20*. Una cazadora necesita autonomía

Cuando Darla logró consolidar el sueño, ya era hora de levantarse nuevamente. Fingió no estar cansada mientras iba a desayunar, entusiasmada por conocer a su tío y lo que tenía para enseñarle. Pero la primera lección la decepcionó.

Don Lucho preparó el desayuno como era su costumbre: un vaso con cuatro huevos crudos para cada uno.

Héctor y Esteban bebieron de su vaso sin cuestionar, a pesar de la reciente rutina de Esteban de tomar un desayuno más copioso.

Pero las chicas tenían algo que decir sobre esto.

-¿No vamos a comer nada más? -preguntó Darla decepcionada- Digo, entiendo que algunos comen huevos crudos o batidos, pero yo no me lleno así nomás.

Don Lucho permaneció serio e inmóvil, imponiendo su autoridad.

-No se ofendan, pero a mí me da asco, no lo voy a poder tragar -expresó María con temor-. Igual, me conformo con un té, n-no soy muy exigente -tartamudeó.

-Necesitan proteínas para empezar el día -les explicó Don Lucho-. Si no lo beben, no podrán entrenar. Estaremos esperándolas afuera cuando terminen -les dijo sin inmutarse, azotando su vaso en la mesa; luego salió de la casa junto a Esteban y Héctor.

-Bueno, supongo que no tenemos otra opción -dijo Darla después de pensar por unos segundos-. Vinimos a entrenar y no podemos perder el tiempo, así que traguémonos nuestro orgullo y esta porquería para poder continuar -le indicó a María.

-Pero no vamos a aguantar todo el día con esto solo -Se lamentó su amiga.

-Tranquila, no nos vamos a morir de hambre, y si nos desmayamos nos van a dar otra cosa. -Darla le restó importancia al asunto.-. Imagináte que estás tomando un licuado de frutilla.

Si bien las jóvenes no estaban satisfechas con la primera lección, al salir al bosquecillo que se erigía alrededor de la casa y presenciar la demostración de Don Lucho, quedaron impactadas. Él y Esteban se encontraban en el círculo que Héctor les mostrara el día anterior, y el hombre peleaba con la misma agilidad y fiereza que Esteban, a pesar de su avanzada edad.

Wauuu, es como ver a Jack LaLanne*! -Se admiró su sobrina.

-Él es impresionante, ¿no? -dijo Héctor lleno de orgullo.

Esteban hacía bromas sobre la edad de su tío y sobre cómo habían disminuido sus reflejos con el paso de los años, pero al final del round, ambos quedaron empatados.

-No puedes vencer al maestro -alardeó Don Lucho.

-Al menos, lo estoy alcanzando -balbuceó Esteban con un hilo de aliento.

-'Ta bien, 'ta bien, pero ahora es el turno de la presumida -dijo Don Lucho, señalando a Darla para que peleara con él.

A Darla le dolió el comentario, si se tratara de jugar al voley, presumiría sin vacilar, pero sabía que en la cuestión de los cazadores corría con desventaja. No podría vencerlo, y estaba segura de que terminaría magullada. Aún así se prometió que, al menos, no caería al primer golpe, y que pondría en práctica todo cuanto había aprendido hasta ese momento.

Se recogió el cabello en un rodete y se acercó al viejo con seguridad. Él, primero caminó al rededor de ella, como estudiándola, mientras ella lo seguía con la mirada. Darla no quiso dar el primer golpe, pues su plan era resistir en pie lo más que pudiera. Lucho se acercó más y estiró su brazo para golpearla, Darla lo esquivó agachándose, pero no logró enderezarse a tiempo, ya que su tío la derribó con una patada giratoria en las piernas.

-¿Cómo eran las reglas? ¿Pierde el que cae primero? -se burló el hombre.

-¡Ay, nooo! -se quejó Darla, su plan inició con mal pie. Se levantó, se limpió la tierra del culo y agregó:-. Pierde el que se da por vencido -, demostrando que todavía tenía mucho para ofrecer.

