De dolores y tragedias

Anotaciones de Nina Martínez, diciembre de 1958

Nuestra madre decía que siempre había que tener un jardín bien provisto, al igual que las alacenas. Y en eso no se equivocaba. Cada centímetro de tierra de esta casa ha sido amorosamente cultivado por ella desde que Dolores, mi abuela, partió a otras tierras. Eran las horas en las que se la veía más contenta, aquellas en las que se rodeaba de sus pequeños retoños y del salvaje llamado de la naturaleza.

Quizás su verdadera magia fuera aquella, mantener vivos los colores que pululaban por los rincones. Los verdes y los rosas, los naranjas tornasolados, los lilas, los violetas, los blancos impolutos y los bordó violentos. No había hoja que se marchitara ni planta que no prosperara bajo sus atentas manos. Bajo las mías y las de Mabel... No corren la misma suerte. No heredamos ese talento. Parece haberse ido con ella, junto a la madera de roble que la protegía y la singular varita de oro que colocamos sobre su ataúd.

Jamás quiso flores para su entierro. «Prefiero que estén vivas. Que sean eternas en nuestro pequeño Edén». Quería que la magia no fuera la única línea que nos uniera. Mabel se rindió poco después de que ella hubiera muerto, pero yo mantuve mi silenciosa promesa. Embarré mis rodillas, hincada sobre ellas hasta el llanto. Lastimé mis dedos con cortes, picaduras y arañazos. Cuidé y observé florecer a las rosas chinas en cada temporada, desmalecé cada maceta y cantero, multipliqué las verbenas y los rosarios colgantes. Vi a las ristras de corazones enredarse por doquier en un abrazo materno.

Y elegí creer que es ella, todavía rondando por nuestro jardín. Atendiendo aquello que había amado tanto.

Yo me encargué de aprender a usarlo.

Hojas de tilo molidas para aliviar las penurias.

Varitas de oro secas para calmar los dolores.

Hibiscus para ofrendas de primavera.

Pétalos de rosa para hechizos de los días veinticuatro.

Hojas de menta para infusiones que calman el llanto.

Mantén esas últimas a mano. Las Martínez siempre las estamos necesitando.


Anotaciones de Diana Martínez, enero de 1983

Creo que por fin pude perfeccionar el hechizo que dejó mamá como legado. Ese para cuando el alma aqueja. Solo le faltaba una cosa minúscula, una pequeñez. Un poquito de ese llanto.

Ingredientes

Tres hojas de salvia.

Tres hojas de menta.

Una cucharada de miel pura de abejas.

Una pizca de nuez moscada.

La última lágrima derramada.

Procedimiento

Hervir a fuego lento las hojas de menta y salvia. Una vez comienza el hervor, colocar la miel y la nuez moscada. Revolver en el sentido contrario a las agujas del reloj, tantas veces como días de duelo se hayan llevado. Retirar del fuego y añadir el ingrediente faltante al servir.

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