02. Titfucking

El telón de la noche llevaba horas de fondo contra las formas de las torres de piedra. En la más alta de ellas, aquella que rozaba la luna, un fuego ardía y su reflejo iluminaba la zona de los grandes ventanales que no escondían las cortinas. A esa altura, los sucesos en la habitación estaban ocultos a la mayoría de las criaturas de la Tierra. Y aquellos seres capaces de espiar no arriesgarían su suerte en una pelea contra el ser en la cama.

Sin embargo, si en la Creación existía un ser capaz de enfrentar la furia del monstruo, su deseo voyeur encontraría satisfacción en los eventos dentro de la habitación. A unos metros de la fogata en piedra, sobre hilos de alfombra persa todavía con perfume de la canela atrapada en las hebras, una cama de dos plazas ocultaba los eventos tras pesadas cortinas de dosel.

Las sombras de dos personas, una vestida y otra medio desnuda, rodaban en la colcha vinotinto brocada en dorados. En los círculos de su juego, dos colmillos como cuchillos chispearon en fuego contra la piel blanca de pechos turgentes. Los pezones eran duras piedras, erectos contra la enorme lengua rojiza y sus caricias húmedas. El filo de los caninos arañó la superficie cubierta de diminutas venas azules, las garras delicadas y firmes al mantener a su presa en su lugar.

Un gemido de mujer estalló en el silencio en cuanto el vampiro punzó la piel y la sangre manchó los dientes, la lengua y los labios abiertos en ansiosa espera. La negrura del uniforme de la muchacha absorbió las manchas oscuras, no así la barbilla del espectro en su palidez cadavérica. Las gotas escapistas formaron un hilillo en la comisura de su sonrisa. La cabellera tan rubia que era oro derramándose en la almohada cuando la sirviente fue arrojada de lleno a la cama, el peso del monstruo impidiéndole siquiera respirar en profundidad.

—Tu olor es maravilloso, Rowane... —Su voz era profunda como el abismo de los océanos y fría como su propio cuerpo. La mujer no dijo nada, sus ojos tan azules llenos de lágrimas y su expresión una mezcla de pavor y de dulzura. Estiró su mano para tocar la mejilla de su amo, su señor, atrayéndolo para besar sus labios.

La criatura ronroneó, la oscuridad de su expresión iluminándose al robarle uno, dos, tres besos extra. Rozaron sus narices, Rowane riéndose entre estremecimientos de dolor.

—¿Te lastimé mucho?

—Un poco...

El hombre asintió, cuidadoso de no aplastarla al sentarse junto a ella. Lamió las heridas en los pechos, desvaneciéndolas de la misma forma casual en la que las hizo, antes de comenzar a juguetear con los restos de su vestido. Sin cuidado alguno, arrancó la tela y arrojó los trozos al suelo. La envolvió en sus brazos, su calor de infierno contra su frío de muerte.

Rowane acarició sus antebrazos e intentó ignorar los dedos insistentes en su vientre, pulsando la piel alrededor del ombligo. Cerró los dedos alrededor de la muñeca contraria, entrelazando sus dedos.

—Hoy no es un día seguro, mi señor. —Su sonrisa de disculpa no apaciguó el hambre del hombre, solo la desvió unos segundos. El vampiro subió otra vez la atención a sus pechos. Rowane se quejó, pero el dolor era lo último en su mente.

—Entonces usa estas maravillas para complacerme. O empezaré a buscar métodos para deshacernos de cualquier engendro. —Su expresión era de broma, no tanto el tono y la sombra sobre su mirada. Separó su atención de la mujer para sentarse al borde de la cama, su pantalón desecho por el ansia.

La sirvienta asintió, al fin libre de esos dedos juguetones y agresivos. Arrodillándose en la alfombra, se hizo espacio entre las piernas de su amo como tantas noches antes. Rió al ver su ansia, levantándose un poco para cubrir el falo entre su busto. Así abundantes eran su pecho, así lo era la presencia del monstruo entre ellos. Rowane lo cubrió al completo, la punta resaltando para encontrar su lugar en su boca. Igual de frío era allí también, pero llevaba meses en su cama y ya no causaba molestias.

—Ah....

Rowane cerró los ojos, sosteniendo su pecho para que las embestidas no la lastimaran. Mantuvo la boca abierta, concentrada en complacer al hombre. Las zonas siempre mordidas, hombros, cuello y pechos, ardían con deseo. Juntó las rodillas, su humedad ya goteando la alfombra. El vampiro soltó un quejido y una risa.

—Puedo olerte, mi pequeña. En dos días más te haré mía de nuevo, del atardecer al amanecer.

La mujer se estremeció, mas no cedió a su propio deseo. Concentró su atención en sus suspiros, en la forma en la que su corazón latía y la sangre se deslizaba por cada parte de su cuerpo. Enfocó su energía en la pulsación cada vez más intensa, más rápida, así como en los gruñidos casi tan desesperados como las embestidas a cada instante más erráticas del espectro.

Todo acabó en un grito masculino, el orgasmo un chorro de blancura que cubrió rostro, cabello y pecho de la mujer. Helado, el líquido seminal pintó a Rowane de un nuevo tono de perversión. El aroma la mareó, sus manos perdiéndose en un orgasmo inesperado, agresivo, que sus manos no alcanzaron a contener. Su perfume  se derramó por la habitación. El monstruo gruñó, sus ojos negros del deseo, sus uñas sacándose sangre negra de las piernas.

—Dios... Como te quiero hacer mía...

Rowane jadeó, abriéndose de piernas sin hacer ademán de limpiarse.

—Seguro nos queda un engendro muy bonito...


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