Don Lucho le dedicó una sonrisa socarrona y dio inicio al combate nuevamente.

María los observaba preocupada. Si su amiga era más fuerte que ella por descender de cazadores, y un viejo la derribó con tanta facilidad, ¿qué le esperaba a ella? Quería ablandar a Don Lucho un poco, pero no se atrevió a interrumpirlo, así que se dirigió a Esteban:

-Tiene que tener en cuenta que empezó a entrenar hace muy poquito, no puede ser tan rudo con ella.

-Él sabe bien lo que hace -respondió Esteban-, su método empieza por lo más difícil, para que luego no teman a los golpes. Pero si te tranquiliza, vos vas a entrenar con Héctor. Don Lucho va a estar muy ocupado por ahora -dijo y la llevó a otro sector con más árboles para que entrenara con el discípulo del Don.

La mañana se hizo larga y las tripas crujían mientras las dos novatas se enfrentaban a dos maestros de raza que aprendieron el oficio a los golpes, el mejor método de aprendizaje, según Don Lucho. Este y su ayudante tenían por costumbre almorzar algo ligero y empezar cuanto antes su rutina de visitar el pueblo y hablar con los vecinos para recabar datos sobre posibles ataques de vampiros, mientras vendían sus productos de granja. Todos los conocían y apoyaban su causa. Pero con la presencia de Cristina, el almuerzo se volvió algo más obligado y elaborado, la dosis justa para dormirse en el trabajo; sin embargo, a Don Lucho y a Héctor se les iluminó el rostro al ver la mesa servida, y ya no pudieron negarse a romper su itinerario.

María y Darla estaban agradecidas, porque con ellos ocupados, ellas tendrían un respiro.

Por la tarde, Don Lucho y su ayudante salieron a hacer su recorrido un poco retrasados, pero contentos. El viejo aceptó dejar a las chicas porque Esteban le había comentado que tenía planes especiales para Darla, que resultarían cruciales para que desarrollara todo su potencial. Su tío depositó su confianza en él con pena, ya que hubiera preferido pasar más tiempo con su sobrina nieta; pero las razones de Esteban tenían mucho más peso.

-Les voy a enseñar a manejar -dijo Esteban a Darla y a María, mientras las llevaba en su auto hacia una calle de tierra poco transitada.

-¿Y eso qué tiene que ver con el entrenamiento? -Darla estaba perpleja.

A María, en cambio, le fascinó la idea. Obedecía todo lo que dijera Esteban sin chistar.

-Una cazadora debe tener autonomía. ¿Cómo pensás moverte por la ciudad? ¿En colectivo? Necesitás estar en el lugar preciso lo más rápido posible, y tener tus herramientas a mano sin estar cargando todo encima. Manejar un auto es manejar tu vida.

Darla aún no estaba convencida. Nunca antes se había planteado conducir, estaba acostumbrada a caminar a todos lados, y algo en los autos la ponía nerviosa, la sofocaba.

-Supongo que tiene sentido. -Aceptó desganada.

A Esteban le satisfizo saber que ya no había tanta resistencia como al principio.

-La quejosa primero. Vamos, cambiemos de lugar.

Esteban detuvo el auto y se bajó para subirse del lado del acompañante; empujó a Darla para que se pasara al asiento del conductor, y se sentó.

Darla obedecía de mala gana, porque entendía que ya no podía perder tiempo con berrinches, excusas y quejas; pero no estaba conforme.

Esteban le dio las instrucciones básicas para encender el automóvil y luego para ponerlo en marcha. Darla lo hacía bien, lenta y tranquila, pero al cabo de unos segundos empezó a sofocarse y frenó la marcha instintivamente.

-Dale sin miedo, apretá el acelerador, que no va a pasar nada. -Esteban trataba de tranquilizarla.

María prestaba atención a cada detalle para reproducirlo todo luego.

Darla inspiraba y expiraba profundo para animarse a intentarlo una vez más. Embrague, cambio, acelerador, lo hacía mecánicamente; pero en cuanto sentía que el auto se movía, soltaba todo.

