15. Human Furniture
«Joya» así nombraron al niño que apareció en el claro de flores blancas, lejos de la casa donde su madre aguardaba su regreso. De la boca de los agricultores, saltó a los mercaderes que acompañaron a la comitiva a la capital del Imperio, llegó a los oídos de los oficiales y pronto el niño escuchó rumores sobre la apertura de las puertas del Dragón. A cada intento de exclamar su nombre real, los susurros lo callaban y obligaban a seguir los precepto de ese grupo de personas casi divinas como eran las joyas.
El día al fin llegó. Comió manjares, fue vestido y decorado como si fuera una ofrenda a alguno de los dioses de las montaña. La criatura lo vio todo el cámara lenta desde su palanquín, las olas de los adoradores manchas rojas y azules en los alrededores de la escalera al Cielo, al Palacio Real. A pesar de ser el centro de la celebración, era ajeno a ella y encontró la llegada a las enormes puertas de la Ciudad Real confusa, aterradora.
A la sombra del signo del poder de la civilización moderna, el niño se encontró solo. Miró atrás, los sirvientes tan atentos en días anteriores, ahora se inclinaban con una muestra de reverencia y de terror. Los rumores de los poderes de las joyas eran una absurdez a sus oídos, pero eran ley en esos territorios.
Sin embargo, antes de que tuviera tiempo de rumiar las implicaciones de su nuevo estatus, el crujido de unos goznes devolvió su atención al escudo dorado de un dragón danzante. En el centro del sitio, la figura diminuta en el espacio y frente a una enorme estructura, dos formas envueltas en hanfus de color jade aguardaban su paso.
El niño realizó una corta reverencia antes de acercarse. El mundo quedó atrás en cuanto las puertas comenzaron a cerrarse a su espalda, frente a él un mundo por completo nuevo.
—Bienvenido a casa, pequeña Joya. —La criatura tragó en cuanto las primeras palabras escaparon de la figura más baja. Su belleza era igual al paisaje de una montaña cubierta de niebla, misteriosa y salvaje, pero también armoniosa, indemne ante los embates del caos y del conflicto. Fríos era el verde de sus ojos en un rostro tan perfecto que era aterrador, su cabello en un moño alto era igual a la pura oscuridad. Su cuello descubierto invitaba a acariciarlo, besarlo, adorarlo. La ropa apretaba su cuerpo con elegancia, aún así lo suficiente suelta para ocultar su verdadero género—. Soy Jade.
No era hombre o mujer. Era simple una joya, la joya principal del Imperio. Sin embargo, eso solo dejaba lugar a la identidad de la otra persona.
El niño dejó que su mirada descansara en la segunda figura. Un escalofrío lo recorrió. El Emperador vestía en igual hermosura a su contraparte, pero ocultaba parte de su rostro en un bozal. De su cuello colgaba una cadena atada a un collar de metal, el final de ella en la mano de Jade. Su mirada no lo veía a él, sino que permanecía fija en su pareja, en su compañero de vida. Apenas parpadeaba, su existencia solo dispuesta a escuchar las palabras de su joya.
Jade rió al captar la sorpresa en el niño. Ofreció su mano, su piel cálida y su tono paternal al subir las escaleras para entrar al vestíbulo. Allí, joyas de guardianes, de pequeños reyes, conversaban tranquilos frente a mapas y libros. Alguno saludó en su dirección con sonrisas o exclamaciones, la mayoría ocupada en sus perspectivos deberes oficiales. El aroma a té recién hecho, de bollos de carne y de dulces de jengibre hizo salivar al pequeño.
—Aprenderás a dominar a los poderosos y utilizar tu belleza para conquistar el mundo. —El hombre hizo un gesto, el Emperador colocándose en cuatro para que Jade se sentara en su espalda. El niño ocupó el único asiento, sus ojos abiertos al máximo al reconocer los rostros de grandes líderes como asientos de las figuras envueltas en sedas y en perfumes—. Suelen volverse locos por nosotros, pero es cuestión de dominarlos, de hacerlos obedecer.
Ellos nos dan el poder y nosotros amor, paz, compañía, consejo.
El niño observó las caricias de Jade sobre el cabello de la persona más poderosa del mundo, su sonrisa enigmática y llena de amor. Jade movió las manos en dirección a la mesa llena de platillos deliciosos, antes de tomar papel y un pincel lleno de tinta. Mordisqueó la punta de madera. Acomodó su postura para escribir cómodo, su mueble sin emitir el mínimo ruido.
—Come un poco, luego puedes leer lo que desees. Tenemos muchos libros. Aún tenemos mucho que trabajar y el día tiene pocas horas de luz. —Sin decir más, volvió a enfrascarse en su trabajo. Pausó su movimiento, levantó el rostro al niño y asintió—. Lo olvidé, tu nombre es Perla ahora. Mucho gusto.
Jadeo sonrió. Perla sonrió de vuelta, levantándose a servirse té y un plato de bocadillos, sus ojos sin encontrarse nunca con los de los muebles como si fueran un objeto más.
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