17. Las mejores lecciones se aprenden en la práctica

Pasaron días en que las futuras cazadoras se esforzaron por aumentar sus habilidades y fortalezas. En estos días aprendieron a usar armas de fuego, crucifijos y agua bendita; aprendieron más sobre las habilidades sobrenaturales de los vampiros y de los cazadores; investigaron sobre las formas de matar a un vampiro, y aprendieron a elaborar estacas. Esteban las presionaba para descubrir sus debilidades y aún más para que las enfrentaran, pero en el fondo sabía que estaba muy lejos de conseguir que dejaran las diferencias de lado y se pusieran a trabajar como un equipo.

Llegó un determinado momento en que ninguna soportaba la presencia de la otra, competían por todo, hasta por la atención de su entrenador, y sus peleas siempre terminaban en gritos e insultos hirientes. Y Esteban pensó que era hora de enfrentarlas en combate para que limaran asperezas de una vez por todas.

Ni bien dio la señal de que empezaran, tanto Darla como María se tiraron una encima de la otra con toda la fuerza que poseían. Se esforzaron mucho al principio por poner en práctica todo lo que Esteban les enseñara, y así caerle en gracia. Pero de a poco las caretas se iban cayendo y las verdaderas razones para pelear emergían: se odiaban. Olvidaron todo lo aprendido la última semana y comenzaron a pelear como dos simples colegialas, tirándose del pelo, rasguñándose la cara y jalando de la ropa, mientras gritaban histéricas y se insultaban.

Esteban se sintió decepcionado, empezaba a perder las esperanzas en que sus pupilas controlaran alguna vez sus emociones.

Darla logró tirar a su contrincante al suelo, se sentó sobre su estómago y le pegó en la cara con el puño cerrado. Estaba completamente cegada por la ira, y repetía la misma acción con ambas manos, una y otra vez.

María no pudo evitar recibir el primer impacto, junto con un dolor espantoso en su pómulo izquierdo. Su vista quedó nublada pero intentó con gran fortaleza evitar que su contraria volviera a tocarla. Cada golpe dirigido a ella era detenido en el aire con sus manos, hasta que vio la oportunidad de cambiar el marcador y, aprovechando el cansancio de Darla, se la quitó de encima y la acostó en suelo. Se levantó dando un salto, algo antes impensado para ella, y buscó un palo que la ayudara a derrotar a la cazadora.

Esteban se acomodó en su lugar, por fin la pelea se ponía interesante. Las niñas dejaban de jugar para probar de qué estaban hechas.

Darla no tardó mucho en levantarse y perseguir a María. Antes que atacarla, prefirió quitarle su arma, pero ella se defendió y le asestó un golpe en la frente con la punta del palo. Darla quedó un poco aturdida y se dio por vencida en su intento lo pelear mano a mano. Buscó con la mirada algún objeto que le sirviera de arma y halló cerca lo mismo que utilizaba su contrincante, una varilla de madera que usaron antes para practicar.

Puesta en guardia, María la atacó. Primero usaron los palos como espadas, y, a medida que María la arrinconaba contra un árbol, Darla usó el suyo como freno, colocándolo de forma horizontal delante de su cuerpo.

María estaba fuera de sí, toda su rabia se traducía en una fuerza inusitada. Darla frenaba con sus piernas para no terminar de espalda contra el árbol, hasta que su palo se rompió a causa de la fuerza ejercida por María.

Ambas se detuvieron a respirar, asombradas. A esa altura, aún no dimensionaban todo lo que eran capaces de hacer. A María le gustó sentirse poderosa y temida; a Darla, en cambio, le preocupaba el cómo podría defenderse ya que su arma quedó dividida.

María avanzó decidida y usó su palo a modo de lanza. Darla logró esquivarlo deslizándose a un costado del árbol, y sin razonar utilizó los dos palos que tenía a modo de espada. Espadas contra lanza se chocaban y sus portadoras recorrían el campo intentado derribar a la otra. A María le estaba ganando la pasión, y Darla empezó a pensar con frialdad en la mejor forma de atacarla y hacerla caer. María puso demasiada energía en su estocada, y, al esquivarla Darla con un salto hacia atrás, trastabilló. Oportunidad aprovechada por Darla, quien golpeó a su contrincante con ambos palos en las piernas, logrando que cayera. Y nuevamente se le tiró encima para seguir con las piñas, cachetadas y arañazos.

