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prologue         

Recién amanecía. La luz se colaba por las ventanas y recorría los pasillos de una casa que permanecía en silencio.

De entre las sábanas de una enorme cama, se asomaron dos ojos castaños, adormilados, que describían con gracia su alrededor. Una pequeña niña de cabello oscuro se incorporó, con los párpados pesados. Se encontró sola en un momento en el que no quería estarlo. La trataban como a la niña pequeña que era, pero no era tonta, sabía lo que pasaba. A dónde iban mamá y papá cuando salían de casa. Pero ya estaba acostumbrada, y no es que sus padres fueran a desaparecer como todos los demás. Sus padres, por muy mal que fuera todo, siempre volvían. A veces, no volvían del todo, siempre traían heridas que ella curaba cuidadosamente, y otras que no podía ver, y se supone que no debería verlas, aunque no sabían que ya era incapaz de contar con los dedos las veces que, mirando por la puerta del baño, entreabierta, veía a mamá darse un largo baño en silencio, o a papá llorando con rabia, o a los dos, mirándose, mentalmente agotados. Pero eso era algo que se supone que no debería saber, así que...

La pequeña se levantó de la cama y caminó por la casa arrastrando los pies, bos rezando. En el marco de la puerta había pequeñas rayas, hechas con un cuchillo de la cocina, que marcaban su altura a lo largo de los años. ¡Ya tenía ocho añazos! Era toda una niña mayor, le gustaba alardear de ello. Se le abría la boca de cuando en cuando, y se tambaleaba al caminar, pero prosiguió su camino hacia la cocina para desayunar.

Como muchas veces se quedaba sola durante varios días, sus padres lo dejaban todo al alcance de su mano. Y todo, significa todo. Se hizo si desayuno y cogió una pieza de fruta que no terminó de comerse. El problema de criarse prácticamente sola, es que acabaría convirtiéndose en una niña desobediente y que hace lo que le venga en gana. Aunque sus padres se conformaban si eso significaba que se iría a los muros internos a vivir la vida loca en vez de unirse al cuerpo, y en eso, no malgastaban sus preocupaciones, porque su hija no tenía intención de salir de ahí a ver titanes, simplemente, prefería una vida cómoda en la ciudad, o en el campo, donde no hubiera nadie más que la molestase. Solo con ocho años, ya sabía que eso es lo que quería hacer.

Siguiendo su itinerario habitual, la pequeña hizo como pudo la cama de sus padres y leyó la nota que su madre la dejaba cada vez que salían a trabajar. Se vistió con lo primero que encontró y de nuevo bajó al portón de la gigantesca y solitaria casa que había en medio de un claro del bosque, a la que solía llamar hogar.

Abrió la puerta disfrutando del silencio que la rodeaba pero en seguida esa tranquilidad se vio interrumpida. Dos ojos, más grandes que la niña, la observaban de cerca. Una persona del tamaño de una montaña se encontraba agazapada, mirando a la puerta como un gato que acecha en la boca de la madriguera de un roedor. La niña observó aquella cara que la miraba con una sonrisa sin sentido, una sonrisa que parecía simplemente estar pintada en su cara, como si no pudiera poner otra expresión. Solo uno de sus dientes ya era del tamaño de la niña que observaba paralizada a la bestia que se encontraba a sus puertas. Ella sabía bien lo que era, pero no se detuvo a pensar qué hacía allí. También sabía qué le haría como no se escondiese, pero es que no podía moverse. Pronto llegaría alguien para ayudarla, estaba segura, alguien tenía que aparecer... Pero mientras eso pasaba, una idea se reflejó en su mirada en ese instante.