-No puedo, no puedo hacerlo -dijo rendida, todo su cuerpo temblaba-. Necesito salir a tomar aire -dijo y abrió la puerta.

Pero Esteban se cruzó delante de ella y la obligó a cerrarla de vuelta. Luego le habló con un tono calmado y severo para que colocara los pies sobre los pedales nuevamente, y elevaba su voz mientras la presionaba para que acelerara.

La adolescente estaba asustada, pero al mismo tiempo sentía la coerción de cumplir con la orden. Aceleró con cautela, pero Esteban puso su mano sobre la rodilla de ella y la empujó contra el pedal.

-Yo estoy acá, no va a pasar nada -le repetía una y otra vez.

Justo detrás de ellos, y a poca distancia, apareció un patrullero de la policía de la provincia que, con las sirenas encendidas, les indicaba que se detuvieran.

Esteban le ordenó que no lo hiciera.

-No pares, no tengo los papeles en regla -se excusó-. Seguí hasta el pueblo, que ahí los perdemos en seguida...

-¿Qué decís, estás loco? -le gritó María.

Darla seguía en pánico mientras la velocidad aumentaba, quería dejar de pisar el acelerador, sin embargo, sólo podía mover el volante con inseguridad, tratando de esquivar los pozos del camino.

Comenzó la persecución. Los policías, no lerdos ni perezosos, aceleraron el patrullero para alcanzarlos.

María miraba hacia el patrullero y gritaba que se detuvieran antes de que fuera peor.

Esteban presionaba aún más la pierna de Darla sobre el acelerador. Darla perdió el control. Salió de la calle y estuvo a punto de chocar contra un montículo de tierra, de no ser porque, a causa de la sacudida, Esteban se apartó y ella pudo pisar el freno a tiempo. El auto quedó a escasos centímetros del montículo.

El patrullero se detuvo detrás de ellos, cerrándoles el paso para que no pudieran dar marcha atrás.

-Quédense acá -ordenó Esteban y, acto seguido, descendió para hablar con los oficiales.

María, asustada, lo seguía a él y los policías con la mirada. Darla quedó aferrada al volante, insegura de mirar a través de los espejos lo que ocurría detrás.

Luego de unos segundos, donde Esteban habló con los dos hombres a bordo del patrullero, y estrechó ambas manos, les hizo una seña a las chicas para que supieran que no había peligro.

-Creo que quiere que bajemos -dijo María.

Solo entonces, Darla se atrevió a mirar por el espejo retrovisor, para descubrir que su maestro hablaba amenamente con los dos hombres.

Ambas salieron del auto, y se apoyaron delante del baúl con la cabeza gacha. Esteban les presentó a los oficiales, y ellas se negaron a saludar, preocupadas por las posibles consecuencias. Luego sucedió una pequeña conversación que las hizo enojar:

-... y ella es la hija de Arturo. De alguna manera, el hijo prodigo volvió a casa -dijo Esteban, y ambos efectivos la saludaron con entusiasmo.

-No se preocupen, que todos nos comimos la misma loma cuando aprendimos a manejar -dijo uno de los hombres uniformados, entre carcajadas.

-Sí, si no se lo chocan al menos una vez, entonces no aprendieron nada -dijo el otro, y los tres rieron.

Esteban no solo las hizo pasar un mal momento, sino que conocía a los policías y, posiblemente, conociera a todo el pueblo, por lo que no habría consecuencias si no tenía papeles o si decidía estacionar en medio de la plaza principal.

Unas cuantas bromas más tarde, los policías volvieron a su vehículo y se retiraron del lugar, deseándoles a las adolescentes que obtuvieran su licencia muy pronto.

Esteban se ofreció a sacar el auto de la tierra para continuar donde quedaron, pero Darla y María se cruzaron de brazos, sin intención de moverse.

-¿Qué?

-¿Cómo están los papeles del auto? -Darla gruñía.

-Están en orden y en la guantera...

-Entonces me hiciste acelerar para nada, sabiendo que...

-Lo hice para que no te acobardaras...

