5. No reprimas tus instintos
Un nuevo día comenzó y el sol volvió a salir, aunque su presencia no destacaba. Todo volvía a comenzar.
Darla marchó a la escuela preocupada, no podía sacarse de la cabeza que ese día era el pactado para la reunión de la directora con su mamá. ¿Que se dirían? No le preocupaba la reacción de su mamá, sabía que era comprensiva; a lo sumo se mostraría más preocupada de la cuenta y la invadiría los siguientes días con preguntas, nada que no hiciera normalmente. Pero lo que la consternada era lo que pensaba la directora, y cómo afectaría eso su historial académico. Aún no había decidido qué haría en su futuro, pero sabía que, en cualquier ámbito en que se desarrollara, necesitaría de un buen currículum, y no que la tuvieran como una persona violenta. En ese momento sentía como si una enorme nube negra estuviera formándose sobre ella.
El día anterior no oyó cuando su madre llegó a la casa, pues estaba profundamente dormida. No fue hasta la hora de la cena que la despertó y pudieron hablar. Ella le contó el incidente a Cristina, sin omitir detalle. Nunca le ocultaba nada, porque de alguna forma misteriosa para ella, su madre siempre sabía lo que le ocurría, y los interrogatorios solo eran para confirmar sus sospechas. Esa noche casi llora, pero el silencio la contuvo.
Al oírla, Cristina guardó un silencio respetuoso y reflexivo; ¿qué le ocurría a su hija, por qué tantos cambios? ¿Sería posible que pelearse con una amiga provocase todo aquello, o se trataría de algo más? Ese "algo más" la inquietaba. Le dijo a su hija que no estaba enojada, que no había sido culpable de nada y que intentaría explicarle eso a la directora. Pero esto no tranquilizó a Darla.
Cuando llegó a la escuela, absolutamente todos la miraba mal, incluso la preceptora la trató mal cuando tomaba asistencia. Ya se había esparcido la voz, y Niza era considerada la víctima; esto provocó que sus súbditos se sintieran ofendidos. Lo que más la impactó fueron unas chicas, varios años menor que ella, que la miraban con desprecio, ¡ella ni siquiera las conocía! ¿A tanto llegaba el fanatismo?
Por supuesto, sus buenas amigas estaban a la expectativa por si debían rescatarla. Y así lo hicieron.
—Vení. Vayamos al baño —sugirió Stella apenas la vio. En el camino la abrazó, cubriéndola, imaginando que tal vez alguien arrojaría alguna cosa.
Celina iba tras ellas, a modo de guardaespaldas.
—Me reciben como si fuera la novia de Hitler —dijo Darla una vez en los baños, perpleja.
—Serás Hitler, yo tu novia, y Stella es Goebbels —dijo Celina tratando, sin éxito, de animar la situación.
—¡Qué desubicada! —la reprendió Stella—. Vos no te tortures —le dijo a Darla—, que estos se olvidan de todo en dos días. Ya vas a ver.
Darla comenzó a darse palmadas en las mejillas, quería comprobar que no estuviera soñando, y, si así era, despertarse.
—¡Pará, boluda! —Stella la detuvo, preocupada.
Estuvieron ocultándose en el baño hasta el inicio de clases, luego fueron directo al salón. Al entrar, nadie sintió pudor al demostrarle su desprecio, las palabras no tenían antecedentes y las miradas eran indescriptibles. Para asegurarse de que no se escapara de sus improperios se formaron en fila a ambos lados del pasillo, sin escape posible.
Niza ya se hallaba en su sitio, ofendidísima, y no reparó en demostrarlo. Su séquito de turno la acompañaba en su pena. Curiosamente, el único que se comportó como un adulto maduro fue Luca, quien solo se limitó a mirar a Darla con auténtica curiosidad. Darla ni lo notó.
Darla se sentó en su banco cabizbaja. Stella miraba a sus compañeros desafiante. Celina les mostraba con su dedo medio y entrecerraba los ojos para añadir fiereza a su mirada. Finalmente todos entraron, la preceptora tras ellos, todos se sentaron en silencio como si nada hubiera ocurrido.
Pero el silencio no tranquilizaba a Darla, pues sabía que las miradas acusadoras e insultos continuarían. ¡Ese sería un día muy largo!
