SEMÁFORO INTERMITENTE

Desafío: #1 (basado en canciones)

Puesto: #2

Tema elegido: "Balada para mi muerte"

Título del cuento: "Semáforo intermitente"

Autora: Flor-VIB412

Rocío miraba, desde aquel banquito en plaza 25, cómo Juan se apoyaba contra la columna en la parada del colectivo.

Camisita y zapatitos nuevos.

Pero en la cara no había nada de novedoso; la gente debería poder cambiar, sobre todo la posición de la boca. Ella, sin dudas, se la daría vuelta, así las comisuras mirarían al cielo y no al suelo.

Se miró las manos sucias y los diez pesos que había conseguido esa mañana malabareando en el semáforo.

Lo miraba todos los días desde que había llegado a ese lugar, su nuevo espacio de trabajo, que le quedaba lejos, bien lejos de su casa ahí a orillas del Salado.

Pero Juan no la miraba. Porque a Juan no le movía un pelo la pendeja mugrienta que fluctuaba su presencia en función del rojo, amarillo y verde.

Sí, ¿a él qué le importaba? No, él no la veía, solamente se paraba y miraba la calle. Miraba la calle, miraba si pasaba el cole, miraba si tenía la sube. Juan no la veía y, sin embargo, Rocío sí, Rocío se quedaba ahí y lo observaba, con su pelo sucio, con sus ojos oscuros, zapateando constante sobre el asfalto. Porque había algo en él que la anclaba a ese lugar.

¿Qué estaría pensando? ¿Qué pensamientos le llenaban la cabeza esa noche?

Rojo.

Corrió y se tropezó casi aterrizando de cara en el cemento, las mejillas rojas, y una pelotita rodó hasta el otro lado de la calle junto a un panfleto mojado que decía “Los argentinos estamos cansados de inseguridad”.

¿Qué inseguridad? Si ella estaba bien; iba, volvía y no le pasaba nada, pero claro, si a ella ni las ganas de vivir le podían robar.

Miró indecisa desde unos pasos de distancia, la pelota bien en el cordón junto a él, que ni se enteraba, un auricular en cada oreja y la vista perdida. Sostenía con fuerza una botellita transparente.

Le temblaban las piernas, como si se estuviera congelando en pleno enero ¡Que delirio! Pero se acercó, a ese paso se le iba a pasar el tiempo del semáforo, se agachó con tanta suerte, que otra de las pelotitas se le escapó de las manos y rebotó hasta golpearle los zapatos esos náuticos que usaba.

Y él, por primera vez se movió, miró abajo un rato largo, se agachó, la agarró y la guardó. Rocío no dijo nada, no importa si no la miraba. Sonrió satisfecha mientras volvía sobre sus pasos, ahora el acto tenía sólo dos pelotas. La iban a retar cuando llegara a casa, aunque esa noche podía no volver, otra vez, porque, a decir verdad, ya no se acordaba el camino.

No recordaba muchas cosas.

Verde.

El colectivo pasó y ella lo vio irse desde su lugar de siempre. La plaza se había vaciado hacía rato, pero ella seguía ahí, esperando, aunque no sabía exactamente qué.

Subió la cabeza cuando vio el semáforo ponerse en intermitente, la luz amarilla prendiendo y apagando, el ruido lejano de los autos en el centro rompiendo el silencio. Qué ganas de irse, pero no a casa, sólo de irse.

—Che, morocha, ¿qué estás esperando? —El viejito que dormía en el banco de al lado le había hablado, por primera vez—. Ya te tendrías que ir apurando.

Lo miró y se encogió de hombros.

—No sé, no me acuerdo —contestó y lo miró cruzarse la calle y tomarse el siguiente colectivo que pasó.

Diez minutos más tarde, la línea 15 se había parado en la esquina de enfrente. Al otro lado de la calle, un chico se tambaleaba sentado en el cordón de la vereda, la misma botellita trasparente pasaba de una mano a otra hasta caerse en un golpecito seco, las pastillitas blancas removiéndose en el interior.

Rocío achicó los ojos, miró con atención y, levantándose, acortó el camino paso tras paso sin sacarle la vista de encima al rubio ese que se medio acostaba en el suelo, la camisa arrugada y los zapatos manchados de barro. Qué diferente.

—¿Por fin me viniste a buscar? —Él la miró y ella se congeló en el lugar antes de sentarse junto a él.

—Perdón —Sonrió—, me había olvidado.

—Siempre te olvidás de todo, vos. —Agarró la botella y la vació por completo en su boca tirándola lejos, chocando contra un cartel de cerveza Santa Fe.

—Vos querías olvidarme —acusó mientras lo tomaba por los hombros y lo levantaba.

—No —negó—. Quería volver a verte.

—Yo siempre estuve acá —Miró el semáforo—. Vamos, que yo ya estoy yendo tarde.

Hay un espacio de tiempo entre las doce y las cinco de la madrugada, en la que el semáforo se pone en intermitente y los muertos tienen paso; a cambio, pagan un boleto.

Una botellita vacía y una pelota perdida.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top