Capítulo Setenta
CAPÍTULO SETENTA
22 de agosto, 2012
Camino de un lado a otro por la habitación mientras Halle continúa llorando. Mis ojos se sienten pesados y cansados, la mezo continuamente, pero ella llora más fuerte.
No quería acudir a Kaethennis para que ella pudiese descansar, pero me rindo acercándome a la cama, sentándome con cuidado a su lado y un vistazo al reloj en la mesita de noche me hace saber que son las dos de la madrugada.
Así se han vuelto nuestras madrugadas, pero no hay arrepentimiento, sí mucho agotamiento, pero es algo que esperábamos con la llegada de Halle.
—Nena... —llamo a Kaethennis acariciando con una de mis manos su rostro—. Kae despierta.
Ella abre lentamente sus ojos mientras bosteza, pero una risa la interrumpe cuando pongo el rostro de Halle llorando frente al suyo. Se incorpora apoyando la espalda contra la cabecera y se baja uno de los tirantes del camisón sacándose un pecho cuyo pezón se encuentra hinchado y húmedo.
Me es inevitable no mirar entre maravillado por lo que hace por nuestra hija y la fascinación de todos los cuerpos que ha habido en su cuerpo.
Mi hija no pierde tiempo en atrapar su pezón y comer con una desesperación que me tiene riendo por lo bajo.
—¿Lleva mucho tiempo despierta? —Me pregunta en medio de un bostezo y con los ojos a medio cerrar.
Tiene círculos purpuras alrededor de los ojos, su cabello es una trenza con mechones sueltos despeinados y su camisón tiene algunas manchas de la cena, pero para mí se ve infinitamente preciosa.
—¿Harry? —arquea una ceja y sonrío bajando hasta sentarme casi al final de la cama y tomar uno de sus pies, comenzando a masajear y haciéndola suspirar con placer— ¡Dios! Qué bien se siente.
Me complace poder ayudar de alguna manera cuando ella es la que hace la parte más difícil, así que masajeo sus pies siempre que puedo.
—Creo que tiene media hora despierta —respondo finalmente—, al principio estaba inquieta, pero luego comenzó a llorar—bostezo.
—Ven y acuéstate, duerme un poco, yo me hago cargo.
—Estás más cansada, deja que te ayude a sacarle los gases, no te preocupes.
—Pero...
—Pero nada, luego de darle de comer vas a dormir, tienes que descansar.
Cuando Halle deja de comer, la tomo y camino mientras saco sus gases, Kaethennis se duerme de inmediato.
Beso la cabeza de mi hija y tarareo una canción mientras la siento liberar los molestos gases, ella hace un pequeño sonido y sonrío.
—Muy bien, dulzura. Eres tan buena niña y te amo mucho ¿Lo sabes?
La pongo frente a mí y se estira con los ojos a medio cerrar antes de ponerse roja al pujar, poco después un fétido olor llega haciéndome saber que es hora de un cambio de pañal.
***
—No puedes ir al kínder con converses de diferentes colores —digo por enésima vez a Harry Daniel, él me frunce el ceño y deja que le ponga los clásicos zapatos negros—. No me mires así, son reglas de la escuela.
—No quiero.
—Bueno, estoy seguro que después de que te adaptes te gustará —aseguro viendo sus alborotados rulos—. Ese cabello no tiene sentido que se peine, es rebelde ¡Kaethennis!
—¿Qué? —pregunta asomándose en la puerta de la habitación y sonriendo ante la imagen de nuestro hijo en su uniforme.
—¿Qué hacemos con los rulos?
—Nada, lo hacen ser adorable ¡No voy a cortarlos!
—Sé que no lo harás —entorno los ojos—. ¿Qué pasa si contrae piojos?
—¿Pijos? —pregunta él con curiosidad haciéndome sonreír ante la palabra.
—No agarrará piojos —asegura Kaethennis al tiempo que se escucha un estruendoso llanto.
—Hade —nos dice el pequeño Jefferson con una sonrisa.
Kaethennis ríe y sale en busca de la bebé que llora. Paso una mano por la camisa de Harry Daniel y sonrío.
—Ya estás listo para tu primer día en el kínder.
Bueno, me esperaba que Harry Daniel llorará, pero él está tranquilo pese a que mira con desconfianza a la maestra que lo recibe. La que llora es otra persona y no hablo precisamente Halle.
Kaethennis derrama lágrimas mientras con una de sus manos intenta limpiarlas, sonrío un poco, sigue sensible además de que su lado mamá osa está en todo su esplendor, sobre todo ahora que esta potenciado por dos.
—Él es alérgico al maní —dice Kaethennis tomando el pañuelo de papel que la maestra le ofrece, Halle se remueve en mis brazos, pero se mantiene dormida y acurrucada—. Es un niño esplendido.
—Tranquila, está en buenas manos— asegura la maestra con simpatía—. Despídete de mami y papi, Harry.
El pequeño Jefferson camina hacia mí y tira de mi pantalón para que me ponga a su altura, lo hago sosteniendo con cuidado a Halle, beso su frente.
—Estarás bien, sé que la pasarás increíble y luego volveremos por ti. Te amo —susurro contra su sien.
—Ti amu.
Él se acerca a Kaethennis quien se agacha y prácticamente lo asfixia en un abrazo, incluso él jadea por la sorpresa.
—¡Nani! Muy fuerte... —se queja, Kaethennis besa su rostro continuamente.
—Te amo, mi cielo.
—Ti amu, nani.
—¿Y a papi y Halle? — pregunta Kaethennis.
—Ti amu, papi y tiamu, Hade.
Aun con desconfianza hacia la maestra, Harry Daniel toma su mano y se pierden dentro de las instalaciones. Camino junto a Kae hasta mi camioneta.
—¿Vas a llorar durante mucho tiempo? —cuestiono divertido dejando a Halle dormida en el portabebés.
—Oh, cállate —dice riendo y tiro de su brazo, plantándole un beso en la boca y tomándome el tiempo de acariciarla con mi lengua.
Enredo una de mis manos en su cabello deleitándome con su sabor, luego la dejo ir.
—Eres una reina del drama con nuestros hijos.
—Y tu un señor posesivo —me acusa riendo, no lo niego.
Subimos a la camioneta y suspiro.
No me puedo creer que esté teniendo todas estas experiencias, mi familia.
Cuando conocí a Kaethennis no imaginé que tiempo después ella me permitiría ser parte de un hito tan importante en la vida de Harry Daniel como su primer día en el kínder, mucho menos que ya no lo llamaríamos su hijo sino que sería tan natural como respirar llamarlo: nuestro.
—Tienes una sonrisa de comemierda —Me dice haciéndome reír—. ¿En qué piensas?
—En que luchaste un montón, nena, pero finalmente estamos aquí ¿Hubieses querido que algo fuese diferente?
Suspira y cierra los ojos para tomar una siesta.
—No cambiaría nada, Harry Jefferson, incluso mis momentos de dudas y terquedad valieron la pena.
Miro por el espejo retrovisor a una dormida Halle.
—Sí, lo valieron.
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