Esteban les chifló para que terminaran antes de ponerse en vergüenza otra vez, pero no le hicieron caso. Entonces intervino, levantando a Darla por la cintura, y separándola de María. María se levantó del suelo rápidamente, y enajenada, quiso atacar a Darla, pero Esteban se volteó para quedar en medio de las dos. Con sus brazos extendidos, las mantenía fuera de alcance, no obstante la ira no cesaba, ninguna estaba dispuesta a detenerse.

-¡Bueno, bueno, ya fue suficiente! ¡Cálmense! -les ordenó.

Ambas chicas respiraban agitadas, sus ojos fijos en quien tenían enfrente, con la idea de acabar la pelea en otro momento. No podían ni oír lo que Esteban les decía, pero entendían bien lo que pretendía.

-¡Si no controlan sus emociones serán presa fácil! -las regañó el hombre.-. ¿Acaso se fijaron en lo que pasaba a su alrededor? ¿Qué pasaría si alguien viene y las ataca por la espalda mientras ustedes están concentradas en un solo oponente? No podrían defenderse. Un cazador debe poder prestar atención a su entorno aunque esté ocupado; y también combatir con más de un enemigo a la vez.

Las chicas no respondían. Se limitaron a acomodarse el pelo y la ropa.

-¿Entienden? -continuó Esteban- Necesito saber si entienden que luchan por una causa más grande de su orgullo y egoísmo. Estamos hablando de salvar a la humanidad.

-Sí, sí, sí, entendemos -respondió Darla sin interés.

-Entiendo -dijo María fingiendo estar calmada.

-Muy bien. Ahora junten todo, vamos a casa a descansar porque a la noche saldremos.

Era media tarde cuando Esteban dijo esto, y sin duda sorprendió a las chicas, ya que lo normal era entrenar en el campo hasta el anochecer. Pero los ánimos no estaban para hacer preguntas o contrariar al entrenador. De modo que hicieron lo que les pidió en silencio y evitando cruzar miradas.


El sol bajaba cuando Esteban estacionó su coche frente a una casa abandonada y tapiada al oeste de la ciudad. No dijo nada en todo el camino, por más que sus discípulas lo embestían con preguntas.

No fue hasta que el auto estuvo completamente detenido, que Darla se dio cuenta de lo que estaba pasando.

-Algo me huele mal -dijo preocupada.

-Será porque no te bañaste -la interrumpió María, que últimamente no se callaba nada, y aprovechaba toda oportunidad que tenía para atacarla.

-¿Por qué nos trajiste acá? -Darla se dirigió a Esteban, y su voz se volvió temblorosa de repente.

-Porque ya es hora de que se dejen de niñerías y se enfrenten a la realidad.

María seguía sin entender lo que pasaba.

-Pero no podés hacer esto, no estamos preparadas, ¡son demasiados! -se quejó Darla.

-¿Así que aprendiste a contar extrasensorialmente?

-¿De qué están hablando los dos? ¿Qué hay acá? ¿Qué es lo que hay que contar? -preguntaba María irritada porque la dejaron fuera de la conversación.

-¡No! ¡Me estoy hiperventilando! -dijo Darla sufriendo un ataque de pánico.

María miraba a Esteban en busca de una respuesta. Y su respuesta fue solo una mirada de afirmación.

-¡Por favor, no me digas que es lo que estoy pensando! ¡Todavía no estoy preparada para enfrentarme con vampiros! No es justo, Darla ya tiene experiencia, y yo ninguna -chilló María en un intento desesperado por librarse de la tarea.

Pero las palabras de María tampoco conmovieron a Esteban.

-Estamos en un nido de vampiros -dijo Esteban-. Y si siguen gritando van a despertarlos a todos y nos van a atacar aquí mismo -advirtió con tranquilidad.

Darla seguía tratando de conseguir que el aire entrara en sus pulmones.

-Pe-pe-pero, ¿por qué nos hacés esto? -inquirió María.

-Porque ninguna de las dos parece entender la importancia de nuestra misión, y se la pasan peleando entre ustedes como si fueran el centro del mundo. Es hora de que se enfrenten a sus enemigos y se hagan adultas. A los tumbos, tal como me pasó a mí.

-Pero, vos nos vas a acompañar. ¿No? -preguntó Darla preocupada.

-Sí, claro, pero no voy a mover un solo miembro para defenderlas. Si a ustedes les gusta jugar individualmente, entonces seguiremos sus reglas. Que cada uno se defienda solo.

Ambas quedaron con la boca abierta ante las declaraciones de Esteban. Se imaginaban que eventualmente se enfrentarían a un vampiro, pero no con tan solo una semana y media de entrenamiento, por más intenso que fuera.

