¡AL OBELISCO Y MÁS ALLÁ!

Desafío: #2 (Ponete la camiseta)

Puesto: #2

Autora: patri_new

El primer partido que había jugado la selección, estábamos todos en casa porque era el cumpleaños de la Luli. El Monchi se había pasado con un asado espectacular, mientras las tías habían hecho chiquicientas ensaladas, pizza y algún que otro manjar, onda pollo relleno y arrolladitos de atún. Hasta un fiambre primavera se había llevado la Rosy.

Mi vieja llevaba tres días con la torta de cumpleaños de la nena; bueno, no con la torta en sí, sino con la decoración. Había comprado pastillaje y estuvo amasando, cortando, pegando y pintando hasta que le quedó el castillito tipo Disney que quería su nieta. Precioso. Todo rosadito, con purpurina y lacitos fucsias. La Luli cumplía dos años, así que la verdad no se enteró de mucho. Igual quedó chocha con los regalos y su castillito.

La reunión había arrancado tipo diez de la mañana porque el partido comenzaba a las doce y la idea era verlo con la picada. Recién después almorzaríamos.

Y ganamos. No podía ser de otra manera.

La cuestión es que, por cábala, no nos quedó más remedio que volver a reunirnos todos en casa para cada uno de los seis partidos restantes. Toda una odisea si tenemos en cuenta que la mayoría se jugaba en día de semana, que nosotros trabajábamos y que los chicos iban a la escuela.

Peeerooo, como buenos argentinos que somos —que por la celeste y blanca, lo que sea y cualquier excusa es buena para no laburar—, faltamos al trabajo, los chicos no fueron a clases y todos se movilizaron hasta nuestra casa, en Merlo, para seguir alborozados a nuestra selección que, a duras penas, sufriendo —como siempre— seguía ganando.

Llegamos por supuesto a la final. Se jugaba a las tres de la tarde. Un cielo nuboso tirando a querer lluvia.

Igual, más felices no podíamos estar. Nuestra casa parecía la embajada argentina en algún lugar de Siberia —¡hacía un frío!—: banderas por todos lados, guirnaldas, heladera llena de cerveza aunque hiciera nueve grados, alegría y risas por doquier.

En el cuarto de la Pili, las camas se habían corrido a un lado para meter a los más chicos y que no jodieran durante el partido; se les compró caramelos, chocolates y la Rosy hizo hamburguesas para todos, que calentaríamos en el microondas en el momento oportuno. Dispusimos los sillones frente al enorme plasma sacado en cuotas un mes antes que comenzara el mundial. Todo estaba listo. Nos ubicamos exactamente igual que cada vez. Hasta el castillito rosado de pastillaje estaba estratégicamente colocado sobre la mesita, cual capilla cabulera, entre los platos de palitos y papas fritas (porque ya para tanto asado no nos daba, claro, la carne en argentina sale un ojo de la cara y aunque teníamos muchos —porque éramos muchos—, no era cuestión de andar quedándonos tuertos).

Bromas aparte, empezó el partido. Cada uno tenía su cábala encima, que una camiseta vieja, que un gorro de arlequín, una matraca. Hasta el bombo, que había llevado el Tony estaba aparcado en una equina. Todo. Las vuvuzelas celestes y blancas que había quedado del anterior mundial no se sacaron porque entonces nos habíamos quedado en la primera ronda. Eran yeta.

Fin del primer tiempo. Argentina ganaba uno a cero. Resultado justo pero alentador. Desahogábamos en esos quince minutos todo lo que no podíamos decir durante el encuentro. Algunos se levantaron al baño, la Rosy fue a ver si los chicos no se habían matado unos a otros y mi madre corrió a la cocina a buscar más comida.

Y de pronto, lo más inesperado, lo único que no podía suceder, sucedió. Se cortó la luz.

¡¿Qué?!

—¡Gaby! ¡Fijate los fusiles! —gritó mi vieja.

—Fusibles mamá, fusibles —la corregí en medio de la histeria general— Ahí voy.

El Monchi salió a la calle a ver qué pasaba en el resto de las casas. Se quiso matar cuando se dio cuenta el barrio entero estaba sin luz.

Lo primero que hicimos, como cosa obvia, fue llamar a la compañía de energía eléctrica que, por supuestísimo, no nos dio ni cinco de bola. Seguro que ellos sí tenían luz y estaban a punto de ver el segundo tiempo en sus plasmas gigantescos, con sus botellas de cerveza y sus asados de tira.

El barrio estaba desesperado y los vecinos a los gritos en la calle. Teníamos la opción de alguna radio, pero ya nadie usaba radios a pila. Todas eran eléctricas.

—¡Los celulares! —gritó alguien. Claro. Podíamos usarlos como radio, pero con auriculares. Sin ellos, los putos no funcionaban.

