capítulo uno

Seungmin 🌞

Mi papá aparcó el auto cerca del restaurante que estaba a mitad de la carretera. El letrero desgastado apenas se mantenía colgado sobre la entrada, y el lugar tenía el aspecto de haber visto días mejores. Sin embargo, el aroma a comida casera que flotaba en el aire era lo suficientemente tentador como para que decidiéramos hacer una parada. Era hora de almorzar, y aún nos quedaba parte del trayecto para llegar a la nueva casa. Necesitábamos descansar un momento, aclarar nuestras mentes y recargar energías.

Mientras salíamos del coche, estiré las piernas, sintiendo cómo se relajaban después de varias horas sentado. Mis padres también se desperezaron, estirándose y soltando suspiros de alivio. El viaje había sido largo, pero no podía evitar la emoción de lo que estaba por venir. Mudarnos a una nueva casa significaba un nuevo comienzo para todos nosotros, una oportunidad para dejar atrás el caos de la ciudad y encontrar un poco de paz en el campo.

Entramos al restaurante y nos acomodamos en una mesa junto a la ventana, desde donde podíamos ver los campos verdes que se extendían hasta el horizonte. Mi mamá pidió un café y un sándwich para cada uno, mientras mi papá hojeaba el menú con curiosidad. Yo, por mi parte, traté de sumergirme en la conversación familiar, pero mi mente seguía volviendo a lo que nos esperaba al llegar.

La casa era antigua, y aunque las fotos que habíamos visto la hacían parecer acogedora, también había algo en ella que no terminaba de encajar, un detalle que no podía identificar. ¿Quizás solo eran los nervios de la mudanza? O tal vez era la incertidumbre de comenzar de nuevo en un lugar completamente desconocido. Mis padres parecían compartir mis sentimientos, aunque intentaban mostrarse optimistas y entusiasmados.

—Será un buen cambio para nosotros, Seungmin —dijo mi mamá, tratando de tranquilizarme—. Un lugar tranquilo donde podemos tener una vida más relajada.

Asentí, intentando dejar de lado mis preocupaciones. Esto era lo que había querido desde hace tiempo: un refugio lejos de todo. Ahora solo quedaba llegar, instalarnos y empezar a construir una nueva vida juntos. Terminando el café, sentí que estaba listo para retomar el camino, y con un último vistazo al paisaje, salimos del restaurante dispuestos a enfrentar lo que fuera que nuestro nuevo hogar tuviera para ofrecernos.

Al volver al auto, sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. La carretera serpenteaba a través de campos y bosques, y el paisaje era tan diferente al bullicio urbano al que estaba acostumbrado. Con cada kilómetro que recorríamos, sentía cómo dejábamos atrás el estrés de la ciudad y abrazábamos la tranquilidad del campo. Mis padres charlaban en voz baja, compartiendo sus propias expectativas y temores sobre el cambio que estábamos emprendiendo.

Finalmente, llegamos a nuestro destino. La casa se alzaba solitaria al final de un camino de tierra. Desde afuera, la estructura parecía antigua pero robusta, con un techo a dos aguas y ventanas de marcos de madera que le daban un aire encantador y rústico. Bajamos del auto y nos quedamos un momento contemplando nuestro nuevo hogar. El silencio era abrumador, roto solo por el canto de los pájaros y el suave susurro del viento.

—Es hermosa —murmuró mi mamá, con una mezcla de admiración y asombro en su voz.

Al entrar, fuimos recibidos por el crujido de las tablas del suelo bajo nuestros pies. El interior era acogedor, con muebles de madera oscura y una chimenea en la sala de estar que prometía calidez en las noches frías. Comenzamos a recorrer las habitaciones, familiarizándonos con cada rincón, tratando de visualizar cómo sería nuestra vida aquí.

Sin embargo, mientras explorábamos, no pude evitar sentir una extraña presencia, como si no estuviéramos completamente solos. Era una sensación sutil, casi imperceptible, pero lo suficientemente fuerte como para hacerme mirar por encima del hombro en más de una ocasión. Mis padres parecían no percibirlo, o quizás estaban demasiado concentrados en deshacer las maletas y organizar nuestras pertenencias.

Al caer la noche, nos dispusimos a desempacar algunas de nuestras cosas, asegurándonos de que las cosas esenciales estuvieran en su lugar. Preparé algo de comer y nos acomodamos en el sofá, intentando disfrutar de la calma. Pero la sensación de no estar solos persistía, y el silencio de la casa se volvió casi opresivo.

Fue entonces cuando escuchamos el primer ruido: un suave golpeteo que venía del piso superior. Nos congelamos, tratando de discernir si había sido real o una jugarreta de nuestras mentes. Con el corazón acelerado, subimos las escaleras lentamente, cada peldaño protestando bajo nuestro peso.

Al llegar al pasillo del segundo piso, vi una sombra moverse por el rabillo del ojo. Me volví rápidamente, pero no había nadie. Avanzamos con cautela, siguiendo el ruido hasta llegar a una puerta cerrada al final del pasillo. Tomamos una respiración profunda y abrimos la puerta, encontrándonos con una habitación vacía, salvo por el polvo que flotaba en el aire iluminado por la luz de la luna.

Decidimos que era mejor descansar y enfrentar cualquier misterio en la mañana, pero esa noche el sueño fue esquivo. Cada crujido de la casa me despertaba, alimentando la sensación de ser observados. La mañana llegó lentamente, y aunque la luz del día aliviaba parte de mis temores, la extraña atmósfera permanecía.

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