39.-

—No. Ni creas que yo lavaré los platos —se queja Johann.

Levanto una mano antes de que Erick se ofrezca a hacerlo y tomo todos los platos.

—Ya lo haré yo en la noche, mal amigo —pongo los platos en el fregadero y regreso a la barra.

—Vamos al cine —pide Johann.

—Sí, me parece bien. Solo déjame ir a dejar a Erick a su casa —le digo mientras tomo las llaves del auto.

—Oye, invita al niño. Después del infierno que debió ser haber tenido que estar contigo más de tres horas seguidas, merece una recompensa —habla y le da unas palmaditas en la espalda a Colón.

Pero Erick niega y titubea sonriéndonos a ambos con nerviosismo.

—No, no es necesario. Y-yo... No tengo dinero y...

—Oh, vamos, niño. Joel pagará tu entrada —lo tranquiliza Vera.

—¿Disculpa? —lo miro molesto.

—Bueno, ya. Yo lo pago. Pero tú pagarás las palomitas —sonríe en grande.

—N-no, hablo en serio. Gracias, pero creo que debería volver a casa —se disculpa.

—Ay, vamos. Solo son un par de horas —levanta al ojiverde de la silla y yo intento con señales decirle que no pienso llevar a Erick al cine—. Además, es una película de terror, te gustará. Se llama "El carácter de Joel Pimentel".

—Johann... —lo miro molesto.

—Ya, Joey. Yo voy de copiloto —y sale corriendo por la puerta principal.

—No tienen porqué, entrenador.

—Si no te llevo me estará golpeando las pelotas todo el maldito día —miro el reloj—. Vamos, es temprano y habrán mejores lugares.

Él se rasca la mejilla y pasa a un lado mío.

—L-le pagaré todo a su amigo, lo prometo —me dice mientras abre la puerta de la entrada.

Pero troto hasta él y cierro antes de que abra completamente. Puedo sentir su mano, es pequeña y su piel está fría.

—No. Créeme que no quieres volver a ver a Johann, es un fastidio.

—¿Siempre se burla de sus amigos cuando no están? —ríe.

—Pues a tí te insulto en tu cara a veces, dímelo tu.

—Pero, no soy... s-su amigo —ríe con nerviosismo.

—Cierto, buen punto... Entonces, sí. Siempre me burlo de mis amigos cuando no están. Pero como sea, ignora lo del dinero, es solo una entrada al cine. Vamos.

Le doy una ligera palmada en la espalda y abro la puerta para dejarlo salir antes que yo y cerrar la puerta de la casa.

[...]

—¿Cuál quieren ver? —pregunta Johann una vez estamos en la fila.

—La que sea —respondemos Colón y yo al unísono.

—¿"La que sea"? ¿Dónde está esa? No la veo —finge buscar el título en la cartelera.

—Mierda, Johann. Escoge la que sea, igual te vas a dormir a media función, como siempre —pongo los ojos en blanco—. Ustedes escojan la película, iré por unas palomitas y refrescos.

Me doy la vuelta, pero al pensarlo bien, regreso con ambos. Tomando a Erick de la muñeca y alejándolo de Johann.

—Dios, hasta tengo puto miedo de dejar a un niño solo contigo.

—Ya no soy un... —habla Erick.

—Ay, tiene... ¿qué? ¿Diecisiete? De inocente ya no tendrá nada. Seguramente ya... —cubro las orejas de Erick antes de que termine de hablar y con mis manos en su cabeza le doy la vuelta para ir a la fila de las palomitas.

—Ignóralo, a veces pienso que nunca superó la pubertad.

—Pero tiene razón, no soy un niño, entrenador, tengo dieciocho y, ¿q-qué es lo peor que su amigo podría decirme? —ríe y lo mira a lo lejos.

—Já —me cruzo de brazos y sonrió—. La pregunta es, ¿qué es lo menos peor que podría decirte? ¿Sabes que es una "Punta de Dios"?

Tartamudea y niega.

—¿Q-qué es?

—Ni idea —me encojo de hombros—. Lo golpeé antes de que continuará con la explicación.

Después de algunos minutos llegamos y ordeno unas palomitas medianas, unas pequeñas y tres refrescos.

Erick ve los dulces de la vitrina con un niño pequeño y yo solo río un poco.

—Tardaron tres veces lo que yo tarde en ir por los boletos —se queja Johann, quitándome las palomitas medianas para comer de ellas.

—Esas —señalo la caja—. Son mías. Estas —le quito las palomitas medianas y le doy las pequeñas—. Son para ustedes dos —lo señalo después de Erick y sonrío.

—Yo tengo los boletos —amenaza.

—Los que compró con su dinero —susurra Colón y yo río en grande, mientras él mira apenado al suelo luego de sentir la mirada de Johann.

—Déjalo en paz, tiene razón —le digo a Colón—. Ya vamos a la sala.

—Ah, sobre eso. La película empezó hace diez minutos.

—¿Qué? —le doy la charola con los refrescos y palomitas a Erick y le quito los boletos a Johann para caminar hacia el boletero.

Cuando entramos a la sala las luces ya están apagadas, pero apenas están pasando los nombres de los protagonistas y directores principales.

Miro el número de los asientos y los guío hasta yo quedar en el asiento más cerca al centro.

—Ah no, Pimentel. Ese es mi asiento —lo reclama y se sienta antes que yo, pero como estaba a punto de sentarme, caigo sobre sus piernas a lo que al instante me levanto alarmado—. ¿Qué, Joelito? —puedo ver que forma un falso puchero a pesar de la poca luz—. ¿Daddy Johann te asusta?

—¿Daddy? —lo miro confundido.

—No me jodas que no sabes qué es eso, Joel. Es cuando...

—Shhhh —nos callan varias personas.

—Entrenador —Erick me toma del brazo y me incita a sentarme en el asiento a lado de Johann.

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2/3, el último viene en un par de horas, así que voten mucho para apresurarlo.

Gabbb.

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