O3

the humanity's freedom wings         


Sonaban pasos gigantes y huecos, retumbaban las paredes de los edificios. Maia se encontraba en medio de una calle, totalmente al descubierto. Colgada en el aire, sus arneses estaban enganchados, uno en cada pared, atravesando dicha calle peatonal por la que, a lo lejos, un titán venía. Maia estaba inmóvil, tenía una herida en la sien y goteaba la sangre, habiéndole dejado un pequeño rastro, una línea roja que se deslizaba por su perfil y caía desde más de cinco metros de altura. Ni si quiera la cercanía del titán la movía o despertaba, pues tenía los ojos cerrados. Cuando la criatura se detuvo, ella abrió los ojos con pesadez.

—Hey, titán —saludó con pesadez —. ¿Has venido a comerme? Hazlo —suspiró —. ¿Sabes qué? Estoy cansada. Y aburrida. Estoy tratando de proteger a gente que me odia, que me vendería a vosotros a la primera de cambio. Soy diferente a todos ellos, y por eso me envidian. Y parece que soy una mala persona por decirlo; egocéntrica. Pero... ¿Sabes? Ya no me importa. Voy a ser tu cena... —El titán se agachó a su altura, sonriente, viéndola ahí, indefensa e inmóvil, pero tranquila, muy relajada —Oh, querido, bonita sonrisa. Será un honor ser comida por ella —volvió a suspirar —. Puede que esté un pelín drogada, creo que empiezo a ver doble... Si vas a comerme, venga, hazlo ya, dientes bonitos, me estoy cansando de verte la cara...

El titán abrió la boca y se introdujo el cuerpo flotante de Maia en ella.

—Pues nada. Adiós, mundo.

El titán cerró la boca en ese segundo. Tan pronto como lo hizo, Maia clavó una de sus espadas en el paladar del titán obligándolo a abrir la boca, gritando. Después le cortó desde dentro todo lo que viene a ser la cabeza por encima de la comisura de los labios para luego clavarle las espadas en la nuca y tirarlo al suelo. Allí ya se acumulaban dos titanes de los que emanaba humo.

—Muchas gracias, titán.

Uno tras otro, todos los titanes que se acercaban a ella, acababan muertos. Les hacía caer en su trampa y cuando estaba ya a su merced, ella los asesinaba. A este último le había cortado la cabeza, a otros les había rajado la tripa y había uno al que casi parte en dos. Dando siempre, claro, un último golpe letal en la nuca para acabar del todo con esos gigantes. Cerca de ella, los cadetes a punto de graduarse la observaban con asombro. Al verla entrar en zona de titanes, todos se pusieron como locos: ¡¿Qué hace una niña en un sitio así?! Pero al verla volar, hacer uso de sus acrobacias y sus inteligentes, un tanto suicidas, movimientos de caza, no sabían muy bien qué pensar. Algunos hablaban entre sí muy sorprendidos sobre lo que era ella.

— ¿Qué es eso? ¿Una clase de prodigio?

—Está loca. Si sigue haciendo eso, acabarán matándola.

—Tú siempre tan negativa, Annie.

—No sé quién será, pero es muy buena con el equipo, más incluso que nosotros.

Maia sonreía satisfecha y regocijándose en el éxito, en el fervor que estaba provocando a los mayores. ¡Qué orgullosa estaba! Sonrojada y con una risa boba, volaba por encima de todos los titanes como si no fueran gran cosa, únicamente llenándose los oídos con los comentarios de todo aquel con el que se cruzaba. 

Aterrizó en otro tejado para observar las calles. La gente volaba de un lado para otro. Incluso había algunos corriendo. Los tres con los que se había cruzado. Se encontraban a su espalda, corriendo, huyendo de tres titanes que los seguían de cerca. Había una chica, con el cabello rubio, recogido, otro con el pelo despuntado, de color castaño claro y el último tenía la cabeza pelada. Los tres eran reclutas, como ella, algo mayores. Supuso que eran los de la 104, los que iban a graduarse este año. Al verlos en peligro, rápidamente decidió reaccionar.

Por su lado pasó un soldado de la guarnición a toda velocidad matando a un titán que había de por medio, intentando comerse a otro soldado. Cuando hubo vía libre, se lanzó. Los tres reclutas se habían dividido y los titanes andaban persiguiéndolos. Rápidamente, tuvo que hacer una selección. Viendo que dos de ellos lograban deshacerse o dar esquinazo a los monstruos que los perseguían, se decantó por ir a ayudar al tercero, el de la cabeza rapada. Siguió de cerca por el aire al chico y al titán, acercándose poco a poco a ellos. El chico intentó que sus arneses y ganchos se agarrasen a la pared de ladrillo que cortaba su paso a pie, pero estos no de encgancharon.

