8. La verdad siempre te encuentra
Lunes por la mañana, en la escuela el día transcurría inusualmente tranquilo. Darla se sorprendió cuando entró al colegio y nadie la insultó ni amenazó, solamente hablaban a sus espaldas y algunas personas lanzaban miradas furtivas. Niza ni siquiera la miró, sino que estuvo ignorándola todo el tiempo.
Darla y sus amigas se encontraban haciendo un trabajo grupal que había mandado la profesora de literatura. Todos estaban en grupos grandes, hablando de cualquier cosa menos de las tareas. El de ellas era el único grupo pequeño, y sí, también hablaban de cualquier cosa.
Stella notó que sus amigas estaban ligeramente bronceadas y que tenían una franja colorada que recorría su nariz y mejillas. Supuso que no usaron protector solar cuando salieron a patinar, ¿y quién tenía uno a mano en mitad del invierno?
—Che, ¡qué lindo bronceado que tienen las dos! —observó— Les hizo bien salir el sábado. Y yo acá, toda pálida, como los fiambres que tuve que atender.
—¡Ay nena, no digas así! Esas personas son la familia de alguien —la reprendió Celina.
—Eran, querrás decir. Y no me importa. La gente debería morir y ser enterrada en el acto. ¿Qué es eso de velarlos por tres días? Empiezan a largar olor, se ven mal, uno los tiene que maquillar para cambiarle la apariencia. ¿Y todo para qué? Si los van a enterrar igual.
—¡Ay, qué asco! Calláte —le ordenó Darla asqueada y tapándose la nariz con el cuello de la polera.
—¿Qué hacés, loca, si no se siente el olor acá? Si me hubieras acompañado ayer, sería otra cosa.
—Uh, basta. Cambiemos de tema, mejor —propuso Celina—. Es verdad, estamos un poquito más bronceadas. Cualquiera diría que nos hicimos una escapadita a algún lugar. A Brasil, ja, ja...
—¿A dónde nos vamos a ir? —protestó Darla— ¿Acaso no sabés que vivimos en Mardel, la ciudad del clima impredecible?
Todas rieron por el comentario cargado de enfado.
—¡Pará! No te lo tomés así, che —dijo bromeando Stella.
Darla también rió al darse cuenta de su negatividad, al fin y al cabo tuvieron un día de verano en medio del saliente otoño. Luego miró a su alrededor, a todos los chicos de su clase, quería ver si alguno tomó sol como ellas. Pero lo que se encontró fue diferente a lo que esperaba. Sus compañeros estaban pálidos, algunos más que otros. Creyó que, tal vez, se veían así de pálidos en contraste con ella y Celina. Pero luego observó a Stella, y ella, que solo salió al exterior para fumar mientras estuvo trabajando, tenía más color que el resto de sus compañeros.
«¡Qué raro!», pensó.
Comenzó a escuchar las conversaciones de esos chicos, los que ahora le parecían completos extraños. A pesar de estar divididos en diferentes grupos, todos hablaban de la misma cosa: la fiesta a la que fueron el sábado por la noche. Entre tanto bullicio, no se entendía bien lo que decían, pero la palabra fiesta inundaba sus oídos. Mientras que hablaban, lanzaban miradas al grupo que todos admiraban, el de los chicos más nuevos; les sonreían, los adulaban. Escuchó a uno que se dirigía al chico rubio, diciendo: "Gracias por invitarme a tu fiesta". Por alguna razón, estas palabras llamaron la atención de Darla y comenzó a unir ideas como si se tratara de un rompecabezas. Pero seguía sin entender por qué le interesaba tanto lo que ellos hacían.
Mientras ella miraba aquella escena tan curiosa, Stella y Celina seguían hablando. De repente, interrumpieron sus pensamientos para evocar otros, aquellos que evadió con éxito los pasados dos días.
—¿En serio querés ser policía? —preguntó Stella, y Darla volteó a verlas de inmediato.
—Sí, ¿por qué tanta sorpresa? —contestó Celina, mirando también a Darla para involucrarla.
—No sé, no te imagino como policía... ¿Vos estás segura de lo que querés? —repreguntó Stella.
