III. Un cadáver me acosa
HALCYON.
capítulo tres.
❝Un cadáver me acosa (advertencia al expectador: no intentes esto en casa).❞
Hay pocas cosas en el mundo que Keva Rose ame más que a las costillas a la barbacoa. Las comería para desayunar, almorzar, merendar y cenar si pudiera – y lo hizo una vez, hasta que Meera se enteró y los siguientes días lo único que comió fueron verduras (una experiencia que no recomienda, -20000/10). También está la leche de fresa, que más que un gusto especial es un recuerdo de su vida normal esperándola en Oakland. Ella puede recordar sentarse en el sillón del salón, leche de fresa en una mano y un sándwich de mortadela en la otra, viendo películas de Disney hasta entrada la noche con su tío Michael. Aún rememora con una sonrisa la ocasión en la que hicieron un maratón de películas y se hincharon de palomitas y chucherías de tal manera que su tío enfermó y tuvo que tomarse un día libre en el trabajo. Dos semanas después, su tutora de piano estaba intentando matarla. Pero bueno, son cosas que pasan, ¿cierto? Un día te despiertas en las sábanas calentitas de tu cama y al otro estás en una enfermería en un campamento para hijos de dioses cuando abres los ojos.
El tema es que Keva Rose ama las costillas de barbacoa, ¿entiendes? Así que escabullirse de la fila de la cabaña once hacia el comedor para escapar de las garras de Meera y el jefe de cabaña no fue su mejor idea, pero lo hace por su propio bien – y por el de sus oídos. Si tiene que escuchar otra regañina más se lanza al lago de cabeza, con ropa y todo. Entiéndela, ¿sí? Nadie conoce los rostros decepcionados de Luke Castellan y Meera Johnson mejor que ella, y créela cuando te dice que no es algo que quieras experimentar. En fin, ella está más que acostumbrada a ser una decepción hecha persona, pero tampoco le gusta recordarlo cada vez que los ve (tanto a ellos como a Connor Stoll – ¿no podían dejarlo al menos por un día en el campo de tiro? No hay justicia en este mundo), así que hizo lo que hace mejor: ignorar sus responsabilidades y huir. En su defensa, tiene trece años, tampoco es que cuente con tantas responsabilidades. Aparte de mantenerse alimentada, gruñe su estómago mientras sus pies la arrastran en dirección de la Casa Grande, y Keva no tiene más remedio que estar de acuerdo. Seguro que el señor D tiene comida escondida por alguna parte, está claro que su expresión no viene por darse a la bebida, así que algo más debe ser.
Keva resopla mientras salta por encima de la barandilla del porche, dirigiéndose rápidamente hacia la sala de reuniones. Los jefes de cabaña tuvieron una junta hace unos días por alguna razón que ni con la ayuda de Ellie y Moisés consiguió sonsacarle a Luke, y se nota. Hay envolturas y vasos de plástico por toda la mesa de ping-pong, latas de Coca-Cola light apiñándose en fila en una esquina. Keva no es exigente: cogió el primer sándwich que vio, colocó una lata bajo su brazo y volvió hacia el porche. Allí se quedó, masticando ruidosamente y sorbiendo el refresco como si le fuera la vida en ello, sintiendo la extraña tranquilidad que se respiraba en los breves momentos de paz. Todo a su alrededor estaba desierto, los campistas demasiado ocupados engullendo comida, Meera y Luke seguramente estaban en otra de sus charlas sobre "Keva está en problemas parte 3000 – probablemente", y ella estaba observando como un misterioso vapor verde emanaba del interior de la Casa Grande. Espera, ¿qué?
