Capítulo 3: "Pequeños Desacuerdos"

—Tengo entendido, Doña Carolina, que usted tiene interés en la exportación de su tabaco a través de nuestra empresa portuaria—El inglés desprendía pasividad y firmeza en sus palabras. Arregló su chaqueta mientras se acomodaba mejor en su asiento. El sonido de la lluvia, cada vez más feroz, retumbaba en sus oídos. Quizás era eso lo que le transmitía una mayor confianza para expresarse, además de su ya de por sí personalidad sociable.

—Sí, como me imagino son ya conscientes los caballeros, la producción de tabaco en Cuba es una de las mejores del mundo. Sin embargo, en esta región específica del país mi marca ha adquirido mayor prestigio en el mercado. Me enorgullezco de decir que contamos con uno de los mejores plantíos de la nación— Carolina hablaba con la mirada fija y segura en sus acompañantes. Una sonrisa bailaba en sus labios como prueba del orgullo de sus conquistas.

Era la primera vez que Weller negociaba con una mujer. Se había sentido un poco inseguro porque, aunque confiaba en el potencial del sexo femenino en muchas aristas y apoyaba totalmente todas las revoluciones que estaban llevando a cabo, aún tenía sus dudas respecto a que tan dotadas estaban en el campo empresarial. Por supuesto que había oído del nombre Carolina del Valle, era imposible no hacerlo. No todos los días una mujer viuda y sola, consigue levantar un imperio de la noche a la mañana. El misterio que envolvía su ascenso le provocó curiosidad, ese motor fue más bien el que lo impulsó a aceptar la reunión. Ahora, sin embargo, estaba genuinamente interesado en lo que estas tierras podían ofrecerle.

—Por ello es de beneficio para ambos esta sociedad—Carolina continuó—Yo consigo mayor expansión y reconocimiento internacional para mi marca, que ya goza de gran renombre en el país dentro de la comunidad europea asentada aquí, y ustedes logran un marcado índice de ventas considerando este factor de seguridad de compra—Al terminar su parlamento los observó expectante.

—Señora Del Valle, estamos convencidos del potencial económico de sus productos, así como de los múltiples beneficios que traería para ambas partes este acuerdo—Mariano Cepeda hablaba con lentitud y paciencia. Esa actitud exasperaba un poco al inglés que, aunque apreciaba mucho el tino de su amigo en los negocios, era muy diferente en temperamento. Felipe era un hombre que creía que era ya demasiado mayor como para demorarse más en expresar sus pensamientos. En su concepción las cosas deben decirse directo y sin rodeos. Esos sondeos para matizar las situaciones antes de exponerlas son cosas de jóvenes inexpertos y temerosos—pero hay una pregunta muy importante que es de vital relevancia para la empresa y es...—

— ¿Qué forma de cultivo y método de torcedura de tabaco utilizan?—Felipe aclaró de una vez, interrumpiendo a su acompañante.

—Se cultiva orgánicamente, sin utilización de químicos. En cuanto a la torcedura, se hace a mano—Carolina quedó un poco desconcertada ante la pregunta, pero sin pensar que eso fuese un inconveniente, lo aclaró con naturalidad.

—Me temo, señora Del Valle, que para poder entablar una sociedad hay ciertos parámetros que necesitamos aclarar— Contestó Felipe temiendo su respuesta, era una problemática que venía tratando con todos los hacendados del país con los que había negociado ya—El primero y el más importante de ellos es que debe cambiar su forma de producción. Debe implementar las nuevas maquinarias y formas de cultivo que se están innovando en Europa. De las cuales estoy seguro que la señora ha de haber escuchado—Weller señaló la estantería detrás del escritorio.

—Si no modernizamos el proceso no será factible la producción a gran escala que requiere este tipo de exportación. Mi empresa cubriría los gastos para las maquinarias de reemplazo, no se preocupe. Fuera de ese elemento a cubrir, que estoy seguro que no resultará de gran molestia...—Weller le hizo un gesto a su acompañante para que sacara de su maletín el contrato. Cepeda colocó en sus manos una gran cantidad de hojas que el inglés puso en frente de la señora—los demás parámetros están pormenorizados en el contrato que le envié con anterioridad y estoy seguro ya leyó. Este detalle que le menciono fue añadido recientemente, puede leerlo con calma y firmar cuando guste. 

Carolina no había abierto los labios durante toda la intervención de Felipe. Miraba con seriedad los papeles frente a ella. Por cada palabra que salía de la boca del hombre, aumentaba la seguridad en su respuesta.

—No—Pronunció en un susurro mientras su mirada fría seguía clavada en los documentos. Ni siquiera el cese repentino de la tormenta ayudó a que su negativa se escuchara.

