9. Conoce a tu enemigo

Luego de una semana soportar el acoso de Luca y la agresividad pasiva de Niza, Darla creyó que merecía relajarse como una adolescente normal, y ya tenía la ocasión perfecta. La empresa contratada para llevar al curso de Darla de viaje de egresados organizaba una fiesta intercolegial ese fin de semana, para que sus clientes se conocieran entre sí y para entusiasmar a los que aún no lo habían contratado. Aquel no era el mejor sitio para compartir con sus compañeros, pero, ya que habría mucha gente y era improbable toparse con ellos, Darla decidió ir a la fiesta.

Por supuesto, Stella y Celina irían también.

La música era buena, a la moda y lo suficientemente fuerte como para no escuchar a nadie; había barra libre hasta las doce a.m. y el lugar no estaba mal. Era perfecto para olvidarse de todo.

Darla bailaba frenética, se dejaba guiar por un chico que se acercó para bailar con ella. Iba por su tercer trago y el chico no era feo, pero, de todos modos, cualquier desconocido le hubiera venido bien.

Bailaron juntos una canción movida, pero a su término tocaron una lenta. Ambos se sintieron intimidados, así que el chico, para salvar el momento, se ofreció a buscarle otra bebida. Ella se quedó en medio de la pista de baile, mientras esperaba aquel vaso de alcohol que le hiciera perder sus sentidos.

Otra persona se le acercó por detrás y la asustó un poco.

—¡Ay qué pesaaado! —dijo ella arrastrando las sílabas.

Las luces eran bajas así que no estaba segura de haber reconocido a quien la interpelaba. La persona que ella creía ver la persiguió toda la semana pasada para que escuchara lo que tenía para decir, pero ella se negaba a hacerlo. Tan pesado se puso, que le provocó pesadillas. Por eso no sabía si en verdad lo veía o solo lo alucinaba.

—¿Estás sola? —le preguntó el chico.

—No. Bailo con un pibe —respondió fría y distante.

—¿Y dónde está él ahora?

Darla comenzó a buscar con la mirada. Estaba un poco confundida, ya no recordaba por donde se había ido. Dio media vuelta y todo giraba para ella, por lo que volvió la vista al frente, puso su más seria expresión e hizo como si nada pasara.

—¿Qué? ¿Se te olvidó con quien bailabas?

—¿Y a vos qué te importa? Vine a divertirme, no importa con quien —dijo ella y siguió bailando como si nada. Al otro lado de la pista logró ver a un chico moreno que traía dos vasos y creyó que era el susodicho—. ¡Mira, ahí está! —expresó contenta.

Luca también lo vio y, al mismo tiempo que el ritmo de la música cambiaba y las luces s se encendían y apagaban, agarró a Darla de la mano y la arrebató de la pista. Ella, mareada, se dejó llevar, con su brazo extendido hacia quien le traía su bebida.

Luca la llevó a rastras hasta el sector de baños, allí no había nadie y podrían hablar tranquilos.

Ya con luz normal, Darla confirmó que se trataba de Luca y, por un momento, se puso contenta por acertar en su suposición. Luego se decepcionó porque sabía que iba a empezar con la misma cantaleta de los vampiros y las hadas.

—¿Vos? —preguntó Darla haciendo puchero.

—¿Yo qué?

—Nada. Dejá —dijo y entró tambaleándose en el baño de damas.

Luca la siguió sin pensar, el lugar era mucho más tranquilo para hablar ya que no se escuchaba tanto el bullicio del exterior.

—¡Tomátelas! —ordenó ella al verlo— Es el baño de mujeres.

Pero a Luca no le importó.

—Vamos a hablar de una vez por todas. ¡Dejá de huir!

—No estoy huyendo —respondió sorprendentemente seria—. ¿Cuándo vas a entender que pienso que estás mal de la cabeza y que no quiero tener nada que ver con vos, eh?

—Lo que te digo es verdad. Los vampiros existen, y también los cazadores. Tu padre era cazador de vampiros, y tú también lo eres...

—A ver, ¿qué problema tenés con el voseo? ¿Qué es eso del tú, tienes, debes...? —bromeó.

Y al decir esto, él perdió la paciencia. La tomó de ambos brazos y le descubrió sus ojos rojos repletos de ira, y en su boca aparecieron dos enormes colmillos. Darla lo observaba espantada, ¿sería verdad lo que veía?