A punto de atragantarse con su sándwich de pavo, Keva tragó rápidamente y con lata en mano, se puso de pie. Si hay algo que las historietas de otros mestizos (y las películas de terror) le han enseñado, es que no es buena idea acercarse al posiblemente vapor maligno que con seguridad traería con él graves consecuencias a su vida. Así que, por supuesto, Keva se lanzó hacia el vapor maligno como si fueran costillas a la barbacoa en una isla desierta. Mientras se adentraba de nuevo en la Casa Grande, ella tuvo la insólita sensación de que el suelo iba a quebrar bajo sus pies, lo cual no podía tener menos sentido. Si hay alguien en quien puedas confiar con la seguridad de tu suelo, es en los hijos de Hefesto. Sentía una pesadez en el aire, una presencia cargante en el fondo de su mente, algo como...
"Acércate, buscadora, ven a mí."
Algo como una voz, al parecer.
La situación es la siguiente: cuando eres hija de alguna diosa antigua de la mitología griega, prontamente te das cuenta de que tu vida es únicamente un circo de situaciones extrañas, criaturas inimaginables y aprensión. Keva se había hecho a la idea por ese entonces, acostada en una de las camillas de la enfermería, su corazón todavía latiendo mientras observaba con la mirada vacía el collar entre sus dedos, de que había marcado un importante antes y después en su existencia. Ella ha sido atacada por perros del infierno, furias y monstruos cuyos nombres ni siquiera conoce. ¿Ahora tiene una voz en su cabeza? Muy bien, ella puede aguantarlo. Sería apenas un pequeño pie de página en la historia de su vida.
"Ven a mí, buscadora."
Si al menos la voz en su cabeza fuera un poquito más paciente, eso ayudaría bastante. Keva juró por lo bajo, frunciendo el ceño en dirección del vapor verde como si tuviera la culpa de todos sus males.
—¿Y a dónde se supone que tengo que ir? —masculló—. Mucho "ven a mí" "ven a mí", pero no se te nota mucho por la labor de darme un mapa al menos.
De pronto, como si la voz en su cabeza la estuviera escuchando con atención, el vapor se disipó lo suficiente para mostrar un claro camino hacia las escaleras. Keva parpadeó.
—Gracias, supongo.
Cuatro pisos más arriba (y dos ataques de tos por el maldito vapor), las escaleras terminaban debajo de una trampilla verde. Keva respiró hondo, tuvo su tercer ataque de tos en cinco minutos y tiró de la cuerda. La portezuela se abrió, y de ella bajó una escalera. Ella miró hacia arriba, hacia el origen del vapor, hacia el probable origen de la extraña voz en su cabeza. Se preguntó si era tan buena idea subir, si no sería mejor correr lejos del ático, lejos del porche, lejos de la Casa Grande, de vuelta en las familiares paredes de la cabaña once, en los brazos de Meera. Pero ella había llegado hasta aquí, ¿qué sentido tendría dar la vuelta ahora? Ignoró sus pensamientos contradictorios y subió. El aire en el ático era cálido, no lo suficiente como para agobiar, pero a Keva le resultaba asfixiante por alguna razón. Había un extraño olor, una mezcla de moho y podredumbre, un aroma que Keva no pudo descifrar.
El ático estaba repleto de objetos, viejos trastos de una historia antigua que ella no conocía. Todo a su alrededor eran armaduras cubiertas de telarañas, escudos desgastados, la sensación de vidas desaparecidas hacía mucho más tiempo del que ella podía contar. Keva pudo atisbar una mesa larga llena de tarros con... ¿Qué diablos era eso? Nada más ver lo que parecían distintas partes de monstruo, ella apartó la mirada con un nudo en la garganta. En la pared destacaba lo que parecía ser una gigantesca cabeza de una serpiente, y en cualquier otro momento ella hubiera encontrado el momento para sentirse disgustada, pero había algo en la habitación más apremiante que partes cercenadas. Era un cadáver.
