5


Pasé otra noche sin dormir. Vagué por el palacio de madrugada. En unas horas el príncipe iba a morir y aún no podía asimilarlo. Bajé al sótano y contemplé su estante de libros. El volumen azul refulgía como si un hada viviera ahí dentro.

Necesito saber qué es lo que hará, pensé.

Busqué los guantes de cuero del príncipe y me los puse. Tome aire y exhalé, entonces, ya listo, tomé el libro de la bruja y lo llevé a la mesa de trabajo. Empecé a ojearlo con los ojos muy abiertos, y no pude evitar sonreír al recordar lo bien que lo pasé ayudando al príncipe con las pociones y embrujos. Jamás había sido tan feliz. No podía perderlo, no ahora que éramos tan cercanos. Llegué al último hechizo. Era uno que él jamás había realizado. Se llamaba "Deseo de sangre". Me hice una idea de qué trataba y se me revolvió el estómago. Temeroso, me quité los guantes y toqué la página con las manos desnudas. Entonces una luz cegadora me envolvió y, una vez más, me transportó a los recuerdos del príncipe brujo.

Lo primero que vi fue a su alteza troceando varias piedras del tiempo arrodillado frente a una chimenea. Afuera llovía. Fui con él y me senté en el suelo a su lado. Esta versión del príncipe no era muy diferente a la actual; su cabello era un poco más corto y usaba ropa de colores claros. Alcé una mano para posarla en su hombro, pero lo atravesé.

—Su alteza...—susurré, aunque sabía que no podía escucharme.

Él seguía abstraído en su actividad. Las piedras del tiempo no eran muy duras, así que las quebraba en trozos muy pequeños con las manos y luego los dejaba sobre un plato de cerámica. Iba a acercarme un poco más, pero entonces apareció la madre del príncipe con el cabello y vestido empapados. Su alteza volteó a verla.

—No vendrá, ¿cierto?—le dijo.

La bruja apretó los labios.

—No.

El príncipe sonrió.

—Está bien. No lo necesitamos.

La bruja forzó una sonrisa y le dio la espalda para encender el caldero. Después sacó una daga pequeña que guardaba en una talega bajo su falda.

—Quisiera que tu padre nos visitara aunque sea una vez. Mañana es tu cumpleaños y me hacía mucha ilusión verlo aquí.

—Es un hombre ocupado, mamá.

—Él podría venir si quisiera, pero solo nos ve como un estorbo—la mujer hirió la palma de su mano y dejó que unas gotas cayeran en el caldero—. Lo vi con su mujer y sus siete hijos. Estaban merendando en el jardín. Tuve que esperar dos horas para que se dignara a hablar conmigo.

La bruja empezó a sollozar. Volteó a ver a su hijo y contemplé sus ojos lacrimosos.

—No lo necesitamos—reiteró el príncipe—. Somos felices así.

—Lo dices para que no me sienta mal—contestó la madre—. Pero te conozco muy bien. Sé qué piensas realmente.

—Mamá...

—Ya no tienes que preocuparte por eso. Yo me encargaré de todo.

La mujer contempló el puñal que sostenía. La sangre en él se escurrió y manchó su vestido. El príncipe se levantó del suelo.

—¿Para qué es este conjuro?—le preguntó.

La bruja sonrió entre sus lágrimas.

—Para tener la vida que merecemos.

Dicho esto, se clavó la daga en el pecho y la cabaña fue invadida por una breve oscuridad. Un momento después las llamas del caldero adquirieron el color de la sangre y cientos de ojos demoníacos aparecieron por todos lados, observando a la bruja y a su hijo. El príncipe no dejaba de temblar. Miró a la bruja abrir la herida en su pecho y luego sacarse el corazón sangriento y palpitante. A pesar de ello no había muerto, ni siquiera lucía debilitada. La mujer puso el corazón en medio de las llamas y estas, en vez de consumirlo, hicieron que levitara en medio de ellas. Los ojos alrededor de nosotros seguían brillando, expectantes. El corazón desapareció y las llamas crecieron, tomando la forma de una mujer. Poco a poco su fulgor se extinguió y vi a la criatura flotar sobre el caldero; tenía las alas transparentes de un hada, pero su piel era verde y rugosa, como la de un reptil. Vi sus ojos felinos y largas orejas puntiagudas. No tenía nada de cabello. ¿Qué era ella? ¿Un hada muy poderosa? ¿Un demonio?