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Apenas unos minutos más tarde, al otro lado de la institución, Cristina se encontraba esperando afuera de la dirección a que la directora se dignara a recibirla. La había citado muy temprano y aún no se hacía presente. Para su sorpresa, ella ya estaba ahí, sentada en el sillón de su oficina, hablando a gusto con la vicedirectora, quien no debía estar ahí en ese turno. La secretaria no se molestó en anunciarla. Luego de un tiempo, la directora salió riendo. Cristina se acercó para saludarla, pero la otra la ignoró, entrando de inmediato en la oficina de al lado. La secretaria se interpuso entre ellas cuando Cristina intentó seguirla.
—La directora Morín ya se desocupó. Voy a anunciarla, espéreme acá —dijo prepotente.
Cristina tuvo que esperar media hora más antes de que la atendieran.
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Al llegar el primer recreo, los alumnos vaciaron los salones como por arte de magia, pero Darla prefirió no salir, como ya tenía por costumbre. Stella se había quedado dormida los últimos minutos de la clase anterior y nadie se molestó en despertarla hasta la próxima clase. Celina aprovechó para ir a comprar provisiones, no sin antes asegurarse de que su amiga estaría bien si ella se ausentaba por unos minutos.
—Estoy bien, la tengo a Stella.
Ambas miraron a la chica que babeaba sobre su mesa, y se rieron.
Darla se quedó cabizbaja, con las mangas del suéter estiradas hasta cubrir sus puños, y el mentón apoyado sobre sus manos. Inmersa en sí misma, no se percató de que alguien se sentaba a su lado. Lentamente llevó su mirada hacia él, pero más como un acto reflejo que de voluntad.
—Hola —dijo él con una enorme sonrisa.
—¿Hola? —respondió ella sorprendida.
A ella le pareció muy extraña su actitud. ¿Por qué le hablaba, a ella, que en esos momentos era una paria? Pero más importante, ¿quién era? Siempre olvidaba sus nombres, a pesar de ser tan nombrados últimamente. Tenía que tratarse del líder, sí, porque era el rubio. El mismo que la chocó el día anterior, ¿Cómo se llamaba? Entonces recordó la sensación que le había causado su encuentro, era algo sumamente estremecedor, mezcla de inseguridad y miedo. Nunca había experimentado algo así, y no tenía razones para sentirse así, más allá de la repulsión que le inspiraba. Nuevamente sintió la necesidad de salir corriendo del lugar. Y eso fue lo que intentó; se levantó y se dirigió a la puerta sin siquiera mirarlo.
—No, esperá —dijo él, sujetándole el brazo para detenerla.
Ella se volteó y lo miró asustada, su ritmo cardíaco se aceleró, se quedó inmóvil.
—Solo quería decirte que no te considero culpable del incidente en el gimnasio. Niza tiende a dramatizar por todo. Ya sabés, siempre dando la nota.
—Sí, linda mina tu novia, re copada —contestó Darla con toda la ironía que le permitieron los nervios. Seguía sin poder recordar su nombre, pero eso ya no le interesaba.
—Sí, bueno, también me quiero disculpar por su comportamiento. Yo lo repruebo.
«¿"Repruebo"? ¿Por qué habla con tanta formalidad?», pensaba Darla mientras intentaba zafarse de su agarre.
—No pasa nada —dijo ella dando por finalizada la conversación, pero no pudo evitar sonar un poco asustada.
La verdad es que sí pasaba, sí importaba, pero eso no podía dejar que lo supiera él. Él no podía hacer nada para arreglar la situación, ni las muchas disculpas que le diera borrarían todo lo ocurrido con María. Además, se sentía muy incómoda en su presencia.
Darla logró que la soltara, pero cuando cruzaba el umbral de la puerta, él la detuvo nuevamente.
—También me quería disculpar por haberte chocado ayer. No fue intencional, de verdad —continuó Luca.
«¡Ah, pero qué pesado!».
Darla se giró hacia él molesta. Él la veía con ojos de cachorro suplicante. Otra vez esas pupilas que no se quedaban quietas, que se dilataban y contraían rítmicamente. ¿Cómo hacía eso? Todo era demasiado extraño, ella no quería y aun así no podía dejar de mirarlo. Se miraron fijamente durante tanto, que ella pudo notar que el color de sus ojos no era perfecto, sino que tenía algunas motas más oscuras.