—¡A ver si me entendés! —dijo él elevando la voz y cambiando su léxico— Para los vampiros sos muy apetecible. Tu aroma inunda todo lugar donde entrás. Puedo diferenciarte a la distancia en una multitud de personas. Y estoy haciendo un esfuerzo sobrenatural para no comerte. —Dicho esto, la agarró de la cara, y, mirándola fijamente, continuó:—. ¡Escuchá bien lo que te voy a decir! Cualquier vampiro te acabaría con una sola mordida, si no te entrenás, no vas a poder defenderte. Yo puedo entrenarte...

Darla comenzó a sentir una mezcla de sensaciones en su interior que no sabía cómo explicar. El estómago se le hizo un nudo, los músculos se le tensaron, su respiración se hizo más intensa. Y, sacando una gran fuerza de no sabía donde, agarró a Luca por las muñecas, apartándolo de su cara; y lo empujó hacia atrás, haciéndolo caer al suelo a un metro de distancia.

—¡No quiero tu ayuda! —gritó enojada. Luego se miró las manos asombrada, ¿cómo hizo aquello?

Luca también quedó sorprendido, pero, a diferencia de ella, él sonreía.

—¿Ahora me creés? No eres un ser humano ordinario. Fuerza sobrenatural, ultrareflejos, habilidad innata para luchar... son solo algunas de las características de los cazadores. Lo que te hace especial.

Darla estaba como atolondrada, no levantaba la vista, no dejaba de preguntarse si podía ser cierto lo que le decía. ¿De verdad ella era todo eso?

—¡Despertá Darla Vidal! Un gran destino te espera.

—¡¿Qué?!

Darla se negaba a creer, aunque tenía una prueba sólida delante de sus ojos. Recordó sus pesadillas sobre monstruos y sombras. Pensó que tal vez se trataba de una.

En estado de shock, salió del baño con la mirada perdida, y pronto estuvo fuera del establecimiento. No se despidió de sus amigas ni retiró el piloto que dejó en el guardarropas; se fue con lo puesto. Por suerte nunca se apartó de su mochila en toda la noche.

Luca fue tras ella, no sin antes avisarles a sus amigos lo que haría. Ella era rápida y tuvo que correr para alcanzarla.

.

Afuera hacía menos de 5°C. Darla caminaba enajenada, con sus brazos cruzados sobre su torso para mantenerse caliente. Su mirada seguía perdida, pero ella caminaba derecho y sin vacilar.

Luca le hablaba pero ella no oía y no se detenía por nada. Doblaba esquinas, cruzaba calles, todo lo hacía sin poner atención. Eran más de las doce de la mañana y las calles estaban desiertas, excepto por alguna que otra moto que pasaba a gran velocidad. Luca la salvó en más de una ocasión de que la chocaran, y ella ni se inmutó.

—Te vas a congelar con este frío... ¡Por favor, pará!... ¿Por lo menos sabés a donde vas?... —Nada de lo que Luca decía la sacaba de aquel trance.

El lugar de la fiesta quedaba en el microcentro, a unas treinta cuadras de la casa de Darla. Ella había hecho ese recorrido miles de veces, y por eso podía volver a hacerlo aunque estuviera en estado de shock.

Luca caminaba a su lado y la ayudaba a esquivar obstáculos.

Darla llegó a su casa, sacó las llaves de la mochila sin esfuerzo e intentó abrir la puerta. Luca la observaba.

—¿Podés? —intervino Luca.

—¡Sí! —respondió segura mientras manoteaba la puerta, llave en mano— Es que no encuentro las llaves...

—¿Querés decir la cerradura? Mirá, esta es la cerradura y esta es la llave —dijo él señalándole ambas cosas.

Shhh... yo puedo hacerlo sola. Es que estoy un poco mareada. Pero juro que no estoy borracha. Se necesita más que eso para emborracharme —dijo Darla con sarcasmo y, finalmente, abrió la puerta. Luego volteó hacia él.—. Sentíme el aliento. ¿Se siente mucho? No quiero que mi mamá me cague a pedos.

—No creo que estés borracha. El mareo debe ser por la noticia.

—Entonces... necesito más alcohol. Tiene que haber por alguna parte —dijo Darla mientras entraba a la casa.

Luca entró tras ella, cerrando la puerta con un suave movimiento. Las luces estaban apagadas, por lo que supuso que la madre estaría dormida.

—Lo que necesitás es caf... —Luca fue interrumpido por un fuerte ruido de vidrios rotos que provenían de la planta superior de la casa.

