó Tempestad.

—¡Frena! —aulló Ira.

En lugar de frenar, Avispa pisó a fondo, volvió a subirse al bordillo, dobló la esquina con los neumáticos chirriando y derribó un quiosco.

—Otra vez esto no —se quejó Keva.

—Perdone —habló Percy—. Pero... ¿usted ve algo?

—¡No! —gritó Avispa, aferrada al volante.

—¡No! —gritó Tempestad, estrujada en medio.

—¡Claro que no! —gritó Ira, junto a la ventanilla del copiloto.

Rohaan se giró hacia ella.

—Están de broma, ¿no?

Keva le lanzó una sonrisa nerviosa.

—¿Son ciegas? —preguntó Percy.

—No del todo —contestó Annabeth—. Tienen un ojo.

—¿Un ojo?

—Sí.

—¿Cada una? —exclamó Rohaan.

—No. Uno para las tres.

Rohaan se acurrucó más en su asiento, como si quisiera convertirse en una pequeña bola y olvidarse del mundo.

—No me siento bien —graznó de pronto la voz del cíclope.

—Ay, dioses —exclamó Percy—. Aguanta, grandullón. ¿Alguien tiene una bolsa o algo así?

—Si pota me tiro por la ventana —dijo Rohaan en tono delirante.

—Bueno —estaba diciendo Annabeth—, el Taxi de las Hermanas Grises es la manera más rápida de llegar al campamento.

—¿Entonces por qué no lo tomaste desde Oakland?

—Antes prefiero irme de vacaciones al Inframundo —interfirió Keva. Annabeth la ignoró.

—Eso no cae en su área de servicio —replicó—. Sólo trabajan en la zona de Nueva York y alrededores.

—¡Hemos llevado a gente famosa en este taxi! —exclamó Ira—. ¡A Jason, por ejemplo! ¿Os acordáis?

Si Keva tiene que escuchar ese cuento otra vez será ella la que se tire por la ventana.

—¡No me lo recuerdes! —gimió Avispa—. Y en esa época no teníamos taxi, vieja latosa. ¡Ya hace tres mil años de aquello!

—¡Dame el diente! —Ira intentó agarrarle la boca a Avispa, pero ella le apartó la mano.

—¡Sólo si Tempestad me da el ojo!

—¡Ni hablar! —chilló Tempestad—. ¡Tú ya lo tuviste ayer!

—¡Pero ahora estoy conduciendo, vieja bruja!

—¡Excusas! ¡Gira! ¡Tenías que girar ahí!

Avispa viró por la calle Delancey y Keva se dio de bruces contra Percy.

—Parecemos sardinas en lata, ¿a que sí?

Percy le lanzó una mirada que parecía decir "¿todo un curso para pensar nuevas bromas y eso es lo mejor que se te ocurre?". Avispa siguió dando gas y salieron propulsados por el puente de Williamsburg. Las tres hermanas se peleaban ahora en serio. Ira trataba de agarrar a Avispa por la cara y ésta intentaba agarrársela a Tempestad. Finalmente fue Ira, que llevaba ventaja con su ojo, la que logró arrancarle el diente de un tirón a su hermana Avispa. Esta se puso tan furiosa que rozó el borde del puente de Williamsburg, mientras chillaba:

—¡Devuélvemelo! ¡Devuélvemelo!

El cíclope gimió y se agarró el estómago.

—Por si alguien quiere saberlo —dijo Percy—, ¡vamos a morir!

—No te preocupes —dijo Annabeth, aunque sonaba preocupada—. Las Hermanas Grises saben lo que hacen. Son muy sabias, en realidad.

—Pues vaya consuelo —murmuraba Rohaan, que parecía a punto de desmayarse.

—¡Sí, muy sabias! —Ira lanzó una ancha sonrisa a través del retrovisor y aprovechó para lucir el diente que acababa de apropiarse—. ¡Sabemos cosas!

—¡Todas las calles de Manhattan! —dijo Avispa fanfarroneando, sin dejar de abofetear a su hermana—. ¡La capital de Nepal!

