O1

the struggle for Trost         

Titanes. Por todas partes. Cada vez que cerraba los ojos y trataba de visualizarse en el futuro, era fuera, rodeada de titanes. Ella los observaba con curiosidad y después una sonrisa pícara asomaba en su rostro. Agarraba con fuerza las espadas y empezaba a cortarles el pescuezo a todos ellos. Finalmente, aunque manchada de sangre y rodeada de cuerpos sin vida, acababa con todos los titanes. Sabía que podía hacerlo, era fuerte, a pesar de sus solo trece años.

— ¡¿Trece años?! —El soldado rió fuertemente al oír aquello —Mocosa —la cogió de la cabeza —, deberías irte a casa y dejarnos esto a los profesionales.

— ¿Y dónde están esos profesionales? Porque que yo sepa, vosotros los de la guarnición solo os ocupais de los muros pero nunca, jamás de los jamases, habéis visto un titán con vuestros propios ojos.

—Oye, niña, muchos de los que están hoy aquí eran del muro María, ¿sabes?

— ¿Y alguno de ellos mató a un titán? No. Pues dejadme pasar de una vez, porque entre vosotros y yo, la diferencia está en que yo casi mato a uno.

De nuevo volvió a reír. La chica lo miró con rabia. No parecía que fuese a serle sencillo pasar por ahí, pero, tenía que hacerlo. No podía quedarse ahí escondida moviendo cajas y trasladando a la gente cuando la acción se encontraba al otro lado del muro, en Trost. Tenía que subir a lo alto del muro y saltar hacia allí. Solo así podría matar un titán.

— ¡Maia! —exclamó su instructor apareciendo detrás de ella —Por fin te encuentro. ¿Qué haces aquí? Os dije que debíais ayudar a los trasladados...

— ¡Pero yo quiero matar a un titán!

—No seas impaciente. Cuando te gradues podrás hacerlo si te unes al cuerpo de explo....

— ¡¡PERO YO QUIERO HACERLO AHORA!!

El instructor la miró ofuscado. La agarró del brazo y tiró de ella, a pesar de que se revolvió, logró arrastrarla por las calles de la ciudad, en dirección al resto de soldados cadetes que esperaban al instructor. Éste la lanzó con brusquedad hacia sus compañeros, dejándola en ridículo en público, o al menos, esa era su intención. Porque si algo había aprendido Maia en sus años de soledad, era que las opiniones de la gente debía pasárselas por el forro.

— ¡A ver si aprendes de una vez que tú no vas por libre!

—Si fuera por libre sería una vergüenza para todos, ¿no? Una niña tan pequeña capaz de hacer lo que sus maestros no han hecho nunca.

— ¡Te estás ganando a pulso la expulsión del ejército, mocosa!

—Sabes que eso no lo puedes hacer. Porque incluso en las prácticas soy mejor que ninguno. Sabes que me van a necesitar en algún lugar y por eso no vas a mover ni un dedo.

—Cállate. Tiene razón —dijo uno de sus compañeros —, al final vas a armar un consejo de guerra...

Maia lo miró de reojo, atraída por la idea. Si reunía a los altos cargos en un consejo de guerra, tal vez podría mostrarles de lo que era capaz, y así, saltarse todo ese rollo de la formación y pasar directamente a los campos más allá del muro Rose, y recuperar el territorio que les pertenecía.

—Eso pinta bien —otros dos compañeros se acercaron a éstos y agarraron a la huidiza chica de los brazos.

— ¡Maia, idiota! —El primero, el que había empezado a hablar con ella, la dió un capón en la cabeza — ¿Pero tú te escuchas?

— ¿Escucharme? ¿Para qué iba a hacer eso? Ya sé lo que estoy diciendo, no necesito oírlo dos veces...

—De verdad, que no tienes remedio —comentó una chica, una de las que la sujetaban. Maia miró al cielo con hastío y desesperación.