Técnicamente es una momia, las palabras de Luke vuelven a su cabeza, un alivio tras la voz áspera inundando su mente, es asquerosa y está muerta, pero no un cadáver. Toda la cabaña estuvo fuera de sus mentes de la emoción, ¡a uno de los suyos se le había sido asignada una misión! Luke lucía más emocionado entonces de lo que Keva había visto nunca, una sonrisa deslumbrante en su rostro incluso cuando hablaba de lo terrorífico y repulsivo que era encontrarse cara a cara con el Oráculo de Delfos (Keva se niega a pensar en la desaparición de esa felicidad brillante después de su regreso, sin manzana y nada más que una garra de dragón, una cicatriz en su ojo y su alma). Y ahora ella misma se hallaba frente a la criatura que le había provocado pesadillas únicamente por las descripciones de Luke.
Ahí estaba, junto a la ventana, sentada en un taburete de madera de tres patas: el Oráculo de Delfos. Porque no podía ser nadie más, nada más, las palabras de Luke habían sido ciertas. No podía parecerse menos a un ser humano si lo intentara, pero ella podía discernir lo que había sido. En algún momento había sido humana, un alma brillante, una mujer vivaz. Ahora no era más que un cadáver encogido y arrugado en el ático del campamento. La tristeza pesaba más en su corazón de lo que el miedo y el asco alguna vez podrían. ¿Qué le había pasado a esa pobre mujer? Ella había escuchado los mitos de boca de otros, esto no debería haber pasado. ¿Por qué pasó? Quería preguntar, ¿qué te llevó hasta este momento? Pero no podía. Si el oráculo la había llevado hasta allí, sería por alguna razón en específico. Y Keva dudaba que ese motivo tuviera algo que ver con el deseo de la momia de contar sus penurias.
Pasados unos segundos, la momia se irguió lo más que podía con su cuerpo decrépito y abrió la boca. De su interior brotó lo mismo que la había traído hacia allí, una niebla verde que se deslizó por el suelo como agua de un manantial, retumbando como el silbido de mil serpientes en sus oídos. Keva dio un involuntario paso atrás, y la trampilla se cerró de golpe, como si notara su instinto de escape. La misma voz que la había estado acosando desde su breve desayuno en el porche se adentró entonces en su cerebro nuevamente, como una presencia que no podía echar por mucho que lo intentara.
"Soy el espíritu de Delfos, degollador de la gran Pitón. Acércate, buscadora, y pregunta."
Keva no tenía la menor idea de que tenía que preguntar, es decir, cuando te acercas al Oráculo de Delfos, normalmente conoces el propósito. Sobre todo, en la era antigua, no ibas a gastarte una fortuna solo para quedarte diciendo "eh, pues, yo... ¿Debería tomar gachas la semana que viene?". Ella había sido atraída hacia aquí, ¿no debería estar haciendo ella las preguntas? Jurando bajo su aliento y mirando sus ojos huecos, Keva contempló sus dudas. ¿Qué podría preguntar? Hay tanto que no sabe. ¿Es Deméter mi madre? ¿Por qué no me reconoce? ¿Por qué me odia tanto? ¿Por qué el Señor del Inframundo me tiene manía? ¿Por qué no puedo salir del campamento sin que un monstruo intente cercenarme la cabeza? Pero Keva sabía que el Oráculo no funcionaba así, y las palabras brotaron de sus labios como si tuvieran consciencia propia:
—¿Qué puedo hacer para que mi madre me considere digna de ser reconocida como suya? —murmuró con voz seca pero potente, sus dedos apretándose alrededor de la lata de Coca-Cola que había olvidado que llevaba consigo.
