Introducción
HALCYON.
introducción.
❝Soy tan mala al piano que mi tutora intenta matarme: no clickbait.❞
La vida es difícil para un semidiós, eso es un hecho tan obvio como el azul del cielo o el aroma del mar. Si tienes la mala suerte de nacer un mestizo, ¡pues felicidades! Prepárate para una existencia repleta de monstruos, dioses entrometidos y el terror aferrado a tus huesos. ¡Pero no temas! Seguramente sufrirás una dolorosa muerte a joven edad y entonces no tendrás que preocuparte por esas cosas. Si fuiste una persona común y corriente, irás derechito a los Campos de Asfódelos. Estarás en un campo por toda la eternidad, lo cual no es mucho mejor, pero al menos será una eternidad sin seres sedientos de sangre.
A Keva Rose le gustaría tener su futuro tan claro, pero no cuenta con tal suerte. Desde que el día que tuvo la mala suerte de llegar al mundo como descendiente de los dioses de la mitología griega, su vida no había sido más que un circo de sucesos extraños y místicas criaturas. Místicas criaturas con su muerte en sus pensamientos, eso sí, ¿qué te esperabas? Ella puede señalar cualquier punto en su corta y miserablemente plagada de situaciones cercanas a la muerte como ejemplo.
Desde la ocasión en la que por poco fue devorada con unas semanas de vida por un vicioso perro del inframundo hasta el ataque que la llevó al Campamento Mestizo, la existencia de Keva siempre ha estado rodeada de peligro y monstruos. Lo que es extraño, piensa al llegar al campamento y observar a otros semidioses, porque ella es difícilmente considerada poderosa. No es una luchadora nata, como los hijos e hijas de Ares, tampoco cuenta con una mente especialmente inteligente y estratégica, como los críos de Atenea. Ni siquiera puede decir que sea tan buena atleta como los gemelos del señor D.
Si no fuera por cierto detalle esencial, creería ser una hija de Hermes. Sin habilidades especiales, sin destacar. Ni excepcionalmente mala ni extremadamente buena. Simplemente una mestiza más. Sin embargo, sabe muy bien que eso no es posible.
Murió cuando ella era muy pequeña, pero Keva está más que segura de que su padre era un mortal. Cuando ella fue lo suficientemente mayor para comprender palabras, su tío Michael contaba relatos de Henry Rose como si fueran cuentos de dormir. Su padre falleció antes de que ella pudiera recordarlo, pero a veces, con los ojos despiertos mirando el techo de la cabaña, ella puede imaginar la calidez de su sonrisa; el brillo en su mirada, el amor paternal en los brazos que la mecen. No es nada más que su mente entregándole falsos recuerdos, lo sabe perfectamente, pero hasta una mentira es un consuelo para un alma sin memorias.
No es que su vida con Michael fuera mala, más bien al contrario. Su tío es el hermano menor de su padre por varios años, así que criar a una cría no entraba en sus planes a futuro ─ al menos no en un futuro cercano. Sin embargo, ahí estaba hacía más de una década, diecinueve años y con el bebé de su hermano en sus brazos. Henry tenía más familia, claro: su padre, una hermana, tíos, tías y varios primos. Pero difícilmente alguno de ellos podría ser una parte consistente y responsable en la vida de su hija, así que, como padrino, la custodia recayó en el más joven de la familia. Durante su infancia, diferentes familiares aparecían y desaparecían de su vida como personajes secundarios de una longeva serie de televisión. Entrañables, divertidos y con historias que contar, pero siempre viajando.
─Somos una familia de viajeros, podría decirse ─contaba el abuelo James, con la pequeña Keva meciéndose en su rodilla─. Creo que cuando los humanos decidieron asentarse, nuestros antepasados no lo pillaron muy bien, así que aquí estamos. Siempre cambiando, siempre volando, nunca permaneciendo en el mismo lugar durante más de unos pocos meses. Es una tradición familiar, con pocas excepciones, tal como tu padre y tu tío Mickey.
─¡Michael! ─corrigió la voz de su tío desde la cocina─. ¡Y lo sabes muy bien, tú me pusiste este nombre! ¡Así que comprométete, necio viejo!
Su abuelo se carcajeó, el pecho en la espalda de Keva temblando con su risa estridente: ─Ese es tu tío, sí señor. Siempre he pensado que heredó el explosivo humor de tu abuela.
El abuelo se había marchado la mañana siguiente, dejando atrás el aroma del café recién hecho y las tortitas que había dejado para ellos en la mesa del comedor. Unos meses después, Keva estaba huyendo por su vida. Nada fuera de lo común, eso sí, pero ella podía notar algo diferente en el aire. El viento tronaba en sus oídos mientras corría y la tierra bajo sus pies parecía más densa que nunca, se sentía como si estuviera caminando por el vasto océano. Sus piernas pesaban más de lo que deberían y apenas podía oír la tormenta tras el estruendoso sonido de su corazón palpitando como loco. Keva no era ninguna desconocida del peligro, pero nunca había estado tan asustada.
¿Cómo podía haberse ella imaginado que su amable profesora de piano era uno de los tantos monstruos que llenaban su mente de pesadillas? Grace Blackwell era una mujer ya entrada en sus cincuenta, pero con la energía de una persona mucho más joven. Siempre llegaba a las clases de piano en una Harley (al menos eso escuchaba Keva decir a su tío, maravillado) y llevaba la ─en su humilde opinión─ chaqueta más chula del universo. "Hecha de piel" confesaba la mujer con una sonrisa ancha, sus ojos parecían brillar con el fuego de mil soles de tal manera que pequeñas llamas parecían danzar por su iris, pero Keva lo achacó a su intensa imaginación, "piel sintética, por supuesto". "¿Piel sintética animal?" preguntaba su tío, la señora Blackwell se limita a murmurar un simple "hmm" y sentarse al piano. Si su tío lo consideraba extraño no lo mostraba, y pronto volvió a la cocina a preparar la merienda.