No hacía ni diez horas que el Titán Colosal había vuelto a aprecer, destruyendo la puerta del Distrito de Trost, permitiendo a los titanes avanzar en territorio humano una vez más. La primera vez, ella era más pequeña, y prácticamente no lo recordaba. Solo sabía que aquello le llevó a una situación insostenible, con su familia, sus amigos, consigo misma. Ahora era otra persona, en el momento en el que ocurrió, se convirtió en otra persona distinta. Ahora tenía un sueño, un objetivo, y sus tontos superiores eran un obstáculo para conseguirlo. Trost estaba abarrotado de titanes, y acababan de regresar los últimos cadetes recién graduados que se creía con vida. Pero no era una ciencia cierta. Al otro lado del muro podía haber aún más soldados vivos, escondidos, esperando a que alguien los salvase. Sin embargo, todos estaban ahí parados sin hacer nada, evitando que más titanes se adentrasen en la ciudad, y ella, ahí, atrapada por sus compañeros de legión. Justo cuando...

Fue tal el estruendo que sus compañeros la soltaron de inmediato y a ella le pilló tan desprevenida que se cayó de bruces al suelo.

— ¿Qué...? ¿Qué...? —Incapaces de articular palabra, sus compañeros recién inscritos en la legión de cadetes, se habían quedado tiesos al oír aquello, reviviendo lo ocurrido horas atrás, con la aparición del Titán Colosal.

— ¿Es él? ¿El Acorazado? ¿El Colosal? —Miles de palabras revoloteaban a su alrededor, su propio instructor estaba muerto de miedo, paralizado, igual que sus neuronas.

Maia se levantó bufando y se sacudió.

—Solo ha sido un cañonazo. ¿No veis el humo? —Todos miraron a la dirección que marcaba con el dedo. —Sois muy asustadizos, ¿sabéis?

— ¡Cierra el pico, mocosa! —gritó el instructor. Ella solo se encogió de hombros —Y además, ¿por qué iban a usar los cañones dentro de los muros. Aquí estamos a salvo...

Maia se quedó en silencio. Cierto. ¿Por qué dispararían hacia dentro? ¿Qué podía haberlos asustado tanto como para eso?

—Sí que es un tema peliagudo... ¡Voy a ver!

— ¡Ni hablar! ¡Maia!

No importa cuando gritara el instructor, porque Maia era tan veloz que ya se había alejado mucho de ellos, y no precisamente, a pie. Usando su equipo de maniobras se alzó sobre los edificios y corrió por encima de los tejados hacia la columna de humo que se elevaba por encima del muro. Así llegó Maia a un tejado próximo al lugar marcado. El humo ya se estaba disipando y atendía con nerviosismo a la escena. Todos los soldados que rodeaban la figura, la silueta, más bien, la apuntaban con escopetas y temblando como la tierra con el paso de un titán. Maia dio un pequeño paso hacia delante cuando la figura se pudo diferenciar con claridad, y sus ojos no daban crédito a lo que veían:

—No... No puede ser... —exaltada, agarrándose a la pared, descolgándose casi del edificio — ¿Un titán? Pero... ¿Cómo ha entrado un titán hasta...? —Abrió más los ojos, viendo cómo era el titán, y totalmente atónita, se descolgó totalmente, y haciendo uso de su equipo, bajó a pie de calle, quedándose tras los soldados, para poder verlo mejor.

Sin lugar a dudas era un titán, sí, pero no estaba bien hecho... O bien terminado de hacer. Tenía el cráneo al aire, los músculos y tendones descubiertos y solamente un brazo que se alzaba al aire. Por lo demás, no estaba hecho. Su estructura llegaba hasta las costillas, y no había nada más abajo de ahí. Incluso estaba hueco, el polvo y la humareda causada por el disparo se colaba por entre sus huesos. Tenía un solo ojo, más pequeño de lo normal en un titán, y de movía de manera extraña. Maia lo observaba sin dar crédito a lo que veía ni con sus propios ojos.

—Pero, ¿qué...?

— ¡Eh! ¡Tú! —exclamó un soldado próximo a ella — ¿Qué haces ahí, niña?

Maia se sobresaltó y se volvió al soldado que en seguida llegó a su altura. Era un soldado francamente alto, y ancho de espalda, que con los brazos en jarras la observaba con gesto de desaprobación en la mirada. Maia, con los dientes apretados, sabía que se había metido en un buen lío, cosa que por lo general, era de su agrado, pero en esta ocasión, sabía que esto conllevaría perderse toda la acción que iba a ocurrir ahí en los próximos minutos.