Como respuesta, la niebla se espesó y se agrupó frente a ella y alrededor de la mesa con las partes de monstruos. De repente aparecieron dos personas sentadas en un sillón, viendo con atención la televisión. Sus rostros se volvieron hacia ella y se le escapó un jadeo. Debía ser nada más que una ilusión de la niebla, porque conocía esas caras, y recordaba esa día. En una parte estaba su tío, los mismos rasgos que recordaba de la última vez que lo había visto hace seis años, en ese momento sin preocupación, nada más que calma y gentileza en su rostro. Keva pudo sentir un sollozo ahogándose en su garganta, porque las memorias no tenían nada que ver con la realidad que es Michael Rose en carne y hueso. Pero ese no era él, y ella se obligó a apartar la vista, lágrimas quemando sus ojos. En una esquina, rodeada de mantas y dulces, estaba Keva. Con seis años y ojos brillantes, una sonrisa feliz mientras murmuraba palabras de aliento que los personajes de las películas de Disney ni siquiera podían oír. Keva recordaba ese día, recordaba el maratón de películas, las palomitas dulces, las risas y más tarde, las arcadas de su tío en el baño, sus quejas sobre como "¡deberías haberme dicho que parara! Ambos sabemos que apenas cuento como adulto responsable, Rosie". Keva recordaba ese día, y saber que no podía volver ardía en su alma.
Al espíritu del Oráculo no le podían importar menos las insignificantes emociones humanas, y pronto su tío se volvió hacia ella y habló con la voz áspera de su mente:
"El comienzo del que proviene del mar, la vida de la niña de la primavera eterna debe cambiar."
Keva parpadeó, pero antes siquiera de que pudiera pensar en el significado de esas palabras, su versión más joven miró hacia ella, con los mismos ojos brillantes que la perseguían en sus pesadillas.
"A la muerte encontrará, y las respuestas hallará".
Las figuras empezaron a disolverse. Keva dio un paso atrás mientras la niebla verde se deslizaba, enroscándose y retirándose hacia la boca de la momia. La lata de Coca-Cola light se le cayó de las manos.
—¿¡Eso es todo?! —gritó ella—. ¿Tanto bombo y circunstancia solo para esto? Menuda mierda de profecía, es más corta que el hilo de la vida de los Stoll si siguen metiéndose conmigo.
Ella observó como el último atisbo del vapor verde desaparecía por la boca de la momia, que se apoyó nuevamente contra la pared y cerró la boca bruscamente, como si hubiera permanecido así durante siglos. Todo a su alrededor quedó en silencio de nuevo, solo ella y su respiración como muestra de que existía algo vivo en ese desván.
—¡Dime algo más! —chilló Keva—, ¿acaso las profecías no deberían tener más información y, no sé, sentido?
La momia permaneció inerte y Keva hizo un puchero, cruzándose de brazos.
—Seguro que la profecía de Luke moló más.
Keva se sintió como una pobre palurda de la era antigua que había perdido una fortuna para preguntarle al Oráculo si debería tomar gachas la siguiente semana, no tenía ni idea de que acababa de pasar en ese ático. Pero sabía muy bien que su audiencia con el Oráculo de Delfos había terminado, así que, con un pesado suspiro de exasperación, se dio la vuelta sobre la Coca-Cola light derramada y volvió por donde llegó.
Con más preguntas que respuestas, Keva huyó de la Casa Grande y volvió al sendero principal del campamento. A su alrededor, los campistas ya habían vuelto a sus actividades habituales y el desayuno hacía tiempo que había finalizado. Ella no tenía ni idea de adónde ir, su horario era lo último que tenía en su mente en ese momento. ¿Debería contárselo a alguien? Keva sabía que algunas personas se volvían locas tras una audiencia con el Oráculo, ¿y si algo extraño le pasaba y nadie conocía la razón? Su conversación (por así decirlo) no había sigo programada, como debía ser si querías conseguir una profecía por alguna razón. Nadie más que ella y el espíritu del Oráculo sabía que ella había estado ahí. ¿Qué debía hacer? ¿Contárselo a Luke? Keva se rio entre dientes, ¿contárselo a Meera? Por mucho que confié en ella, Keva sabe que decírselo solo conseguirá que a Meera se le vaya la pinza incluso más. Últimamente ha estado extraña, hablando de sensaciones de peligro y futuros inciertos, ni siquiera el Oráculo pareció tan de mal agüero como ella – y eso es mucho decir.