—¡La posición que andas buscando! —añadió Tempestad. Sus hermanas se pusieron a aporrearla desde ambos lados, mientras le gritaban:

—¡Cierra el pico! ¡Ni siquiera lo ha preguntado!

—¿Cómo? —inquirió Percy—. ¿Qué posición? Yo no estoy buscando...

Keva casi podía sentir los engranajes en el cerebro de Annabeth moviéndose desde su sitio en su regazo.

—¡Nada! —dijo Tempestad—. Tienes razón, chico. ¡No es nada!

—Dímelo.

—¡No! —chillaron las tres.

—¡La última vez que lo dijimos fue terrible! —dijo Tempestad.

—¡El ojo arrojado a un lago! —asintió Ira.

—¡Años para recuperarlo! —gimió Avispa—. Y hablando de eso, ¡devuélvemelo!

—¡No! —aulló Ira.

—¡El ojo! —se desgañitó Avispa—. ¡Dámelo!

Le dio un golpe a Ira en la coronilla. Se oyó un ruido repulsivo —¡plop!— y algo le saltó de la cara. Ira lo buscó a tientas, intentó atraparlo, pero lo único que logró fue golpearlo con el dorso de la mano. El viscoso globo verde salió volando por encima de su hombro y fue a caer hacia el asiento trasero. Percy dio tal salto a su lado que se golpeó la cabeza con el techo y el globo ocular cayó rodando.

—¡No veo nada! —berrearon las tres hermanas.

—¡Dame el ojo! —aulló Avispa.

—¿¡Dónde está el ojo? —chilló Keva.

—¡Dale el ojo! —gritó Annabeth.

—¡Que no sé donde está! ¡Percy, dale el ojo!

—¡Yo no lo tengo!

—Ahí, lo tienes al lado del pie —dijo Annabeth—. ¡No lo pises! ¡Recógelo!

—¡No pienso recogerlo!

—¡Percy, por todos los dioses! —exclamaba Keva.

El taxi golpeó la barandilla y continuó derrapando, pegado a aquella barra de metal, con un espantoso chirrido que le ponía los pelos de punta. El coche temblaba y soltaba una columna de humo gris.

—¡Me voy a marear! —avisó el cíclope.

—¿Cómo se abrirá esa dichosa ventana? —gimoteó Rohaan.

—Annabeth —gritó Percy—, ¡déjale tu mochila a Tyson!

¿El cíclope tiene nombre? No sabe porque se sorprende de que suene humano.

—¿Estás loco? ¡Recoge el ojo!

Avispa dio un golpe brusco al volante y el taxi se separó de la barandilla. Se lanzaron hacia Brooklyn a una velocidad muy superior a la de cualquier taxi normal. Las Hermanas Grises chillaban, se daban mamporros unas a otras y reclamaban a gritos el ojo. Al final, Percy se decidió por recoger el globo ocular con un trozo de su camiseta.

—¡Buen chico! —gritó Ira. Keva ni siquiera quiere averiguar cómo sabe que Percy tiene el ojo—. ¡Devuélvemelo!

—No lo haré hasta que me digas a qué te referías. ¿Qué era eso de la posición que estoy buscando?

—¡No hay tiempo! —chilló Tempestad—. ¡Acelerando!

Keva miró por la ventanilla que Rohaan trataba de abrir. Ya habían salido de Brooklyn y en ese momento estaban atravesando Long Island.

—Percy —advirtió Annabeth—, sin el ojo no podrán encontrar nuestro destino. Seguiremos acelerando hasta estallar en mil pedazos.

—Primero han de decírmelo —contestó. Su obstinación sería hasta encantadora si Keva no tuviera deseos de vivir—. O abriré la ventanilla y tiraré el ojo entre las ruedas de los coches.

—¡No! —berrearon las Hermanas Grises—. ¡Demasiado peligroso!

—Estoy bajando la ventanilla.

—¡Espera! —gritaron las hermanas—. ¡Treinta, treinta y uno, setenta y cinco, doce!

—¿Y eso qué es? ¡No tiene ningún sentido!

