Paso 3: Discutir el itinerario
Justo al caer la noche, Caesar volvió a la habitación donde se estaban hospedando a paso veloz, muy consciente de que su querida amiga era fanática de la puntualidad. Admite que se emocionó en la armería y terminó comprando un látigo mágico, que realmente no necesita porque ya casi no le caben armas en la bolsa mágica ¡Y es una bolsa mágica creada para almacenar millones de cosas sin problema! Y luego estuvo un buen rato aprendiendo a usarlo, pero valió la pena, y no cree que Chelsea se enfade.
Hablando de la bruja, apenas entró a la habitación, encogiéndose en el molesto chirrido de la puerta, la vio sobre su respectiva cama puliendo sus gemas.
–Cuando un caballero entra a una habitación donde sabe que se encuentra una dama, normalmente toca la puerta antes de entrar –lo regañó sin levantar la vista de su tarea.
–Te conozco desde que aprendíamos a caminar –es todo lo que respondió mientras se lanzaba a su cama boca arriba y disfrutaba de las suaves y calientes mantas en una noche tan fría.
Agradece haber conseguido una habitación con dos camas separadas, porque de ser una sola, Chelsea lo habría hecho dormir en el piso. Cerró los ojos dispuesto a descansar, pero era consciente de que Chelsea seguía en lo suyo.
–Y… Ahora que lo pienso, ¿Qué estabas obteniendo por hacer tratos con Nathaniel cuando nos vimos? –preguntó con curiosidad, y con ganas de romper el silencio.
–Un rubí sangriento
Abrió un ojo y pudo notar efectivamente como tenía una piedra roja en la mano.
–¿Los rubíes sangrientos están hechos, literalmente, de sangre?
–No “están hechos”, sino que absorben la sangre para aumentar su poder y tener cualidades mágicas –explicó mientras sostenía el rubí del tamaño de un huevo de codorniz. Sí, se había asegurado de conseguirlo específicamente de ese tamaño.
–Ya que estamos con la experta, ¿los rubíes de sangre tienen un solo tipo de sangre o muchos?, ¿y qué pasa con la sangre que no es de color rojo?
–Hay dos tipos de rubíes sangrientos: los que tienen sangre de una especie, y los que tienen sangre de varias, y eso depende de la cualidad o fuerza que quieras. Y respecto al color, hablemos del caso de las ninfas y dríades, cuya sangre es verde; si un rubí absorbe su sangre conservará el color rojo natural de la gema, pero tendrá un brillo verdoso. Esto último –añadió Chelsea mientras ahora acercaba su rubí sangriento a la vela sobre la mesita de noche en medio de sus camas–, ayuda a saber si un rubí es mágico o no, solo ponlo para que le dé la luz del sol y soltará un brillo especial; si es de un color solo piensa en la especie con sangre de ese color, y si son varios tonos de rojo, como rojo brillante y vinotinto, es un rubí con varios tipos de sangre.
–Una cerveza por cada vez que dijiste rojo y sangre.
Chelsea lo miró mal.
–La próxima vez no te explico una mierda.
–Tranquila, era una broma, aunque decir “es broma” hace que suene como un insulto, en fin, el tuyo brilla de varios tonos así que tienes varias especies.
–Exacto, al menos no eres tan estúpido como pareces.
Caesar solo atinó a sacarle la lengua.
–¿Y qué hay de los dragones? Recuerdo que su color de sangre depende de su fuerza, los “normales” tiene sangre roja, brillante pero roja, mientras que los más poderosos tienen plateada, muy bonita, por cierto –mientras lo decía, Caesar recordó esa vez que en un mercado negro vio como un tipo vendía una botella, muy pequeña, de lo que se suponía era sangre plateada de dragón, y ésta brillaba como un prisma.
Y estaba a un precio increíblemente alto, pero era de esperarse con la gran dificultad de obtención de ese material.