Keva resopló y se dirigió hacia la playa. Las clases de canoa deberían estar ocurriendo en ese momento, así que el lago no era el mejor sitio al que acudir en ese momento. Sin embargo, lo más seguro es que la playa estuviera desierta sin tener en cuenta a las nereidas. Ella sentía que un rato a solas para pensar no le vendría mal. Sin embargo, cuando se acercó a la orilla, se dio cuenta de que había estado equivocada: la playa no estaba tan vacía como se había imaginado. Cerca de la orilla, desplomado en la arena, había un campista, la camisa naranja característica del campamento brillando bajo la luz del sol. Ella ladeó la cabeza y se acercó, sentándose con las piernas cruzadas justo a su lado. Solo entonces se dio cuenta de que, por alguna razón, el nuevo campista había decidido no acudir a las clases de canoa en las que tanto se lucía.
—Buenas, Percy Jackson.
El nuevo dio tal respingo al escucharla que la arena voló a su alrededor por un momento, pronto desplomándose en sus pantalones. Con tal fuerza que parecía querer romperse el cuello, el nuevo campista se giró hacia ella.
—Uh, buenas...
Keva alzó una ceja.
—Mi nombre es Keva Rose. Es un placer conocerte... de nuevo, supongo.
Percy Jackson se rio entre dientes.
—"Un placer", eso lo dudo.
—¿Eh?
—La última vez que me viste me amenazaste con atravesarme con una lanza por arruinarte la camisa.
Una breve pausa, Keva frunció los labios.
—Bueno, sí. Pero eso fue hace tiempo, soy una persona diferente ahora.
Percy Jackson le dirigió una mirada confundida.
—Eso pasó ayer.
Keva resopló, ondeando la mano como si intentara ahuyentar sus palabras.
—Ayer, hoy, hace mil años. ¿Qué más da? Lo importante es vivir el momento, y hablando de vivir el momento... ¿No deberías estar tú viviendo el momento en clase de canoa?
—¿No deberías estar tú viviendo el momento en clase de arquería? —refutó él.
—Yo pregunté primero.
—Primera, segunda, hace mil años. ¿Qué más da?
Keva entrecerró los ojos, pero pronto no pudo aguantar la risa.
—Ahí me has pillado. Bueno, me metí en un lío y decidí escapar de las garras sangrientas que son la supervisión de adultos. ¿Y tú qué, cuál es tu excusa?
El nuevo se encogió de hombros.
—No tengo excusa.
—¿Entonces decidiste escaparte porque sí? ¿Intentas que te echen del campamento como si fuera la expulsión de otra escuela? —bromeó, pero ante el silencio que prosiguió a su pregunta, dijo en un tono más serio—. ¿Realmente estás intentando que te echen del campamento?
Percy Jackson negó con la cabeza, pero ni siquiera él parecía convencido.
—No exactamente, es solo que... —titubeó y Keva miró a la arena, moviéndola entre sus dedos, sintiendo que su atención fija solo haría que el chico se cerrara más. Apenas lo conocía, pero sabía una parte de su historia, y lo menos que necesitaba, en su opinión, es querer hablar y no ser escuchado—. Es todo tan extraño. Hace unos días estaba en Montauk, ¿sabes?
—¿Montauk? —preguntó Keva, instándole a seguir.
—El curso había terminado y mi madre... Mi madre había decidido llevarme a la playa, a una cabaña en Montauk. Es donde solemos... solíamos veranear alguna vez, para tomarnos un respiro de la ciudad, podrías decir. Allí estábamos cuando llegó Grover.
—Tu protector, ¿no?
Él asintió.
—Nos conocimos en la academia Yancy, es la escuela a la que solía ir antes de que... Bueno, antes de que me expulsaran. Otra vez.
Keva se encogió de hombros.
—Cosas que pasan.
Riéndose entre dientes, Percy Jackson prosiguió.
—Sobre todo a mí, si te contara todas las veces en las que me expulsaron, no terminaría.
—Te creo —respondió Keva, sonriendo y apoyando su cabeza en su rodilla flexionada—. ¿Qué pasó después?
