Paso 4: Evitar problemas con los extranjeros

La misión, como se mencionó antes, era simple: debían cumplir como guardaespaldas del viejo gordo mientras éste asistía a un banquete y su posterior fiesta. Chelsea y Caesar tenían que estar cerca suyo en todo momento y no hablar a menos que se les ordenara. Y la misión terminaba a la medianoche, el hombre fue especialmente insistente en ese punto, por lo que no se podían ir antes de la hora.

Chelsea sospechó un poco por el apuro y el tiempo tan exacto, pero no dijo nada porque no era asunto suyo, aunque sí le advirtió a Caesar que sospechara de un intento de ataque de algún tipo.

Y no estaba desencaminada, pero eso lo descubrirían más tarde, mucho más tarde.

Para suerte de ellos, el lugar del banquete y la fiesta estaba a medio del recorrido que les faltaba para cruzar la ciudad, así que ahorraban unas horas del día siguiente. Llegaron a lo que solo se puede describir como otro pequeño castillo que sorprendentemente estaba decorado por dentro con buen gusto y no exclusivamente toneladas de oro, al contrario, los adornos eran de plata. Caesar, sin miedo a hablar, le preguntó a un mayordomo que los seguía por el cambio de oro a plata, y le respondió que era porque el fundador de Petunia, que resultó ser el antiguo dueño del palacio, prefería la plata.

–Vaya ironía.

Y Chelsea estuvo de acuerdo en silencio.

Llegaron al comedor que ya estaba a rebosar de personas. La mesa era una gran y larga tabla de madera de sándalo a juego con las sillas, que parecían tronos en miniatura. En la decoración predominaba el verde, y cada asistente procuraba vestir como tal. Había, además, un espectacular fresco en el techo, que despertaría la admiración artística de cualquiera.

Chelsea admite que lo miró mucho tiempo analizando cada pequeño detalle, como las gemas que resplandecían con las chispas de las antorchas puestas en puntos clave, y que parecía contar la historia del fundador. Pero lamenta decir que no entendió mucho, más allá de que el tipo amaba las petunias y una vez se peleó supuestamente con un raro monstruo verde con apariencia de vegetal. Caesar también peleaba con monstruos vegetales en su infancia.

El noble de la misión, que se presentó finalmente como un tal Conde Ruy luego de hacerles la ley del hielo cuando Caesar intentó hablar sin su permiso, se sentó en una de las puntas de la mesa, uno de los sitios de honor, y pronto dio inicio el banquete.

Chelsea procuraba tomar disimuladamente aperitivos de cada bandeja que le pasara por al lado, uno para ella y uno para Caesar, aprovechando su puesto detrás de su cliente.

El banquete transcurrió sin problemas, además de algunos comentarios pasivo-agresivos entre los comensales que Chelsea escuchó con atención y anotó para usar más tarde, y comenzó la fiesta en el salón de baile. Los nobles se pusieron máscaras y las damas fueron a cambiarse a un vestido más amplio para bailar y girar de forma más dramática. Unos cuantos nobles le pusieron el ojo a Chelsea, pero ella no les prestó atención, y como estaba junto a, por lo visto, uno de los peces gordos, nadie se atrevió a incordiarla.

Pasaron las horas y cuando anocheció prendieron las velas de los inmensos candelabros de cristal. Entre más tarde se hacía, más nervioso se ponía el Conde Ruy, era obvio que esperaba que pasara algo, y aunque el tipo tenía pinta de malo, todavía trabajaban para él y debían mantenerlo a salvo. Chelsea comenzó a revisar cada copa que pasara por sus manos buscando veneno con una aguja encantada, y Caesar miraba mal a cualquiera que se comportara de forma sospechosa.

Pero al final no funcionó.

El fuerte grito de una dama llamó la atención de todos, pero al mirarla, solo se encontraron con que alguien arrojó vino sobre ella, y ahora chorreaba por toda su cara y vestido, corriendo de paso todo el polvo de su maquillaje que la hacía lucir de piel blanca. El Conde Ruy se rio al ver el desastre y volvió a su conversación con un grupo de hombres cuando al tomar un sorbo del vino, dejó caer la copa al suelo mientras él mismo gritaba y se agarraba el cuello.

Chelsea miró estupefacta como su cliente caía al suelo entre convulsiones cuando, solo para agregar más leña al fuego, uno de los hombres que se había acercado con la muchedumbre que ahora los rodeaba y se había agachado con la premisa de curarlo, sacaba un cuchillo de su saco y trataba de apuñalarlo. Chelsea pateó con fuerza al asesino y sintió el crujido al romper su nariz. El hombre cayó hacia atrás, pero dio un giro y se recuperó rápidamente.