—Ay, sí, nena. Mirá si no voy a estar segura de lo que quiero —replicó Celina harta de la conversación.
—Uh, bueno, ¡no es para tanto, che! Bueno, ¿qué sé yo?, será que no nos puedo ver como adultas y teniendo un oficio. ¡El tiempo pasa demasiado rápido! Ayer estábamos en primer año, y ahora... —Stella separó las manos para dar visión a su cuerpo, a lo que tenía alrededor, a sus amigas.—... ya estamos en último año.
Las tres se quedaron en silencio, pensando en el paso del tiempo. A Darla le convenía el silencio, no quería que la conversación siguiera avanzando hacia su dirección, ya no quería pensar en el futuro.
—Hablando de... —prosiguió Stella— Creo que yo quiero ser médico forense.
La nueva declaración tuvo el mismo impacto que la anterior, la inesperada sorpresa.
—¡¿De verdad?! —contestó Darla, en un tono más alto del que le hubiera gustado— ¿No era que odiabas el sepelio?
—Más o menos. En realidad, lo que pasa es que al sepelio llega el finado y lo tenemos que vestir para el velorio, y ya no hay más nada que hacerle. Pero yo quiero estar en la brecha y recibir el cuerpo fresquito, investigar qué le pasó, saber si tenía una enfermedad, no sé, estar en la acción. Además, puedo colaborar con la policía. —Dicho esto último, Stella le levantó las cejas a Celina.
—¡Si! Vamos a trabajar juntas —dijo emocionada Celina y la abrazó.
Darla quedó fuera de ese abrazo, tal vez quedaría fuera de sus vidas si no seguía una carrera acorde a la de sus amigas. Pero las palabras de Stella impactaron en ella como ningunas otras, ningún adulto que los haya inspirado a seguir sus sueños había utilizado palabras más atractivas. «Estar en la brecha». Era muy atrayente. Ella también quería estar en la brecha, donde surgen los cambios y avanza la sociedad, pero aún no sabía en qué tipo de brecha.
Stella y Celina rompieron el abrazo y aun sonreían como tontas, pero se detuvieron al ver que Darla no participaba de su alegría, sino que permanecía distante.
—¡Ey! —le llamó la atención Stella, chasqueando los dedos— ¿Y vos?
Celina se pasó la punta de los dedos rozando la garganta, para que Stella supiera que no debía preguntar eso.
—No sé. Estoy viendo mis opciones. Quizás me tomé un año sabático.
—Pero tu vieja no te va a dejar, boluda.
—Sí, ya sé, me va a obligar a trabajar con ella. Pero no importa. Me va a dar tiempo para pensar en lo que quiero hacer.
—¿Por qué no seguís con el voley?
—Porque el deporte es muy sacrificado, tenés que chuparle las medias a la gente para que te banquen con publicidad, viajar a todos lados para hacerte conocida, enfrentarte a los mejores y... Sinceramente, no soy tan buena.
—¿Que no vas a ser buena vos...? —Celina no terminó de hablar porque fue interrumpida por la profesora.
—Allá atrás están muy charletas —Al decir esto todo mundo volteó a verlas—. ¡A ver si se callan y se ponen a trabajar!
Cada llamada de atención de un profesor hacia un alumno era motivo de vergüenza. Todo el mundo las miraba, hablaban por lo bajo y se reían. Para Darla y compañía el color y la temperatura empezaron a elevarse por la vergüenza; quedaron en silencio y no volvieron a hablar del asunto.
La siguiente hora tenían examen de idiomas, Darla lo terminó rápido, sin revisar si estaba bien o mal, quería salir cuanto antes de la clase. Al terminar un examen antes del término de hora, los alumnos debían salir para no molestar a los demás. Perfecto para Darla, ya que quería tener un momento a solas. Fue hacia su rincón favorito en toda la escuela, al final de un pasillo que llevaba a un aula clausurada; nadie pasaba por allí, no tenían por qué, así que estaría tranquila.
