6. Frottage

Los murmullos de conversaciones y la luz naranja de las lámparas de papel rodeaban a las mujeres sentadas cerca de la salida al jardín. El maquillaje discreto y las yukatas negras permitían su fusión con el resto de la congregación, pero el aura de intimidad de sus cabezas juntas los apartaba del resto de los asistentes. Igual que un cerco de electricidad, sus manos entrelazadas bajo las mangas causaba un instintivo rechazo a acercarse.

De vez en cuando, la chica de tocado alto y de nuca desnuda acercaba un pañuelo a sus labios en perfecto rojo y sus mejillas sin rastros de lágrimas. Su mirada estaba en las estrellas del velo de la noche, perfume pacífico de la tierra mezclados con el canto de las cícadas. Su rostro era un juego de armonía diversas, bella de la forma en la que son hermosas las montañas en cualquier estación. Sobria, silenciosa, su serenidad era solo comparable a la tranquilidad de los bosques alrededor de la casa principal.

—¿No deberías llorar?

El susurro en su oído la arrancó de las imágenes de viajes lejos de ese lugar a la ciudad. Ladeó el rostro, un mechón rebelde escurriéndose sobre cejas arqueadas en irritación. Sus iris eran tan verdes que una intensidad igual perturbaba y halagaba a partes iguales. La otra mujer tenía un rostro común dentro de su atractivo, su cabello negro en una trenza y sus ojos oscuros, vivos, como las cuevas submarinas que se habían tragado al fallecido.

La belleza camaleónica soltó un bufido como una tos en su pañuelo. En ningún momento dejó ir la mano de su compañera.

—Todos saben lo mal que nos llevábamos.

—Aún así, era tu madre... Tu padre no estará feliz si no intentas disimular... —contestó la compañía antes de suspirar—. Al menos intenta llorar.

—Mi padre la odiaba más. Tenía 12 años cuando los casaron, ella tenía treinta, y solo ahora tiene oportunidad de comenzar su vida de nuevo.—Volvió a cubrirse la boca con su pañuelo, rastros de carmín en contraste del blanco—. Si tanto te preocupa, hay una manera para hacerme llorar.

La tensión empezó a crecer en cuanto esas palabras escaparon de su boca. El silencio se hizo en su diminuta reunión, el horror de una solo aumentando la sonrisa de la otra. El viento hizo bailar las campanillas y fue un concierto en sus oídos. El corazón de ambas latía al unísono hasta que la cima del terror rompió el límite.

—Vale... ¿Cómo quieres hacerlo?

—Finge que estás abrazándome.

        Temblorosas eran las manos de la acompañante cuando rodeó los hombros de la hija de la fallecida. Una de ellas se deslizó entre los pliegues de la yukata, sin entrar en contacto con la piel, pero lo más cerca que permitía la delgadez de la seda. El calor de su sexo las hizo estremecer a ambas.

Acercó su cuerpo lo más cerca que pudo, ambas unidas en lo que parecía un llanto intenso en lugar de dedos de caricias traviesas. Ocultaron sus jadeos en llanto, quejidos de placer en pena por la pérdida de una madre. Incluso el temblor del orgasmo fue observado por los otros asistentes como la muestra más plena de dolor.

Al acabar, la mujer ocultó sus manos húmedas en la manga. El maquillaje ocultó el ligero sonrojo, no así la mezcla entre lujuria y miedo que dedicó a su pareja. Su única respuesta fue una sonrisa temblorosa, ojos plagados de lágrimas y un pecho subiendo y bajando a gran velocidad.

La mirada de entendimiento de ambas solo se rompió cuando un hombre alto y muy rubio llamó a todos a la siguiente sala, la última etapa del funeral a punto de empezar.

—Vamos, entonces. —Cubrió sus labios por última vez, sus piernas todavía débiles al tomar su lugar junto a su padre para guiar al resto de la procesión a sus lugares.

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