Ambos se giraron en dirección al estruendo, y Darla se apuró a subir las escaleras, quería averiguar qué pasaba. Luca, que era más prudente, quiso detenerla, pero ella, testaruda, continuó. Luca subió tras ella.

Una vez arriba, los ruidos cesaron.

Darla caminó sigilosamente por el pasillo que unía a todas las habitaciones, atenta a cada estimulo. De repente, se paró delante de la puerta de la biblioteca, un cuarto que le servía de oficina a su padre, y al que ella nunca entraba, porque no creía que tuviera nada que hacer allí. Pero esta vez Darla tenía el presentimiento de que debía entrar.

Estiró su brazo hacia la perilla y con la mano contraria le indicaba a Luca que hiciera silencio. Una corriente de aire pasaba por debajo de la puerta, Darla respiró hondo antes de abrir.

La habitación estaba oscura, apenas entraba la luz de la luna a través de un ventanal. El vidrio estaba roto y el agujero era lo suficientemente grande como para que cupiera un animal.

Darla entró, seguida de Luca. No se veía nada, entonces ella tanteó una lámpara y la encendió, deseando que estuviera conectada y que funcionara después de tantos años sin uso.

Una tenue luz ahora iluminaba la habitación y pudieron distinguir una sombra que salió de la pared para abalanzarse sobre el cuello de la chica. Lo único que pudo hacer Darla fue sostener las muñecas de su atacante para evitar que se acercara más. Pero la sombra era muy fuerte. Luca la ayudó y, tomando al espectro por detrás, la separó de Darla y la arrojó al suelo. Allí, iluminada por la lámpara, pudieron ver que la sombra era Niza. Esta sacó a relucir sus colmillos, y su mirada despedía fuego, al mismo tiempo, gruñía como una bestia.

Darla abrió la boca por el asombro. Definitivamente, no había bebido tanto para soportar eso.

Luca de interpuso entre ambas chicas cuando Niza se incorporó. Niza atacó sin importar a quien, sin dar explicaciones ni largos discursos de odio; tomó algo pesado que encontró en el escritorio y golpeo a Luca, dejándolo confundido. Acto seguido fue a por Darla. Esta dio media vuelta para huir, sin hallar a donde. Niza se subió a su espalda y forcejeaba para morderla.

Darla quería sacársela de encima como fuera y, retrocediendo hacia una pared, la apretó con toda su fuerza contra la pared. Repitió esto varias veces, desesperada porque la vampira no la soltaba.

Luego de esto, intervino Luca y luchó contra su novia mientras Darla recuperaba el aliento. Era la primera vez que veía un vampiro real, demasiado para digerir, no sabía cómo lidiar con eso, mucho menos cómo librar esa batalla.

Los dos vampiros llegaron forcejeando hasta el escritorio. Niza puso a Luca contra el mueble, dándole la espalda a su verdadera adversaria.

Darla consideró sus posibilidades, observó el lugar donde se encontrada y, sobre la pared donde empujó a Niza, antes había un soporte para seis tacos de pool; ahora ese soporte estaba desprendido de una punta y los tacos colgaban en el aire. En un impulso, tomó uno de los palos que se veía quebrado y lo terminó de dividir en dos con la ayuda de su pierna. Sin pensarlo más, atravesó la espalda de Niza con una de las puntas rotas y se alejó sin saber qué más hacer.

Luca sintió que la presión ejercida por Niza disminuía, y la chica pudo enderezarse justo antes de que una llama como brasas la consumiera desde el interior y la redujera a cenizas.

Luca se irguió agitado y observó las cenizas de la que antes fue su novia.

Darla veía la escena horrorizada. Se fijó en que aún tenía la otra mitad del taco y lo tiró al suelo de inmediato. «¿De dónde salieron esos movimientos, esa fortaleza, ese accionar? », se preguntaba aturdida.

Luca se acercó a ella con la intensión de sosegarla, pero fue interrumpido por Crsitina, que apareció bajo el umbral de la puerta, en camisón y encendiendo la luz del techo.

Cristina se habla acostado porque le dolía la cabeza, pero, como esperaba a su hija, su sueño era ligero. Se despertó asustada por tantos ruidos de golpes que retumbaban por toda la casa. Fue corriendo a ver qué pasaba, la urgencia no le dio tiempo ni para calzarse.

—¡¿Qué está pasando acá?! —preguntó con una mezcla de alivio por ver que su hija estaba bien, y susto por no saber a qué se debía tanto barullo.