Se encontraba sentada en el piso con las piernas cruzadas, no pensaba en nada, solo jugaba con su celular apagado, haciéndolo dar vueltas. De pronto, alguien se sentó a su lado, lo suficientemente cerca como para que ella se percatara, y entonces se levantó un poco para poder apartarse unos centímetros y no estar tan pegados. Miró y vio que era el chico rubio al que todos querían imitar, pero no le importó.
Luca le preguntó si se sentía bien, pero ella lo miró con cara de póquer y no le respondió.
—Tengo que contarte algo —dijo él sin ser atendido.
—No me interesa —contestó Darla sin dejar que continuara.
—Yo creo que sí. Verás, hable con la directora hoy para explicarle la difícil relación que tenés con Niza.
—¿Relación? —se extrañó Darla.
—Bueno, quizás lo adorné con detalles. Pero lo importante es que Niza se responsabilizó por todo y la directora ya no está enojada. Es más, ninguna de las dos volverá a molestarte —Luca la miraba expectante y con una actitud zen.
Pero Darla reaccionó mal, lo miro incrédula y molesta por el supuesto favor.
—¿Qué hiciste qué? Capaz que a tu novia la convencés, pero a la dire, ¿qué vas a convencer vos? Además, con quién me llevo mal o si tengo amonestaciones, no es asunto tuyo. ¡No te metas!
—Pero sí es asunto mío. Y ya lo hice.
—Y la convenciste —dijo ella con sarcasmo— ¿Vos? ¿Y con qué poderes mágicos, si se puede saber?
—Eso es lo segundo que te quería contar. Más bien, confesar...
Luca comenzó a mirarla como aquella vez en que se chocaron a la salida del gimnasio. A ella no le gustó, pero no tenía ánimos para pelear, así que solo le advirtió que no la mirara así:
—¡Dejá de mirarme! —Y, acto seguido, apartó sus ojos de él.
Y él, como si saliera de un trance, sacudió la cabeza.
—¡Perdón! Es que quería saber en qué estabas pensando...
—¡¿Que qué?!
—Eso. Trataba de leer tus pensamientos para saber cómo reaccionarías a lo que voy a decirte.
Darla quedó atónita. Los sonidos que salían de su boca no tenían ningún sentido. No daba crédito a lo que oía. ¿Se trataba de un chiste? Porque no tenía gracia, ni él era buen comediante. Y lo decía así, tan natural. Tal vez tuviera un problema mental o algo. O, ¿realmente creía que podía hacer esas cosas?
—Sí, como escuchás —continuó él—. Leer los pensamientos es una de mis tantas habilidades. También puedo influir en la voluntad de la gente, y en el clima... bueno, más o menos.
Darla seguía sin saber cómo reaccionar. Miraba para todos lados buscando algo, alguna persona escondida que le dijera "caíste", o una cámara oculta. No entendía si la situación que estaba viviendo era real o ficticia.
—Y puedo hacer todo esto —prosiguió Luca— porque soy un vampiro.
Darla estalló en risas.
—¿De verdad dijiste lo que acabo de escuchar, o querías comprobar si estaba atenta? —dijo con poco aliento y siguió riendo.
Luca sonreía tranquilo, incluso le daba un poco de gracia la reacción de ella.
—Estoy diciendo la verdad, no tendría por qué mentirte —concluyó él inocentemente.
Darla detuvo su risa con esfuerzo, apagándola de a poco.
—Ok. Digamos que te creo. ¿Por qué me lo contás justo a mí? —Lo miró esperando una respuesta, tratando de mantenerse seria, pero al volver a mirarlo recordó su confesión, y volvió a reír.
Luca solo esperaba a que se le pasara el ataque de risa.
—¡Ay, me duele el estómago! —dijo ella, y se secó una lágrima que se le escapaba de un ojo. Pero la risa amenazaba con volver— ¿No te da miedo que yo sea una cazadora y tenga un par de ajos en el bolsillo? —bromeó.
Él sonrió por la ironía, dejando ver su dentadura blanca y alineada.
—Precisamente por eso es que te cuento todo esto. Eres una cazadora... Hasta ahora no lo sabías, pero es verdad. Y es muy importante que lo aceptes porque ahí afuera hay vampiros malos que buscarán asesinarte. Pero no debes temer de mí, no voy a hacerte daño, solo quiero ayudarte. —El tono que él empleaba era más serio que antes, y esto alertaba a Darla.
