Alex tragó ante la primera prenda que se deslizó de las piernas blancas de Andrea. De entre las rocas, intentó no chapotear. ¡Dimitriv le había jurado que la familia no llegaba sino en otros días!

Los zapatos llevaban rato descartados en la orilla, la falda y calcetines arrojados sin cuidado entre la arena. A orillas del lago de la propiedad, la diminuta rubia ocultaba su desnudez entre las hojas y las ramas cargadas de frutos a punto de madurar. Aún así, Alex observó todo con la garganta seca.

La piel de la mujer estaba tostada en los brazos y piernas, pero el resto de ella era de un blanco rosáceo. Su cabello rubio fresa solo acentuaba el verde de sus ojos al chapotear en el agua. Su cuerpo parecía formar parte de la misma corriente, flexible y fuerte al saciarse.

Alex se hundió un poco más en su lugar. Su corazón estaba a punto de estallar. Nunca había conocido a un ser más hermoso.