Luca se apresuró a pararse delante de las cenizas para que la señora no las viera y levantó la lámpara que cayó al suelo durante el enfrentamiento.

Cristina tenía su mirada fija en los movimientos del chico, un extraño para ella.

—¡Un chorro! —gritó Darla exaltada.

—¿Qué? —preguntó su madre devolviéndole la mirada.

—Que entró un chorro por la ventana. Cuando llegamos, nos vio y salió corriendo... —mintió.

—¿Por ese agujero? —Cristina señaló el ventanal, incrédula.

—Era flaco... Cuando llegamos, escuchamos ruidos y subimos corriendo para ver —dijo Darla desviando el tema, tensa.

Cristina hizo ademán para entrar en la habitación.

—¡No pases! —La detuvo su hija.—. Está lleno de vidrios y cosas rotas. Y vos estás en patas, te vas a cortar —dijo nerviosa.

Cristina se detuvo contemplando el suelo. Luego volvió a considerar al desconocido que tenía en frente. Darla se percató.

—Él es Luca. De la escuela. Me acompañó a casa.

Luca la saludó agitando levemente la mano. Cristina le devolvió el saludo, asintiendo con la cabeza.

—Bueno, dejá que me cambio y vengo a limpiar.

—¡¡¡No!!! ¿No te dolía la cabeza hoy? Volvé a acostarte. Nosotros limpiamos.

—¿Segura? —preguntó Cristina señalando al chico con la mirada.

—Segura. No sería la primera vez que limpio —agregó Darla con una risa nerviosa.

Cristina confiaba en su hija, por lo regular no le mentía, y se sentía muy bien para discutir. Tal vez en otro momento hubiera hecho un gran escándalo y llamado a la policía, pero entonces el dolor de cabeza era tan fuerte, que no la dejaba pensar.

Se fue y dejó a su hija limpiando con un extraño.

.

Darla se dejó caer en el suelo luego de que su madre se fuera, agachó la cabeza y quedó sopesando lo ocurrido recientemente. La confesión de Luca, los ataques de Niza y su muerte...

—Es verdad —susurró, más como pregunta que como afirmación.

Luca se arrodilló frente a ella.

—No puede ser —continuó diciendo ensimismada.

—No sabía que iba a atacarte. Nunca lo hubiera permitido, lo juro.

Darla levantó la vista y empezó a mirar a su alrededor.

La biblioteca tenía un estilo sofisticado, muy diferente al resto de la casa. En el centro había una mesa de madera antigua que funcionaba como escritorio. Sobre ésta, una lámpara de pie con tulipa de cristal verde con detalles en dorado; había una igual sobre un estante de la biblioteca que ocupaba toda la pared detrás del escritorio, y otra sobre un hogar en la pared de enfrente. En el techo, una araña de cristal no muy grande.

Nada tenía sentido en aquella habitación, nada combinaba. ¿Por qué había tacos, si ellos no tenían mesa de pool? Tampoco tenían las bolas y demás accesorios. Allí también había cabezas de animales salvajes colgados como trofeos, pero su padre no era aficionado a la cacería de animales, ni siquiera tenía escopetas u otras armas de caza.

Darla se paró y recorrió el lugar tocando los muebles y demás cosas.

Recordó que cuando aprendió a leer, su padre le daba permiso para entrar y que leyera sobre la alfombra del centro, mientas él trabajaba en lo suyo. Desde que él desapareció, ella no entró más porque sentía una especie de vacío que le atemorizaba.

Comenzó a tantear sobre los libros y los libreros sin mirar lo que hacía. Llegó hasta un adorno de un águila parada sobre un tronco con las alas extendidas y, estirando un poco los dedos, logró sacar de entre el tronco y las garras una pequeña llave dentada. Se asombró. Ni siquiera sabía que recordaba tales cosas. No era una memoria explicita, sino muscular.

En ese mismo estado de pasmo se sentó en la silla detrás del escritorio, ésta también era antigua, tapizada en cuero verde con tachuelas doradas a la vista. Admiró los cajones por un instante, e, introduciendo la llave en la hendidura de uno, lo abrió.

Se sorprendió por partida doble al descubrir que podía abrirlos, y luego al ver su contenido. Allí había una pistola muy grande y ancha, de las que nunca vio en películas o noticieros. La sacó con cuidado y la apoyó sobre la mesa.

Luca se acercó para verla también.

Entonces Darla recordó lo que su padre hacia mientras ella leía. Él limpiaba sus armas.