Luca miraba a Darla con expectativa, con sus ojos bien abiertos a la espera de una respuesta de la chica que estaba sentada a su lado y lo miraba desconcertada.
Darla avistó a sus amigas a lo lejos. El examen debía de haber concluido porque más alumnos salían. Justo a tiempo para salvarla de aquella extraña e incómoda situación. Ella se decidió a ignorar al chico a su lado, ir hacia sus amigas y fingir que nada de esa conversación había sucedido. Así que se levantó, se sacudió donde la ropa estuvo en contacto con el suelo, y se dirigió al chico con altivez y superioridad:
—Eh... ¿Luca, no? —Odiaba aceptar que ya sabía su nombre—. Me parece que la hora de la pelotudez ya terminó, así que me voy. Pero, de verdad, deseo que te sea leve —dijo irónicamente refiriéndose a un posible problema mental.
Sin dejar que el chico reaccionara, se fue en dirección a sus amigas.
Él se levantó de repente, y la tomó por la muñeca para evitar que se fuera. En ese momento, ella lo miró enojada.
—¿Quién te pensás que sos?
—Necesito que me creas —dijo él, haciendo caso omiso a la pregunta de ella—, y para eso debo contarte sobre tu pasado. Y si eso no es suficiente, te lo demostraré. —Su voz era decidida y firme, no dejaría que se escapara esta vez, mucho menos que alguien los interrumpiera.
Darla pudo ver de reojo que los amigos de Luca formaban un muro en medio del pasillo, apartándolos del resto de la gente que empezaba a copar el exterior de las aulas. ¿Estuvieron todo el tiempo ahí? Eso hizo que le recorriera un escalofríos por la columna vertebral.
—¿Qué es esto? ¿Es una joda? —preguntó nerviosa.
—¡No! —respondió él completamente serio— Es la verdad. Y me imagino que debe ser difícil afrontarla. Yo no tenía idea de que estuvieras tan desinformada. Pero tengo pruebas que avalan lo que estoy diciendo. Pensálo bien, te estoy haciendo un favor contándote esto, es importante que conozcas tus orígenes y yo puedo ayudarte a descubrirlo. Puedo entrenarte para que sepas defenderte...
Luca seguía hablando pero Darla no escuchaba, más bien analizaba la situación. Él no se mostraba agresivo, tampoco sus amigos, pero todo lo que oía era demasiado descabellado para ser cierto. Se sentía extremadamente incómoda y no podía ocultarlo.
Pensaba, buscando una salida. Entonces, oyó una voz que la distrajo. Era Niza preguntando por su novio. Ningún problema se comparaba al que tenía con ella, y no creía que Luca la hubiera convencido de dar tregua, así que lentamente se soltó de él, para no tener más problemas. Y le dijo:
—Tu novia te aclama. Andá a atenderla. Yo tengo mejores cosas qué hacer —se expresó lo más calmada que pudo, ocultando sus verdaderas emociones. Iba a fingir que nada pasaba, era lo mejor, ya que ni ella sabía qué pensar de esto.
Luca se fue antes de Niza fuera donde él estaba y lo arruinara todo.
Mientras tanto, Darla los observaba irse abrazados, y a su lado iba María. Niza volteó para ver con quien hablaba su novio, se sorprendió al principio, pero luego sonrió.
Darla quedó sola en su rincón favorito, confundida.
.
Las horas siguientes, entre clases, recesos y talleres, Darla no podía prestar atención a nada, solo pensaba en lo que le dijo Luca.
«Dice que sabe sobre mi pasado. Seguro que María le contó, eso no prueba nada. Sí, cambió mucho desde que está con ellos. Deben estar riéndose de mí justo ahora... No le creo, no les voy a seguir el juego, y en unos días se van a olvidar de todo», pensaba, estaba convencida de que se trataba de una broma de mal gusto.
Cuando el último taller del día terminó y todos se apuraban por salir, Stella les pidió a sus amigas que la acompañaran al baño. Celina quiso ir también, "por las dudas", se explicó. Darla las esperaba afuera.
