2. No temas a tus pesadillas
Darla se durmió con la esperanza de descansar y renovar sus fuerzas para el próximo día, pero esa noche no fue para nada tranquila y no logró cumplir su deseo. El hecho de pensar en el miedo que le daba estar sola, sumado al haberse ido a la cama inmediatamente después de comer, le provocó los sueños más trágicos.
Era de noche. Ella se encontraba sola en una calle cerrada, como un callejón. Quería moverse pero no podía, se sentía pegada al suelo. A lo lejos, distinguió dos figuras como sombras. Intentó pedirles ayuda. Una de las figuras se enderezó y se limpió la boca; luego comenzó a caminar en dirección a ella, dejando que la luz iluminara a la segunda figura: se trataba de una persona que se desangraba, estaba destrozada, irreconocible y luchaba por contener su último aliento, por aferrarse a la vida. La primera figura se acercaba a Darla relamiéndose los labios, en ellos tenía... ¿sangre? Sí, la tenía en toda su cara. Entonces, Darla lo entendió, era una monstruo, que se había alimentado de aquella persona. Y ahora venía por ella...
Cuando la bestia estuvo a centímetros de ella, lo único que se veía en la oscuridad eran unos ojos como fuego, que iluminaban su rostro y la miraban intensamente. Ella temblaba de terror. «No puede ser real», se decía a sí misma, pero no dejaba de ver lo que veía. Seguía sin poder moverse. La bestia estaba frente a frente con ella, enseñándole los colmillos. Ella sintió una enorme opresión en el pecho. Una gota de agua impactó en su frente, anticipando la lluvia. Ella apartó la mirada de su atacante para mirar hacia el cielo, y escuchó una voz como si viniese desde arriba: «Es solo un sueño». Volvió a mirar a la bestia y ésta besaba su cuello, lo sentía pero no podía hacer nada para evitarlo, ni siquiera cerrar los ojos.
Se despertó agitada, empapada en sudor y aun sin poder moverse. Apartó la frazada que le estaba tapando la cara y vio a Félix, acostado sobre ella, lavándose la entrepierna y ejerciendo una enorme presión sobre su pecho. Al verlo, suspiró aliviada, reconociendo que lo anterior había sido una pesadilla. Nada más.
Luego de esto, intentó volver a conciliar el sueño, pero le fue mas difícil que la primera vez. Al parecer, le esperaba una noche larga.
—A levantarse, remolona —La voz cantarina de Cristina se oía como sirenas en la lejanía—. ¡Dale, que es re tarde!
El sol asomaba sus rayos y penetraban en la habitación de Darla, iluminándolo todo. Esto a la chica no la afectaba, pasó una noche fatal y, si no fuera por la insistencia de su madre, nunca se levantaría. Cristina lanzaba la ropa que debía usar Darla a la cama, pero ésta se envolvía cada vez más en las frazadas.
—¡Dale, que a mí también se me hace tarde! —dijo Cristina mientras arrancaba las frazadas de un tirón.
Ahora Darla podía ver que los rayos del sol se multiplicaban a causa de los adornos de cristal que colgaban de su ventana. Observó toda la habitación iluminada y le pareció hermoso, era todo lo contrario a lo que había soñado la noche anterior. Sin embargo eso solo significaba una cosa: Durmió mas de la cuenta y llegaría tarde a clases. Siempre se despertaba al amanecer y presenciaba el ascenso del sol mientras caminaba hacia la escuela. Esta vez el sol le llevaba la ventaja.
Se levantó de un salto y se vistió como si su vida dependiera de ello; llegar tarde implicaba entrar al aula cuando sus compañeros ya estaban sentados y la clase comenzada, que todos la observaran al entrar, y que los profesores le hicieran pasar un mal rato. Por alguna extraña razón los peores profesores, los más severos e intolerantes, siempre daban la primera clase del día.
Corrió hacia la puerta de entrada sin preocuparse por el desayuno, su madre, las llaves, nada. Cristina la detuvo antes de salir para decirle que ella la llevaba en el auto, así ganaría algunos minutos.