-Vamos, ¡yo no entreno cobardes! -dijo Esteban y se bajó del auto, y acto seguido, abrió la puerta trasera para que ambas bajaran también.

Rodeó el auto hasta llegar al baúl, de donde sacó las armas que necesitarían para enfrentarse a sus adversarios, y se las entregó a las chicas que temblaban como hojas.

-Darla, ¿a cuántos estás oliendo ahora? -preguntó María en un susurro.

-No sé, apenas descubro lo que puedo hacer ¿y ya querés que los cuente?

Esteban les entregó un cinturón a cada una equipado con estacas, cuchillos y una espada. Pero a Darla también le dio la pistola que pertenecía a su padre, cuyas balas eran de madera con punta fina, pero le advirtió que solo la utilizara en caso de fuerza mayor, ya que alertaría de su presencia y llamaría la atención de los vecinos.

Darla abrió los ojos a más no poder de la sorpresa que se llevó al ver tantas armas.

-¿Vamos a necesitarlas todas? -lo cuestionó preocupada.

-No lo sé. Yo tampoco puedo contar vampiros. Pero conociendo que ustedes son torpes y que podrían perderlas, es mejor que lleven todas las que puedan cargar.

-Pero, ¿no vamos a hacer mucho ruido con todo esto?

-Habrá que ser sigilosos -respondió Esteban con simpleza.

Las chicas estaban nerviosas, pero sabían que ese momento llegaría de una forma u otra, ya habían aceptado que su destino era ser cazadoras y, a pesar del poco entrenamiento que recibieron, empezaban a confiar en sus habilidades innatas o adquiridas. Estaban listas para la aventura, aunque hubieran preferido atrasarla mucho más, y se sentían a salvo si un cazador tan experimentado como Esteban las acompañaba. Así que se pusieron en marcha.

-Muy bien -dijo Esteban y las acercó para contarles su plan-. Todos los accesos delanteros están sellados, la única forma de entrar es subir al techo y atravesarlo hasta el patio de atrás. Ahí deberíamos encontrar lo que usan como acceso...

Esteban les explicó cómo moverse para no llamar la atención, les dio linternas para que iluminaran el lugar, y les tendió un crucifijo a cada una para que se protegieran.

-¿Y esto para que nos sirve? ¿Nos vamos a poner a rezar? -Darla desconfiaba del crucifijo.

-Es un símbolo religioso, funciona igual que el agua bendita. Es letal para los seres demoníacos -le respondió María con superioridad.

-Perdón por haberme saltado catequesis -se burló Darla.

Esteban no podía creer que aún bajo presión continuarán compitiendo.

-Bueno, si ya está todo claro, entremos de una buena vez -dijo de mal humor.

El plan se llevó a cabo tal como lo había planteado Esteban, pero antes de ingresar, él hizo una pequeña modificación. Las chicas entraron primero y él se quedó fuera, para luego desaparecer de la vista y dejar a sus discípulas por su cuenta en aquel nido. Una dura y arriesgada lección de humildad.

Darla y María ingresaron por la puerta trasera, que se encontraba rodeada de escombros, confiadas en que serían defendidas por su maestro más allá de sus palabras. Entraron en lo que parecía una cocina-comedor, y rápidamente distinguieron tres sofás, todos colocados en paredes diferentes, y, sobre ellos, gente durmiendo. La tenue luz exterior no entraba hasta donde se hallaban estas "personas", por lo que, si eran vampiros, podrían despertar de un momento a otro.

-Darla, ¿son todos vampiros? -susurró María.

-Creo que sí, no huelo nada más -contestó Darla y tomó una estaca en su mano-. Esteban, ¿los matamos ahora? -preguntó, pero no había señal de él.

-¡Esteban! -lo llamaron entre las dos, susurrando.

‹‹Mierda, nos dejó solas››, se lamentaba Darla.

María pareció comprender lo mismo porque preguntó:

-¿Qué hacemos ahora, nos vamos?

Una chica, que dormía en el sofá más próximo a ellas, gruñó como si quisiera despertarse. Tenía a un chico encima, el que se acomodó mejor sobre ella.

Darla y María se detuvieron dónde estaban, sus corazones empezaron a latir con violencia, y sus manos y piernas a hormiguear. Todo en ellas les decía que huyeran de ahí.

-Si se despiertan estamos muertas -susurró Darla-, hagamos lo que vinimos a hacer.