Darla comenzó a sentir una puntada en la cabeza y el impulso de separarse de él de inmediato, que la obligó a cortar el momento. Algo en su interior la alertaba que algo malo estaba pasando, no sabía cómo describirlo. Quiso moverse otra vez y no pudo, se sintió como una prisionera.
Luca continúo con sus disculpas:
—Nunca haría nada para dañarte —dijo mientras le acariciaba el brazo que antes sujetaba.
Darla ya estaba desesperada, tenía que moverse. ¿Qué le pasaba? Estaba hipnotizada. Las palabras de aquel chico le atemorizaban, pero a la vez podría perderse en ellas como si fueran un mar de aguas tranquilas. Perdió la noción del tiempo. ¿Cuánto llevaban así? Los ojos le ardían, los cerró para evitar que una lágrima saliera. Sentía un hormigueo en todo el cuerpo y un dolor profundo en el pecho; era como si le estuviera provocando un dolor físico insoportable.
Él la contemplaba intrigado. ¿Qué buscaba?
Finalmente, ella pudo zafarse y moverse. Sintió como si recién se despertara de un largo sueño. No pudo más que reaccionar con enfado frente a lo desconocido, descargando su frustración con quien tenía frente a ella.
—¡Soltáme! ¡No me vuelvas a tocar! —gritó atormentada.
—Perdón, no quería incomodarte —se excusó él muy calmado.
—¡Basta! Dejá de disculparte, no me importa lo que hagas. Dejáme en paz. —Una mezcla de rabia y angustia la inundaba.
Entre que Luca se disculpaba y Darla que gritaba, se armó una discusión que llegó a los oídos de la psicóloga, Roxana. Stella ni se inmutó con tanto griterío, y eso que estaba a unos pasos.
—¡Por favor, chicos, ¿qué está pasando acá?! —intervino Roxana, mientras se acercaba a ellos para separarlos, casi se iban a las manos.
Roxana logró separarlos, y apartó a cada uno a un lado.
—¡No me vuelvas a tocar! —advirtió Darla muy enojada, mientras lo apuntaba con el dedo índice.
—¿Me explican qué pasa?
—Nada. Fue un malentendido. —Luca fue el primero en hablar.
—¿Malentendido? —Apenas se oyó la voz ronca y cansada de Darla.
Aquella era charla de locos.
Roxana notó cómo el semblante de Darla cambiaba, ahora se veía agotada, pálida, ojerosa, débil. Entonces la tomó de la mano y la abrazó para calmarla como lo haría una madre. Pudo notar que estaba muy afectada, agitada cómo si hubiera corrido un maratón.
—No quiero que esto vuelva a pasar. Si es necesario no vuelvan a cruzarse —dijo dirigiéndose a Luca, claramente lo culpaba a él por el estado de la chica. Envió a Darla dentro del salón y retuvo a Luca para que no fuera tras ella—. Tené cuidado con lo que hacés. No quiero tener que ir por ahí limpiando tus desastres. ¿Me entendiste? —le dijo en voz baja pero con autoridad.
—Yo sé muy bien lo qué hago, Rochi —contestó él, desafiante. Luego le dio la espalda y se fue.
Roxana también se retiró, pasaba por ahí de casualidad, su verdadera intención era preguntarle a Darla sobre la reunión con la directora, y si habían solicitado su presencia. Estaba muy interesada en que esa reunión se concretase, pero no le permitieron la asistencia a pesara de su insistente argumentación. Al ver el estado en que Darla se encontraba, consideró que no era pertinente interrogarla en ese momento. Entonces se decidió a ir al área de dirección para ver qué podía averiguar.
Darla entró al salón muy confundida por lo que acabada de ocurrir. No podía asimilarlo. Cuando se sentó hizo rechinar la silla, y este molesto pero sutil sonido despertó a Stella.
—Eh, ¿qué-qué? —dijo adormilada, luego miró a su alrededor, comprobando que aún se encontraba en el aula.
Darla no la miró, tenía la mirada perdida.
—Che, ¿qué te pasó? —preguntó Stella confundida, no había nadie allí para provocar ese estado.
—Nada. No pasó nada. —Ni siquiera ella lo entendía, ¿cómo explicarlo a otro?
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A lo lejos, al final del largo pasillo, alguien había estado observando la escena. No fue intencional, solo pasaba por ahí en el momento preciso. Se trataba de María, a la cual le desagradaba que Luca se interesara en Darla. Desde luego, se apresuró en ir a contarle lo sucedido a su nueva mejor amiga, Niza.