—Lo que te puedes imaginar. El mino – el monstruo nos encontró, llegamos al campamento y mi madre...
—Debes echarla de menos.
Percy Jackson miró hacia abajo, haciendo un círculo en la arena distraídamente.
—No sé qué se supone que debo hacer aquí.
Keva puede reconocer un cambio de tema cuando lo ve, pero no es algo que piense echarle en cara.
—No hay mucho que hacer. Entrenar, entrenar, comer, entrenar, estudiar, entrenar.
—Todo el mundo parece destacar en algo. Los hijos de Apolo en arquería, los de Ares en lucha, los de Hefesto con el metal. Hasta las ninfas del bosque me hacen morder el polvo.
—Las ninfas hacen morder el polvo a todo el mundo, no te lo tomes como algo personal. Tienen práctica.
—Aun así, ser más lento que un árbol es un poco humillante.
—Eso no te lo voy a negar. Pero en serio, Percy Jackson, encontrarás tu sitio en el campamento. Sea con tus habilidades en la canoa o como el hijo del dios de los retretes, más pronto de lo que crees. Lo presiento.
—Suenas como una hija de Apolo, "lo presiento".
Keva le dirigió una mirada escandalizada.
—Imposible. Los arcos y yo somos archienemigos.
El novato la miró.
—¿Qué?
Keva se rio, se puso en pie y procedió a quitarse la arena pegada a sus pantalones.
—Nada. Ahora vamos, chico nuevo —le tendió la mano—, hay todo un mundo ahí fuera esperando por ti. Y unos árboles muy rápidos, también.
Percy Jackson miró a su mano y luego a la arena, sonrió y cogió su mano.
—Sí, bueno, ¿cómo podría hacer esperar a unos árboles?
Mano en mano y arena en donde nunca debería haber, Keva Rose y Percy Jackson dejaron atrás la playa, las olas murmurando como despedida.
Fue horas después, en la oscuridad de la noche, cuando Keva Rose abrió los ojos a un mundo pintado en sombras. Ella sabía que estaba en su cama, en su cabaña, acurrucada en su manta, los ronquidos de Moisés como música de fondo. De pie en la oscuridad, no había ningún sonido salvo el de su respiración. Eso solo podía significar una cosa. Suspirando, Keva esperó a la aparición que la había estado persiguiendo desde que tuvo consciencia suficiente. Como esperaba, pronto sopló un cálido viento y ella casi pudo escuchar el murmullo de las hojas, pudo sentir la presencia tan familiar como ella misma a su espalda.
—Keva —murmuró la voz.
Ella nunca ha podido reconocerla, nunca ha podido saber si pertenece a un hombre o a una mujer. Siquiera su edad. Es una voz intemporal, se dijo a si misma cuando aprendió la palabra que consideraba más apropiada, ni joven ni vieja. Solo poderosa. Tenía un retintín suave, un tono gentil que había sosegado sus miedos la primera vez que la escuchó, pero eso era todo. Era solo una voz, una sombra en sus sueños. Un ser que había estado ahí toda su vida. A veces parecía ser la única constante en su existencia.
—¿Qué es esta vez? —masculló, porque diablos, realmente le gustaría disfrutar lo que se consideraría "un sueño sin sueños" por una ocasión en su vida.
—Siento que algo se acerca.
Ella suspiró.
—Oh dioses, ¿tú también? Primero Meera, luego el Oráculo y ahora tú. ¿Acaso no puedo tomarme un respiro de tan mal agüero?
Cuando el ser habló, hubo una urgencia notable en su voz.
—¿El Oráculo?
—Oh, ¿no lo sabes? Siempre has parecido saber todo sobre mí.
Si reconoció la pulla por lo que era, la sombra decidió ignorarla.
—Keva, ¿qué ha pasado?
—No lo sé, ¿vale? De pronto hubo un vapor verde que me guio hasta el Oráculo, eso es todo.