—¡Treinta, treinta y uno, setenta y cinco, doce! —aulló Ira—. No podemos decirte más. ¡Y ahora devuélvenos el ojo! ¡Ya casi llegamos al campamento!

Habían salido de la autopista y cruzaban zumbando los campos del norte de Long Island. Ya se veía al fondo la colina Mestiza, con el árbol de Thalia en la cima.

—¡Percy, dales el ojo o te juro que te ensarto como un pez!

No discutió. Soltó el ojo en el regazo de Avispa, quien lo agarró rápidamente, se lo colocó en la órbita como quien se pone una lentilla y parpadeó.

—¡Uau!

Frenó a fondo. El taxi derrapó cuatro o cinco veces entre una nube de polvo y se detuvo chirriando en mitad del camino de tierra que había al pie de la Colina Mestiza. El cíclope soltó un eructo monumental.

—Ahora mucho mejor.

Rohaan seguía sonando como si estuviera a las puertas de la muerte, Keva le dio una palmadita suave en la mejilla.

—Está bien —dijo Percy—. Decidme qué significan esos números.

—¡No hay tiempo! —Annabeth abrió la puerta—. Tenemos que bajar ahora mismo.

Keva se alejó de Rohaan para girarse hacia donde miraba Annabeth. Sintió un peso en el estómago. En la cima había un grupo de campistas. Y los estaban atacando.







Será sincera, hay muchas cosas que logran molestarla: tener que volver al pasillo desde su habitación porque se dejó una luz encendida, pedir cara y que salga cruz, monstruos abordándola justo cuando viene el camión de los helados. Ninguna había conseguido el mismo efecto que en ese momento, observando como su hogar era asaltado. Los cinco se habían quedado en un silencio absoluto, mientras veían como dos enormes toros de bronce quemaban todo a su paso mediante el fuego que echaban por la boca. Keva podía ver a varios semidioses con armadura completa huyendo de las llamas hacia el interior del campamento. El suspiro de alivio se le atascó en la garganta al notar que los toros eran capaces de pasar a través de los límites del campamento. ¿Qué diablos había pasado mientras estaba fuera?

—Eso no parece un entrenamiento —murmuró Rohaan.

—No lo es —contestó ella.

Había visto cosas como esas al llegar al campamento, un poco antes de la muerte de Thalia y de la protección que les brindó. Pero nada desde entonces, no en esa intensidad.

—Oh, dioses —dijo Annabeth observando la batalla, que proseguía con furia en la colina.

—¡Patrulla de frontera, a mí! —gritó una voz de repente.

Patrulla de frontera... ¿qué tanto había pasado para que hiciera falta algo así?

—Es Clarisse —dijo Annabeth—. Venga, tenemos que ayudarla.

Los guerreros que iban con ella se habían dispersado y corrían aterrorizados ante la embestida de los toros, y varias franjas de hierba alrededor del pino habían empezado a arder. Keva observó al semidiós con el penacho en llamas por un momento antes de girarse hacia Rohaan.

—Quédate aquí hasta que termine todo —le dijo, echándose a correr antes de que pudiera responder. Su principal deseo al llevarle al campamento había sido la protección del árbol de Thalia, y ahora ni eso podía prometerle. Solo podía esperar que el resto de semidioses en la colina lograran distraer a los toros del único mestizo sin entrenamiento.

Ellie Marshall estaba quitándole el casco a Moisés cuando llegó hacia ellos, el chico inmediatamente tratando de darle una patada al penacho en llamas. Keva lo cogió del brazo.

—Deja eso —regañó. Moisés solo era dos años menor que ella, pero a veces se sentía como cargar con un crío a cuestas—. ¿Dónde están Meera y Pamela?

Moisés se giró hacia ella, y parecía querer decir muchas cosas, una sonrisa empezando a florecer en su rostro. Sin embargo, respondió obedientemente.

—Están ayudando a los de Apolo con los heridos —dijo, apuntando hacia el interior del campamento. Antes de que pudiera fijarse en ellas, escuchó el grito de Clarisse.

—¡Mantened la formación!