Al llegar a la escuela, salió del auto a toda prisa sin siquiera saludar a su madre, sentía el fuego de la vergüenza desde que salió de su casa y no quería propagar el incendio.
La puerta de la escuela estaba cerrada, todo mundo se encontraba dentro de los salones y las clases ya habían comenzado. Tocó el timbre y esperó. El se había nublado y su primer recuerdo del día parecía una fantasía por lo oscuro y frío que se puso. Una ráfaga de viento jugaba con su cabello castaño, mientras ella intentaba arreglarlo para que pareciera peinado. La puerta no se abría, no se oían pasos ni voces. ¿Qué pasaba? Tocó el timbre otra vez.
—¡Dije que "ahí voy"! —Se escuchó una voz del otro lado, y cómo se agitaban un manojo de llaves.
—¡Sorry, no escuché! —se disculpó Darla cuando la portera le abrió la puerta. Luego entró corriendo sin prestar atención a la cara de enojo que le dedicó la mujer.
Corría por los pasillos evitando las miradas cuando pasó frente al gabinete y se topó con la psicóloga, esta la detuvo para hablar con ella.
—No, perdón, llego re tarde —se excusó Darla.
—Si te atrasás por hablar conmigo, no corre la falta —dijo la psicóloga para convencerla—. Pasá. —Le señaló su pequeña oficina; siempre destinan la oficina más pequeña para el gabinete.
Darla entró y se sentó con desconfianza, no sabía de qué quería hablar con ella. ¿De qué se habla en gabinete, de cualquier forma?
Roxana, la psicóloga, se sentó delante del escritorio, frente a Darla y la dio una mirada cálida antes de hablar.
Roxana era joven, parecía recién graduada, como de unos veinticinco años. Era pelirroja, cosa que Celina le envidiaba, y sus rizos finos caían sobre sus hombros enmarcando su rostro. Sus ojos color almendra brillaban con el reflejo del sol, haciendo resaltar su mirada con un aire misterioso y peligroso.
—Quizás tengas una idea de cómo funcionaba el gabinete antes. Pero ahora yo voy a introducir una nueva metodología al sistema educativo.
Sus palabras sorprendieron a Darla, ¿por qué le contaba eso? Ella hablaba muy seria como si todo el mundo la entendiese, y usaba un vocabulario técnico que Darla no podía comprender.
—Bueno... de ahora en más, voy a citar a cada alumno para que hable conmigo, al menos una vez por trimestre. A la fecha que estamos, serían dos veces en el año. Y voy a revisar su legajo antes de la cita...
«¡Que ganas de complicarse la vida!», pensaba Darla, «Si cita a cada alumno que no tiene la menor intención de venir, le van a hacer perder el tiempo».
—Te parece inútil, ¿no? —continuó.
—No, para nada —respondió Darla, fingiendo interés—. Bueno, si a vos... si a usted le parece importante... No sé, la verdad. ¿Cómo te tengo que llamar? —preguntó apresurada para salir de la incómoda situación.
—Como te resulte más cómodo.
—¿O sea?
—De tu, de vos, de usted. Como te salga natural. No quiero que te fuerces por ser alguien que no sos.
—Mmm... OK, entonces... Vos, ¿de qué querías hablar, realmente?
Se sentía rara tuteando a una persona de autoridad; ella era como una docente, pero era muy joven y no tenía tanto contacto con los alumnos. Además, como no tenía que soportarlos todo el día, ni los trataba mal por estar harta de ellos, como el resto de los profes, se sentía un poco más de confianza. Era extraño.
—Bueno. Como te decía, estoy revisando todos los legajos. Y hoy, tocó el tuyo...
Darla se sorprendió aún más. Todos saben de esa ficha donde se registran tus datos y notas, pero, ¿qué más contendría ese legajo?
—Y vi que tus notas bajaron en relación con años anteriores —continuó Roxana—. Y este trimestre bajó aún más que el anterior. Pregunté por vos a tus profesores y no supieron darme una respuesta clara. Algunos, ni siquiera te registran en sus clases...