-¡Ay, Dios! ¡Ayudános! -María se persignó.

-Tenemos que hacerlo al mismo tiempo -concluyó Darla, señalando la pareja del sofá, y luego a quien estaba sobre el sofá siguiente.

Sostuvo la linterna con su boca, tomó una estaca en cada mano y las clavó con todas sus fuerzas sobre ambos pechos de los amantes. Estos reaccionaron justo antes de morir como si intentaran retener su último aliento, y en un segundo se convirtieron en cenizas.

Sus gruñidos alertaron a quienes yacían en los sillones próximos, y Darla se dio cuenta de que su acompañante no hizo caso a su orden. Ella misma fue hacia el segundo sofá y envío a María de un empujón hacia el tercero.

El tercer vampiro abrió los ojos un instante antes de que Darla le clavara la estaca sobre el pecho.

Pero el cuarto se despertó y forcejeó con María antes de que ésta pudiera hacer lo suyo. El vampiro le tiró la estaca al suelo por acto reflejo, aunque seguía adormilado. Entonces María, en su desesperación, lo golpeó en la cara con el puño, confundiéndolo aún más. Luego tomó otra estaca de su cinturón y se la clavó, justo antes de que Darla se acercara para quitarle nuevamente a su presa. Agradeció al cielo y a quien hubiera inventado ese cinturón repleto de compartimientos, y fue a recoger la estaca del suelo, bajo la mirada acusadora de su compañera.

Las cenizas flotaban en el aire, muestra del éxito que tenía la misión.

María suspiró aliviada y feliz, pues había exterminado a su primer vampiro de carne y hueso. Darla la mandó a callar:

Shhh! Todavía quedan más.

María se compuso y siguió a Darla. Ambas entraron en un pasillo, de donde se oían murmullos. Al iluminarlo con la linterna, pudieron ver que accedía a tres puertas que debían de ser las habitaciones, y una cuarta puerta al final, que debía ser la de entrada, por supuesto tapiada.

-La del medio es el baño -dijo María-. Conozco este tipo de casas.

Darla se llevó el dedo índice delante de los labios para pedirle silencio. En el fondo agradecía esa información, porque eso quería decir que tendrían menos vampiros a los que enfrentarse.

En ese momento habrían podido huir, pero el sentido del deber era cada vez mayor en Darla, era como si la poseyera. Atrás quedaba la chica con ataques de pánico del auto. Y, como si necesitara más razones para terminar con el trabajo, se le cruzó la idea de que tal vez su esencia dejara un rastro que conduciría a los vampiros hasta su casa para tomar venganza, y ya no quería exponerse más.

Abrió la primer puerta con sigilo, y entró lentamente. No había más muebles allí que una cama de dos plazas, y en ella, dos amantes concentrados en demostrarse su amor. María entró detrás, mientras Darla pensaba en cómo los atacaría, la otra le tironeaba el brazo hacia la salida. Darla se soltó del agarre con un movimiento brusco, y, a continuación, desenfundó la espada. Con el mayor silencio del que fue capaz, se acercó hasta la cama, levantó la espada en el aire y atravesó a la pareja de vampiros. La espada entró por la espalda del hombre hacia el abdomen de la mujer. Darla sabía que eso no sería suficiente para matarlos, pero creyó que lo sería para inmovilizarlos.

Los vampiros comenzaron a gruñir en la confusión, y Darla sacó otra estaca para intentar matar al masculino. Pero este se levantó en línea vertical, separó la espada de su pareja y, tomando a Darla por el cuello, la puso contra la pared.

María, que observaba todo desde la puerta, ingresó para ayudarla, pero la mujer de la cama se levantó y se interpuso en su camino. María dejó caer su linterna mientras veía con horror como la herida de la vampira se cerraba mágicamente. Con ambas linternas en el suelo, poco se podía ver y entender de la escena.

Darla intentaba zafarse del tipo, mientras sentía que el aire se escapaba de sus pulmones para no volver más. El vampiro la sostenía con una mano, y con la otra se quitó la espada que lo atravesaba desde la espalda. Darla pudo levantar el crucifijo que colgaba de su cuello para tratar de ahuyentar a su agresor, pero no funcionó, sino que el tipo lo tomó en su mano, se lo arrancó de un tirón y lo arrojó al suelo. No parecía que le hubiese hecho ningún daño.

María, sacó uno de los cuchillos de su funda y atacó a la femenina. Ésta se defendió, pero María le rajó la cara y, al detenerse a saborear su propia sangre, la chica le clavó la estaca que escondía en la otra mano. Segundos después, la vampira era historia.