Cuando se volvió para mirarla, se encontró con un toro corriendo para embestir el cerco defensivo que había creado la hija de Ares. Para ser tan enorme y pesado, se movía velozmente. No se podía esperar nada menos de una creación de Hefesto. Al menos por una vez, Keva apreciaría que algo creado por los dioses les sirviera de ayuda en lugar de darles problemas. El otro toro, que parecía haber estado rebuscando en el aire, se situó a espaldas de Clarisse.

—¡Detrás de ti! —chilló Percy mientras subía por la colina a toda prisa—. ¡Cuidado!

Alguien debería enseñarle que sobresaltar a quien quieres advertir no ayuda en nada. El primer toro se estrelló contra su escudo y la falange se rompió; Clarisse salió despedida hacia atrás y aterrizó en una franja de terreno quemada y todavía llena de brasas. Keva sabía que el segundo toro se acercaba, pero no tenía tiempo de encargarse. El primer toro se había girado hacia los demás semidioses, sus mandíbulas trabajando para abrirse. Antes de que pudiera fundir sus escudos, Keva se extendió hacia la tierra bajo sus patas descomunales y tiró. Rápidamente, el suelo cedió y el toro empezó a hundirse hasta que su aliento ardiente se extinguió.

—¡Keva! —exclamó Percy a su lado, llevaba a Clarisse a cuestas mientras la chica le aporreaba la mano—. ¿Puedes mantenerlo ahí un rato más?

Ella vaciló. Había estado entrenando durante su tiempo fuera del campamento, pero debe ser realista. No es tan buena. Incluso en ese momento, podía sentir al toro moviéndose con fuerza en su prisión de tierra.

—Puedo intentarlo —respondió ella en su lugar—. ¿Hay hijas de Deméter por aquí?

"¿Está Adelina por alguna parte?" Si alguien podía ser de ayuda, esa sería la consejera de la cabaña cuatro. Pero no la veía por ninguna parte. Un sentimiento de pavor se deslizó dentro de ella, ¿y si...? No tenía tiempo para preocuparse por ella, podía ver a Rohaan subiendo por la colina.

—¡Rohaan! —exclamó—. ¡Quédate donde estás!

Si la había escuchado, no le hizo caso. Siguió caminando hacia ella, y Keva juró bajo su aliento. Apenas podía creerse sus propios pensamientos, pero en ese momento Rohaan estaba más seguro apartado con un cíclope a su lado que cerca de ella. Obviamente, Rohaan no parecía estar de acuerdo. Al otro lado, podía ver a Annabeth dispersándose con los demás semidioses para mantener distraído al segundo toro. Sin embargo, el monstruo parecía tener un objetivo fijo: estaba preparado para atacar a Percy. Él alzó su espada, justo cuando el toro le lanzó una llamarada; rodó hacia un lado y tropezó, arreglándose para lanzar un mandoble con la espada y cortarle un trozo del hocico. La bestia se alejó al galope, enloquecido, y Percy trató de levantarse. Algo pareció fallar, porque su rostro se torció en una mueca y no lo intentó otra vez. Justo cuando el toro se preparaba para volver hacia él, hubo un destello borroso ante sus ojos: Rohaan había levantado a Percy como una especie de novia en su luna de miel y ahora corría hacia ella.

—¿Se te ha ido la pinza? —espetó Keva mientras Rohaan dejaba a Percy en el suelo junto a ella—. ¿Acaso vas de torero ahora?

Rohaan miró hacia arriba, sonriendo, y le dio una palmada en la espalda.

—La tauromaquia me parece una práctica inhumana —dijo, antes de dar media vuelta para dirigirse hacia el toro.

—¡Rohaan!

Se estaba empezando a cansar de gritar. A sus pies, Percy soltó un quejido.

—¿Estás bien? —preguntó. A pocos metros de ellos, Rohaan parecía estar jugando al pilla-pilla con el toro.

—Creo que tengo un esguince en el tobillo —contestó Percy, alzando la vista de su pie izquierdo—. ¿Todavía está aguantando?