— ¡¿Pero qué...?! —se giró.

El titán ya lo había alcanzado. Éste se agachó y movió la mano para agarrarlo, pero justo entonces, la más pequeña entró en acción. Volando a su alrededor como una mosca,logró captar su atención; el monstruo se volvió a ella, que ya por el aire, cogía impulso para matarlo.

— ¡Muere, gran pedazo de mierda!

Cortó con sus espaldas la nuca del titán y logró así derribarlo. Aterrizó junto al chico de cabeza pelada.

— ¡Gracias!

—Sí, sí, no me las des. Ahora hay que salir de aquí...

— ¡Detrás de ti!

Maia se volvió. Otro más. Los dos jóvenes guardaron silencio y lo miraron a los ojos, a esa estúpida sonrisa en la cara. Maia recordó aquella visión, un titán visto desde el suelo y no desde el aire. De nuevo se transportó a esa casa, a esa ella más pequeña, y frente a sus narices, esos ojazos, esa bocaza con sus enormes dientes, mirándola, devorándola con los ojos. Se quedó inmóvil aún viendo al titán acercar su manaza para cogerla. Pero de nuevo se vio interrumpido. Un gancho atravesó sus dedos y llamando su atención apareció otro de los soldados, el chico de pelo castaño claro.

— ¡Jean! —exclamó el de la cabeza pelada.

— ¡Venga, sígueme! —exclamó el llamado Jean.

Echó a correr y el titán fue tras él. Maia sacudió la cabeza. Su mente se había ido a otro mundo aunque su cuerpo no se hubiera movido del sitio. El chico de cabeza rapada la agarró y zarandeó para despertarla.

—Oye. ¡Oye! ¡Despierta! ¡Tenemos que salir de aquí.

Maia lo miró en silencio y descolocada por unos segundos. Luego asintió.

—Venga... Subamos a ese tejado —dijo ella —, ¡y de ahí al muro!

Los dos corrieron por la calle hasta el tejado, un poco más arriba de donde estaban. Una vez allí corrieron por toda la hilera de tejados, de casas adosadas hasta estar más cerca y agarrarse mejor. En seguida llegaron a lo alto del muro, ellos dos y la chica rubia. Pero no había rastro del tercero.

— ¡Jean! —exclamó el que la acompañaba. Los tres se asomaron a ver dónde estaba. Corría aún por el suelo, perseguido por titanes — ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no está usando el equipo de maniobras? ¡No me digas...! ¡No me digas que está defectuoso!

Maia lo escuchó algo agitada. ¿Cuál era su misión? Pixis la pidió que protegiera a los soldados, que ningún titán se acercase al que los ayudaba. Había que tapar el muro y no sufrir un gran número de bajas. Ya estaba muriendo el 2% en la carnada que usaban para atraer a los titanes a las paredes, a una esquina del muro. Apretó los puños. No podían permitirse tantas bajas, ¡ya estaban en desventaja!

—Tsk —chasqueó la lengua y volvió a saltar al vacío.

— ¡Espera! ¡¿Qué estás haciendo?!

Maia no respondió se lanzó a toda velocidad por las calles, buscando al chico. Dos titanes lo perseguían, lo habían atrapado. Maia observó sus movimientos con precisión: uno se acercaba por una calle hacia la casa en la que se escondía el chico, Jean, mientras que el otro, caminaba de un lado a otro, como si fuera la retaguardia, protegiendo los caminos hasta Jean y el primer titán. Era un comportamiento extraño y que complicaba mucho la huída de Jean.

— ¡Eh! —exclamó otro chico, llegando a su lado, ambas pararon sobre un tejado próximo —Mata a ese titán. Yo distraeré a este.

Era un chico de cabello oscuro, alto, delgado y pecoso, de aspecto amable.

— ¿Y cómo escapará vuestro amigo?

—Ya nos la apañaremos —llegó el rapado, acompañado de la chica rubia —. Ayudemos todos a Jean.

Maia asintió de nuevo. Miró al titán que vigilaba con seriedad y frialdad.

—Lo mataré.