—¿Disculpe?—Intentó aclarar Weller, no solo porque su baja voz fue casi imperceptible, sino también porque esperaba que lo que creía haber oído hubiese sido solo una malinterpretación.

—No firmaré ese contrato. No estoy de acuerdo con la última cláusula añadida así de repente—La respuesta de Carolina se sintió como un caballo desbocado. Dejó a ambos hombres anonadados. Ninguno de los hacendados con los que habían tratado hasta el momento habían puesto alguna objeción con la última limitante añadida. También es cierto que en parte influía el brillo que había provocado en sus ojos las cifras que observaron en los contratos. Tanto que firmaron sin dilación, sin ni siquiera escuchar los peros que el inglés viniese a decir en la reunión. Felipe observó la mirada de Carolina por unos minutos de silencio, intentando entrever algún retroceso en su decisión. Ella mantuvo la cabeza erguida y no dijo ni una palabra más.

—Señora, le garantizo que eso no ocasionaría ningún inconveniente, no entiendo porque le representa una molestia este último cambio sin importancia. Además, la suma que invertimos en esta sociedad es bastante considerable como para querer garantizar nuestros intereses—El inglés colocó el puño sobre el escritorio. Hasta ahora se había acostumbrado a tratar con negociantes mucho más flexibles estando incluso en posiciones más altas que la hacendada.

Carolina se sintió profundamente consternada y herida en su honra ante esa afirmación, sobre todo por el tono en que la pronunció, como si fuese algo común el comprar los principios de cualquiera— Lo lamento mucho señor Weller, pero mis pilares de formación y mi consideración sobre como manejo mis tierras, no están a la venta—Se levantó tomando el contrato en sus manos y se los devolvió a los caballeros para que no intentaran convencerla nuevamente.

Felipe estaba atónito y consternado ante esta mujer, era el único revés que se había presentado en su camino en los negocios con los propietarios de la región. No podía dejar que esto se quedara así. No era precisamente porque el tabaco de la señora constituyera una de las grandes adquisiciones de su carrera. Si llegaba al punto de rogar por tercera vez para que reconsiderara, era por su orgullo—Sigo sin comprender en que le afectaría este cambio. Es solo un mal menor por un bien multiplicado. Incluso le estaría beneficiando, le estoy proporcionando una posibilidad que muchos productores cubanos desearían. Además de una filiación con mi empresa, que ya estaba en sus planes, le estoy ofreciendo la capacidad de modernizar su producción sin costo alguno. Le estoy abriendo las puertas al progreso, señora, y usted se niega como si no fuese una oportunidad que muchos envidian—

—A cambio de siglos de tradición tabacalera. Si hay algo que caracteriza a mi género es el cultivo a mano, particular en sus formas y olores, donde cada tabaco es único. No pienso cambiarlo por una fría máquina que fabrica todo en masa desinteresadamente. Ni tampoco estoy dispuesta a quitar miles de trabajos a personas que yo vi nacer de la nada y a las cuales les tendría que decir que se quedaron sin empleo porque los reemplazará una ordinaria indumentaria traída de no sé qué lugar de Europa. Así que me disculpo por el tiempo que les he hecho perder caballeros, pero mi respuesta continúa siendo no—Carolina seguía en la misma posición, su decisión era inamovible.

Felipe se levantó, su desconcierto se había trasformado en irritación y enojo. Tomó el papel de las manos de la señora y sus dedos volvieron a hacer contacto. Miró sus ojos, sus pupilas estaban dilatadas y tenían un color tan oscuro que sentía que había un fuego que quemaba en lo profundo de ese abismo de fortaleza. Eran un muro, no se contraían en ningún momento con la mirada inquisitiva del hombre. Aun así, se maravilló nuevamente con la delicadeza de su piel, era algo inaudito que sus manos pudieran ser tan aterciopeladas—Siento mucho que no hayamos podido llegar a un acuerdo, señora del Valle.

—Yo también lo siento mucho, señor Weller—Carolina mantuvo su rectitud hasta el final mientras se desconcertaba con el movimiento discreto de las manos del inglés sobre las suyas. Finalmente, el hombre se separó llevándose consigo el papel. Se dirigió a la puerta de salida y detrás de él fue Cepeda, que se había quedado al margen de toda la situación ante el revés que había sucedido. Lo que sí tenía seguro era que su amigo no lo dejaría así, era demasiado persistente como para no dar pelea. La mente de Felipe efectivamente maquinaba estrategias. También lo inundaba la fascinación de que una mujer tan dura y cerrada pudiese tener unas manos tan finas y delicadas.

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