Keva no se había olvidado del otro toro atrapado en su agarre pero, francamente, no estaba segura de qué hacer al respecto. No es – no se siente lo suficientemente fuerte como para mantener al monstruo en su prisión de tierra por mucho más tiempo.

—Por ahora —se limitó a responder.

Para su alivio (y total confusión), Rohaan no parecía estar pasando un mal rato. De alguna manera, parecía capaz de predecir los movimientos de la bestia y actuar en consecuencia. Rodando a un lado, saltando por encima de los cascos desechados en llamas. Su amigo generalmente torpe, con un cuerpo largo al que aún no se había acostumbrado del todo, se había convertido de repente en un elegante gimnasta. ¿No solía tropezar cada vez que jugaban al balón prisionero? ¿Acaso es un proceso normal en la pubertad que ella se perdió por completo? Sabe que los semidioses tienen reflejos naturales para la batalla, pero, ¿en serio? No es justo en absoluto.

En ese momento, Rohaan echó a correr hacia el otro lado, recogió una lanza del suelo y arremetió contra el toro. Arremetió. Contra el toro. ¿Ha mencionado ya que es un toro que echa fuego? A Rohaan no parecía importarle. Se tiró contra el monstruo, que se desbocó salvajemente, pero no parecía ser capaz de librarse del adolescente escuálido que tenía encima. Dicho adolescente escuálido hizo descender su lanza como si se tratase de una guadaña. El movimiento del toro cesó.

El toro bajo su poder decidió que se había cansado de su casa gratis y salió de la tierra como una especie de recién nacido (mala analogía, mala analogía, ella nunca va a tener hijos; ¿por qué la gente voluntariamente se somete a un parto?). Ninguno tuvo el tiempo para reaccionar: se dirigió hacia Rohaan, que no se había dado cuenta y trataba de sacar su lanza del interior del monstruo, y embistió. Rohaan salió volando, cayendo varios metros hacia atrás con un golpe sordo.

—¡Rohaan! —gritó—. ¡Estúpido toro hecho de bronce de segunda mano, ven aquí!

El toro no reaccionó en absoluto a su voz o su insulto mal improvisado, parecía estar seguro de su objetivo. ¿Estaba siendo testarudo? ¿Acaso las máquinas pueden sentir esas cosas? Porque eso parecía rencor. En plan, en un "me llamo Toro de Cólquide, tú mataste a mi hermano, prepárate a morir" nivel de rencor. Keva juró como un marinero de la Antigua Grecia al que le acababan de hundir el barco por no haber hecho las ofrendas correctas. No veía la manera de ayudar a Rohaan y de sacar a Percy de ahí ahora que Keva no tenía que concentrarse en su poder.

Como de costumbre, Annabeth tuvo una idea.

—¡Tyson, ayúdale! —gritó ella.

No muy lejos, cerca ya de la cima, el cíclope gimió:

—¡No puedo... pasar!

—¡Yo, Annabeth Chase, te autorizo a entrar en el Campamento Mestizo!

Un trueno pareció sacudir la colina y, de repente, apareció como propulsado por un cañón. Keva ni siquiera tenía ganas de protestar. Primero necesitaban al toro restante fuera del camino, luego podrían preocuparse del cíclope con permiso para caminar libremente por su campamento.

—¡El chico raro necesita ayuda! —gritó.

En el suelo, Rohaan por fin hizo acto de presencia: soltó un sonido de queja, entonces se dio la vuelta y vomitó. Mientras, el cíclope se interponía entre el toro y el chico raro devolviendo justo cuando el monstruo desataba una lluvia de fuego de proporciones nucleares.

—¡Tyson! —chilló la voz de Percy a sus pies.

La explosión se arremolinó a su alrededor como un tornado rojo. Keva aprovechó la oportunidad para levantar a Percy y empezar a arrastrarlo fuera del camino. Ser quemada viva por un toro resentido no es uno de sus propósitos de año nuevo. Percy demandó que lo dejara, pero ella hizo oídos sordos. No le importa lo tozudo que sea, no piensa dejar que se convierta en pescado asado solo porque está preocupado por un cíclope capaz de soportar llamaradas.

—¿Qué...?