Oyó la llave del agua que se abría y miró creyendo que vería a una de sus amigas, pero en su lugar estaba Niza lavándose las manos. Se dio la vuelta rápido, fingiendo no haberla visto y la ignoro cuando salió. Pero Niza buscó su mirada, tenía una sonrisa burlona, y el aire se cortaba con un cuchillo.
—¿Qué pasa, me tenés miedo? —dijo la morena— No te preocupes por mí, no te voy a lastimar. —Luego le acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja. Darla permanecía inmóvil, como una presa arrinconada.—. Ya hablé con Luca, y él me hizo reflexionar. No tengo motivos para tratarte mal, y no quiero tener problemas, así que seamos amigas, ¿sí?
De todas las cosas que Darla había escuchado ese día, esto era sin duda lo más descabellado, incluso desquiciado.
En otro momento, más racional, Darla le hubiera contestado con sarcasmo algo como "ser tu amiga es el sueño de mi vida". Pero en su lugar, solo pudo decir:
—¡¿Amigas?!
Al otro lado del patio apareció Luca, llamando a Niza con un movimiento de cabeza. Esta se despidió de Darla con un amable "nos vemos", y se fue caminando tranquilamente.
Luego de este episodio, Stella y Celinas alieron del baño, encontrándose a Darla con el ceño fruncido y mordiéndose el labio inferior, parecía en trance.
—¡Ey! ¿Te pasó algo? —preguntó Stella.
—Este es el Reino del Revés —susurró Darla.
—¿Qué?
—Nada. Están pasando demasiadas cosas raras. ¡Vámonos ya!
Las tres salieron de la escuela sin mencionar nada, estaban cansadas, no importaba si no hablaban. Y es que luego de las clases regulares de la mañana, tuvieron varios talleres y salían al anochecer. Demasiadas horas encerradas, solo querían descansar.
Afuera no quedaba nadie más que ellas.
Las tres amigas se despidieron sin más.
De modo que Darla volvía sola a casa. Pero a las pocas cuadras, pudo notar que alguien caminaba detrás de ella. Con disimulo, giró la cabeza para ver, pero solo vio de reojo y no logro reconocer de quién se trataba.
Siguió caminando con paso más firme y decidido por espacio de una cuadra. Y volvió a sentir esa extraña presencia, pero esta vez se envalentonó y volteó bruscamente, quedando frente a su perseguidor. Cuando vio de quién era, lo enfrentó:
—¿Te perdiste? —gritó, enojada por el susto que se acababa de llevar.
—¿Yo? No —dijo Luca muy despreocupado.
—¿Qué haces por acá, entonces? Siempre veo que vas al sur.
—Quería caminar, nada más —dijo encogiéndose de hombros.
—Tu "nada más" me hace ruido —dijo ella cruzándose de brazos.
—Bueno, está bien. Quería hablar con vos. Pero caminás tan rápido que casi no te alcanzo. Además te estuve llamando, pero no me escuchaste.
—Si es para disculparte por lo del baño, no te preocupes, tu novia no me hizo nada. Además puedo defenderme sola, gracias.
—¿Estás segura? —indagó con duda.
—¿De qué estás hablando? Ah, ya sé, de tu locurita de creerte chupasangre. Seguro te sentís muy importante porque tu papá te cumple todos tus caprichos, pero eso no te hace un vampiro. ¡Dejá de ver tantas películas, que te hace mal!
Luca sonrió ampliamente, confirmando que se refería a eso mismo.
—¡Ay no! Ya tuve bastante por hoy. Estoy cansada y me quiero ir a dormir.
Darla dio media vuelta, ignorándolo, y siguió caminando. Luca iba detrás, entonces ella se detuvo nuevamente.
—¿Me vas a seguir?
—Sí, hasta que hablemos.
—¡No quiero hablar con vos! —gritó ella y continuó con su marcha.
Él se adelantó a ella insistente y rogando para que hablaran.
—No me voy a ir hasta que hablemos.
—¡Que no! Ya te escuché y no valió la pena.