Pero en el camino se encontró primero con Santiago. Quiso contarle a éste lo que vio, pero él la intimidaba, así que esperó a encontrarse con alguien más.
—Pero, ¿te puedo ayudar en algo? —insistió Santiago.
—No, gracias. Prefiero contárselo a Niza personalmente.
En ese momento llegaron los gemelos, Tobías y Dante. Estos le insistieron muy poco a María para que desembuche, ya que les tenía más confianza. Les contó todo.
—Pasa que recién vi a Luca discutiendo con la psicóloga, parece que tuvo un problema con Darla.
—¿Con quién? —intervino uno de los gemelos.
—Con la que golpeó a Niza ayer.
—¿Ah, sí? —agregó el otro gemelo.
—Vayamos a verlo —sugirió Santiago. Y los tres se fueron en busca de Luca.
María siguió su camino, preocupada por no hallar a su amiga.
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Santiago, Tobías y Dante se encontraron con Luca en un pasillo apartado, lejos de los ojos curiosos, y le preguntaron qué había ocurrido.
—Discutí con una chica —dijo Luca apenado y confundido—. Y nos vio Roxana y nos separó.
—¿Discutiste con la golpeó a Niza? —preguntó Tobías.
—Sí.
—¿La defendiste? —indagó incrédulo Santiago. No era el mejor fan de Niza.
—No. Fue por otro asunto.
—¿Qué asunto? —lo interrogó Tobías.
Luca les hizo señas para que lo siguieran a un rincón, aquella conversación no era apta para cualquier oído.
—No tienen ni idea de lo que realmente pasó. Ayer, cuando chocamos, quise ayudarla, pero ella se enojó. ¡Se enojó conmigo! Entonces quise calmarla usando mis dones, ¡y no funcionó! Ella no cayó en mis encantos, en cambio, empezó a gritar. Y yo no quería escándalos. No importó lo que hiciera, no logré que se callara.
—Bah —balbuceó Santiago.
—¿Era eso? —agregó suspicaz Dante— Parece que estás perdiendo tus encantos, Luquitas —dijo riendo; Santiago y Tobías lo acompañaron.
—No. No es eso —protestó Luca—. Es algo más. Hoy quise hablar con ella y reaccionó peor. Salió corriendo, se le erizó la piel, me empujó —dijo sorprendido.
—Quizás no sos su tipo —bromeó Tobías.
—No hay mujer, adolescente o niña que no caiga en mis brazos —Luca se ofendió—. ¡Ella es la primera!
—Siempre hay una primera vez para todo —se burlaba Dante.
—A todo esto, ¿quién es esta chica? —preguntó Santiago con verdadera curiosidad.
—Nosotros tampoco sabemos quién es —agregaron los gemelos al unísono.
—La verdad es que no la había visto nunca, ¡es como si hubiera sido invisible para nosotros!
Los cuatro chicos se miraron perplejos.
—¿Creés que es a quien estábamos buscando? —preguntó Santiago.
—Creo que sí.
—Entonces decíselo a Niza antes de que haya una masacre. Porque la pequeña trae entre ceja y ceja a esa tal Darla —sugirió Dante preocupado.
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María se encontró finalmente con Niza cuando todos regresaban al curso. Le susurró al oído lo visto y ésta buscó con la mirada a Darla. Se aseguró de que la viera. Primero la amenazó con la mirada y luego le hizo una seña deslizando su dedo índice por la garganta; no le importó quien la viera.
Darla se asustó. Y ahora, ¿qué había hecho?
Luca entró al salón en ese momento justo. Al ver lo que estaba haciendo, tomó a Niza del brazo y la obligó a sentarse.
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Roxana ya se encontraba fuera de la oficina de la directora. Alguien le había dicho que la reunión estaba en proceso. Quería espiar, pero lo único que pudo hacer fue esperar a que acabara. La secretaria le recordó que ella no estaba invitada y que no era asunto suyo, como queriendo decir que tampoco le comentarían lo hablado. De modo que tuvo que esperar a una distancia prudente, escondida tras una columna para no ser vista. No quería perderse la oportunidad de hablar con la madre de Darla cuando saliera.
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En la dirección, Cristina estaba nerviosa, sentada frente a una directora que imponía su presencia. Tenía el ceño fruncido y parecía muy enfadada. Nada que ver a cuando hablaba con sus colegas.