Mientras tanto, Darla continuaba luchando por su vida, pero por fin María estaba desocupada para ayudarla. Esta agarró otra estaca, atacó y erró, le pegó en un pulmón. El tipo se volteó, soltando a Darla, para ver quien lo atacaba ahora. Darla cayó al suelo y María temió por su vida. Aún mantenía el cuchillo en su mano y lo utilizó para ofender antes que aquel la atacara.

Cuando Darla logró ponerse en pie, se encontró con que María forcejeaba con el grandulón. Sin pensarlo, se abalanzó sobre él para separarlo de su compañera. Esto lo distrajo, y María recuperó la estaca usada con la novia, solo para volver a perderla, ahora sí, en el pecho del vampiro. En un momento se convirtió en cenizas como los anteriores, y Darla cayó nuevamente al suelo, provocando un estruendo en el suelo de madera.

Durante todo el combate, lo único que podía oírse eran gemidos, rugidos, y algún que otro golpe contra la pared o el suelo, pero nada que pudiera delatar aquello con los vecinos. Sin embargo, quien estuviera dentro de la casa lo habría escucharlo sin inconvenientes.

-¡Chicos, ¿ya están levantados?! -Se oyó decir a una voz masculina desde la última habitación. La voz sonaba profunda y ronca, como de ultratumba.

Las jóvenes cazadoras, que se apresuraban por recobrar el aliento, se miraron nerviosas por lo que vendría. Salieron al pasillo central para evitar quedar encerradas en la habitación, acomodaron sus ropas y armas, y esperaron a que su adversario fuera en su búsqueda.

Un hombre menudo y calvo, repleto de tatuajes y piercings, atravesó el pequeño pasillo que unía las dos habitaciones con el baño, para hallar el cuarto contiguo al suyo vacío. El olor a carne chamuscada llegó a su olfato, y pronto comprendió lo que pasaba; además logró distinguir el olor de una humana y algo más dentro de su territorio. Nunca se había enfrentado a un cazador, así que no sabía con seguridad que se tratara de uno, pero estaba dispuesto a defenderse y a vengar a los suyos.

Salió al pasillo y se encontró con dos adolescentes temblorosas que portaban tantas armas como para matar a un batallón de vampiros.

El vampiro atacó primero, con la palma abierta golpeó en el pecho a Darla y la lanzó hacia la cocina. El cuerpo de Darla atravesó la puerta de vidrio que unía la cocina con el pasillo, rompiéndola en pedazos.

María quedó sola frente al tipo calvo que le mostraba los dientes, se sentía indefensa; si podía hacerle eso a una cazadora de sangre, ¿qué más podría hacerle a una humana? Sacó la espada de su funda, pero de nada le sirvieron sus clases de esgrima, porque el tipo le arrebató la espada de la mano, y la arrojó lejos de sí. Luego le dio un cachetazo con el anverso de la mano, cuya fuerza la hizo impactar contra la pared, y no perdió más tiempo con la humana y fue en busca de la olía más interesante.

Darla quedó mareada por el impacto que recibió al atravesar la puerta y aterrizar en uno de los sofás. Recién reaccionó cuando el tipo calvo la agarró de las piernas para hacerla flotar en el aire y estamparla contra la pared. Si no fuera porque ella se cubrió con los brazos, le habría roto la cabeza. Ella intentó alcanzar su pistola, pero el vampiro volvió al ataque, e hizo que se le cayera.

En ese momento, María apareció y le clavó dos cuchillos en la espalda, logrando que soltara a la otra chica. El tipo se dio media vuelta y dejó caer a Darla. Él gritó por la furia y atacó a María, pero ella pudo esquivar los golpes hacia su cara; cada zarpazo que el lanzaba era detenido en el aire. Hasta que el tipo pudo acercarse, y con rapidez la aprisionó contra una de las paredes, provocando que se golpeara en la nuca. María estaba aturdida y el tipo apartó el pelo de su cuello para matarla con su arma más letal.

Mientras, Darla buscaba su arma en la oscuridad, la linterna le parecía que la hubiera perdido hacía horas. Tanteó algo similar a su pistola y gatilló hacia lo que creyó sería el cuerpo del vampiro. Un alarido masculino de dolor le confirmó que había acertado, pero éste no soltaba a María. Otra vez gatilló y la munición entró debajo de la axila.

