8. Como la hormiga.
Geno no logró dormir las siguientes noches.
El silencio invadía los lobos entre la manada durante toda la madrugada exceptuando los sonidos exteriores que no eran amortiguados por los gruesos muros de su cueva, como los grillos que se colaban a su habitación; a cualquiera les resultaría molesto, pero él los consideraba una pequeña compañía en sus aposentos cuando indagaba en sus pensamientos a la luz del insomnio que entraba impertinente por la ventana.
Ya había memorizado cada grieta en su techo después de horas en su cama sin mirar nada más que roca.
Después de su conversación con Shatt, no había prometido nada con respecto a lo ocurrido con Reaper, ya que con o sin ese enorme lobo oscuro paseándose por todo el bosque nadie ni nada lo privaría de sus propios instintos. Pero su mente lo obligó a quedarse un poco más removiéndose en su cama y escuchando su propia respiración apaciguada mientras miraba a la nada.
Durante años, o al menos desde que inició su convivencia en la manada los cazadores eran escasos debido al miedo que los propios habitantes incentivaban en la mente de los forasteros que viajaban hasta aquí desde el exterior para llevarse la vida de las especies tan codiciadas, además del respeto que sentían hacia la tumba de quienes murieron hace siglos y el fuerte deseo de no molestar a los guardianes que protegían el Mar de árboles.
Pero por supuesto, siempre existirá la avaricia y la ambición en la mente humana que tome el control de hasta los mismos principios de uno mismo. Y por ello, encontraron el cuerpo de Swap con heridas de balas casi a medio bosque. Sin embargo, estaba seguro que no llegarían a las profundidades de Aokigahara sin que ninguno de esos humanos se diera por perdido, lo cual si son lo suficientemente listos eso atrasaría su avance y otros querrían volver.
El temor se manifiesta en las personas como una negación por instinto a lo que en un principio uno deseaba con necesidad, renegarse a una idea planeada y no volverlo a intentar. Por esa razón los humanos eran tan débiles, el miedo hacía cambiar los ideales de sus corazones.
Pero también eran tercos, incluso si arriesgaban su propia vida.
La Luna Roja se manifestaría en el cielo este fin de semana, y la idea de que todo pudiera ser diferente esta vez le aterraba. Pero ese miedo no era el mismo, sino que se trataba de algo más que lo inquietaba: ¿Y si su predestinado no era como esperaba? ¿Le daría asco estar con alguien que no pertenecía a la manada de nacimiento como todos?
Su cama crujió al levantarse, salió de su cueva y en silencio adoptó su forma humana para abandonar el territorio seguro de su manada sintiendo la brisa entre su pelaje blanquecino. No sabía hacia donde dirigía su camino, pero tampoco le importó al ver que se trataba de la misma pradera por la que había huido la otra noche. Y exactamente como sucedió, ahí estaba de nuevo La Muerte, mirando hipnóticamente hacia los astros lejanos que servían como focos para los perdidos en el firmamento. Pero esta vez, no encontró un gran lobo azabache recostado en la pequeña colina con la cabeza en alto, sino un joven japonés con cabellos azabaches y los mismos ojos azules en un mar celeste. Sus ropas, oscuras como la noche en una chaqueta de cuero, franela y jeans negros rotos. Ahora si las dudas de Geno si acercarse o no a él se habían disipado lo golpearon de nuevo con fuerza.
El aroma suave proveniente de él era atrayente, un perfume natural que le hacía desear acercarse más para no perderse nada de él. Como una flor lleno de néctar que atraía distraídamente a un colibrí.
Era inútil huir ahora. Seguramente ya sabría que estaba cerca porque su propio olor a vainilla lo habría delatado.
—¿Por qué has vuelto? ¿Es que acaso quieres que te destroce el cuello por lo de la otra noche? —reclamó el pelinegro al ver el lobo acercarse a su presencia con cautela y lentitud.
—Este territorio no está marcado por nadie, así que supongo que soy libre de pasear por aquí. —Reaper se obligó a respirar resignado sin dirigirle la mirada, porque ese estúpido omega tenía total razón. Era la primera vez que se sintió como un extraño en una tierra extraña, pues ahora que lo pensaba, nunca había reclamado un territorio para sí que sea suyo y sólo suyo.