–¡Yo me encargo de él! –gritó Caesar sacando su sable de su cinto, haciendo gritar más a la gente y obligándolos a alejarse de él si no querían terminar cortados por la mitad, y la bruja tomó la oportunidad para tratar de curar al viejo Conde.

De su bolsa sacó un pequeño frasco de vidrio que guardaba con recelo, por contener una potente medicina hecha de varias plantas mágicas curativas. La receta se la habían enseñado unos elfos a cambio de una gran esmeralda mágica, y le había salvado la vida en un par de ocasiones.

Que sea bruja no significa que conozca cada fuente de veneno del mundo y su respectivo antídoto.

¿Quién iba a saber que hasta existen piedras venenosas? Chelsea desde luego no, y lo descubrió por las malas.

Le dio de beber la medicina al Conde Ruy que seguía en agonía, ignorando los gritos y el caos que inundaba la sala; aunque el choque de metal sí la hizo mirar de reojo sobre su hombro, para captar a Caesar peleando con el presunto asesino que se defendía como podía con una daga en cada mano.

Caesar debía aceptar que el tipo era bueno esquivando, pero no por eso se iba a detener. Aunque el asesino fuera veloz y ágil, Caesar seguía siendo un mercenario entrenado para lidiar con estas situaciones y un marinero a medio-mucho tiempo que había tenido su justa cantidad de batallas contra piratas. Balanceó con fuerza su sable, obligando al hombre a frenar el ataque con ambas manos, lanzando chispas por el choque de metal entre dagas y sable, y Caesar aprovechó la ocasión para tratar de tomar al tipo por el cuello con su mano libre y caerle encima con un gancho. Por desgracia el enemigo no se iba a dejar, y se echó hacia atrás lanzando una fuerte patada a Caesar en el abdomen, haciéndolo toser y tambalearse lejos de sí mismo. Caesar lo quiso traer con él, pero solo logró jalar la peluca del asesino, rebelando una cabellera blanca como la nieve, a lo que los ojos verdes del tipo brillaron con burla.
El asesino aprovechó la sorpresa y huyó velozmente hacia la salida.

–¡No lo dejen escapar! –ladró Caesar a los guardias que habían estado mirando atontados la lucha.

Buscó urgentemente a Chelsea con su mirada, para evaluar la situación del Conde, y se le vino el mundo encima cuando observó como su compañera negaba con la cabeza con sorpresa y desesperación.

–Mierda –murmuró por lo bajo–, nos debemos ir antes de que nos maten también.

Tomó a la bruja del brazo para levantarla y corrieron a la salida también, siguiendo el rastro de cuerpos que dejó el asesino a su paso.

–¡¿Cómo dejaste que envenenaran al Conde, Chel?! –exigió mientras huían.

–Te lo juro que no sé como pasó, revisé cada trago, incluso ese –salieron del castillo y fueron directos a la salida sur, escuchando a lo lejos los gritos de otros guardias–, el asesino debió haber arrojado el vino a la dama desde lejos o tener algún ayudante –jadeó–, para haber echado el veneno a su copa en tan poco tiempo.

Caesar gruñó.

–Tenemos que irnos, pero ¡Ya! ¿No tenías acaso un antídoto para cualquier veneno, de todas formas? ¡Te vi dárselo!

–Eso –respondió la bruja–, es lo que no entiendo, le di todo el frasco y aun así murió, ese veneno tiene algo raro Cas, era… diferente. Y no, no es solo un presentimiento de bruja –lo calló antes de que pudiera protestar–, yo misma he curado a muchas personas con todo tipo de veneno, nunca había fallado hasta ahora.

–Te creo –suspiró–, pero debemos irnos de aquí. Ese Conde era un pez gordo, aunque agarremos al asesino nos van a colgar por dejarlo morir bajo nuestra supervisión.

Chelsea asintió y finalmente se concentró en el camino.

–Vamos por los techos.

Y antes de que Caesar le preguntara cómo, sacó el diamante de su pulsera y lo arrojó con fuerza al piso, donde estalló liberando una fuerte corriente de aire ascendente que usaron para subir de un salto.

Se acercaban a la salida cuando Chelsea frenó de repente.

–Espera.

–Chelsea, mi más querida amiga, la mejor bruja de todas, la mujer de mi corazón, después de mi mamá, podemos hablar cuando estemos fue-

–No –interrumpió–, ese es el punto, debemos ir por la salida oeste.

–No me jodas, ya casi salimos.

–Y mira.

Caesar miró en la dirección señalada. Al ser las puertas de la muralla grandes, se podía ver su estado desde lejos, sin mencionar que estaban justamente en uno de los techos más altos, donde se observaba con total claridad gracias a la luna llena, la puerta sur cerrada y flanqueada por una multitud.

–Bien, vamos por la oeste, ¿una carrera?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top