—Yo... Eh... Pues, verá, yo solo estaba... —Y, ¿qué le iba a decir? Si mentía se metía en un lío, y si no mentía... A decir verdad, no sabía qué pasaría si dijera la verdad, porque, lo más lógico es que después de un cañonazo dentro de los muros y una explosión de tal calibre, es que todo el mundo acuda en manada a ver qué ha pasado. Pero Maia solía optar por la opción más compleja y problemática. No tenía remedio —Mi instructor estaba nervioso y me ha mandado a investigar qué ha pasado.

— ¿Shadis? ¿Nervioso? —preguntó en tono burlón.

—Eh... Pues sí.

En realidad, eso no era mentira.

—Puede que le preocupe esto, pero ese hombre es el que pone nervioso a otros, no al revés.

—Bueno, yo le digo lo que ha pasado. Se ha asustado y me ha mandado aquí.

—Sí, por supuesto. ¿Y tú quién eres, mocosa?

Iba a responderle con su afilada y descarada lengua por haberla llamado mocosa, algo que le ponía siempre de los nervios, pero un impulso reconociendo el mando superior, la hizo corregirse en el último momento. Se llevó el puño al pecho, realizando el saludo oficial de las tropas.

—Cadete Maia Haider. Tropa de Reclutas Ciclo N°105, señor.

— ¿En serio? ¿Cuantos años tienes?

—Trece, señor.

— ¿Ah, sí? —la observó de cerca. Otra cosa que le pone de los nervios —Pareces más pequeña. Juraría que solo tienes diez años, niña.

—Pues tengo trece, viejo.

Era como una bomba de relojería, cuando llega su tiempo a cero, explota. No se había resistido antes, pero mucho menos al decir aquello. El soldado que realmente no era más que un chaval, muy brusco, por cierto, la agarró del cuello de su chaqueta y se la llevó a rastras de allí, sin quejarse si quiera. Comprendía que se lo había buscado; ahora lo malo es que tendría que verle la cara a Shadis y eso no le apetecía nada...

El soldadito de las rosas llevó a rastras a Maia por las calles, alejándola del núcleo de la acción. Ella sola, se había llevado toda la suciedad de la ciudad en dos paseos. Principalmente, porque ponía algo de resistencia, tirándose al suelo; en parte, era culpa suya... Bueno, no, era totalmente culpa suya, por meterse en líos.

Precisamente, esto es lo que su compañero de ciclo Ambrose le dijo cuando la tuvo delante. Ambrose siempre la reñía, en cierto modo se creía superior a ella, porque era obediente pero rebelde, antisistema, al mismo tiempo, y tenía grandes aptitudes para el aprendizaje. Asistía a cada lección y atendía, a veces podía no atender, incluso y pasar las pruebas. Maia es que simplemente creía que le suponían una pérdida de tiempo y se negaba a ser evaluada como sus otros compañeros. Ella poseía unas habilidades adquiridas con anterioridad, no sería justo ni para ella ni para los demás. Era evaluada igualmente, pero tan solo su instructor había visto cómo hacia uso de esas habilidades que decía tener.

— ¿Te vas a rendir ya o qué? —preguntó Ambrose, al ver que, ya varios minutos, casi una hora después de que un soldado de la guarnición apareciese con la chica a rastras, Maia volvía a ponerse en pie, mirando hacia las puertas. Quería salir. Necesitaba salir. Ambrose suspiró profundamente —Supongo que no...

—Déjala, Ambrose —añadió Anke, una chica que aún no cumplía ni la edad mínima para alistarse, pero se encontraba en el cuerpo ya que había nacido a finales del año marcado —. No tiene remedio.

Ambrose se rió burlón.

—Algún día habrás deseado hacerme caso. Si tuvieras más disciplina llegarías tan alto como voy a llegar yo.

—Yo ya llego más alto —respondió ella sin hacerle mucho caso; véase que su respuesta hacia referencia literal, sin ir con segundas, a que usando su equipo de maniobras llegaba más alto que su compañero,  el cual volvió a reírse de una forma tan burlona, que molestó hasta a la dulce Anke.