Cerró la puerta y echó a correr hacia el sótano, escuchando al titán levantarse y aplastar parte de la casa. La niña corrió más y más deprisa hasta un armario al fondo de una de las habitaciones del sótano, donde solían reunirse los altos cargos del cuerpo. Abrió el armario y allí estaba. Su madre solía experimentar con distintos aparatos de esos, los arreglaba e investigaba junto a otros cómo mejorarlos. La pequeña, alumbrada por su idea, lo cogió y se lo puso tal y cómo había aprendido tras años viendo a soldados probándoselos. Tenía incluso las espadas. Aquel sería el primer equipo de maniobras tridimensional que se pondría, sorprendentemente, con facilidad. La misma facilidad que empleó a la hora de moverse con él. Con cuidado ya que el titán seguía aplastando la casa tratando de cogerla, ella corrió a la segunda planta. Se metió en un habitación con balcón donde cogió impulso para volar. No le costó demasiado utilizar el equipo, sentía como si lo llevará haciendo toda la vida, pero aún le faltaban cosas que aprender. Giró en torno al titán y logró ir hacia la arboleda y alejarlo así de la casa. Desde los árboles tenía una mejor base desde la que saltar para matar a la bestia. El titán se acercó a ella a grandes pasos con su enorme sonrisa y extendiendo los brazos para cogerla. La niña tenía el pulso acelerado, no podía ignorar el miedo que tenía, pero tampoco la fe. Tenía fe en que podría hacerlo, igual que sus padres y todos los demás. Debía hacerlo o sino se la comerían. Nunca lo había visto tan claro antes. Tenía un instinto dentro que la impulsaba más que el equipo, algo que nunca antes había sentido, se había activado en el momento en el que vio al titán, de una forma muy brusca.

El titán se encontraba ya bajo la rama del árbol. Era el momento e intentó hacerlo de la mejor manera posible. Enganchada a la rama, saltó, y preparó sus cuchillas para cortarle al titán en la zona de la nuca. Estaba cerca, pero el titán aún era más rápido. Se giró a ella y de un manotazo la lanzó por los aires. Cayó al suelo y lo miró acercarse. El titán extendió la mano para cogerla y ella se agitó asustada, arañando la mano del titán con sus espadas, gritando. Pero el titán logró cogerla con su enorme manaza, enterrando sus bracitos e inmovilizándola. La miraba como un niño a un caramelo, con esa sonrisa terrorífica y vacía, y esa mirada, muy lejos de lo que podemos considerar humano. La niña lo miraba sin pestañear, fuera de sí.

— ¡Suéltala! —exclamó un soldado, apareciendo de entre los árboles, luciendo al sol una brillante capa verde con el escudo de dos alas entrelazadas.

Rápido como un rayo se lanzó férreamente al titán empuñando dos espadas de afilada hoja, plana, para cortar carne. Con florituras en el aire, logró girar en torno al titán un par de veces, concentrando toda su atención en él, desviándola de la niña. El titán intentó atraparlo con su mano libre, pero el soldado saltaba alto y conseguía esquivarlo por un momento. Los titanes no eran muy inteligentes, así que, no podía darse cuenta de que la estabilidad del soldado en el aire dependía del gas que quedara en su equipo, de las cuchillas que le restaran y de los arneses y cuerdas enganchadas a la corteza de los árboles. Esa era la gran ventaja de la Humanidad, sí, pero, la desventaja, era el tamaño.

Con solo levantar el brazo persiguiendo a su presa con despreocupación, el titán tiró de los arneses y los desenganchó accidentalmente de los árboles, y es accidentalmente porque ni si quiera se percató de que había dos cuerdas pasándole por el lado. El soldado cayó al suelo y pronto el titán lo cogió y se lo puso a la altura de la niña. El soldado se agitaba, nervioso mientras la mirada de la niña era el reflejo del más puro miedo y la más profunda incomprensión de qué le estaba pasando. El soldado la vio y pensó que debía hacer algo:

—Eh. Eh, niña. ¿Cómo estás? ¿Estás herida? ¿Te ha hecho algo?

Ella negó con la cabeza. El titán no se decidía por cuál comerse primero, y los estaba mirando uno a uno, viendo sus cualidades, como quien no se decide entre una pieza de carne u otra. ¿Cuál sería de mayor calidad?

—Bien. Oye. Mis compañeros están por llegar, no tengas miedo, ¿vale? Todo va a salir bien.

El titán se acercó al soldado a la boca, por lo visto, debió resultarle más apetitoso que una niña, pequeña y sin carne, solo un puñado de huesos.

—Eh, ¡eh! ¡Escucha! ¡Todo saldrá bien! ¡No tengas miedo! ¡¿Vale?! ¡Pronto van a llegar...! —gritaba llorando.