–Si lo que tratas de preguntar es en cual categoría entra, es en la de una especie; ya que déjame recordarte, que cuando la sangre de dragón plateada entra en contacto con la “normal”, también de dragón, debido a la conexión de especie y su huella mágica, además de un método de defensa, torna a la otra también plateada.
–Así que el rubí brillará únicamente plateado.
Asintió con la cabeza mientras guardaba el rubí por fin, encajándolo entre la esmeralda y el zafiro.
–Ahora, por muy agradable que haya sido nuestra conversación, mañana saldremos de aquí lo más temprano posible. Nos dirigiremos a Ufrigus.
–¿Al país más helado de todo el continente, y posiblemente, del mundo?
–Recuerdo haberte prometido un excelente pago para que me acompañes en este viaje. Y he oído de islas más frías, señor marinero por pasión y mercenario nada más de nombre.
–Tú ganas, pero en el camino más te vale comprarnos unos buenos abrigos, mi piel chocolate es para el sol radiante, no el frío.
–Solo cállate y déjame dormir.
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–No quiero ir a Oravit –se quejaba Caesar con pasión, con ellos saliendo de la ciudad y tomando el camino directo a la frontera–, ese lugar es horrible, solo gente de la “nobleza”, tipos ricachones y corruptos, nadando en monedas de oro en la zona central, y todos los bordes del “reino” llenos de gente empobrecida y sobreviviendo a duras penas.
–A mí tampoco me gusta ese lugar, pero necesitamos pasar por ahí obligatoriamente para llegar a Ufrigus, usemos la ruta corta o larga.
–Pero para la ruta corta tenemos que pasar por la zona central –se quejó casi llorando.
–Caesar, tengo las mismas ganas que tú de ir allí, pero es necesario, tengo una informante en Uiyak, un pueblo que está en toda la punta este del continente, y no sé cuánto tiempo permanezca allí, así que tengo algo de prisa.
–Igual- espera, ¿una informante? –chilló– ¿Para qué quieres una informante? ¿de donde la sacaste de todos modos? –cuestionó en rápida sucesión.
–Esas son muchas preguntas –soltó una risa cuando vio la mueca de confusión de Caesar–. Primero, sí Cas, una informante, así se les dice a las personas que informan de algo a otras –el sarcasmo era notable en su respuesta–. Segundo, por el hecho de que no tengo ni idea de la ubicación de la isla, y, por lo tanto, la piedra. Esto no te lo había dicho, pero resulta que estaba en un mercado al norte de Eyxelwot volviendo de Pettigrew cuando me topé con este tipo al azar y terminamos conversando de leyendas, ya ni siquiera recuerdo cómo llegamos a ese punto, y al saber de mi afición por las gemas, me habló de una vieja leyenda trasmitida por sus antepasados, de una supuesta piedra capaz de deformar la realidad luego de absorber por milenios la magia ambiental de su escondite. Yo misma –le aseguró–, puedo confirmar que uno de los métodos para que una piedra se vuelva mágica es absorber la magia ambiental.
Chelsea pateó una piedra en el camino y tomó un trago de la cantimplora en su cadera.
–En fin, me pareció que no sería una locura intentar buscarla, después de todo las leyendas vienen de algún lugar; y el tipo me dijo que podría hablar con una prima suya que había decidido viajar por el mundo buscando desvelar el misterio de la ubicación de la isla, y que ella me ayudaría si se lo pedía, incluso me dio una carta para que ella supiera que esto no es ningún engaño. Lo que responde tu tercera pregunta.
–Y la prima se encuentra en Uiyak –concluyó Caesar.
–Exactamente, por eso necesito que usemos la ruta corta.
Caesar la miró con claras ganas de discutir, pero se dio por vencido.
–Está bien… –aceptó de mala gana.
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Aunque Caesar haya dicho eso, al viaje de tres días le siguieron largas horas de quejas incesantes, pero tenía una buena razón.