-¿Ellos sabían que íbamos a estar acá? -Ambos gritaban y no dejaban que el otro terminara de completar ninguna oración.

-¿Ya tenías esto planeado? -preguntó María decepcionada.

Esteban no respondió, pero su cara decía que la respuesta era obvia.

Darla estalló y se fue corriendo sin decir nada más.

Esteban le gritó para que regresara, pero ella se alejaba a gran velocidad.

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Al ingresar a zona urbana, Darla desconoció el lugar y empezó a caminar para buscar una dirección o una persona para preguntarle cómo volver a la casa de su tío. Un grupo de gente pasó caminado, y ella hizo ademán para hablar; pero sintió que aquella calle era demasiado familiar como para necesitar indicaciones. Confió en sus instintos como en un trance, y continuó por una calle donde pudo reconocer los paisajes, las fachadas de las casas y hasta los olores.

Esteban y María siguieron su rastro en el auto. La encontraron de pie frente a un almacén con juegos en la entrada, acariciando un metegol*. Descendieron y se acercaron a ella para preguntarle qué le pasaba.

-Yo... ya estuve acá... ese olor... Y este metegol... creo que yo jugué acá.

María estaba sorprendida.

Esteban, muy tranquilo, se acercó a Darla para explorar más el recuerdo emergente.

-¿Qué más recordás? Fijáte en los detalles.

-Esta entrada. -El local tenía una especie de patio delantero con juegos, sillas y carteles.-. Ese cartel giratorio. Y el olor.

-¿A qué huele? -preguntó Esteban, mientras inspiraba profundo para analizar el aire.

-No sé cómo explicarlo. Es como dulce... y ¿globo? Como... -Darla empezó a caminar hacia el interior de la almacén.-... facturas de grasa y caucho -dijo finalmente al ver delante de ella una bandeja de facturas, y luego echar un vistazo al resto de productos a la venta, entre los que destacaba una red de pelotas de playa.

Esteban la seguía en todo momento, e ingresó junto a ella. Mientras la escuchaba, le dirigió una mirada al almacenero y lo saludó con el puño.

-¡Qué sorpresa, Esteban, hace mucho que no te vemos por acá! -saludó el hombre, mientras rodeaba el mostrador para romper la distancia con su cliente y amigo-. Pero, ¿a quién más tenemos acá?

-Ah, sí, ellas son...

-¡¿Darlita?! -lo interrumpió el almacenero, asombrando a todos-. Mirá cómo pasa el tiempo, che -decía mientras cruzaba los hombros-. Yo te vi con tu papá cuando tenías, qué...

-¿Cinco años? -Ahora era Darla quién lo interrumpía.

-Sí, eras re chiquitita. Y, decíme, cómo está Arturo, tanto tiempo...

Mientras Esteban lo ponía al corriente con las noticias, los recuerdos de Darla se volvieron más vívidos.

«Será nuestro secreto>», le había dicho Arturo cuando la llevó allí doce años atrás, y le hizo prometer que no le diría a su madre que realizaron aquel viaje. El dueño del almacén, amigo de la infancia del cazador, también fue su cómplice para que nadie supiera que estuvieron en la ciudad. Por lo que fueron allí todos los días para comprar la comida y Arturo retaba a su hija a jugar al metegol mientras comían un pan de leche relleno con crema pastelera o dulce de leche. Se acordaba, incluso, que su padre le compró un barrilete* justo antes de dejar la ciudad.

De repente, Darla sintió que desbloqueaba todo lo que se esforzó por reprimir luego de que su padre desapareciera. Ya no parecía una visión borrosa, sino algo de lo que estaba absolutamente segura de haber vivido. Su padre en el día a día, el viaje en auto por la Ruta 2, una casa abandonada que Arturo usaba como escondite, y el accidente de tránsito que tuvo con su madre y que le provocó su pánico a conducir...

¡El escondite! Sabía cómo llegar desde la almacén.