—Nos preocupa mucho el comportamiento de su hija... —empezó a decir la directora—... ni que hablar de lo mal que trata a sus compañeros nuevos. Siempre está fastidiándolos. Y ahora, ¡golpear a otra alumna así, con tanta saña...!
—Señora directora, yo respeto su opinión —interrumpió Cristina; algo dentro de ese discurso activó sus instintos maternos—, pero no creo que las cosas hayan pasado como usted las cuenta. Y no lo digo solo por defender a mi hija. Usted sabe muy bien que siempre fue una alumna excelente, nunca recibí ninguna queja sobre ella. Es campeona de torneos de voley, solía organizar los actos escolares e incluso recaudó fondos cuando necesitaban arreglar el techo de la escuela.
La directora quiso interrumpirla, disgustada, pero no pudo meter bocado.
—Es verdad que cambió, que ya no es tan sociable, ni ayuda a la escuela, ni participa de eventos, ni organiza muestras de arte o ferias de ciencias. Es cierto que golpeó a esa chica con la pelota, pero eso fue un accidente, pero no es cierto que la haya estado molestando como dice, ni a otros compañeros. Eso nunca pasó.
>>Mi hija y sus amigas se sientan el fondo del salón —Cristina trataba de hablar calmada y educada para hacerse respetar, a la vez que se adelantaba a las posibles acusaciones de la directora—, y no molestan a nadie. Usted lo sabría si visitara los cursos de vez en cuando, o hablara seriamente con los profesores como hago yo. Yo me preocupo por mi hija y hablo con sus profesores para saber cómo le va. Algunos hasta se sorprenden cuando les preguntó, porque no la registran por nada en especial... Cristina tenía fama de madre amiga para con sus amistades. Pero en realidad era una madre preocupada, que bordeaba lo límites de la obsesión; lo que se diría una madre helicóptero. Claro que esto no dejaba que nadie lo supiera. Su madre, la abuela de Darla, la hizo sufrir mucho en su adolescencia, tratándola como si estuviesen en el ejército: la acompañaba a todos lados; y la interrogaba por todo haciéndola sentir culpable antes de confesar; no la dejaba salir con chicos; tenía toque de queda; la avergonzaba en público, y un sinfín de etcéteras. Tan mal la pasó, que juró desde muy joven que no sería así con sus hijos.
Tras perder a su marido, y al notar que su hija crecía más rápido de lo que pudiera soportar, no tuvo más remedio que seguir los pasos de su madre. Pero no le haría pasar los disgustos que pasó ella, y por eso actuaba a espaldas de su hija, evitando avergonzarla en público o abrumarla en privado. Leía sus diarios íntimos; conocía todas las contraseñas de sus redes sociales; discretamente hablaba con sus amistades, profesores y vecinos. Cariñosamente le decía a su hija que, aunque sea, le enviara un mensaje de texto diciéndole dónde estaba o si se retrasaba al volver a casa; pero de todas formas la rastreaba por medio del GPS del celular. No le exigía nada para que no se molestara y se rebelara en contra de ella, pero en oculto la mantenía bien vigilaba. Sí, era una madre moderna y amiga de su hija, y también un helicóptero que sabía todo cuanto había que saber; así que nadie podía decirle que no conocía a su hija.
Ese día, cuando se encontraba hablando con la directora, la dejó boquiabierta al demostrar que sabía más que ella sobre sus alumnos. ¡Una persona ajena a la institución!
—Yo puedo entender que la hayan castigado por el incidente de gimnasia, aunque no esté de acuerdo. Pero no voy a aceptar que me cite para hablar mal de mi hija y hacer acusaciones falsas —concluyó Cristina.
—Señora Urrutia, no se altere —sugirió la directora avergonzada.
—Urrutia, no, soy Vidal
¿Qué? Ni siquiera sabía con quién estaba hablando.
—Señora Vidal —continúo la directora sin disculparse—, si la cité fue para comunicarle lo sucedido y para informarle que no lo pasaremos por alto —dijo bajando el tono de voz, debía tener la última palabra a como dé lugar.
—Gracias, pero ya estoy informada, mi hija me cuenta todo. —Mentía por supuesto, no todo lo que sabía era por medio de su hija.—. Y si algo así vuelve a pasar, yo misma cambiaré a mi hija de escuela —dijo con orgullo, pero no lo haría como castigo a su hija, sino para desprestigio de la escuela y de la gestión.