—¡Vito tiene un camión! —dijo otro— ¡Subimos todos y lo vemos en las pantallas del obelisco!

—¡Para cuando lleguemos terminó el partido! —contestó alguien de la otra cuadra.

—¡Y bueno! ¡Ya estamos ahí para los festejos!

—¿Y si perd...?

No terminó de decirlo cuando los dos que estaban con él le taparon la boca con sus manazas.

—¡Ni lo digas, boludo, que nos vas a enyetar! ¡Y ahí sí que te fajamos!

Resignados, pero más que nada, acobardados por el frío, muchos se metieron en sus casas. Nosotros nos quedamos sin saber qué hacer. Mi vieja probaba las perillas una y otra vez. Nada. La luz no volvía.

—¿Y si le pedimos el camión al Vito y nos vamos por ahí? En donde encontremos un barrio donde haya luz buscamos un bar con tele y listo.... —sugirió el Monchi. Yo lo miré con las cejas muy levantadas.

—¿Y los pibes? ¿Y la vieja?

—No sé... Yo digo el camión, para poder llevar a los que quieran ir, del barrio; si no, nos vamos vos y yo en mi auto, con la Rosy, la Pili y el Tony...

—Y bueno, dale. Busquemos el camión... ¡No lo pensemos más! ¡Ahora venimos! —grité hacia adentro.

Salimos corriendo hasta la casa del viejo Vito, que estaba a la vuelta de la mía. Monchi tocó el timbre.

—No hay luz, boludo —le dije y golpeé la puerta. Nadie respondió.

—¿No está el viejo éste? —preguntó desesperado mi cuñado. Yo hice pantalla con las manos para espiar hacia adentro, por la ventana.

—El camión está ahí —dijo Monchi, señalando la vereda de enfrente.

—Y el viejo está ahí —Golpeé con los nudillos el vidrio de la ventana. El Vito, sordo, estaba sentado en el sillón con el televisor, obviamente, apagado.

—¿Se habrá dormido? —me pregunté, golpeando de nuevo. Esta vez más fuerte. El Monchi miró también para adentro y golpeó.

—¡Vito! —gritó. El viejo sordo ni se movió. Hice palanca en el picaporte, pero estaba cerrado por dentro.

—Esperá que salto la verja —dijo el Monchi y al segundo ya estaba del otro lado. Lo seguí. Entramos por la puertita del patio.

—Pobre viejo —pensé—, si hubiera sabido que estaba solo lo hubiéramos invitado a ir a casa.

Y hasta hubiera sido más fácil conseguir el puto camión.

El Monchi se acercó y lo tocó en el hombro. Nuestra sorpresa se convirtió en pánico cuando el cuerpo fue cayendo lentamente hacia el costado.

—¿Está...? —No me atreví a terminar la frase. El Monchi se agachó y, con toda lentitud, fue a tocarle el cuello. Levantó la mano como si le hubiera quemado.

—¡Boludoo está muertooo! —dijo en voz baja. Yo me tapé la boca con las dos manos.

—Se habrá infartado cuando hicimos el gol...

—Hay que llamar a la policía... —dije.

—¡No! —gritó mi cuñado—. Buscá las llaves del camión.

—¿Qué?

—Ya está muerto¿no? Vamos a ver el partido y después avisamos....

Lo miré. Tenía razón, teníamos que ver ese partido. Por Vito. Por el barrio. Por nosotros. Por los pibes de la selección. Por la patria.

—¿Y qué decimos del camión? ¡Ya sé! Que yo tenía la llave porque.... porque tenía que ir a buscarle la pintura... Vende pintura ¿no? —Levanté los hombros.

Monchi asintió.

Las llaves estaban sobre la mesa. Nos miramos para asegurarnos que estábamos de acuerdo. Las agarré y salimos por la puerta principal. Nadie nos vio. Claro, hacía un frío espantoso y todos estaban tratando de al menos, escuchar el partido, en alguna parte.

Estábamos poniendo en marcha el vehículo cuando escuchamos la voz del Tony.

—¡Bárbaro! ¡Consiguieron el camión! ¡Hey, vengan! —pegó un chiflido y medio barrio comenzó a subir en la jaula. Mi cuñado me miró con los ojos que de abrirlos más, salían saltando cual pelotas en campo de juego.

—¡Arrancá y vámonos! —me gritó. La puerta de su lado se abrió y el Tony subió con un gorro de cuatro puntas en la cabeza. Se sentó empujándolo y mi cuñado quedó con la palanca de cambio entre las piernas, lo que nos provocó tremenda risa.

Subieron todos, hasta mi vieja con el castillito y los pibes. La gente atrás iba cantando, golpeando el techo, con las vuvuzelas (no las nuestras) y las matracas. Era un verdadero jolgorio.