Salió del negocio ante la mirada atónita del extraño, de su maestro y su amiga. Estos dos no perdieron el tiempo y la siguieron. Pero ya no caminaba como en trance, era muy consciente de hacia dónde iba, y no tenía intención de que nada retrasara el encuentro con su pasado.

Llegó a una casa vieja, con la fachada de madera despintada de color cian, y cuyo terreno se encontraba tapado por el pastizal. Se detuvo un momento a esperar a Esteban y a María porque no quería entrar sola. Al alcanzarla estos, abrió el portón de alambre, que solo estaba trabado por la maleza; y avanzó por un camino de cemento a penas visible.

-¿Qué hacemos acá? -preguntó María, asqueada por la basura que había desperdigada por todo el lugar.

-Mi papá me trajo acá cuando vinimos. Tenía un mejor estado en mi memoria.

-Todavía no entiendo cómo estuvieron acá sin que Don Lucho lo supiera -dijo Esteban pasmado-. Ni cómo es que sigue en pie esta casa...

-Creo el terreno está a mi nombre -dijo Darla-. Me lo contó él...

Los tres contemplaron la vivienda un rato en silencio respetuoso.

-Y... ¿cómo vamos a entrar? -preguntó María mirando a Esteban, esperando que tal vez sugiriera romper una ventana o algo así.

Pero, entonces, Darla se dio cuenta de que la llave estaba enterrada dentro de la cápsula del tiempo que había hallado en su patio, y que, precisamente, la tenía encima.

-Encontré muchas llaves entre las cosas de mi papá, pero había una envuelta en un dibujo mal hecho de esta casa, supongo que es la que la abre -dijo entusiasmada y sacó la llave que llevaba colgada en su cuello, y que ocultaba bajo su ropa-. Sabía que era importante -dijo mientras abría la puerta.

Nada. Dentro no había nada fuera de lo común.

Una simple casa abandonada. Un sofá por acá, una pequeña mesa con tres sillas, una heladera antiquísima; polvo, telas de arañas y, aquí y allá, heces de ratas. Ni armas, ni cajas o escondites donde pudiera ocultarlas. Darla recorrió el lugar con la mirada, mientras Esteban movía diferentes objetos, tratando de encontrar algo con significado.

-¿Por qué tendría una guarida oculta si no tenía nada para ocultar? -Esteban pensaba en voz alta, perplejo por los actos de su fallecido amigo.

-No sé. -Darla también estaba perpleja.-. Supongo que en algún momento se llevó todo a mi casa... la de Mardel digo... Y si quedó algo, no creo que esté guardado a simple vista. Busquemos algo que sobresalga, o una pala. Tiene que haber algo.

María y Esteban pusieron manos a la obra, abrieron los postigos de madera de las ventanas para que entrara la luz, y palparon todas las superficies buscando un borde que sobresaliera o algo que sonara hueco. Mientras tanto, Darla recorría la casa y rememoraba cada momento íntimo con su padre que ocurrieron en cada ambiente.

-Yo no creo que haya nada más -expresó María con preocupación a Esteban-. Deberíamos decirselo para que no se obsesione.

Pero el que estaba obsesionado era Esteban. No podía creer que su antiguo maestro viniera a la ciudad donde creció y se escondiera de todos, solo para estar de paso; o que hubiera comprado ese lugar solo para tenerlo abandonado. Arturo era meticuloso y calculador, tenía que haber una explicación en algún lado, y él no dejaría de buscarla.

-Tenemos tiempo, hasta dar vuelta la casa entera, no vamos a parar -le respondió a la chica.

María rebuznó y continuó con su tarea sin saber siquiera qué buscaba.

Darla entró al baño, dio un vistazo rápido, y salió de inmediato. Pero algo detuvo su marcha, ¿cuántos años tendría la construcción? Tenía un estilo como de los años setentas. Entonces, ¿por qué el baño era más moderno que el de su casa en Mar del Plata? El suyo tenía el sistema del agua para el inodoro incrustado en la pared, y este baño tenía el accesorio aparte. La suya tuvo innumerables reparaciones, ya que las cosas que van rompiendo con el tiempo, pero, si esta casa estaba deshabitada, ¿quién se molestaría en refaccionar el baño? Volvió tras sus pasos y descubrió que había azulejos en la pared que eran más nuevos que el resto.