Keva lo apoyó en un árbol y miró sobre su hombro. Las llamas se habían extinguido y el cíclope seguía en pie, completamente ileso. Ni siquiera su ropa había sufrido daño alguno. El cíclope no esperó a que el toro reaccionara: cerró los puños y empezó a golpearle en el hocico. Percy parecía estupefacto.

—¿Realmente no te das cuenta? —inquirió Keva. Él no dijo nada.

—¡¡Vaca mala!! —vociferó el cíclope.

Sus puños abrieron un cráter en el morro de bronce y dos pequeñas columnas de fuego empezaron a salirle por las orejas. El cíclope lo golpeó otra vez y el bronce se arrugó bajo su puño. Ahora la cabeza del toro parecía la de un muñeco de plástico aplastada.

—¡Abajo! —gritaba el cíclope. El toro se tambaleó y se derrumbó por fin sobre el lomo; sus patas se agitaron en el aire débilmente y su cabeza abollada empezó a humear. Annabeth se acercó corriendo.

—¿Estás bien? —le preguntó a Percy.

Keva esperó hasta que él bebió un poco de néctar antes de coger la cantimplora de Annabeth y salir corriendo hacia donde yacía Rohaan. Ya no estaba arrojando, lo cual era un alivio, pero su cara parecía un poema. Intentó limpiarle la suciedad y pequeñas gotas de sangre seca de la cara con su manga mientras le instaba a tomar sorbos de néctar. Lo ayudó a levantarse entretanto Rohaan masajeaba su cuello y se estiraba, soltando un gruñido.

—¿Te duele?

Rohaan negó con la cabeza.

—Ya no tanto —contestó, mirando a la cantimplora como si fuese el misterio del siglo—. ¿Qué es esta cosa? Sabe al habshi halwa de mi madre.

Se rio. Ahora que ninguno de sus amigos estaba en peligro de muerte, se sentía más tranquila.

—Néctar, la bebida de los dioses. Nosotros la utilizamos como una especie de cura. Aunque no bebas demasiado, no quiero que quedes incinerado después de tu impresionante escena.

Rohaan se apartó la cantimplora de la boca a toda prisa.

—Estuve guay, ¿verdad? —Sonrió bobaliconamente. Quizás el néctar no lo había curado del todo del golpe, incluso mientras hablaba, los ojos se le cerraban como si le pesaran—. Incluso me cargué a una de esas cómo-se-llamen cosas.

Keva sonrió, acariciando suavemente su cabeza como si fuera un perro que acabara de volver con una pelota.

—Pues claro que sí. Rohaan Lewis, señor supremo de las cómo-se-llamen cosas.

Rohaan se echó a dormir con una sonrisita. Keva lo arrastró hasta una camilla, y confió en que Moisés lo llevara sano y salvo a donde mantuvieran a los heridos. Entonces, se dirigió hacia los demás.

—¿Qué me he perdido? —preguntó al llegar. Percy se giró hacia ella con una expresión de desconcierto en su rostro.

—Tyson es un cíclope —dijo, pasmado.

Keva alzó las cejas.

—A menuda hora te das cuenta.

—Están en casi todas las grandes ciudades —explicó Annabeth con repugnancia—. Son... errores. Hijos de los espíritus de la naturaleza y de los dioses; bueno, de un dios en particular, la mayor parte de las veces... Y no siempre salen bien. Nadie los quiere y acaban abandonados; enloquecen poco a poco en las calles. No sé cómo te habrás encontrado con éste, pero es evidente que le caes bien. Debemos llevarlo ante Quirón para que él decida qué hacer.

—Pero el fuego... ¿Cómo...?

—Es un cíclope. —Annabeth hizo una pausa, como si estuviese rememorando algo desagradable. Keva, que recordaba vivamente el día de su llegada al campamento, resueltamente decidió no pensar en ello—. Y los cíclopes trabajan en las fraguas de los dioses; son inmunes al fuego. Eso es lo que intentaba explicarte.

Antes siquiera de que Percy pudiera decir algo, Clarisse se acercó a ellos, limpiándose el hollín de la frente.