— ¿A dónde vas? —Geno ladeó la cabeza en confusión al verlo levantarse y caminar sin mirar atrás, entendía parte de su actitud de “lobo solitario” por el encuentro de la noche pasada y también porque por el poco diálogo que había intercambiado con él había identificado su personalidad frívola. Pero, le frustró que lo dejara con las palabras en la boca.
—Lejos de aquí.
—¿En verdad te irás sólo porque acabo de llegar? ¿No es algo muy infantil? —el lobo le gritó aquello cuando Reaper ya se encontraba a una distancia considerable entre la maleza.
—Habla quién tuvo que protegerse entre las patas de su Alfa.
—Por lo menos tengo a alguien quién vele por mi seguridad, ¿tú sí? ¿Quién aguantaría tu actitud? Seguramente por esa misma razón no estás con tu manada en este momento.
—¡Suficiente! —le demandó con voz grave volviéndose a él, haciendo callar todo ruido a sus alrededores, con sus ojos azules brillando como dos zafiros entre las sombras y el ceño arrugado claramente enojado dándole a saber a Geno que se había pasado de límite, luciendo aún más amenazante. Geno, por simple naturaleza, agachó las orejas. Pero, recordando fugazmente su última conversación, fue él quien se había entrometido con su manada y vida personal en primer lugar. —Ya cállate. Repítelo y date por muerto, omega. No conoces nada sobre mí y sería una pérdida de tiempo relacionarme con alguien que no pudiera entender algo tan simple como la libertad. —volvió lentamente sobre sus pasos con ambas manos en sus bolsillos, fulminando con la mirada a Geno quién lo miraba sin despegar sus ojos de los suyos. — como dije antes, eres sólo alguien que usa tu querido Shatt para procrear y hacer más fuerte la manada. Si ven que no cumples tu función debida, te desecharán. —dijo aquello con una llama de disgusto desde el interior de su garganta y desviando la mirada, como si fuera exactamente el por qué se encontraba sólo por estos caminos.
—Lo sé. —el albino se dejó acostar en el pasto ante la mirada de Reaper quien alzó ambas cejas cruzándose de brazos.
—¿Lo sabes? ¿Entonces por qué aún sigues bajo el régimen injusto de tu Alfa? Es algo estúpido de tu parte, omega.
—¿Alguna vez has visto una hormiga yendo hacia un lado? —su pregunta repentina y fuera de la conversación aumentó la confusión y curiosidad de Reaper, pero sin inmutarse ni esperando una respuesta contraria, Geno prosiguió mirando distraídamente las olas que formaba el viento al empujar la maleza. —No hay manera de que encuentre su camino con sólo una vez. Constantemente se enfrenta con obstáculos, y deambula durante días en busca de comida. —entonces lo miró, y pudo sonreír. Porque en el pelinegro podía ver su propio reflejo en el momento. — si alguna vez encontramos nuestro camino, podremos volver a casa, como la hormiga.
—¿… me estás comparando con un insecto? —sonrió burlonamente, Geno dejó escapar una pequeña risita feliz.
—Algo así. Supongo que entre los caminos nuestras huellas se borran, creo que por eso estoy perdido. Pero tengo la esperanza de que algún día pueda tomar el rumbo correcto. Cuando llegue ese día, juro que me iré de aquí.
La tensión antes formada se hizo a un lado para dejar una suave y cómoda calma que ninguno de los dos deseaba romper con una palabra. Era extraño cómo con una simple parábola pudiera darle tanto significado a Reaper haciéndolo pensar, y al lobo que momentos atrás creía aborrecer con su alma, entenderlo por un instante.
Porque, él ya era libre. Sin embargo, Geno aún se encontraba encadenado bajo el yugo de Shatt. Pero, aún estándolo, entiende lo qué es ese deseo de libertad como el mismo Reaper hace años atrás.
Por primera vez, podía sentirse identificado con un desconocido que lo entendía.
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