21*. Los cazadores vienen de a dos

Luego de un día de profundas emociones y descubrimientos, los cazadores solo querían llegar a casa y descansar. Pero eso no sería posible, porque durante el incidente de Darla al volante, María le había enviado un mensaje a Cristina contándole lo que ocurrido. Y no era muy difícil imaginarse el humor con el que la madre los esperaba.

Cristina y Esteban entraron a la casa discutiendo, ante la mirada atónita de Don Lucho y Héctor, y las agotadas adolescentes los seguían, intentando calmarlos. La madre gritaba, mientras el maestro insistía en que armaba un escándalo por nada.

—¿Por nada? —dijo la iracunda Cristina— La obligaste a manejar sabiendo del accidente que tuvimos...

—Era necesario para que recordara todo lo que pasó antes...

—¡Qué! ¿Sabías del accidente? —Darla se sorprendió.—. ¿Cómo supiste que iba a funcionar?

—No sabía, pero tenía que intentar —le respondió su entrenador principal.

—La pusiste en peligro, a las dos, ¿para recordar qué? —continuó reclamando Cristina.

—Se acordó de su padre, de su escondite, de todo. —Esteban se lo anunció a todos los presentes.

—Eso no lo justifica. Pudiste buscar otra forma. ¿Qué habría pasado si se lastimaban?

—Bueno, tampoco exageremos, que acá están las dos bien sanitas. —Don lucho defendió a su amigo y dejó al descubierto que conocía y apoyaba su plan desde el principio.—. Esteban hizo lo que tendrías que haber hecho vos hace tiempo. Esto no habría pasado, si hubieras hecho bien tu trabajo al criarla.

—¡Usted no me va a decir cómo criar a mi hija! —Cristina explotó de ira.—. Ninguno de ustedes estuvo cuando rastreamos a mi marido por toda la ciudad, ni cuando chocamos porque nos perseguían para que dejáramos de buscarlo...

—¡Él no debió irse nunca de acá, ni debió meterse con bichos tan poderosos...! —Don Lucho también gritaba, pero algunas lágrimas amenazaban con salir por el recuerdo doloroso de la traición de su sobrino.

—Lo hizo porque controlaban la ciudad —repuso Cristina con la elocuencia que la caracteriza—, porque me infectaron con su virus y quién sabe a quién más se lo hicieron. Porque, al contrario que ustedes, él quería salvar a las personas. ¿Y dónde estaban ustedes cuando Arturo les pidió ayuda, cuando más los necesitaba? A salvo en su fortaleza. Así que no me vengan a decir qué es mejor recordar u olvidar. Ni me hablen de sacrificios, porque lo que estoy viviendo en carne propia desde que conocí a esta familia, no tiene nombre.

.

Cristina estaba fuera de sí. Darla nunca la había visto tan alterada, ni gritando (más bien aullando), liberando un dolor desde las entrañas con cada grito. Y, ahora que ella también recordaba el accidente y la insufrible búsqueda de su padre, estaba demasiado triste como para soportarlo o siquiera intentar calmar a su madre. No quería estar ahí, no quería escuchar más sobre el asunto, solo quería huir.

Y se fue sin decir nada, creyendo que, en medio de semejante alboroto, nadie notaría su ausencia. Salió y primero pensó en refugiarse en el granero, por si más tarde la buscaban, pero luego le pareció mejor dirigirse a la ciudad y perderse por un rato. No estaba pensando en los peligros de los que ahora era blanco, solo deseaba desaparecer.

Sin embargo, Héctor la vio salir de la casa, y fue tras ella sin llamar la atención de nadie, alcanzándola a unos cuantos metros de la casa.

—¿Sabes a dónde estás yendo? —le preguntó.

Darla se sobresaltó.

—Eh, no, solo quiero alejarme... ¿Para dónde quedaba la plaza?

—Vamos, yo te acompaño —ofreció el chico, y ambos caminaron en silencio.

Al llegar a la plaza, ambos apuntaron a las hamacas sin haberse puesto de acuerdo previamente, se sentaron y se balancearon lento. Como Héctor entendió que Darla no quería hablar del pasado, empezó a hablar sobre sí mismo, lo que le gustaba hacer, el pueblo, etcétera; era su forma de lidiar con los silencios incómodos.

No había respuesta de parte de la cazadora, y Héctor empezaba a desesperarse por saber en qué pensaba. Quería ayudarla de alguna manera, consolarla quizás, pero sentía que un muro se estaba levantando en medio de los dos. Debía intentar algo más para obtener la interacción que tanto anhelaba.

—Antes dijiste que tenías un amigo en Dolores. ¿Joaquín se llamaba? Quizás lo conozco, ¿cómo es el apellido?

Darla se puso nerviosa, no quería hablar de él. Joaquín fue su primer novio, su primer amor y también el primero que le rompió el corazón cuando, después de mudarse de Mar del Plata, dejó de mensajearse con ella. El tema Joaquín aún no estaba del todo resuelto y dolía. Pero la cara de Héctor denotaba una curiosidad sincera y muchas ganas de que ella le respondiera, y ella no quería decepcionarlo.

—Este..., creo que era Salas —contestó restándole importancia.

—Ah, había una familia Salas, eran cazadores, pero no me suena ningún Joaquín.

—¿Joaquín, un cazador? No creo... Bah, si lo era, no me hubiera dado cuenta... ¡¿Entonces hay más cazadores en la ciudad?! —preguntó sorprendida, y detuvo su balanceo.

Héctor también dejó de hamacarse, se puso de pie para sentarse atravesando la hamaca, y así estar frente a frente con Darla.