—Muy bien —contestó la directora, ocultando su indignación por no tener la última palabra—. Comunicándole que seremos más estrictos de ahora en más, y sin ya nada para decirle, doy por concluida la reunión. Puede usted retirarse —dijo fingiendo amabilidad.
—Adiós, entonces —dijo Cristina y se marchó.
Al salir la madre de la alumna, la vicedirectora, la secretaria y una preceptora entraron de inmediato para ponerse al corriente con las noticias.
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Cristina salió escupiendo fuego. Quisieron humillarla dejando en evidencia que no sabía lo que ocurría con su hija, pero se equivocaron. Cuando Darla dejó el local el día anterior, ella quedó preocupada, y se puso en contacto con uno de sus informantes, un personal de limpieza de la escuela. Así supo todo antes de siquiera hablar con su hija.
Caminaba ensimismada, y no escuchó que alguien le chistaba para que volteara. Se sorprendió cuando oyó un silbido, al que atribuyó a un adolescente insolente y se dio media vuelta para reprenderlo. En su lugar se encontró con una joven pelirroja que la miraba expectante. ¡¿Por qué no sabía quién era?! Ésta la llamó aparte, como para que nadie las viera, y miraba hacia todos lados para que nadie las viera.
—¿Sí? —preguntó Cristina.
—Hola, soy Roxana —se presentó muy emocionada, pero ante la falta de respuesta de su interlocutora, decidió explayar su presentación—. Soy la psicóloga del gabinete de la escuela. Escuché lo qué pasó con su hija y quiero ayudar. No sé lo que habló con la directora, pero estoy segura de que no le dio ninguna solución, solo advertencias.
—Sí, es verdad. ¿Y cómo ayudaría?
—Bueno, estoy al tanto de los cambios que su hija está teniendo. Intenté hablar con ella, pero no se abrió conmigo, aunque eso es normal la primera vez. Me gustaría proporcionarle herramientas para afrontar lo que sea que le esté afectando.
Roxana parecía transparente, y Cristina creyó encontrar una nueva aliada en su lucha. Pero, al mismo tiempo, sintió celos de que alguien se preocupara tanto por su hija, ese era su trabajo. Le disgustó que la observara examinándola; bueno, dijo que era psicóloga, tal vez la estaba analizando. Pero, ¿por qué tenía tanta curiosidad? La miraba de arriba-abajo, se detenía en cada detalle, hacía gestos incomprensibles y torcía los labios. Cristina se sentía como un animal enjaulado, observado por algún científico que tomaba notas mentales.
—No creo que sea solo un tema comportamental. De hecho, es más profundo —continúo Roxana.
—No es algo para profundizar mucho. Su mejor amiga de toda la vida la cambió por otras amistades. Y ahora la trata mal y la ignora. Darla siempre fue muy sociable, pero solo confiaba sus secretos a María, es normal que esté angustiada.
Roxana se detuvo a pensar en María. Sabía que era una de las seguidoras de Luca y compañía.
—¿Segura de que no hay nada más? —preguntó, pero sin abandonar sus pensamientos.
—No creo que nada le importe más que eso. Yo conservo casi todos mis amigos de la adolescencia y son un gran apoyo para mí.
—Me gustaría saber cómo se lleva con ambos padres, si no le molesta. Y también con sus familiares.
—Toda su familia soy yo. Su papá murió y no tenía familiares. Y mi familia vive en el interior, así que estamos solas.
—Lo siento mucho, señora Urrutia —se lamentó Roxana.
—Gracias. Pero puede decirme Vidal.
—Ah, perdón, pensé que...
—Sí, Urrutia es mi apellido de soltera, pero sigo usando el de mi marido. Darla también es Vidal, pero se niega a usarlo. Ella misma completa el formulario de inscripción cada año para que yo no lo use.
—Vidal... me suena, ¿segura que no tiene familiares en la ciudad?
—Sí, él tampoco tenía familia en la ciudad. ¿Por qué?
—Creo que tenía unos vecinos...—Roxana se quedó pensando.—. Pero en fin, ¿le importaría si concertáramos una cita, así hablamos más de su hija?
—No, le doy mi número de celular así me llama más tarde. ¿Cómo me dijo que se llamaba?
—Roxana Palmar.
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