—¡Esperá! Si querías levantarme el ánimo, vas por mal camino.
—No, lo que quiero es saber qué te anda pasando. —La psicóloga rió nerviosa.—. Tus profes de los años anteriores tienen conceptos muy diferentes a los de este año sobre vos... —Hizo una pausa para darle lugar a Darla de expresarse, pero ella guardó silencio.—. Sé que la adolescencia es una época difícil y llena de cambios. Además, si le sumás que este año terminás la escuela y tenés que decidir qué vas a hacer con tu futuro...
—Bueno, parece que ya decidiste que lo que me pasa es hormonal —interrumpió otra vez Darla, irritada—. Así que ya no tenemos nada de qué hablar. Me puedo retirar —afirmó levantándose de la silla.
—No, esperá. No quería ofenderte. De verdad quiero saber qué te pasa. —Roxana se paró y la detuvo, pero, en vez de seguir hablando, se distrajo por un momento al ver los ojos de Darla a tan corta distancia. Había algo extraño en ellos, tal vez era el cansancio, la ira y la angustia acumuladas, algo con lo que ella se identificaba—. Quiero que sepas que podés hablar conmigo de lo que quieras, incluso de aquello que no entiendas o no sepas cómo expresarlo. Yo puedo ayudarte, y lo que me cuentes no va a salir de estas cuatro paredes —concluyó mirando fijamente a Darla.
—OK. Pero ahora no tengo nada que compartir. Quiero ir a clases.
—Muy bien. Yo te acompaño.
Ambas salieron del gabinete y caminaron juntas en silencio hasta el final del pasillo donde quedaba la clase de Darla. Cuando doblaron en la esquina, al llegar, Darla se despidió. Pero la psicóloga no se fue, sino que la acompañó hasta adentro.
«¿Qué se piensa, que me voy a escapar?», pensó Darla.
—Profesora —dijo Roxana luego de dar un golpecito en la puerta abierta—, Disculpe que retuve a la alumna Urrutia. Estábamos hablando.
La profesora, que estaba sentada en su escritorio, apenas levantó la vista y asintió con la cabeza. Luego, señaló el lugar de Darla con la mano extendida, para que esta se sentase.
Unos pocos compañeros voltearon para observarla, y ella pensaba: «¡Genial, ahora también van a pensar que estoy loca!».
La psicóloga se retiró.
Darla se sentó avergonzada.
Sus compañeros estaban concentrados en la tarea que había mandado la profe, así que no le prestaron tanta atención. Celina estaba sentada en el banco de al lado de Darla, y levantó su libro para mostrarle en qué página trabajaban.
—De este tema depende el trimestre entero —le susurró. Ponéte las pilas porque es re difícil.
—¡Hagan silencio en el fondo! —gritó la profesora.
Al finalizar las clases, los chicos comían algo rápido en la calle y luego asistían a clases de gimnasia. La clase que tanto entusiasmaba a Stella. La clase era solo de chicas, ya que los chicos la tenían en otro horario.
Ese día tocaba jugar al voley. Las alumnas formaron los equipos y jugaron un torneo amistoso. Para la final quedaron dos equipos: el equipo donde Stella era la capitana lo integraban Darla, Celina y Melisa, quien formaba parte del séquito de los nuevos populares y no estaba feliz de enfrentarse al otro equipo finalista; en el otro equipo la capitana era Niza, y estaba integrado por María, Julieta y Fernanda. Este era el momento que Stella había estado esperando, tener la oportunidad de golpear a alguien con la excusa de estar jugando a un deporte (en secreto deseaba que fuera a María o a Niza). Darla agradeció que no jugaran al hándbol, ya que es más violento y Stella se descontrolaba; suponía que en el voley nada malo podía pasar.
La profesora de gimnasia lanzó la pelota al aire para decidir cuál equipo comenzaría el partido y, como Stella era mucho más alta que Niza, ganó ese privilegio. A Darla le tocó el primer saque; y su saque de arriba era letal, le pegaba con tanta fuerza a la pelota y en dirección hacia el suelo, que esta caía siempre en medio de la cancha de las contrincantes, con tal velocidad que no les daba oportunidad de recibirla. Por esto la primera jugada fue muy corta y el tanto lo ganó el equipo de Stella.