Revisó rápido los demás cajones, pero no encontró nada interesante. ¿Dónde estaban las demás armas? ¿Dónde estaban los cartuchos y municiones?

Se puso de pie nuevamente y empezó a mover los libros, buscando una puerta secreta o lo que fuera. Y, en una esquina, los libros ya no se movían, ¡eureka! Buscó cómo abrirla, pero no pudo.

Recordó que su padre tocaba algo sobre la chimenea antes de ocuparse de sus armas. Se dirigió allí y empezó a buscar algo que no guardara relación con el resto del espacio, bajo la hipótesis de que esos objetos tenían el propósito de ocultar algo. Y, en efecto, sobre la chimenea había un pequeño busto de Homero, el filósofo griego. Fue hasta él, lo manoseó y, finalmente, empujó su cabeza hacia atrás, descabezándolo.

Cuando la cabeza se movió, activó un mecanismo en la pared del librero que abría un compartimiento oculto. Y, en el interior de este, se vio un panel iluminado que sostenía diversas armas. Entre ellas pudo notar pistolas, cuchillos, y algo que parecía un arco, según su escaso entendimiento.

Luca quedó maravillado.

—¡Wow! Es como la guarida de James Bond —dijo.

Darla se dio cuenta de que el chico seguía allí, y que de hecho era un ser mitológico que creía ficticio. Entonces sacudió su cabeza para aclarar sus pensamientos, y entendió que Luca no debería ver nada de eso. Colocó la cabeza de Homero en su lugar, y cerró así el librero.

—Es mejor que te vayas —demandó Darla.

—Yo creo que lo mejor es que hablemos. Debes tener muchas preguntas.

—Ahora no —le dijo ella llevándose las manos a la cabeza.

Luca se acercó a ella, la tomó de las manos, juntándolas, y la miró a los ojos.

—¿Por qué nunca vi que tus ojos son rojos? ¿O que tenías colmillos? —preguntó confundida.

—Porque no creías, entonces no podías ver.

Darla lo soltó y fue a sentarse sobre la silla de cuero verde, con sus brazos extendidos sobre el escritorio, y suspiró agotada.

—Es demasiado para asimilar de una vez —continuó Luca—. Pero yo voy a ayudarte. Tenés que conocer tu historia familiar, entrenar tus habilidades, aprender a defenderte...

—Decíme una cosa. ¿Mi mamá lo sabe? —lo interrumpió.

—No lo sé. Pero ella no es como vos. Solo tu padre era cazador.

—Y vos, ¿cómo sabés eso?

—En primer lugar, porque no me reconoció como amenaza. Y en segundo, por su olor, su esencia. —Darla atendía a cada palabra.—. Los cazadores liberan hormonas diferentes al resto de los humanos. Eso les da un aroma característico, imperceptible para el resto de los mortales. Al principio no lo tenías, pero cada vez es más fuerte.

—¿Olor a qué?

—Es algo agridulce. La sangre humana tiene cierto olor metálico por el hierro, pero la suya es más como un almizcle suave.

—Y los vampiros, ¿tienen olor? Porque a veces sentía olor a podrido en la escuela...

—Sí, pero ese no era nuestro. —Luca rió por la ocurrencia.—. Es más como azufre, aunque es particular... Los cazadores también perciben la esencia de las criaturas sobrenaturales. Los organismos son diferentes y también las hormonas que segregan, por lo que cada especie tiene su aroma... Los cazadores tienen la habilidad de percibir a su presa y distinguirla, así como los animales en la naturaleza pueden discriminar entre el buen alimento y el dañino.

Darla se levantó bruscamente de la silla y, dando por finalizada la conversación, dijo:

—Gracias. Pero es mejor que te vayas. Lo que tengo que descubrir ahora es personal, es sobre mi papá, es sobre mí. —dijo y le señaló la puerta.

Luca no se opuso.

—Muy bien. Cuando estés lista para que responda a tus preguntas, buscáme —dijo y luego se fue.

Darla lo acompañó para cerrar la puerta principal. Luego de despedirlo, volvió a la biblioteca con escoba y pala en mano, y limpió el desastre que dejó su primera presa vampírica. Más tarde, buscó herramientas y arregló los destrozos.

Cuando finalizó, continúo revisando las pertenencias de su padre. Pasó toda la noche en vela en la biblioteca, conociendo al verdadero Arturo Vidal.

VOCABULARIO:

Chorro: ladrón, ratero.

En patas: Con pies descalzos.

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