Como rayo, salió disparada a por este titán mientras los otros se dividían para ayudar a Jean a llegar al muro. El titán del que se encargó Maia fue bastante torpe. Con un simple giro lo dribló y le cortó la nuca... Y otras partes del cuerpo. Éste cayó y se quedó sobre una casa. Aún encima de sus hombros, Maia buscó a los tres soldados a los que ayuda. Seguían en problemas.

—Esta gente... ¿De verdad va a graduarse?

Rápidamente se unió a ellos, observando desde la distancia hasta que no hubiera otra salida. El rapado se estrelló contra la cabeza de un titán, no se sabe si adrede o sin querer. Jean se elevó con un nuevo equipo que le había quitado a un soldado muerto; total, él ya no lo iba a utilizar. Pero un nuevo titán se lanzó a por él, a atraparlo en el aire y todo desprevenido, pero justo la chica rubia apareció de la nada y lo apartó.

— ¡Jean! ¡Deprisa, viene otro por detrás! —exclamó el pecoso.

— ¡¡ME LO PIDO!!

Maia cortó el gas e impulsándose con su propio cuerpo se columpió y se lanzó por los aires elevándose a gran altura. Giró con destreza y luego se dejó caer con la misma elegancia, se colocó en posición, y la velocidad, sumada a la atracción gravitacional, aumentó la fuerza con la que cortó la nuca del décimo o ya undécimo titán. Una vez estuvo muerto, se reunió con los otros en lo alto del muro. Se tiró al suelo, bocarriba y con los brazos extendidos, jadeando.

— ¡Estás loco! ¡Podría haber muerto! —exclamó el rapado.

Maia se rió y los cuatro la miraron, espantados. Ella reía con fuerza, se lo estaba pasando en grande, en verdad, y su emoción tenía que salirle por alguna parte.

— ¡Eso ha sido...! ¡¡LO MÁS ALUCINANTE QUE HE HECHO EN MI VIDA!!

Rompió a reír, tan alto que todos en Trost podían oírla, y no la importaba. Sus compañeros la observaban aún pálidos.

— ¿Qué dices? ¿Tú...? ¿Tú estás loca? —preguntó el rapado.

—No, solo emocionada. ¡Llevo queriendo hacer esto mucho tiempo! Y por fin lo hice. He matado tantos titanes hoy que ya he perdido la cuenta. ¡Por cierto! Mi nombre es Maia. Maia Haider. Tropa de reclutas número 105. ¡Encantada!

— ¡¿105?! ¿Tú cuántos años tienes? —preguntó Jean.

—Tengo trece.

— ¡¿Y QUÉ HACES AQUÍ?!

Maia levantó una ceja.

— ¿No te vale haberme visto ahí? He matado más titanes que los cuatro juntos. El comandante Pixis es persona me ha encomendado una misión. ¿Y vosotros quiénes sois?.

—Yo soy Marco —saludó el de pecas —. Estos son Jean, Connie —el pelado —y Annie. Somos de la 104.

— ¡Qué bien! Estáis a punto de graduaros. Supongo que estaréis a punto de escoger un cuerpo. ¿Al cuál iréis?

—Eso a ti no te... —Annie se giró hacia Trost y se quedó en silencio, mirando pasmada a algo que sucedía allí —Mirad eso —pronto empezaron a verlo.

Pasos fuertes, pesados, caminaban con decisión hacia el muro, hacia el agujero. Era él. El titán que cargaba con la piedra para tapar el agujero. Por la puerta entraban más y más titanes lo cual supondría un problema mayor. Estaban muy cerca de conseguir sus objetivos y ninguno quería quedarse atrás. Maia fue la primera en dar un paso al frente.

—Estamos... En la última jugada...

Jean reaccionó en seguida.

— ¡No los dejéis pasar! ¡Ayudemos a Eren!

Todos los soldados, no solo ellos, empezaron a movilizarse. Todos volaban de aquí para allá a toda velocidad, matando a cada titán que se acercaba o se desviaba.

Rápido. ¡Rápido! ¡Más rápido! Maia aumentaba inconscientemente su propia velocidad separándose así de su nuevo grupo. Tenía varios titanes delante, blancos fáciles para ella y los otros soldados, no superaban ni los siete metros y parecían estar muy distraídos por la figura titánica de Eren. Otros perseguían a unos soldados que corrían a pie alejándose del camino que el "héroe" tomaría hacia el agujero de la puerta. ¿A cuál podía escoger? Miró bien a los titanes y fijó su objetivo en uno de los de siete metros. Igual que los otros soldados, se deshizo del titán con un corte bastante limpio y lo dejó caer cerca del resto. Maia desde el suelo echó otro vistazo con rapidez.