—¿El espíritu del Oráculo te llevó hacia si mismo? —susurró el ser, pero parecía estar hablando para si más que para Keva.
—Eso parece. Y realmente no sé porque, fue una profecía de mierda —se quejó Keva—, casi hace que me dé un ataque y después me suelta esa burrada. No hay vergüenza.
—Lenguaje, Keva —regañó la voz, Keva le hubiera enseñado la lengua si estuviera segura de que pudiera verla—. ¿Qué te dijo el Oráculo?
Keva contempló no contarlo, pero no había razón. Seguramente se enteraría de todos modos, siempre lo hacía.
—Ni yo lo sé, pero fue tipo "el comienzo del tipo del mar cambiará la vida de la niña de la primavera eterna que la llevará a la muerte y a las respuestas, no necesariamente en ese orden".
—Dudo de que esas fueran las palabras exactas del Oráculo —la voz sonaba perpleja.
—Estoy parafraseando —admitió Keva—, y la verdad, se me da mucho mejor esto que al Oráculo. Hasta sería mejor siendo momia.
—No bromees con esas cosas, rosa —la regañó, de nuevo. Quizás debería preguntarle si de casualidad es familia de Meera—. Esto es malo.
—¿A qué te refieres?
—El robo, las discusiones, los desastres, ¿y ahora el Oráculo te envía directamente? Esto es malo.
—¿Qué robo? ¿Qué discusiones y desastres? ¿De qué estás hablando?
—Keva —urgió la voz, y ella pudo sentir el viento en su piel, como si unas manos cálidas la agarraran de los hombros—. Tienes que estar preparada.
—¿Preparada para qué? —espetó, adormilada y francamente cansada de acertijos sin respuesta.
—Para el cambio que traerá el hijo del mar consigo —murmuró—. Necesitas prepararte, necesitas... Tu collar.
—¿Mi qué?
—Tu collar, el que tu tío dejó en tu poder cuando decidió resguardarte en el campamento.
—Sí, ¿qué pasa con eso?
—Necesitas conocer su verdadero poder, necesitas entender lo que significa.
—¿De qué diablos estás hablando?
Una mano invisible tiró de su collar, cogiendo su mano y cerrando su puño alrededor del colgante.
—Solo mira.
Keva no tenía ni idea de que estaba hablando, pero miró hacia su mano. Ahí, entre la oscuridad cálida que la había acompañado desde la infancia, el collar en forma de rosa brillaba débilmente, el rojo proyectando la ilusión de sangre en sus manos.
—¿Por qué diablos está brillando?
La voz susurró en su oído:
—Tú solo mira.
Keva juró, pero observó su colgante. Observó como las hojas se alargaban, como los pétalos tomaban forma, como el colgante perdía su cadena dorada y se estiraba en su mano como un gato a la luz del sol. Cuando se dio cuenta, la rosa que la había acompañado desde su llegada al Campamento Mestizo había dejado atrás lo que parecía ser una daga de oro rosa, aún brillando en su puño. Ella jadeó, su mano apretándose inconscientemente, una fina línea de sangre dejando marca en la empuñadora reluciente.
—¿Qué diablos? —murmuró débilmente.
Sintió el cálido aire en su nuca, una voz igual de suave en su oído.
—Aprende a usarla, rosa. Prepárate lo más que puedas para el cambio. No puedo hacer mucho por ti ahí fuera, pero puedes contar conmigo. Cuando realmente me necesites, estaré ahí. Siempre.
Keva se despertó de golpe con una respiración pesada, sentándose bruscamente en su cama únicamente para encontrar la daga de sus sueños brillando intensamente en su mano en la oscuridad de la noche, su mano húmeda de su propia sangre y carne. Cuando miró hacia arriba, se encontró con las miradas confusas del resto de la cabaña once, observando la luz en sus manos como si tuviera la respuesta a todas sus cuestiones. Antes de que pudiera decir nada, la voz adormilada de Ellie Marshall masculló a su lado.
—Qué cojones, Keva.
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