La señora Blackwell adoraba las galletas. ¿De chocolate? ¿De manteca? ¿De jengibre? No importaba, ella las tragaba con gusto. Decía que en su trabajo desafortunadamente no había tiempo para degustar dulces, "muy muy caótico, sí sí. El infierno sí que es ajetreado" y reía entre dientes. El silencio incómodo que proseguía solo se rompía por Keva masticando sus galletas y tragando su leche de fresa ruidosamente. Su tutora personal era como su abuela roquera que había aparecido de la nada tras perderse en la década de los 70, era extraña y tenía un montón de historias increíbles que contar, lo que solo la hacía más guay a sus ojos. Solo se conocían por un par de meses, pero Keva no podía evitar cogerle aprecio.
Lo que únicamente hizo el descubrimiento de sus verdaderos planes más doloroso para la niña. Porque sí, Keva es una cría, pero no una estúpida. Reconocía el furor asesino de un monstruo tanto como conocía la palma de su mano, y en cuanto lo vio en la mirada de su querida profesora de piano, sabía que era momento de huir. Así se encontraba ahora, corriendo como si le fuera la vida en ello porque lo hacía. Tenía una extraña presión en su pecho, no era ni cansancio ni estupefacción arraigando un lugar en su mente. Era algo más.
Si Keva sintió sus ojos ardiendo en lágrimas, lo ignoró. ¿Y que si había confiado en su afable tutora? ¿Y qué si sus clases diarias de piano pronto se convirtieron en su actividad favorita? Esa debía ser la menor de sus preocupaciones ahora mismo, pero no podía evitar sentirse herida. Tenía seis años y aunque había pasado por cosas que nadie tendría que experimentar en toda su vida, la traición no había sido una de ellas. Hasta entonces, se dijo a sí misma. A esa edad, había un montón de cosas que ella no comprendía. Pero el sentimiento es algo universal, que transciende idiomas y conocimientos, que se arraiga en tu alma y no se marcha. Es algo que la Keva Rose de seis años no podía poner en palabras, solo sentir.
─¿Acaso el cansancio no te puede, pequeña rosa? ─escuchó de pronto la voz de la señora Blackwell─. ¿No se te entumecen las piernas? ¿No sientes como te tiemblan las rodillas? Estás exhausta... ¿o es el miedo?
Su risa venía de todas partes. No importaba a donde corriera, su risa y sus palabras la perseguían. Y ahora que lo pensaba, se sentía tan cansada. Sentía las piernas entumecidas, el temblor notable de sus rodillas... estaba tan exhausta. ¿O era el miedo? Pequeña rosa, descansar un poco no le hace mal a nadie. ¿Por qué tanta prisa, no preferirías sentarte?
─Podría hacerlo ─murmuró Keva, su voz en un hilo─. ¿Qué hay de malo en descansar un poco?
Se apoyó contra la corteza de un árbol y respiró hondo. ¿Por qué no te sientas, pequeña rosa? ¿Acaso no sientes el cansancio en tus venas? Pronto se desplomó en sus rodillas. "Descansa" susurraba una extraña voz, "te mereces tomarte un respiro". Me lo merezco, se decía Keva, ¿no es así? Me he portado muy bien, debería poder ─ ¿poder? ¿Qué debería hacer? ¿Qué era esa sensación? Keva nunca había sido buena con las palabras y aunque lo fuera, lo que sentía no podía describirlo. Inundaba sus venas y la hundía, ¿pero en qué? ¿Cómo? ¿Acaso estaba ardiendo? ¿Pero cómo puede arder mientras se hunde?
─Pequeña rosa ─Un murmuro en su oído─, ¿acaso no te mereces un descanso?
📍 no lo voy a negar: tenía unas ideas muy diferentes de lo que quería escribir como introducción en lo que respecta a esta historia. escenas distintas, algo más largo, algunas adiciones... tenía escenas que quería añadir, pero entonces mis dedos parece que escribieron solos y la última frase se sintió bien como final. como si cualquier otra cosa que pudiera añadir no valiera como final, no sé explicarlo. quizás en el primer capítulo esas escenas aparezcan, tal vez no. ¿quién sabe, si ni siquiera yo lo sé? en fin, me alegra poder volver a escribir algo. como estoy en cuarentena tiempo no me falta lol.
📍 ahora dejando de lado el mundo de la ficción para fijarme un poco más en el nuestro: estamos en una situación complicada, así que por favor, cuidaos mucho. seguid las indicaciones de vuestros gobiernos, sea quedarse en casa o regular vuestros movimientos, no lo sé. si no por vosotros mismos, al menos por las personas de riesgo que no sobrevivirían a un virus como este. lavaos las manos, no os toquéis la cara, ya me imagino que sabréis todo eso. nada de multitudes. nada de salir por salir. puede parecer demasiado, pero es que la situación es demasiado difícil. esto es algo mundial. me dejo de palabrarerías: espero que no os pase nada malo, sin embargo, mejor prevenir que curar. a los que estéis en cuarentena: ¡mucho ánimo! podemos con esto. ahora sí que paro. ¡buenos días, buenas tardes y buenas noches! abrazos a todxs <3
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