Ilustrar con palabras
Describir. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en sus acepciones primera y cuarta -esta última en desuso- definimos describir como:
1. Representar o detallar el aspecto de alguien o algo por medio del lenguaje.
4. desus. Delinear, dibujar, pintar algo, representándolo de tal modo que se dé perfecta idea de ello.
Representar, pintar, detallar. Los tres verbos evocan a lo mismo: generar en el lector una imagen mental acerca de lo que está leyendo. Una buena descripción puede conseguir que el lector se sumerja tan a fondo en la lectura que se olvide durante un tiempo de la realidad que lo rodea. A fin de cuentas, en la narración lo que mantiene el ritmo son las descripciones, a diferencia de la industria audiovisual donde uno se queda embobado gracias a la realización, el montaje, los planos, etc.
Ahora bien, ¿cómo conseguir una buena descripción?
Vamos por partes, poco a poco, con ejemplos, iremos construyendo una buena descripción.
Imaginaos que queremos escribir acerca de un personaje que no ha dormido bien la noche antes por culpa de una tormenta, pongamos que el personaje se llama Mario. Podemos escribirlo así:
Mario se levantó cansado a la mañana siguiente. Apenas había podido dormir por culpa de la tormenta, y, por si fuera poco, se le habían quemado las tostadas.
O así:
Cuando el despertador comenzó su agudo e insistente repiqueteo a las siete de la mañana, un brazo lo atacó como un halcón cae sobre su presa desde el cielo, apagándolo. Mario se dio media vuelta con mucho trabajo; su cuerpo era una barra de plomo esa mañana. Desde niño había tenido miedo a las tormentas: a sus cegadores rayos, que iluminaban cualquier rincón con mayor rapidez que el mejor flash de cámara; al rugir de los truenos, señal de que los cielos se abrían, y al mar de agua que caía con tal fuerza que cualquier lugar cerrado servía de arca de Noé. Pero Mario no pudo quedarse mucho tiempo en la cama. Saltó en dirección a la cocina cuando el aire se impregnó del aroma a cereal carbonizado.
En el primer ejemplo, la descripción podría servir si la acción que se va a producir en la cocina va a ser mucho más intensa, y, aunque nos da cierta información, es una descripción vaga en detallas, por lo que no nos va a generar sentimiento de querer seguir la lectura. En el segundo caso, sin embargo, recurrimos a varias formas que resultan útiles para la descripción, como la utilización de símiles, metáforas, sinestesias o la descripción a través de los sentidos.
Y es que ese es uno de los primeros pasos que conviene dar a la hora de sentarse frente a nuestra obra y ponerse a escribir. Darnos cuenta de que no tenemos ninguna imagen que nos apoye lo que queremos plasmar, algo que sí ocurre en otros ámbitos como el audiovisual.
Así, en el ejemplo anterior, fijaos en lo poco que utilizo adjetivos y adverbios, algo que, he de reconocer, yo también hacía al principio, dando como resultado unas descripciones largas y correctas pero carentes del detalle que provoque sentimientos en el lector. Podría haber utilizado más, pero el efecto habría sido menor.
Un truco que yo utilizo es el siguiente: intenta comprobar si un adjetivo o un adverbio se puede cambiar por algo más sutil. Y, si no se puede, trata de darle una descripción más evocadora para el lector.
En el anterior ejemplo, la alarma del despertador no suena a las siete de la mañana, algo que habría quedado muy simple, sino que es un «agudo e insistente repiqueteo». El hecho de incluir la palabra repiqueteo en este caso no es baladí, pues nos da dos efectos interesantes; por un lado, hace que el espectador tenga la imagen mental de un despertador antiguo, de esos que tenían dos timbres en la parte superior; y, por otro, atrapa al lector. Un despertador no repiquetea, pues eso es algo que evocamos a las campanas de una iglesia. Un despertador suena.
También, la metáfora del cuerpo de Mario como una barra de plomo hace referencia al cansancio de este por no haber podido dormir. El plomo es un metal pesado, por lo que el símil en ese caso funciona. La comparación de los rayos con flashes fotográficos, o la metáfora del diluvio y el arca de Noé.
Y el uso de verbos que en cualquier otro ámbito pensaríamos que son inverosímiles: un brazo no «ataca» a un despertador, de igual manera que los truenos no rugen o el viento no aúlla.
Este sería un ejemplo sencillo, pero no debemos quedarnos solo con eso. El uso de los sentidos para describir está bien, pero no solo hemos de detallar las acciones. En nuestra historia también tienen mucha importancia los escenarios, los personajes y los pensamientos.
Podéis verlo con el siguiente ejemplo, extraído de mi segundo fanfic «Bajo la Luna», en cuyo primer capítulo describo a Lily Evans:
Era una chica de dieciséis años, con una larga cabellera pelirroja que oscilaba cuando la joven miraba hacia los lados. Su piel, de un blanco perlado, estaba surcada de numerosas efélides, siendo estas más numerosas a nivel de su rostro y en los brazos.
