04. Teratophilia

En la sala de revelado de fotografía, el artista mantenía la espalda inclinada sobre la caja de negativos.Tomaba uno, lo colocaba a contraluz del infrarrojo y verificaba las imágenes contra el número del expediente. Las gafas protectoras ya picaban su piel llena de pecas, los ojos picándole por horas intentando discernir ceros de ochos y aes de oes. Tomó el siguiente negativo y repitió la acción. Ni cerca. Soltó un sonido de hastío, su búsqueda aun infructuosa. 

Devolvió el rollo de fotografías a su lugar y cerró la caja con un exceso de fuerzas. Sin importarle ya a esa hora si iban a disciplinar por abandonar el trabajo a medio hacer, salió de la habitación al área de descanso. 

La salita estaba oscura cuando arrancó las gafas y tiró los guantes al cestillo de los desechos médicos. Lavó sus manos en el lavadero, secándose con las servilletas del dispensador. En la penumbra, percibía los contornos de la mesilla de café, el sofá cama lleno de más resortes que colchón y las encimeras donde guardaban de azúcar a gasas. En alguno de los compartimentos descansaban un microondas y una cafetera. Una vez aseguró la puerta tras de sí, tanteó la pared por el interruptor.

La luz no era mejor en su palidez. Los objetos, él mismo, adquirían un brillo incandescente que resaltaba todos sus defectos. La madera roñosa de los cubículos levantada en las esquinas por la humedad, las manchas decoloradas de miles de tazas de café en la alfombra y en la mesa como anillos de gusano. Seguirán allí largo tiempo después que él desapareciera del imaginario de los internos y las enfermeras. 

El técnico suspiró entre dos pasos antes de dejarse caer de costado en el sofá. Todo su cuerpo soltó un crujido colectivo que sacudió sus huesos. Agradeció la inexistencia de los espejos en el lugar, sin ganas de examinarse las diminutas arrugas bajo los ojos entre un mar de ojeras, el cabello pelirrojo largo y grasoso. Si todavía poseía musculatura era más gracias a la genética que ejercicio en el gimnasio. Pasaba tanto tiempo en el laboratorio que, cuando ya era hora de salir, el cielo estaba tan oscuro como a su llegada. 

Giró en el lugar, el sofá apestoso a desinfectante y a alcanfores. La textura de la tela era áspera, picosa, pero su cuerpo estaba tan falto de energía que se negó a moverse. Preferiría enfrentarse a una alergia que bajar los tres pisos que lo separaban de los dormitorios y rezar que una cama estuviera vacía. Allí nadie lo molestaría. Todos creían los cuentos que espantaban.

Pasaron los minutos y el agotamiento no derivó en un sueño profundo. Por el contrario, entre más tiempo pasaba, peor era la sensación de eternidad de las horas. Acarició su cara, restregándola hasta que ardió. Dejó escapar el aire mientras tanteaba el bolsillo del pantalón de su uniforme. Encendió su teléfono y buscó su carpeta especial en la galería de fotos. Solo existía una manera de calmar su mente. 

En cuanto abrió la primera imagen, mariposas llenaron su estómago y su boca comenzó a salivar. Con el teléfono en la mano derecha, su mano libre bajó su pantalón y ropa interior solo lo suficiente para acariciarse con tranquilidad. El brillo de las fotografía reflejaba en sus pupilas como la luz sobre los televisores.

Lo mejor de trabajar en el departamento legal médico era el acceso a los expedientes de accidentes. Antes guardaba las copias en físico, ahora el riesgo era muy alto y asumía la pérdida de calidad con la practicidad de un celular. Ir a la escena era irritante, pero nada comparaba a observar de primera mano el resultado de la tragedia humana. Carne abierta, cavidades sin músculos o sin huesos. Quemaduras, amputaciones, solo oler las deformidades en las personas lo llenaba de una lujuria que una mujer u hombre logró conjurar en él. 

Acarició su erección lenta, cuidadosa, su atención en su último objeto del deseo. Rubio, bajito, ojos verdes y de carácter agresivo, poseía todos sus rasgos preferidos. Al menos, antes del ataque de ácido por parte de un ex novio.

 El técnico sonreía, la boca entreabierta mientras jadeaba rememorando el vídeo del ataque y comparándolo con la única imagen en el sistema del hospital. Solo imaginar cómo su piel ahora estaba derretida, abierta, uno de sus ojos ciegos y su boca incapaz de hablar... Era mucho más hermoso ahora que antes.

Sus quejidos llenaron el lugar, sus caderas moviéndose flojas y firmes. Se acarició como si fuera el paciente, como lo sería en un futuro.

No lograba encontrar los negativos para sacar en claro a cuál hospital sería enviado ahora, pero junto a su dirección de la universidad y el número de teléfono solo era cuestión de tiempo para acercarse. Igual que todas sus pasadas relaciones, el técnico pensaba cortejar a esa flor deforme y monstruosa, amarla y gozarla hasta satisfacer su propia enfermedad.

—...Andrei... —susurró al aire al tiempo que su orgasmo estallaba, sus pantalones inservibles para seguir trabajando. 

El técnico solo rió, cambiándose con pesadez antes de arrojar su ropa al cesto y coger la manta de armario, envolviéndose para dormir unas horas. Debía lucir lo mejor, por supuesto. Pronto tendría una cita.

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