La bruja enjugó sus lágrimas y miró a ese monstruo directo a los ojos.

—Quiero que el rey nos ame a mi hijo y a mí—dijo ella con furia—. Y deseo que desprecie a su esposa y a los siete príncipes. Quiero que sienta asco al verlos y que los destierre del castillo. Quiero que mi hijo y yo seamos las únicas luces en su vida.

El hada grotesca ladeó la cabeza y sonrió. Sus dientes eran pequeños y afilados. No dijo nada, solo asintió. Entonces los ojos de los demonios se fueron apagando uno a uno. El príncipe miró alrededor y gritó cuando la oscuridad fue total. Él lloró y gimió un largo rato, confundido y aterrado. Dejó de llover y el único sonido presente era su voz herida y su respiración. Una vez logró calmarse lo suficiente, el príncipe brujo encendió el caldero y vio a su madre en el piso. No respiraba. Tenía los ojos abiertos y ni una sola gota de sangre emanaba de su herida. Él se arrodilló y la abrazó. Sabía que era inútil, pero aún así intentó revivirla. Ahora no era más que una muñeca fría y gris.

Corrí hacia él, pero mi tiempo ya se había agotado y no podía seguir ahí. Regresé a mi realidad igual de aterrado que su alteza en ese recuerdo.

Al día siguiente el rey fue por él y lo trajo al palacio, pensé. El deseo de sangre funcionó.

Mis manos seguían temblando. Regresé el volumen a su lugar sintiéndome triste e impotente.

Por más que quiera no podré detenerlo...

Volví a mi habitación, pero no dormí. El sol salió a las pocas horas y me levanté para cambiarme de ropa e ir con el príncipe a hacer las compras, tal y como siempre. Creí que el hada nos acompañaría, pero su alteza la dejó a cargo del príncipe erudito. No hablamos mucho durante el viaje, y las pocas palabras que intercambiamos solo tenían que ver con la lista de compras. El príncipe brujo estaba muy tranquilo, como si su hechizo de hoy no fuera a matarlo. Su calma me daba escalofríos. ¿No sentía ni un poco de miedo a la muerte? ¿Tan grande era su amor por el hada sin alas? Contuve las ganas de llorar. No había disfrutado tanto la vida hasta que el príncipe llegó a ella. ¿Qué sería de mí sin él, sin todas esas horas de música y magia?

Después de comprar lo necesario para invocar a aquella hada reptiliana, su alteza y yo fuimos a una taberna para descansar un rato. Ninguno de los dos gustabamos del alcohol, así que bebimos jugo de arándanos. El príncipe miró alrededor; era muy temprano y no había mucha gente. Eso le gustaba. Dio un sorbo a su tarro y sonrió.

—Eh...su alteza...—dije.

—¿Sí?

—Y-Yo...uh...

—Sé que fuiste a tocar mi libro en la madrugada. No te disculpes, no estoy molesto.

Bajé la mirada a mi bebida y contemplé mi reflejo angustiado en el agua escarlata.

—Sé que no estuvo bien, su alteza. Pero quería comprenderlo mejor. Y después de que lo hice, hubo ciertas cosas que me inquietaron.

—¿Cómo qué?

—Ese monstruo no cumplió todos los deseos de su madre, majestad. Solo el primero. No quisiera que usted perdiera su vida en vano.

—No será así.

—¿Cómo puede estar tan seguro?

—Mi madre cometió el error de pedir dos cosas. Solo tienes una vida, así que sólo puedes pedir un deseo.