La segunda jugada se alargó. El saque le pertenecía a Melisa y esta no tenía intención de jugar en contra de sus "amigas", así que fue considerada al golpear la pelota suavemente, y el equipo contrario lo recibió como un regalo. En estos momentos se extrañaba a María en el equipo, ella nunca regalaría la pelota. Ahora María jugaba para Niza, y se complementaban de tal manera que solo hacían pases entre ellas y, fácilmente, marcaron el segundo tanto.
La presión que impartía Stella sobre su equipo, como si se tratara de un campeonato mundial, provocaba que el resto se exaltara. De a poco, se tornaban más violentas y competitivas. Ella había tenido razón al afirmar que "descargarían tensiones". El equipo estaba encendido como nunca, todas menos Melisa.
Ocurrió la segunda rotación para el equipo liderado por Stella, el saque era de Celina. Darla y Stella estaban en la posición de delanteras, y en el equipo contrario, en esas posiciones se encontraban María y Niza. Celina sacó de abajo, el otro equipo lo recibió e hicieron dos pases; Niza pasó la pelota a sus contrarias muy cerca de la red y Darla, también especialista en remates, saltó y golpeó la pelota en el aire en dirección al suelo. Si de remates se trataba, Darla lo hacía a vida o muerte, razón por la cual las jugadas donde ella era delantera también terminaban rápido. Podía ser una chica menudita que no llamaba la atención, pero si se trataba de aquel deporte, se convertía en una fiera. Niza intentó recibir la pelota de Darla, pero, a último momento se distrajo, y la pelota aterrizó en su nariz. Stella comenzó a festejar el tanto antes de tiempo y sus amigas la siguieron, sin notar lo que habían ocasionado.
La profesora paró el partido haciendo sonar su silbato y todas las seguidoras de Niza corrieron para socorrerla. Melisa abandonó a su equipo para ir tras su ídola. María lanzó una mirada llena de enfado a Darla. La fiesta terminó para el equipo de Darla. Ella entendió lo que hizo y se sintió avergonzada, pues ocurrió precisamente lo que temía. Cuando practicaba algún deporte se alejaba de la realidad, era muy competitiva y siempre tenía miedo de lastimar a alguien. Stella y Celina no sentían lastima ni vergüenza, disimulaban muy bien la felicidad que sentían para que nadie creyera que lo hicieron a propósito.
La profe llevó a todas las involucradas a la dirección para que explicaran lo que pasó a la directora. Todas las compañera iban detrás de Niza, preocupadas y mirando mal a la responsable del remate.
—¿¡Tanto espamento por un golpe!? Son gajes del oficio —se quejaba Stella—. ¿Vinimos a jugar o a maquillarnos? —Todo el camino estuvo vociferando que era injusta su "detención", actuando más dramática de lo normal.
Una vez en la dirección de la escuela, las protagonistas del incidente y la docente permanecieron encerradas con la directora. Celina, Stella y las demás compañeras del curso se quedaron fuera pero intentaban escuchar tras la puerta.
Cuando se abrió la puerta, Darla salió indignada y caminó lo más rápido posible para alejarse de allí. Sus amigas la seguían, indagando lo que pasó dentro de aquella oficina. Stella volteó un momento para echarle un vistazo a Niza. Esta estaba contenta, como a quien le acaban de hacer justicia, la profesora caminaba junto a ella para consolarla.
Darla hacia oídos sordos a las múltiples preguntas de sus amigas, no desacelero su marcha, resoplando y apretando los puños; no quería hablar para contener la ira, lo último que necesitaba era una pelea dentro de la institución y agregar otro problema. Tan distraída estaba con su ira, que no vio que un chico entraba por la puerta por la que ella deseaba salir. Entonces ambos chocaron, con tal mala suerte, que Darla casi cae al suelo, de no ser porque él la sostuvo con ambos brazos. Solo un momento duró la confusión por el choque. Cuando ella fue consciente de su nueva situación, se ruborizó; el chico la miraba a los ojos intensamente, como si quisiera escudriñar su alma. Típico de Luca, aprovechaba cualquier circunstancia para galantear. Darla estalló, estaba siendo castigada con los peores males, ¿y tenía que soportar esto también?
