24. Facesitting

El problema inició después de la cena, cuando la figura envuelta de seda y una nube de perfume ocultó su visión de las tragedias ajenas.
A esa hora, el escenario del bar estaba lleno de los usuales personajes: soldados al término de su turno de tres días, viajeros con algo de tiempo que matar antes de ensillar sus caballos y seguir su camino, personas de dudosa reputación a la espera de una oportunidad de trabajo. Incluso el clásico cazafortuna oteando las conversaciones de los estudiantes y políticos ocultos tras la apariencia de normalidad.
Estaba aburrido de la mala vida. El sueño de trabajar en un bufete se había esfumado nada más pisar los primeros adoquines de la ciudad. El trabajo escaseaba, el sitio que logró alquilar no era más que la miniatura de un departamento y su título de contable, que tanto orgullo le había causado, apenas alcanzaba para un trabajo de doce horas como contable de un negocio al borde de la quiebra. A cada nueva jornada laboral, no podía sino pensar que sería la última y debería rogar por un trabajo en los ministerios abarrotados de abusadores, de bebedores y de otros miserables iguales a él.
El único respiro en su jornada era el bar frente a su pensión. Si bien no era millonario, alcanzaba a comprar la cena de sopa de cebolla, un trozo de pan y una copa de vino con trozos de alcanfor en el fondo. A veces, si tenía suerte, un amigo de horas compadecía su mala cara y le brindaba una pinta más negra que la noche sin luna.
Aún así, cuando la rubia más guapa del mundo ocupó el asiento a su lado, la incredulidad cubrió su rostro. No era un hombre en especial atractivo, menos lucía como uno de esos jugadores de azar expertos en vender ilusiones. Carecía de joyas y el único objeto de algún valor era el traje hecho a medida que su padre había mandado a hacer en cuanto terminó su licenciatura, allá en el cofre de su pobre habitación.
—No sé quién te mandó, pero te aseguro que no puedo pagar ni siquiera un minuto de tu tiempo.
La rubia rió, sus ojos verdes con un brillo rojo. Acarició el brazo del hombre, su tacto más helado que la nieve que caía afuera. Su sonrisa ocultaba secretos, parte de sus dientes ocultos por sus labios.
—No voy a cobrarte nada, solo quiero que alguien me caliente esta noche tan fría.
Por supuesto, hizo oídos sordos al peso de su instinto y pagó la cuenta antes de seguir a la figura a las habitaciones de la posada. El resto del cuerpo era tan helado como su mano, pero los futuros placeres que entrevía de entre sus vestidos escotados.
El sueño acabó cuando la puerta se cerró a su espalda y la mano que acariciaba se volvió garra. La calma de la caricia fue agarre violento, lanzándolo a la cama ya cálida por el fuego de la chimenea.
—¿Q-qué...?
La figura se lanzó sobre él, los vestidos abiertos a un cuerpo perfecto lleno de pecas en la piel tan blanca. Su largo cabello rubio ocultaba y enseñaba a partes iguales los pechos tan llenos como no recordaba haberlos visto antes. Su respiración se agitó. Era bella y peligrosa como lo era el mar en una tormenta, la necesidad de ahogarse ocultando todos sus instintos.
SIn embargo, cuando intentó besarla, la mujer giró sobre sí y le dio una visión que le dejó sin aliento, haciéndole abrir la boca. La curva de su trasero ocultaba el rubio de sus cabellos, sus pechos firmes enmarcaron la sonrisa llena de dientes afilados. Se giró para sentarse de cuclillas en su boca, sus ojos sin despegarse uno del otro.
El momento de placer duró un instante, la presión pronto ahogándole en un líquido helado, los muslos manteniendo su cabeza en una postura incómoda. La mujer se inclinó sobre él, su cabellera oscureciendo todos sus rasgos menos el iris tan rojo como la sangre.
—Sabes lo que tienes que hacer, precioso.
Muy a su pesar, sus quejas eran inútiles frente a la dureza de su propia entrepierna, pronto presionada por dedos largos.
—Mmm... Alguien tiene una bastante grande. Luego la vemos, ¿okay?
Intentó asentir, su lengua uniéndose al ritmo de las caricias, ambos dándose cuenta de la real vocación y su pronto futuro con una ama de cabellos rubios y de sonrisa juguetona.


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