— ¡Sí, claro! Te pasas el día en las nubes, mientras yo tengo los pies en la tierra. Soy el único aquí que ve que el sistema está podrido. Y pienso cambiar eso, por mucho que me cueste.

—Suerte con la política... —dijo. En cuestión de un segundo ya se estaba dirigiendo la puerta —Yo me voy a matar titanes.

— ¿Eh? ¡¿Cómo?! —Ambrose se levantó —Maia, ¡el instructor Shadis ha dicho que nos quedemos aquí! ¡Nosotros no vamos a participar!

—El instructor Shadis no es más que un fracasado que intentó llegar muy alto, como tú, pero tropezó y se cayó de morros —acusó. Se detuvo en las escaleras, postergado su salida del cuartelillo hacia la calle, para unirse a todos los soldados en la recuperación de Trost —. Sin embargo, ahora es el comandante Erwin el que está al frente, y en sus manos están todas nuestras vidas. Hay quien lo acusa de querer jugar a ser Dios, pero él solo sacrifica un pedazo de la Humanidad para salvar a un colectivo mayor.

—Tu admirado comandante no es ningún salvador, como propones. Es un asesino.

—Puede ser. Pero al menos, él sabe lo que es. Y yo sé lo que soy. Tú en cambio... Solo sabes hablar. Eres un charlatán, como Shadis, y te cartas de morros como él. Y cuando eso ocurra, yo estaré tan alto, que no podrás verme...

Ambrose, algo humillado y sin respuesta, miró para otro lado. Maia realmente esperaba con ansias ese día, en que por fin alguien la supiese distinguir del resto. Ella sabía que no era normal, y eso podía ser algo bueno o malo, no estaba segura, pero iba a tomarlo. Porque como decía, ella sabía quién era, lo que era. Era como Erwin Smith, la última esperanza de la humanidad, así lo llamaban. Eran dos personas con un sueño, un sueño único e irremplazable, puro como la luz divina, y abstracto, como la propia divinidad. Y para ello, estaban dispuestos a hacer sacrificios grandes. Ambos querían el bien para la Humanidad, pero eso no podía conseguirse sin mancharse las manos primero, eso era algo de lo que muchos en el cuerpo de exploración eran conscientes, y Maia también...

Justo en el momento en el que iba a abrir las puertas, éstas fueron abiertas por dos soldados de la guarnición, que hicieron retroceder algo sorprendida a la chica.

— ¿Sois los cadetes de la 105?

Hubo un amplio silencio. Ni si quiera el charlatán de Ambrose se atrevió a abrir el pico. Que dos soldados preguntaran eso en un momento tan crítico como el que vivían, no era buena señal. Maia, en cambio, lucía un nuevo brillo de ambición en la mirada.

—Sí, señor.

—Estamos buscando a alguien por orden del comandante Pixis. Según sus calificaciones, es la primera de la clase.

Ambrose pegó un grito. Era tan egocéntrico y se creía tan listo, que pensaba de hablaba de él.

— ¡No quiero morir, señor! —se tiró al suelo, suplicando.

Los soldados lo miraron incómodos.

—Oh, disculpa. Creímos que eras una chica... Eh... ¿Cómo se pronuncia tu nombre?

—Ambrose —le temblaba la voz.

—Me temo que es un error. A nosotros nos han mandado a buscar a una tal... Maia.

La chica miró a los soldados con ímpetu. Mientras sus compañeros la miraban con confusión. ¿Maia?

—Eso... No puede ser... ¡Si no da un palo al agua!

—Pues según sus evaluaciones, se trata de un auténtico prodigio. Una de las personas más excepcionales y fuertes. Hasta ahora, solo otras dos personas poseen un destreza similar.

Ambrose parecía indignadísimo. Pero Maia sonreía como si hubiera un espléndido sol sobre ellos, como si fuera el día más feliz de su vida. Y, sobretodo, porque era el día que deseaba que llegará con ansias. El día en el que consiguieron diferenciarla.

—Soy yo, señor.

—Bien. Maia. El comandante Pixis reclama tus servicios.

—Pues no le hagamos esperar.

Con vivacidad, salió del cuartel. Después de aquello, no volvería a encontrarse ni con Ambrose ni con Anke, hasta mucho después...

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