—No te enojés, Vito —pedí con el pensamiento—, ésto lo hacemos por vos también. Gracias por el camión, viejito. Te juro que si ganamos el mundial te vamos a hacer un entierro de lujo, mirá. No importa cuánto nos cueste.

Y así, con ese pensamiento, manejé a los bocinazos limpios por los barrios de Buenos Aires.

Medio por reflejo, encendí la radio, ¡y andaba! El segundo tiempo ya llevaba diez minutos y el Masche había hecho otro gol. Estábamos más cerca de ganar. Subí el volumen al mango y se hizo un silencio conmovedor en todo el camión. Decidimos seguir hasta el obelisco.

Se ve que mucha gente tuvo nuestro mismo pensamiento porque nos topamos con caravanas de autos engalanados de celeste y blanco con la misma meta. Éramos todos más argentinos que nunca.

El otro equipo nos empató y fuimos a tiempo adicional, y después a penales. Esos los vimos en pantalla gigante, ya en la Nueve de Julio y Corrientes y con un coro de argentinos desaforados que no podíamos con la vida, de lo felices que estábamos, todos hermanados en un solo grito, sobre todo en el último penal, en realidad era el tercero de la serie pero ellos habían errado uno y nosotros habíamos atajado otro. O sea, la metía el Kun y ganábamos. Y....¡LA METIÓ!

¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!

¡GANAMOS EL MUNDIAL! ¡SÍ, SÍ SEÑORES, SOY ARGENTINO, SÍ, SÍ SEÑORES, DE CORAZÓN!

Festejamos, saltamos, reímos y bebimos hasta cualquier hora; todos en el obelisco, el país entero a los gritos emocionados, abrazados, aunados, hermanados y todo lo terminado con ado. ¡ARGENTINA! ¡ARGENTINA!

Regresamos con el camión moviéndose como si también saltara. Es que creo que sí saltaba. Por momentos me parecía que las ruedas se iban a salir de los ejes y nos íbamos a quedar a mitad de camino. Pero llegamos enteros, agitados, felices. Y había vuelto la luz. Los vecinos se fueron a los gritos y a los saludos, algunos caminando en zig zag. Otros medio encorvados.

—¡Voy a comprar carne para hacer un asado! —gritó el Monchi— ¿Vas por cerveza, cuñado? —me pidió guiñándome un ojo.

—Sí... y... le voy a devolver... —Me tapó la boca con la mano.

—Pará, boludo, no les vamos a cagar el festejo.

—Pero no podemos dejar a ese hombre ahí...

—¿Y adónde va a ir? Mañana vas, buscás la pintura que dijiste y cuando la llevás a su casa, ¡oh! te lo encontrás muerto y recién ahí llamás a quien tengas que llamar ¿dale?

Y sí, una vez más tenía razón. No le iba a cagar la felicidad a la familia con un interrogatorio policial, un muerto y la mar en coche.

—Dale. Voy a comprar la cerveza.

Metí seis botellas en una bolsa y salí.

Petrificado me quedé cuando en el chino, que estaba decorado con banderitas celestes y blancas, me lo encontré al Vito comprando un tetra.

—Do...Don Vito —lo saludé. El viejito me miró con sorpresa, achinó los ojos y me sonrió feliz.

—¡Ganamos, Gaby! ¿Viste que ganamos? —Me abrazó. Lo abracé también, algo asustado. ¿Habría tomado demasiado y estaría viendo fantasmas?

—¿Do..Dónde vio el partido usted? —pregunté temeroso.

El empezó a reír a carcajadas.

—¡No lo ví! ¡Me equivoqué de pastilla y me quedé dormido delante del televisor! Cuando me desperté hace un rato, ¡estaba congelado! ¡Por eso me vine a comprar un vinito, para entrar en calor! ¿Así que te llevaste mi camión al obelisco? —Me miró de costado.

—Eehhh....

—Me encontré con la Juana y me agradeció.... ¡No entendía nada! ¡Entonces me contó! ¡Lo bien que hiciste querido, que sirva para algo ese armatoste! —Me dio un ligero golpe en el hombro mientras reía a carcajadas.

Lo abracé de nuevo y empecé a llorar. Entre la cerveza que había tomado y las emociones del día, me desplomé sobre sus viejos hombros.

—¡Gra-gracias! —sollocé, limpiándome las lágrimas— ¿Quiere comer un asadito con nosotros?

—¿Ahora?

—¡Claro! ¡Para celebrar el triunfo de Argentina!

—¡Pero por supuesto! ¿Hay vino o compro más?

—Deje, deje, don Vito. Yo pago.

—¡Ponga tres tetra más, china, que el Gaby paga... me debe el alquiler del camión! Jajajaja!!!

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