El vampiro empezó a sentir que sus pulmones quemaban y que el aire huía de él; soltó a María para revisar sus heridas, para encontrar que éstas no sanaban como era normal, sino que se hacían cada vez más grandes y unas líneas de fuego se esparcían alrededor.

Al tenerlo de frente, Darla volvió a disparar, esta vez en el pecho, y el vampiro ardió hasta convertirse en cenizas.

Darla se acercó luego a María para comprobar que estuviera ilesa, tuvo que zamarrearla para sacarla del shock.

-Ya vámonos -le ordenó, pues estaban muy golpeadas y cansadas como para pensar en nada más que un descanso.

María la siguió en silencio, y, al cruzar el umbral, Esteban detuvo su paso para que no salieran. No tenían ganas de reclamarle nada, y Darla se limitó a empujarlo para apartarlo del camino.

-Veo que tuvieron una aventura interesante -dijo él al ver los destrozos-. ¿Revisaron cada rincón para asegurarse que no quede nadie?

-¿Qué? -preguntó Darla sin aliento.

-Por lo que sé, este tipo de arquitectura cuenta con tres ambientes más el baño. Ya veo lo que hicieron aquí, ¿pero registraron las habitaciones?

-Nos quedó una -dijo María a Darla por lo bajo.

-¿Cuántos más hay? -preguntó Darla a Esteban irritada.

-No sé, nunca antes estuve dentro, ni socialicé con ellos.

Esteban las empujó hacia adentro e iluminaba delante con su linterna.

Los tres recorrieron y registraron la casa de arriba abajo para confirmar que ya no quedaba nadie. Pero antes de abandonar el lugar, Esteban tenía algo más que decir:

-Recojan sus herramientas si aún sirven, no podemos desperdiciar nada.

Y Darla y María fueron levantando las linternas y armas que usaron o que se les cayeron.

Nuevamente en la cocina, el maestro las reunió para evaluar su desempeño.

-Cuando entraron, ¿se fijaron si había luz en la casa?

-¡Ay, por favor! -Darla se sentía fastidiada porque las dejó solas, y no soportaba que la cuestionara cuando se trató de un misión suicida.-. Es una casa abandonada, es obvio que no tiene ningún servicio.

Esteban se acercó a una llave de luz para cerciorarse. Y efectivamente, no había luz.

-Eso estuvo bien, y aunque hubieran luces, no podrían encenderlas porque llamaría la atención. Y díganme, ¿registraron la casa antes de empezar a matar?

Eso parecía más bien un tribunal.

-¡Obvio, no! -respondió Darla con testarudez-, si llegábamos hasta el final y empezamos a atacar, los que se iban despertando nos hubieran arrinconado.

-María, ¿tenés algo para agregar?

-Eh... Yo seguí a Darla, y ataqué cuando sentí que tenía que hacerlo.

-¿A qué vienen tantas preguntas, si se puede saber? Si hubieras estado con nosotras, lo habrías visto con tus propios ojos -interrumpió Darla.

-Quiero saber lo que hicieron para corregirlas...

-Para criticarnos, querrás decir. ¡Casi morimos, y ni te asomaste para ver si estábamos bien! -soltó sin respiro.

-Tengo que preparar guerreras, no puedo ayudarlas cada vez que tengan una dificultad -espetó Esteban-. Y para que sepan, estuve ahí afuera, observando todo lo que hacían, dispuesto entrar en cualquier momento para salvarles la vida. Me sorprendí mucho con su actuación esta noche, creía que me llamarían a los gritos, pero se las arreglaron muy bien solas.

Bah! -dijo Darla y salió de la casa- ¡Metéte tus halagos en el culo! ¡Éramos siete contra dos, cínico del orto! -gritó desde fuera con toda la bronca que antes contuviera.

-Ella tiene razón. -María estaba indignada.-. Nos pusiste en peligro y ni siquiera creías que podíamos hacerlo -dijo y salió de la casa también.

Cuando Esteban volvió al coche, ambas chicas estaban sentadas en la parte de atrás y, al entrar él, el aire se puso tenso. Ninguna de las dos habló durante el viaje, a pesar de que Esteban les buscaba conversación. En principio creyó que todos sus esfuerzos por impactar en la vida de las chicas habían sido inútiles, hasta que vio por el espejo retrovisor que ambas iban tomadas de la mano.

VOCABULARIO:
Chifló, de chiflar: parecido a silbar, de corta duración y crea un sonido muy fuerte que no escapa a la atención de nadie.

Orto: insulto, sinónimo de culo.

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