Las cuatro familias.

- ¡Vincent ya basta!- un niño de unos ocho años perseguía a su hermano mayor por toda la casa, buscando recuperar su consola portátil- ¡le diré a mamá que te castigue!

- no me asustas Roy- alardeó el mayor, ocultando la consola entre los libros de su padre- sigo siendo mayor que tú, tus amenazas no me asustan.

El menor inflo las mejillas en un gesto de enfado y se dio vuelta, tomó aire por la boca y grito- ¡MAMÁ, VINCENT NO ME DEJA TRANQUILO!

- ¡ya dejen de pelear y pónganse a hacer tareas!- le gritaron de regreso, con lo que Vincent soltó una carcajada y se fue caminando hasta la cocina, donde su madre lavaba los platos.

- Roy estaba jugando videojuegos, y yo le quite la consola- se explicó a su madre con una sonrisa inocente, con lo que se ganó una caricia en la cabeza- se la daré cuando haga los deberes.

- tramposo, eres un tramposo Vincent- su hermanito se fue corriendo escaleras arriba para encerrarse en su habitación y dedicarse a lanzar cosas contra las paredes en forma de berrinche.

Así solía ser la vida de los Allen, una familia de 4 personas: papá, mamá, Vincent el hijo mayor y Roy el menor. Los dos chicos se llevaban tres años de diferencia, Roy con 8 y Vincent con 11; tenían la tendencia a pelear por cualquier cosa, igual que cualquier par de hermanos, con la diferencia que Vincent solía amenazar a su hermano con objetos filosos, como cuchillos o navajas.

El joven Roy Allen siempre fue reservado pero alegre, disfrutaba la música y le gustaba cantar y de vez en cuando "tocar" la guitarra. Físicamente era similar a su padre: piel pálida, ojos color chocolate y cabello negro. Soñaba con ser un gran músico algún día.

Vincent Allen, por su lado, era un chico extrovertido, sociable y por demás enérgico y animado, le gustaban todas aquellas cosas que involucraran cuchillos, sangre, asesinatos sádicos y otras cuantas cosas por el estilo. En apariencia era una mezcla de sus padres: cabello negro, ojos grises y piel levemente morena, para tener 11 años era algo alto. Solían llevarlo a terapia psicológica para tratar su "pasión" hacia las cosas afiladas.

Podría decirse que el hijo menor de esta familia era perfecto, y el mayor simplemente estaba algo mal de la cabeza; aunque siempre fueron la familia feliz que todos envidiaban.

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- ¡ya quédate quiero enano!- murmuraba con fastidio un hombre, atando las manos del que parecía ser su hijo a un tubo metálico- eres más problemático que un perro.

- un perro sería más obediente que él- aseguró su esposa mientras limaba sus largas uñas de bruja- hasta un gato sería mejor que ese bastardo.

- bas...basta- lagrimas resbalaban por las pálidas mejillas del chico, obscureciendo sus verdes ojos- por favor padre... basta.

- cierra el pico, o tendré que cerrártelo- amenazó con intenciones de amordazar a su hijo, cosa que de todas formas tenía planeado hacer.

Una vez que el chico estuvo amarrado, sacándole de un jalón la camiseta que traía, empezó a golpear la pálida piel del muchacho.

La familia Brown, compuesta solo de tres miembros: Mamá, papá y el único hijo, Scott de 10 años. Hay que decir que dé común solo tenían el apellido, el número de integrantes y la apariencia física. Los Brown tenían una mala costumbre, golpear y maltratar a su hijo con frecuencia. Más que nada lo hacían por diversión, aunque también lo hacían porque no lo querían como hijo.

Scott era bastante tímido, algo aislado e incluso asocial, pero bastante cariñoso si así lo quería. Tenía el cabello negro, un poco largo y alborotado, ojos verdes esmeralda y la piel algo pálida; una pequeña deficiencia visual lo obligaba a usar lentes, pero eso nunca lo molesto pues no eran de uso permanente.

