Mi primera vez, contigo

Después de aquella plática encantadora, bajé finalmente a la cocina. Allí estaba Anais, con una sonrisa diabólica plasmada en su rostro.

—¿Por qué sonríes así? Me asustas —sentí un escalofrío recorrerme.

—Lo lamento no quería asustarte —soltó una risa y se dirigió a las escaleras, subió a la mitad de estas—. Sé lo que hablaste con Darwin —murmuró.

¿Qué?

¿Ella escuchó nuestra conversación, sabe todo. Y si les dice a mamá y a papá? Estaría muerto. Pero debo ser positivo.

•••

Entré a mi habitación y me pareció oír ¿gemidos?

Sí, parece ser Darwin, pero suenan como gemidos de placer.

Gemía y decía, mi nombre.

¡¿Decía mi nombre?!
Concluí que se masturbaba, obvio.

Subí las escaleras de la litera —el se hallaba arriba—. Su mano acariciaba su miembro. Me agache bien para que no pudiera notarme.

Él se detuvo y acomodó sus prendas. Mierda, se acercó a donde yo estaba. Oh, oh, creo que me descubrió.

—¿Qu-Qué haces espiándome? —estaba nervioso.

—¿Y tú qué haces masturbándote?

—Yo no hacía tal cochinada.

—¿Ah sí, y por qué tu cama tiene leche masculina? —Por alguna extraña razón me gusta llamar así a cierta sustancia.

—No es de tu incumbencia.

—Tranquilo hermano ¿no confías en mí? —En mis adentros estaba sonriendo, de una manera muy victoriosa.

—Sí-Sí lo hago.

—¿Entonces por qué no me dices la verdad?

—Ah sí, me masturbaba ¿feliz? —Finalmente lo admitió.

—Supongo —suspiré—. Tengo otra pregunta.

—Dila.

—¿Por qué gemias mi nombre?

—Ah, no sé si odiar o amar tu inocencia —Una sonrisa maléfica se formó en su rostro. Me sonroje al instante.

Sabía que mi rostro estaba ardiente. Descendí de las escaleras y luego Darwin bajó de la planta alta de la litera.

Él me tomó del brazo, me lanzó de manera suave sobre la cama de abajo. Se posicionó sobre mí, me besó.

Me gustan sus labios y ni hablar de sus besos.

Abrí de a poco mi boca, quería sentir más y él lo sabía. Por lo que enrollamos nuestras lenguas.
La excitación me ganó, sentí como los pantalones apretaban un poco mi pene.

Ahora sus besos se sentían sobre mi cuello, al igual que algunas mordidas.

Apartó mi suéter y descendió a mis pezones. Hacía las mismas acciones sobre estos que en mi cuello.

Algunos suspiros —vergonzosos— se escapaban de mis labios.

Sus manos bajaron a mi pantalón quitándolo.

Me dará una completa vergüenza porque tengo una erección.

Continuó así hasta sacar mi ropa interior.

Se quedó observando mi pene para luego atacarlo con su boca. Ah, usaba su lengua de arriba a abajo.

Esto es excitante.

Lo chupaba. Se sentía tan bien por lo que terminé corriéndome en su boca.

Se tragó mi semen, eso fue... ¿raro?

Él se sacó su camisa, me besó y luego se deshizo de sus pantalones.

Su miembro se veía abultado a través de esa última tela. Estaba erecto también. Quitó su ropa interior.

—Gumball, ven aquí.

—¿Pa-Para qué? —¿Y ahora por qué estoy nervioso?

—Solo ven —La excitación resonaba en su voz.

Solo acate de una vez por todas. Hizo que me agachara a la altura de su pene. Sé lo que quiere.

Metí su miembro de a poco en mi boca. Él mismo comenzó a embestir mi boca con su pene.

Me sentí algo, traumado. Nunca había hecho algo como esto y es extraño.

Se corrió en mi boca, pero no me sentía preparado para tragarlo. Solo lo escupí.

Me mostró uno de sus dedos y lo introdujo en mi entrada. Dolía al principio, pero luego se sentía bien.

Metió un segundo dedo, imitando el movimiento de unas tijeras con estos. Sentí que mi entrada aumentó su tamaño de cierta manera.

Finalmente introdujo su pene en mi trasero de a poco. Estaba húmedo, me dolía un poco. Comenzaba a moverse de adelante hacia atrás. Empezaba a acostumbrarme.

Después de unas rápidas embestidas, la sensación de dolor se fue y ahora se sentía placentero.

—¡Da-Darwin! Me vengo —anuncié casi a gritos.

Me corrí en nuestros abdómenes y él en mi interior.

Nos levantamos de manera rápida y nos vestimos. Limpiamos todo para no dejar ninguna evidencia de lo ocurrido.

Lo tomé al brazo haciendo que nos acerquemos y le robé un gran beso.

Salí de la habitación, iba hacia el baño. Pero ahí estaba Anais y se veía aterradoramente sospechosa.

—Darwin, ¿por qué no lo hiciste más rico? —dijo ella.

¡¿Qué?!

—¿De-De qué hablas Anais? —tartamudeo mi ahora novio.

—Tú sabes.

Anais nos dejó solos y, asustados. Darwin me observó confundido. Es más que obvio que Anais sabe qué pasó.



Lamento tardar tanto en actualizar unu

Trataré de tener el próximo capítulo editado pronto.

Gracias por leer :D

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top