Ese día iba de mal en peor, para empezar la pesadilla; luego todos la acusaban de haber atentado contra la vida de Niza, a quien no soportaba, y la directora le obsequió una linda amonestación por ello; y, para completarlo, quedó atrapada en una situación incómoda con la persona responsable del abandono de su amiga.
—¡Soltáme, pendejo! —gritó y lo empujó, mientras intentaba recuperar el equilibrio.
Cuando estuvieron frente a frente, Luca quiso tranquilizarla, pero no le funcionó.
—¿Estás bien? —preguntó tomándola del hombro.
Ella miró su mano en su hombro perpleja, y luego lo miró a él, pensando en cuántas barbaridades podría decirle antes de que la soltara. Realmente quería gritarle con todas sus fuerzas. Pero al mirarlo a los ojos, no pudo soltar palabra alguna, éstos brillaban con un resplandor nunca antes visto, y sus pupilas se dilataban al tiempo que le volvía a preguntar si encontraba bien. No sabía cómo ni por qué, pero la ira antes sentida se había disipado y ahora sentía la necesidad imperiosa de huir.
—¡Soltáme! —le ordenó más calmada— Y no me toqués —Luego se alejó de él.
—Disculpáme —dijo él—. No te vi, y quiero saber si te hice daño.
«¿Dijo "daño". ¡Ah, no, yo lo mato!?», pensó Stella, que presenciaba la escena a considerable distancia.
—No importa —respondió Darla cuando vio que Niza se acercaba, la sangre comenzó a hervirle nuevamente y, dando la vuelta, se retiró del lugar. Sus amigas tras ella.
—¡Ay, amor, no sabés lo que me pasó! —dijo Niza victimizàndose, y lo tomó del brazo con fuerza.
Niza contaba su versión pero Luca no la escuchaba, en cambio, se quedó pensando en aquella chica rara, a la que creyó nunca haber visto, y que no cayó en sus encantos. El séquito que permanecía alrededor de ellos escuchaba en silencio, conmovidas y aterradas por la bestialidad de Darla.
—Pero, ¿quién es esa chica? —preguntó Luca cambiando el tema— Nunca la vi.
—Ah, esa es Darla —le respondió María, restándole importancia—. Es muy aburrida y nunca nada divertido.
—Es muy extraña —concluyó él, y se quedó pensativo.
—¡Ey! —le llamó la atención Niza, celosa por no ser el centro— Te estoy contando lo que me pasó. Dejá de pensar en esa.
—No es importante —agregó María, también celosa—. No vale la pena ni mencionarla. ¡Mirá cómo quedó la pobre Niza!
—Sí, sí, mirá cómo te dejó la nariz, toda torcida —dijo Luca condescendiente, levantando la cara de Niza con su mano bajo su mentón, y la observó mejor—. Bah, no pasa nada, no te va a dejar marca —expresó desinteresado—. Me voy a gimnasia porque estoy retrasado —Y se fue, saludando al coro de chicas que suspiraban melodiosamente por él.
Niza no estaba contenta. La habían humillado y su novio no la defendió cómo ella se merecía. Tal vez debía ocuparse del asunto ella misma. Sus compañeras se apiadaban de ella cual si fueran enfermeras preocupadas, pero esto no le bastaba, ella quería la completa atención de Luca. «¿Por qué le importa tanto quién sea? ¿Por qué se preocupa tanto por otras?», se preguntaba, y con cada pensamiento se amargaba más y más.
A María también le preocupaba que Luca se interesara tanto por Darla. Cuidaba su lugar dentro del grupo con uñas y dientes, y, si alguien lo amenazaba, no dudaría en protegerlo. Para eso debía caerle bien a Niza, ser lo más complaciente posible, aunque significara actuar en contra de la que antes fue su amiga.
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