Pero lo que más llamaba la atención para cualquier persona que se hubiera fijado en ella eran sus ojos, unos ojos de forma almendrada y de un color verde, que los hacía parecer dos esmeraldas. Por algo sus padres le habían puesto de segundo nombre Jade, en referencia a la piedra de jade, de color verdoso.
Y en este otro extracto, de mi tercer fanfic «De Potter a James», describo el pueblo de Cokeworth y a Snape:
La lluvia arreciaba sobre un pequeño pueblo de la campiña inglesa dividido por un largo río que en aquel día había visto incrementar su caudal en un diez por ciento sobre su nivel habitual, tal era la cantidad de agua que llevaba cayendo en las últimas horas. El viento agitaba las ramas de los árboles emitiendo un aullido ensordecedor. La fiereza de las ráfagas era tanta que parecía que iba a ser capaz de arrancar las tejas de las casas con facilidad. El aire se colaba por las chimeneas golpeando las cañerías de plomo, las cuales producían un sonido gutural, casi fantasmagórico. Y, por si todo aquello no fuese suficiente, el mal tiempo había traído consigo un frío polar impropio de la estación estival. No es de extrañar que los vecinos de la pequeña localidad de Cokeworth hubieran decidido refugiarse en la calidez y seguridad de sus hogares, con las ventanas cerradas a cal y canto para resguardarse de aquel temporal.
La única persona que se había quedado fuera era un muchacho que estaba sentado bajo el pequeño porche de una casa de ladrillo rojo de la calle de la Hilandera. Era un chico delgado, con el pelo negro en una melena corta y nariz ganchuda, que tenía un aspecto enfermizo, pues su piel cetrina hacía destacar aún más si cabe los dos pozos negros insondables que eran sus ojos. Su larga estatura le daba, junto a su extrema delgadez, un aspecto enclenque. Llevaba un raído abrigo de visón femenino encima de una camisa negra a rayas cuyas mangas le quedaban cortas. Sus zapatos se veían desgastados por el uso, y los vaqueros, comprados en el rastro que se celebraba los miércoles, le iban anchos, pues tenía que dar dos vueltas al cinturón de cuero que lo sostenían. El aspecto de Severus Snape no le granjeaba el afecto de los vecinos de Cokeworth, los cuales consideraban que, pese a que la condición humilde de muchos de los habitantes de la calle de la Hilandera, el desaliño y el mal vestir deberían de estar castigados duramente. Y es que los vecinos del pequeño pueblo habían conseguido amasar una pequeña fortuna gracias al molino de abatanar que había dado trabajo a la práctica totalidad de los habitantes, generando excedentes de lana que los habitantes vendían.
También en eso la familia de Severus era diferente al resto. Y es que el río no servía solamente como frontera entre las dos partes de la localidad, sino que también era un marcador del estatus de las personas que vivían en cada zona. Así, los habitantes del pueblo original eran los que habían conseguido cierto estatus social gracias a los ingresos que conseguían con la potente industria textil que había en el pueblo. Prueba de ello eran las casas unifamiliares con jardín que se distribuían en hileras a lo largo del pueblo, confluyendo todas las calles en la plaza donde se alzaba la iglesia románica de una torre, pequeña pero robusta, pues sus gruesos muros habían resistido el paso de ocho siglos. La calle de la Hilandera, como así era conocida la ampliación del pueblo, consistía en cuadrantes de edificios idénticos construidos con ladrillo rojo. Todas las casas eran de dos plantas cuadrangulares, cuya altura no superaba los seis metros. Las chimeneas de latón humeaban, razón de que las calderas habían sido prendidas, lo que generaba una nube de contaminación casi a ras de suelo.
En estos tres párrafos se puede llegar uno a hacer una imagen en la cabeza de cómo es el pueblo donde viven Lily y Snape, diferenciando la parte aburguesada, donde vivían los Evans, y la parte más modesta, donde habitan los Snape.
También para los pensamientos y emociones de los personajes se pueden utilizar las descripciones poéticas.
Así, en vez de decir que un personaje está celoso, podemos transmitirlo a través de sus emociones o de sus acciones.
Al contemplar a Ginebra fundiéndose en un eterno beso con Lancelot, un fuego prendió en las entrañas de Arturo. El dragón de su apellido ahora anidaba en su interior. Nadie le impediría extraer a Excalibur de su cinta, no en vano era el Rey. Un movimiento rápido y sajaría el grueso cuello de toro del caballero.
También esto puede aplicar a escenas más enfocadas a contenido sensible, ya sea por violentas o por aspectos eróticos. En este caso no voy a poner ejemplos, pero si lo necesitáis, puedo hacer un post sobre ese tipo de descripciones.
Y hasta aquí el apartado de descripciones. En el próximo hablaremos de otro aspecto que también nos da mucha información a los lectores: el escenario. Y tras ello pasaremos al diálogo.
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