11. Size difference
No era envidia. Mis mejillas encendidas, mi postura inclinada, incluso la forma en la que ocultaba mis expresiones en la sombra de la pared, nada de ello era envidia.
En la sala, alrededor del sofá, los suspiros masculinos y sonidos de succión reverberaban en la habitación. La cabeza rubia subía y bajaba de forma rítmica en el regazo del hombre en traje. Cabellos pelirrojos, desordenados, apegándose a las sienes brillantes en sudor. Gruñía, su rostro pecoso sofocado en excitación y placer. Cubría sus labios al acordarse de mi presencia en alguna parte de la casa, pero las oleadas de placer lo devolvían al punto de inicio.
Mordí mi labio inferior. No era justo. Mi propia pareja, mi Haneul, tuvo que marcharse a un trabajo poco después de que nos acostumbrabamos el uno al otro. Ahora, al mes después, la única acción en la que participaba era como voyeur a las actividades de Roslin y mi gemelo, en el aire de la casa un intoxicante perfume a degeneración.
Me incliné más en mi escondite. Andrei era un descarado, sus movimientos decididos al erguirse de nuevo y subirse en el regazo del pelirrojo. No hablaban, ya muy acostumbrados el uno al otro para necesitar palabras. Mi hermano arrojó sus brazos alrededor de los anchos hombros de su amante, quejidos de sus labios al obtener lo que deseaba.
Cerré los ojos por un instante y aferré el borde de la pared. Mi cuerpo ardía en anhelo tal que era doloroso. Este tipo de hambre solo podía ser saciada por una persona. Se suponía que Haneul ya debía estar allí, pero algo debió atrasarlo. Tentado estuve a unirme a la pareja en frente, mi cuerpo una masa de calores y de ausencias.
Una mano cubrió mis labios, y un brazo rodeándome por la cintura antes de que terminara de dar un paso al frente. El perfume en el ambiente era uno tan potente y familiar que contuve un ahogo. La presión forzó mi barbilla arriba y mi cabeza atrás, mis ojos buscando un rostro envuelto en cabello tan negro como las sombras.
—No deberías espiar, Federico.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, mi voz ansiosa por salir cuando, en lugar de la mano, Haneul sustituyó su boca contra la mía. Su aliento envolvió el mío, su lengua besándome en esa postura tan incómoda para mí, tan provechosa para él. Era tan alto, una forma maciza de músculos, sangre y de un candor tan asfixiante que me quitaba el aliento. Mis dedos se curvaron en el tapiz de la pared, mientras que los suyos pronto bajaron mi pantalón de pijama y se introdujeron en mi carne ansiosa.
Su boca ahogó mis sonidos, su lengua arrancándome exclamaciones de placer. En ningún momento su mano soltó el agarre de mi barbilla ni sus dedos dejaron de jugar en mi interior. Solo la brisa fría me hizo darme cuenta de que mi torso ahora estaba al aire. El frío solo aumentó la sensación de dominación, el deseo de ser poseído tan agresivo como él mismo. Su voz ronca, algo afilada, susurró contra mi oído en cuanto nuestros labios se separaron. Introdujo un par de dedos en mi boca para acallar mis gemidos.
—¿Crees que ellos podrían compararse conmigo?
Negué, desesperado. Quería hablarle de mis noches inquietas, de mi distracción constante, de cómo le buscaba siempre en la colina y aguardaba su regreso. Era imposible ver a través de las lágrimas, pero la presión de los dedos disminuyó un poco y sentí una caricia delicada en mis labios. Aún así, no hubo tregua para mí. En cuanto tomé una bocanada de aire, la boca volvió con renovada agresividad y, aunque los dedos salieron, la penetración me tomó por sorpresa, arrojandome con todo el peso a la pared.
No necesité aferrarme a nada, no tuve tiempo. Brusco de una forma que no conocía, las embestidas empezaron a tal punto que todo mi cuerpo se agitaba, chocaba y golpeaba la superficie frente a nosotros. Mordí la carne de mi brazo para no gemir, no gritar, la pareja en el sofá demasiado contentrada en sí mismos para fijarse. Aún así, no quería interrupciones. Ahogado, el dolor y el placer eran uno solo, mi mano libre solo alcanzando a sujetar uno de los muslos contrarios para que fuera más fuerte, más agresivo, más profundo.
Esto era lo que yo quería, lo que deseaba con tantas fuerzas. Las manos llenas de callos sobre mí, tan grandes que parecían cubrirme por completo. Los besos ardientes, la piel suave como la crema contra la mía. Anhelaba su olor, su peso aplastandome contra la pared, sus jadeos en coronilla. El placer era tan increíble, el deseo tan agresivo, todo era demasiado.
—Te... Te amo... —Escapó de mis labios temblorosos, poniendo fin a la sensación y de todo. Confuso, helado por la separación de su cuerpo, vi una expresión de sorpresa en la cara de mi amante. Sin embargo, antes de que pudiera registrarlo, una fuerza me volteó de espalda a la pared y Haneul me besó con una violencia que me consumió.
En la siguiente penetración, no me callé y tampoco me callaron. Incoherencias salían de mi boca, mi pequeño cuerpo intentando cubrir a Haneul con la facilidad ajena. Besos, palabras de amor, placer, era todo lo que importaba hasta el final lleno de blancura y de ensueño.
Parpadeé tras acabar, mi cuerpo ahora en una cama. Levanté la mirada, tres sombras mirándome con preocupación. Roslin tímido, vestido en su bata de laboratorio; Andrei enojado, signo del susto, y Haneul, mi Haneul, con una sonrisilla traviesa en el rostro y ojos suaves de angustia.
Sonreí al entender lo que había pasado, una risa tonta escapándose pronto a una carcajada que solo me ganó un golpe de Andrei.
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