Unas gotas de lluvia comenzaron a caer, y darla pensaba: «Lo único que faltaba. Sin auriculares para no escuchar a este pesado, y ahora mojada».
En el camino había una casa cuyo perímetro estaba rodeado por un muro altísimo y avejentado, las enredaderas lo cubrían todo y las copas de los árboles que sobresalían a la vereda impedían el paso de la lluvia. Era un buen lugar para esperar a que mejorara el clima.
—Vení —dijo Luca—. Cubrámonos acá.
—Son solo gotas.
La lluvia se intensificaba y se hacía necesario buscar un refugio.
—¡Pero se viene una tormenta! —Luca se detuvo delante de ella, esperando que ella hiciera lo mismo.
Pero Darla siguió caminando.
—¡Escúchame, por favor! Hay cosas en este mundo que van más a allá de tu imaginación o de tu percepción. Tenés que escucharme, tenés que creer. Es tu destino.
Darla salió a la lluvia, se mojó, no le importaba nada. Y, a los pocos metros, cesó de llover.
Luca utilizaba todo tipo de argumentos, estaba dispuesto a decir todo allí mismo, en la calle, no podía esperar otro momento propicio. Darla lo ignoraba.
Al fin llegaron a la casa de Darla. Luca nuevamente se interpuso en su camino para que no avanzara, ya había perdido la paciencia y no tenía tiempo que perder. Darla creyó ver la furia misma en sus ojos antes celestes, ahora eran rojizos. Pestañeó para aclarar su visión.
En una columna, de donde se sostenía un pequeño portón antes de ingresar a la casa, estaba parado el gato de Darla. Félix comenzó a gruñir en el momento en que olfateó a quien acompañaba a su dueña. Ambos le dirigieron la mirada y el gato se encrespó, pareciendo más grande de lo que ya era. Luego chillaba con fuertes maullidos, como cuando peleaba con otros felinos, y tomó posición de ataque, llevando su cabeza hacia atrás para protegerla.
Luca decidió hacer como si nada y trató de acercarse a Darla nuevamente, pero el gato defendió a su dueña como si de un atacante se tratara, dando zarpazos con las garras afiladas. Estaba claro que la presencia del chico lo alteraba y su ataque se dirigía a él. El chico se inclinó hacia atrás para evitar ser rasguñado, y Félix se aferró más a la columna y mostrándole los dientes.
Darla miraba la incomprensible escena inmóvil.
Luca miró fijamente al felino y su cara se transformó, dejó relucir sus afilados dientes caninos. Esto provocó más al gato y se soltó de la columna y saltó sobre el chico. Pero Luca lo esquivó rápidamente y salió corriendo de allí. Félix fue tras él, persiguiéndolo a toda prisa en medio de la calle.
Darla también corrió tras ellos, llamando a su gato. Nunca lo había visto atacar a una persona.
Como Félix no respondió a su llamado, entró a la casa, buscó su lata con comida y volvió a salir. Una vez afuera, agitaba la lata con el alimento balanceado para que lo oyera el gato.
Al cabo de unos minutos, Félix apareció enajenado. Seguía encrespado y gruñía. No quiso entrar en la casa, sino que se quedó parado en la columna. Darla le dejó la comida en el suelo y se acercó para acariciarlo y calmarlo, pero el gato la ignoró, y entonces ella lo dejó y entró en la casa.
.
Durante toda esa noche, Darla observó cómo Félix hacía guardia en la misma columna. Desde la ventana de su habitación veía que pasaban otros animales por la calle, pero él no abandonaba su posición y tampoco había tocado la comida que le dejó.
—Nunca lo había visto así —le comentó a su mamá.
—Quizás ese chico tiene perros en su casa, y él le sintió el olor —respondió Cristina.
—Pero, ¿Por qué no quiere entrar ni comer?
—No lo sé. Pero es un gato muy viejito, andará con mañas. Quizás hasta ve manchas, como le pasó al perro de Sabrina, ¿te acordás? Atacaba sombras y en realidad estaban en sus propios ojos... No te preocupes, mañana lo llevo al veterinario a ver qué tiene.
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