—Pero ella era una bruja experta. Ella creó todos los hechizos de ese libro, debió saberlo. ¿Por qué pidió dos?

Alcé la mirada con timidez. El príncipe veía por encima de mi hombro, sumido en sus pensamientos.

—Te seré sincero: hay cosas de ese libro que no comprendo al cien por ciento, y el deseo de sangre es una de ellas—dijo—. La conclusión a la que llegué fue que tal vez mi madre creyó que esa hada le quitaría otra cosa para cumplir sus deseos, como un ojo o un brazo. No su vida. Por eso pidió tanto. Ella desconocía el verdadero precio.

—O tal vez no. Recuerde que ella extrajo su propio corazón. Estaba lista para morir.

Él suspiró.

—Nunca sabré toda la verdad. Pero de lo que sí estoy seguro es de que lo que pida se hará realidad a cambio de mi corazón.

Esbocé una leve sonrisa. Oírlo me dolía demasiado, pero lo mejor que podía hacer era apoyar su decisión.

—Sí que la ama, ¿verdad?

Me miró con los ojos muy abiertos. Lo había tomado por sorpresa.

—Sí, demasiado—respondió.

Entonces pude entenderlo a la perfección. Si a él llegara a faltarle algo muy preciado, yo no dudaría en dar mi vida para regresárselo.

El viaje de regreso me pareció muy breve. El príncipe avanzó sobre su unicornio blanco a cierta distancia frente a mí. Vi su cabello negro brillar bajo la luz del sol y su capa ondearse por el viento de primavera. Se veía tan hermoso que parecía irreal. Y en unas cuantas horas se iría para siempre. Llegamos al palacio y nos dirigimos al sótano. Vi en silencio a su alteza, quien encendió las velas en su mesa de trabajo y preparó los ingredientes para la invocación. Me dejé embriagar por el aroma de las rosas, madera quemada y frutas arcoiris. Él fue a su estante y tomó un puñal que guardaba en uno de los cajones. Después se quitó la capa y la dejó en una silla. Antes de empezar el deseo de sangre, volteó a verme y me dijo:

—Gracias por todo.

Sentí el rostro caliente.

No se vaya, pensé. Lo necesito.

—Gracias por hacerme parte de su vida—respondí, tratando de mantener el aplomo.

Él me sonrió, luego se dio media vuelta y contempló las llamas del caldero. Una vez se clavó la daga en el corazón, la oscuridad fue total. Los ojos no tardaron en aparecer, eran idénticos a los de la primera vez, pero ya no me daban miedo. El príncipe me transmitía su paz y seguridad. Lo vi sacarse el corazón sin titubear para luego ofrecerlo a las llamas. Estas danzaron al recibirlo, y a los pocos segundos desapareció dando lugar al hada grotesca, quien miró a su alteza ligeramente sorprendida.

—Quiero que mi amada tenga sus alas de vuelta—dijo el príncipe—. Eso es todo lo que pido.

La criatura se inclinó y acercó su mano al rostro del príncipe, acariciándolo con sus garras afiladas. Él no se inmutó. El hada asintió y su luz empezó a debilitarse poco a poco hasta desaparecer. Los ojos se desvanecieron de golpe y, en vez de la oscuridad total que dejaron la primera vez, quedó el brillo de las llamas rojas en el caldero. El príncipe no pudo soportar más estar de pie y cayó de rodillas al suelo.

—¿Qué...?—musitó, escupiendo sangre—. Yo...sigo con vida...

Alzó la mirada al caldero: su corazón seguía ahí protegido por el fuego. Fui a tomarlo con ambas manos y me sorprendí de que las llamas no me quemaran. Me acuclillé frente al brujo y regresé el corazón a su pecho. Una vez estuvo de vuelta en su lugar, la herida se cerró. El príncipe la miró perplejo, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tal parece que mi vida no es tan valiosa—dijo con la voz quebrada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top