Espíritus en el más acá
Anotaciones de Diana Martínez, noviembre de 1984
Hay sitios que tienen cierto nivel de magia innata, y otros que la rechazan denodadamente. Por ejemplo, los bosques cerrados en general son un espacio que se presta para las prácticas arcanas y el ocultismo. Los lugares a cielo abierto, en donde uno pueda entrar en contacto íntimo con la naturaleza, también se prestan a ello. ¿Las casonas viejas, los palacios y palacetes de la ciudad? No realmente. Tienen toda la pinta de estar embrujados o de tener algo fuera de lo común. Algún espíritu, historias de macumbas pasadas... Y no, tienen los horrores básicos que van dejando como huella los humanos desprovistos de poder sobrenatural.
Acá en Buenos Aires hay unas cuantas de esas casas antiguas que exudan la imagen deteriorada de un pasado mejor, donde el dinero sobraba y las construcciones todavía tenían algún estilo identificable. Están perdidas por distintos barrios de la ciudad y cada vez son menos, pero las hay. A nivel arquitectónico son una joya, pero cuando de magia se trata... Menuda decepción se lleva una.
Se escucha y se lee cada pavada en libros e incluso periódicos. Notas y capítulos dedicados a las supuestas almas atrapadas en esas construcciones, de misterios sin resolver, de ruidos extraños y objetos que se mueven por sí solos, de sombras sin dueño. Y es que puedo confirmar que, en la mayoría de los casos, no se trata más que de sugestiones y del mismísimo deseo de ser testigo de algún evento fuera de lo común.
Tengo de ejemplo al Palacio Barolo, una edificación que supo ser la más alta de la ciudad por la década del veinte. Se siembra el rumor de que hay un fantasma atrapado entre sus paredes, existiendo entre citas de la Divina Comedia, decoraciones de dragones y serpientes, y los nueve arcos de sus techos que representan ni más ni menos que a los círculos del Infierno. A primeras vistas, suena a que los espíritus lo usarían como punto de encuentro.
Pero no. Resulta ser que, cuando los del Más Allá vienen para el Más Acá de forma voluntaria, se inclinan por lo moderno y desconocido. No van a ocupar propiedades de sus tiempos, sino aquellas que les llamen la atención. Un departamento en plena Recoleta recién inaugurado, un supermercado de cadena, algún colegio que cuente con decenas de aulas donde hacer de las suyas. Dejan las antigüedades para los admiradores del pasado y los charlatanes de cuidado.
Igualmente, son pocos los que cruzan a este plano por pura elección de sus almas inquietas, y esa cifra se reduce cuando se trata de elegir dónde alojarse. Así que, en el raro caso de que haya un Antonio o una Filomena enclaustrados en caserones del siglo diecinueve o veinte, es porque alguien los invocó allí. O hubo un error en el camino.
Ahora, cuando Antonio y Filomena se asientan en donde han caído... Ese es el verdadero problema. Los espíritus tienden a quedarse anclados al lugar en donde hayan sido invocados o hayan llegado por las buenas. Se resisten a irse una vez abandonado el Purgatorio. Porque de ahí provienen. No hay figuras celestiales vagando por Capital Federal, y los demonios no se presentan como poltergeists.
Se puede contener a las presencias y mantenerlas a raya, aunque no por periodos prolongados. El incienso, las hierbas secas (el laurel, la salvia y el romero son las que se usan con mayor frecuencia), algunas flores (las hortensias son una particularidad de Antonio... Para los demás, deberían funcionar la lavanda y la manzanilla. No, un saquito de té no va a ahuyentarlos) y la quema de maderas típicas ayudan con este propósito. Eso sí, cualquier ritual debe realizarse durante el día, a pleno sol, y nunca durante tormentas o eventos meteorológicos especiales como eclipses o cosas por el estilo. Al contrario de lo deseado, solo causan el enojo de los fantasmas y ¿quién quiere eso? Ya son un incordio en su estado natural, no hace falta que estén rabiosos.
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