Ella lo observaba. No le encajaba su actitud, por una parte, tan lleno de esperanzas, fuerza y valor, capaz de distraer a una niña en vez de preocuparse en que lo iban a comer. Pero otro, como era de esperar, lloraba de una manera desgarradora, sabiendo que iba a morir, y de una de las peores formas que existen. Los titanes no hacen ascos a la comida; no les importa si se comen las presas vivas o muertas...

El titán introdujo al soldado en su boca y se lo tragó. Su grito se perdió por el esófago del titán, si es que esa cosa tenía esófago.

La niña lo vio con el mismo terror en los ojos. Pero inmóvil, quieta, seria. No lloraba, ni si quiera tenía ganas de llorar. Sentía que su alma ya se había ido, que llevaba muerta un rato, desde que no fue capaz de dar esquinazo al titán, el mismo que la miraba con su sonrisa colosal y vacía, relamiéndose mientras se la acercaba para comérsela. La pequeña no esperaba que vinieran ya a salvarla, y entonces recordó lo que sus padres la decían siempre: "si algo malo sucede, escóndete en la habitación del pánico. Si un día los titanes llegan hasta aquí, no te quedes fuera, entra en la habitación y cierra con llave. Nosotros vendremos a por ti". Sí. Esa era la fe ciega que ella tenía en ellos, y que ellos mismos se tenían, porque siempre cumplían con su promesa del retorno. Pero, si esta vez también fuese así, ¿cómo es que no estaban allí? ¿Y por qué ella no les hizo caso? Ahora iba a morir. En silencio, sin forcejeo, atrapada en una mano gigantesca con un equipo de maniobras puesto e inútil, agarrando aún las dos espadas...

Se dio cuenta entonces. El titán no apretaba tanto como antes. Empezaba a aflojar. Podía mover ya libremente sus brazos, agarrar bien las espadas. Sin dejar de mirarle con los ojos llenos de miedo, agarró fuerte las espadas y atravesó con la misma fuerza bruta la piel del titán, con una, para cortarle un dedo con la otra. El titán abrió la mano herido y ella cayó... Justo a tiempo, aparecieron los refuerzos.

Creía que caería entre los escombros de su casa, pero en cambio, cayó en los brazos de una soldado de capa verde, otro, soldado de capa verde. Y ésta se la llevó volando de allí mientras un grupo de soldados como él mataban al titán. Cuando estuvieron a salvo al otro lado del muro Rose, la soldado la dejó en el suelo, presintiendo que la niña había quedado traumatizada para toda la vida. Tan pequeña, y ya había visto como un titán se comía a una persona, y casi se la come a ella también.

—Bueno, espera aquí. Ahora vendrá un soldado de la guarnición para acompañarte a otro lugar, allí se ocuparán de cuidarte hasta que vuelva tu familia, ¿vale?

La soldado, que la habló con voz suave y apacible, algo triste, se dispuso a marcharse y dejarla ahí, pero antes de que se le fuera del alcance, la niña agarró la manga de su chaqueta, reteniéndola un poco más. La soldado se giró a la pequeña una vez más.

— ¿Cómo...? —susurró, sin prácticamente voz.

La soldado de acercó de nuevo a ella, se agachó y la cogió de los hombros con cuidado.

—Tranquila. Sé que lo que has visto puede asustar, pero ya estás a salvo, pequeña... Pronto volverás a estar con tu familia y podrás olvidar de...

— ¿Cómo puedo matarlos también? —interrumpió, levantando la cabeza, con una mirada distinta.

Brillaba el sol, no, el fuego del sol en sus ojos, y parecía que la decisión que fuera ya había sido tomada. Ella no era de fácil cambiar de parecer. Lo que se proponía, lo hacía. La soldado la miró sorprendida.

—Yo también quiero tener esa capa. También quiero matar titanes. ¿Cómo puedo llevar esas alas de la libertad?

La soldado sonrió conmovida.

—Aún eres muy pequeña... Pero cuando tengas un par de años más, podrás alistarte en l ejército. Yo lo hice... Y no me arrepiento. Cuando te gradúes podrás unirte al cuerpo de exploración y salir fuera de los muros a matar titantes...

La niña la miró convencida y con un nuevo objetivo en mente: salvar a la Humanidad, matar titanes, llevar las alas de la libertad.

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