Si bien los padres se amaban con locura, y solían cometer actos sexuales en presencia de su hijo, lo mejor que podía pasarle al chico era ver cómo sus padres tenían sexo en su habitación o la sala mientras él se encontraba allí. En los "peores días" solían azotarlo en la espalda o el pecho con ayuda de un látigo, hasta el punto de hacerlo sangrar; también lo usaban con saco de boxeo o un simple juguete de lucha al que podían tratar como se les vinieran en gana.

No cabe duda que era una familia dañada, por decirlo de forma sutil, aunque correctamente la describiría como una familia violenta, enferma y por demás podrida, pero no está en mis manos hacerlo.

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Un chico de cabello castaño oscuro, casi negro, corría de un lado al otro del patio, seguido de cerca por un chico de cabellos rojizos. Jugaban alegres con un pequeño perro de color blanco, cuidando de no pisar al animalito.

- Mike, Fritz, el almuerzo está listo- un hombre de cabello castaños y ojos verdes llamaba a los chicos desde el umbral de la puerta- vengan antes que se enfríe.

- ya vamos papá- gritó Mike con una sonrisa, deteniendo su camino.

- fue divertido- exclamó Fritz con entusiasmo, alzando al perrito y abrazándolo como un animal de peluche- deberíamos hacer esto más seguido.

Las reuniones familiares de los Schmidt solían ser así, llenas de risas y juegos por parte de los más pequeños. En general eran una familia unida, por el lado de Fritz estaban él, su madre y su padre. En el caso de Mike, solo eran él y su padre, pero se llevaban bien entre ellos.

Mike Schmidt, de 12 años era amable y atento con los amigos y la familia, solía preocupase de que todos a su alrededor estuvieran bien. Era como su madre, según había visto en las fotografías: cabello casi negro, ojos azul celeste con toques de verde y la piel morena, era alto y solía presumir eso.

Fritz Schmit más bien era algo (demasiado) enérgico, también impaciente y ansioso. Se parecía a su madre, de cabello rojizo y ojos verdes, piel algo pálida y un poco regordete. No tenía nada qué presumir, pero le gustaba ser como era.

En general eran una familia unida, ningún defecto visible o por contar, más bien los defectos estaban ocultos en cada hogar. Una familia envidiable.

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- ¡terminaras por matarlo!- gritó una mujer, untando crema en las quemaduras del brazo de su hijo- ¿acaso no te importa?

- ese bastardo no me interesa en lo más mínimo, así que me da igual lo que pase con él- el hombre parado delante de ella daba una calada al cigarro en su mano, mismo con el que segundos antes había quemado el brazo de su hijo dos veces- por mí se puede ir muriendo.

- este "bastardo", como tú lo llamas, es tu hijo- reclamó la mujer acariciando la cabeza del pequeño, apegándolo hacía si- debería importarte lo que pase con él.

El hombre sonrío y tomó el cigarro entre sus dedos, agachándose a la altura del menor y viéndolo a los ojos- bastardo...- hablo antes de volver a poner la punta caliente del cigarro sobre la pálida piel del niño.

Familia Fitzgerald, tres miembros como toda familia normal, problemas de una familia no tan normal. El padre, para desgracia de su familia, resultó ser alcohólico y adicto a los juegos de azar, llevando a la familia a la ruina; la madre siempre trabajaba para darle lo mejor a su hijo, aunque gran parte de ese dinero terminaba perdido entre las botellas de ron y wiski.

Jeremy, 10 años de edad, el único hijo de tan mal matrimonio (que no se ha desintegrado por el pequeño) debía pagar todos los episodios de ira y ebriedad que sufría su padre. Físicamente era tierno, de cabello castaño claro y ojos verdes, la piel pálida y algo bajito. Lleno de moretones y cicatrices de quemaduras llenaban sus brazos y abdomen, obligándolo a usar con frecuencia sacos de cuello tortuga.

Sencillamente una familia rota desde el inicio, unida únicamente por el pequeño hijo. "Es por su bien psicológico" siempre fue el argumento de la madre "pero solo le hace más daño" le explicaban los demás, tratando de hacerla caer en la cuenta.

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Es un poco extraño esto de no empezar directamente con la historia, pero para mí es necesario que entiendan la realidad de cada uno de los chicos antes de leer. Ya saben, para entender todo.

Disfruten y nos leemos después :)

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