Parecía que esto estaba siendo pan comido para ella. Pero en realidad, aquello era una carnicería. Morían muchos titanes, pero por cada uno, caían entre tres y seis soldados. Ella pretendía mantener la calma, la faceta de tipa dura, algo incauta y suicida, que confía en su fuerza colosal para sobrevivir, y siempre lo hacía, vivía para contarlo un día más. Pero en esos momentos en los que ella, victoriosa, se alzaba sobre una montaña de cadáveres tiránicos que manchaban de sangre sus manos, mientras los de su alrededor eran aplastados por dientes gigantescos, sus cuerpos se partían en dos y eran devorados por aquellas bestias.

Tanta gente había muerto en 100 años de historia. Fuera de los muros. Dentro, en los últimos 5 años. Tantas vidas pérdidas, algunas entregadas a la causa, otras, tan solo civiles a los que les pilló la tormenta. Una niña. Una casa. Un monstruo. Ahora estaba ahí, en su montaña de titanes, viendo a otro de ellos, y a la vez, a uno de los de ella, levantar una pesada roca para tapar el agujero de la coraza de la Humanidad. Era una estrategia defensiva, habrían perdido muchísimas vidas, pero, este momento, sería el momento. La primera victoria de la Humanidad.

Con un gran gruñido, Eren dejó la piedra en el lugar acordado haciendo temblar todos los alrededores. En ese mismo momento, Jean y los otros llegaban junto a la chica para ver al soldado prodigioso salir de la nuca de su titán. Una señal de humo verde fue disparada en ese momento con lágrimas en los ojos y un cosquilleo en el estómago. Nadie allí tenía palabras para describir lo que veían, todos estaban emocionados en muchos sentidos. Y Maia... Ella lo estaba tanto que no le salía. Se había quedado ahí mirando a Eren y a sus amigos, la chica pelinegra con bufanda roja y el chico de cabello rubio. Su mirada se veía sosegada, como si se hubiera controlado ya el incendio que la quemaba por dentro. Estaba tranquila, impresionada, sin palabras. Su historia acabó y empezó el día en el que hicieron un agujero como aquel, y hoy por fin, los suyos podían cerrarlo.

— ¡Eh, Maia Haider! —La chica se giró  mirar; era el pelado — ¡Sube aquí!

Maia lo miró desde abajo durante unos segundos en silencio y después de lanzó hacia su tejado.

—Hay que admitir, que eres bastante buena en esto —halagó.

—Ah. Gracias, supongo.

— ¿Supones? ¡Era un halago!

Maia sonrió divertida.

—Te llamabas Connie, ¿no?

—Connie Springer. Muro Rose.

—Es un placer y, Connie del Muro Rose.

—Igualmente, Maia Haider. ¿Y tú de dónde eres? ¿Y cómo es que manejas el equipo tan bien?

—Porque entreno cada día, desde hace cinco años... Y era del Muro María. Allí vivía con mi familia, en una bonita casa que...

Algo atravesó el cielo tan rápido como un rayo. A la misma velocidad atacó a un titán solitario que se acercaba a Eren y sus compañeros. El titán cayó rendido al suelo con un corte profundo y limpio en la nuca, y sobre su cuerpo sin vida, aterrizó con sigilo y ligereza un soldado con capacidad verde. Éste levantó la mirada y frente a él encontró un paisaje desolador, que en sus ojos se representó como un terrible pánico. Vio a los muertos. Y vio los supervivientes, entre los cuáles, mirándolo como todos los demás, se encontraba Maia Haider. En el mismo segundo en el que sus miradas se cruzaron, él se quedó impactado y ejerció una fuerza invisible que tiró a la chica al suelo, para después hacerla huir despavorida.

—Connie, Connie. Mejor vámonos.

— ¿Eh? ¿Y eso por qué?

— ¡Tú calla y vámonos! —Maia lo agarró del brazo y echó a correr —Esto se va a poner feo...

El soldado de capa verde la miraba como si estuviese viendo a un fantasma y cuando se alejó, se preguntó a sí mismo si tan solo había sido una ilusión óptica, se había confundido. Seguro. Se dio la vuelta para mirar a los tres soldados que lo observaban, aún con la frase las alas de la libertad en la boca, tras los cuales había un titán raro, sentado e inmóvil, y una roca que tapaba un agujero hecho en las puertas del muro.

— ¿Alguien va a explicarme qué demonios pasa aquí?

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