—Jackson, si puedes sostenerte, ponte de pie. Tenemos que llevar los heridos a la Casa Grande e informar a Tántalo de lo ocurrido.

—¿Tántalo?

—El director de actividades —aclaró Clarisse con impaciencia.

Annabeth y Keva compartieron una mirada de confusión. ¿El qué? No podía ser.

—El director de actividades es Quirón. Además, ¿dónde está Argos? Él es el jefe de seguridad. Debería estar aquí.

Clarisse puso cara avinagrada.

—Argos fue despedido. Habéis estado demasiado tiempo fuera, vosotros tres. Las cosas han cambiado.

—Pero Quirón... Él lleva más de tres mil años enseñando a los chicos a combatir con monstruos; no puede haberse ido así, sin más. ¿Qué ha pasado?

—Pues... que ha pasado —espetó, señalando el árbol de Thalia.

Decidir resueltamente no pensar en ello no servía de nada, todos los campistas conocen la historia de aquel árbol. De todas las historias que Luke solía contarle de sus aventuras fuera del campamento (y vaya, mira que no quiere pensar en las cosas que podría relatarle ahora), esa era la peor. En 2001, cuando Keva ya había pasado su primer año en el campamento y acababa de cumplir los ocho, llegaron tres semidioses y un sátiro perseguidos por un ejército de monstruos. Ella no había sido capaz de ver mucho con los campistas mayores asegurándose de que se quedara lejos, pero había escuchado lo suficiente. Cuando los acorralaron finalmente en la cima de la colina, Thalia Grace había decidido hacerles frente allí mismo para dar tiempo a que sus amigos se pusieran a salvo. Su padre, Zeus, al ver que iba a morir, se apiadó de ella y la convirtió en un pino. Su espíritu había reforzado los límites mágicos del campamento, protegiéndolo contra los monstruos, y el pino había permanecido allí desde entonces, lleno de salud y vigor. Pero ahora sus agujas se habían vuelto amarillas; había un enorme montón esparcido en torno a la base del árbol. En el centro del tronco, a un metro de altura, se veía una marca de donde rezumaba savia verde. Por un momento, fue como si tuviera ocho años de nuevo y estuviera escondida detrás de su consejera de cabaña. Entonces comprendió por qué los toros de Cólquide habían sido capaz de adentrarse en el campamento: las fronteras mágicas habían empezado a fallar porque el árbol de Thalia se estaba muriendo.

Alguien lo había envenenado.







📍 accidentalmente convertí a rohaan en un badass asesino de monstruos en su primer día. no me preguntes cómo ni por qué, no estaba en mis planes, pero este capítulo me miró en el alma y me dijo que lo hiciera. así que lo hice. al menos ahora percy y rohaan tienen algo en común (?) btw escribir escenas de lucha sería mi tortura si terminara en los campos de castigo, soy tan mala en eso que es una locura. ¿por qué escribiría un fic de pjo siendo horrible con escenas de lucha? no lo menciones. eso tampoco lo sé.

📍 a este punto estoy improvisando con los poderes de keva lol. quería que tomara una postura activa en esta pelea pero no quería que matara a ninguno de los toros??? en plan, ha estado practicando mucho en otros campos de sus poderes, pero no sabe cómo usarlos en la batalla y quiero que crezca en eso, así que estoy tratando de no apresurarme. me temo que no es muy versada en mantener a los monstruos bajo tierra, viste.

📍 mis disculpas por tardarme tanto en actualizar, gente. quería terminar y subir el capítulo antes de irme de viaje, volví hace más de diez días y solo conseguí acabarlo/editarlo hoy. no sé porque me compliqué tanto con este capítulo tbh, pero aquí estamos!! also tenía pensado otro título, pero al publicarlo no pude evitar querer poner una referencia a "torero". chayanne supremacy. esa canción es mi infancia lmao, me la pasaba cantándola a todas horas. sobre todo en verano que es cuando me ponía con mi madre a escucharla.

📍 ahora sí, gracias por leer <3 espero que tengáis un buen día, cuidaos mucho. mwah.

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