Llamó a Esteban y le contó lo que descubrió, y su fuerte presentimiento de que estaban frente a lo que buscaban. Esteban salió al patio y volvió con un fierro tal vez perteneciente al un automóvil viejo, y comenzó a golpear la pared. En el cuarto contiguo, María medía la pared para darse cuenta de que era inusualmente ancha.

Darla ansiaba ver los resultados de su descubrimiento, y ya no le importaba que estuviesen rompiendo su recién descubierta propiedad.

Esteban llegó al hueco original de la cadena de agua* y metió la mano hacia abajo. No sabía decir qué estaba tocando, pero la idea de un tesoro lo entusiasmó para seguir rompiendo.

Finalmente, el tesoro que los tres estaban esperando: dentro de la pared hueca encontraron pistolas de diferentes calibres, escopetas con sus cartuchos, cuchillos con el diseño personalizado de Don Lucho, estacas y algunos papeles envueltos en abundante plástico. Las chicas festejaron dando un grito de alegría, Esteban suspiró aliviado porque esa historia cobraba sentido: si Arturo o Darla alguna vez estuvieran en la necesidad de esconderse en Dolores, o en las cercanías, tendrían un pequeño arsenal para protegerse. Y quien sabe si no habría otras propiedades en diferentes lugares de la provincia.

Darla tomó de la pared lo que más le interesaba: la bolsa con papeles, y se retiró hacia el living para explorarlos con atención. Entre estos, había dibujos que ella hizo cuando niña, autografiados para su padre; sonrió al recordar cuando se los regaló. Había también una clave para entender sus escritos más privados y, lo que Darla consideró más importante y conmovedor: una fotocopia de la escritura de la casa, a nombre de Darla Leticia Urrutia, nombre que nunca podría ser rastreado por su tío, a menos que ambas familias se conocieran.

Darla se sumergió en el sofá y suspiró. Nunca se había sentido más cercana a su padre. Se sintió culpable por todos los años en que lo odió por haberlas abandonado. Pero, al saber que él la quería tanto como para poner una casa a su nombre, y que había iniciado su entrenamiento (aunque no pudo continuarlo), le daba la seguridad de que él la amaba y que la razón de su desaparición debía ser lo que su madre más temía. Arturo debía estar muerto. Un momento agridulce para la joven cazadora, por un lado, reparó su corazón al entrar en contacto con su pasado, por otro, la impotencia de saber que no podía hacer nada para cambiar el destino de su padre la entristecía.

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Horas después del gran hallazgo, las cazadoras y su entrenador regresaban a casa de Don Lucho, ansiosos por compartir con el resto las nuevas noticias. Pero no se esperaban a Cristina parada en la puerta con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

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*Jack LaLanne: fue un fisicoculturista estadounidense experto en fitness y nutrición, que se mantuvo en forma y hacía ejercicio hasta que murió a los 96 años. En Latinoamérica, el público general lo conoce por menciones en Los Simpsons y por las publicidades de televenta de la juguera Power Juicer.

*Metegol: fútbol de mesa, futbolín, futbolito, metegol, fulbito, futmesa, taca-taca, fulbatin, tacatocó, futillo, fulbacho x, tiragol o fulbote es un juego de mesa basado en el fútbol. Se juega sobre una mesa especial sobre la cual ejes transversales con palancas con forma de jugador son girados para golpear una pelota.

*Barrilete: cometa, papalote, piscucha, milocha, pandorga, volantín, chichigua, chiringa, cometa de viento o papagayo es un juguete volador más pesado que el aire (aerodino), que vuela gracias a la fuerza del viento y a uno o varios hilos que la mantienen desde tierra en su postura correcta de vuelo.

*Cadena de agua/tirar la cadena/mochila del inodoro: es el artefacto que hace correr el agua del inodoro, retrete o váter, luego de hacer las necesidades.

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