—Había cinco familias antes de la crisis, pero no todos se entrenaban como cazadores y el tío me contó una vez, que notó que, cuando tenían muchos hijos, no todos tenían dones. Cuando todo se descontroló, algunos se fueron a otras ciudades, sabían que acá eran un blanco fácil y no quisieron defender la fortaleza. Después de años, algunos empezaron a volver, los que sobrevivieron... Ahora somos ocho los cazadores activos en la ciudad y alrededores.

Darla escuchaba atenta, y creyó ver un dejo de tristeza en la mirada del chico.

—Bueno, ya son más que en mi ciudad, por lo menos —intentó bromear para cortar con el momento tenso—... Y tu familia era una de esas cinco, ¿no?

—Sí, pero ellos no intentaron huir, los agarraron desprevenidos —respondió él y se sobó la nariz—... De los Salas, quedó un un matrimonio grande, si querés, podemos ir a preguntarles si conocen a tu amigo o... podemos ir al registro civil y buscarlo ahí, a ver si sigue acá.

—Sí, puede ser, aunque ni se debe acordar de mí.

Ante la insistencia del chico, una Darla súper incómoda, le aseguró que tenía una dirección en un viejo e-mail y que no era necesario molestar a nadie para buscarlo, que a su tiempo, decidiría si presentarse en su casa o no.

Luego de un nuevo silencio, en que la chica se quedó reflexionando sobre toda la información personal que recibió de Héctor, decidió contarle algo de sí misma para equilibrar la relación, aquello que estaba creando tensión desde que dejaron la casa de Don Lucho.

—Cuando mi papá desapareció, mi mamá me llevó a la comisaría cuando hizo la denuncia. Supongo que tenía miedo de perderme de vista, porque por esa época no me despegaba de ella. Nadie le dió bola, primero le decían que tenía que esperar cuarenta y ocho horas, y después le tomaban el pelo diciendo que seguro nos dejó por otra mujer, que no se preocupara, que tiempo después aparecería solo. Yo no entendía porqué mi mamá no les contaba que salió de cacería para que supieran que estaba en peligro real. Ahora me doy cuenta de que la hubieran tratado de loca.

Héctor tomó la mano de Darla para darle su apoyo, acariciándola con sus dedos, mientras escuchaba atento a su relato.

—Cuando se cansó de que no la escucharan, empezó a recorrer la ciudad buscándolo ella misma —continuó Darla—. Cada día pasaba por un barrio diferente, revisaba los contenedores de basura, los descampados, observaba a la gente. Yo iba siempre en el asiento de atrás. Ahí comía, jugaba y hasta dormía la siesta. Creo que durante ese tiempo ni iba a la escuela.

»Me acuerdo que ella estaba desesperada, cada tanto se estacionaba para llorar. —Darla misma empezó a llorar al recordarlo.—. No sé bien qué esperaba encontrar o si sabía contra quién iba a enfrentarse mi papá, pero no se detenía. Supongo que en algún momento me di cuenta de que algo muy malo había pasado, aunque ella no me contaba nada...

»Una noche íbamos en el auto, y creo que mi mamá seguía una pista, porque nunca salíamos de noche. Y, de repente, mi mamá empezó a acelerar, alguien nos seguía. Tenía unos faroles muy potentes, por eso yo no pude distinguir si era otro auto o qué. Mi mamá intentó perderlos metiéndose por la vieja vía de tren que atraviesa las cuadras por la mitad. Iba muy fuerte y, cuando llegó a la otra vereda, una camioneta nos chocó de costado, del lado que yo iba. Nos arrastró casi hasta la esquina y dimos contra un poste de luz... No sé cómo, pero rodé en el asiento de atrás, me golpeé bastante. El otro conductor llamó a una ambulancia y pasamos toda la noche en el hospital. La policía supo en qué andábamos y le advirtieron a mi mamá que si no paraba, me iban a alejar de ella.

»¡Ella dejó de buscarlo por mí... por mi culpa! —terminó de decir en medio de un llanto incontrolable.

Héctor terminó de romper la distancia que los separaba y la abrazó tiernamente para consolarla. Después de todo, él había provocado esa situación de alguna manera por querer saber de qué se trataba todo aquel asunto del accidente. Al mismo tiempo sentía un deseo profundo de contrarrestar la pena de la chica, de curarle todas sus cuitas, de cuidarla. Tanto que le dejo un beso en la cabeza, por no atreverse a intentar algo más.

Darla lo entendió todo al sentir esos labios extraños en su coronilla. Así que levantó la mirada para estar a la altura de la de Héctor, y acercó sus labios entreabiertos a los de él, arrepintiéndose a último momento de aquel arrebato.

Pero para Héctor ese acto fue suficiente para darle el impulso de valentía que le faltaba. Puso una mano bajo el mentón de Darla para que no se escapara y la besó. Primero lento y, de a poco, fueron acelerando el ritmo y se dejaron llevar por el deseo irrefrenable que los flechó desde el primer momento en que se vieron.

El celular de Héctor empezó a vibrar, irrumpiendo en el silencio de la noche con un zumbido demasiado sonoro. Pero Darla lo tomó por la nuca para que no rompiera ese contacto que, hasta hacía tan poco, no sabía que necesitaba.

Se siguieron besando por unos minutos hasta que Héctor ya no pudo ignorar que lo estaban llamando, y tomó la iniciativa de separarse.

—¡Perdón, debe ser el tío, si no le contesto, va a salir a buscarnos! —se disculpó con la chica.

—¡Qué corta mambo! —pensó Darla en voz alta, y luego se avergonzó de haberlo dicho y ocultó su rostro con su pelo.

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