Oravit era un país creado exclusivamente por nobles, mercaderes ricos, y personas poderosas, de allí el nombre “Oravit”, que en otra lengua se traducía como “oro”. Los dichos nobles se pusieron todos de acuerdo para crear su propio paraíso de riquezas y placeres, construyendo la gran ciudad central llamada Pecunia en honor al primer y gran inversor del proyecto. Sin embargo, y contra sus deseos, los alrededores de la ciudad se llenaron de gente pobre, lo cual comenzó tras expulsar a un mercader que perdió su fortuna y ya no era “digno”, de vivir entre ellos. Para mantenerlos alejados mandaron a construir una muralla que rodeara toda la ciudad, por lo que ambos bandos se aislaron: ricos adentro, pobres afuera.
Chelsea y Caesar se encontraban prontos a llegar, medio día como mucho, pues cada vez veían a más carretas con mercancía por el camino.
–Muy bien –dijo Chelsea interrumpiendo su caminar un momento y jalando a Caesar a un borde del camino para no estorbar–, esto será rápido pues ya casi llegamos. La ciudad se llama Pecunia…
–Vaya nombre tan feo.
–…y absolutamente todos los habitantes están orgullosos de ella, así que, si te escuchan decir algo malo sobre su maravillosa ciudad dorada, se van a enfadar, y nosotros tendremos muchos problemas…
–No soy un niño Chel, puedo comportarme.
–…así que como Pecunia es demasiado grande para recorrer en un día, nos vamos a refugiar en el gremio que está justo en el centro, y saldremos al día siguiente para pasar la otra mitad de la ciudad…
–Igualmente nos toparemos con todos esos pavos reales pomposos.
–…y una vez hecho eso ya nos habremos librado en su mayoría de Oravit, y solo quedaría una pequeña caminata por la zona pobre del sur y estaremos en Ufrigus en menos de una semana.
–Sí, sí, lo que tú digas –Caesar movió la mano quitándole importancia al asunto y ya cansado de solo pensar en lo fastidioso de los siguientes días.
Él se puso en marcha, pero no pudo llegar muy lejos ya que una mano lo sujetó del cuello de su camisa y casi lo tira al piso.
–Y ni se te ocurra decirles “pavos reales” a algún noble, o yo misma te voy a matar antes de que ellos reaccionen.
Dicha su amenaza, ahora fue Chelsea la que emprendió el paso, dejando a Caesar murmurando cosas sobre “traición” y sobándose el cuello.
Como dijo Chelsea, no tardaron mucho en llegar a la entrada norte de la ciudad, y como iban a pie no tuvieron que hacer la larga cola de las carretas. Aunque sí tuvieron que pagar una considerable cantidad para que les dejaran pasar.
Mientras el guardia de turno anotaba sus nombres y contaba el pago asegurándose que las monedas no sean falsas, Caesar le susurraba a su compañera indignado por el precio para pasar por ese “lugarucho” y las exageraciones con las armaduras y armas de oro, que eran inútiles en una verdadera batalla y se romperían con un soplo de aire.
–Soy consciente de eso, pero mírale el lado bueno, si por culpa de tu bocota nos metemos en problemas, no nos será muy difícil defendernos y escapar –le guiñó un ojo para terminar su burla, y Caesar solo pudo bufar con molestia.
Ciertamente ese lugar lo tenía de malhumor. Y apenas habían llegado.
Tras pasar finalmente por la gran entrada del muro de piedra, hecho de ladrillos grises bastantes simples considerando a quienes pertenecía el lugar, la ciudad de mansiones doradas quedó a su vista en su máximo esplendor, literalmente. La luz del sol hacía resplandecer todos los adornos labrados de oro y piedras preciosas que decoraban Petunia.
Chelsea se lamentó en silencio por su vista adolorida, hecha para lugares oscuros y no para brillantes.
Y Caesar no se lamentó en tanto silencio.
–Por los antiguos, me voy a quedar ciego con tanto oro reluciente –se quejó con pasión, haciendo caso omiso a los ricos que lo miraban mal, quién sabe porqué.
–Ojalá tuviera unos lentes de sol…
–¿Lentes de sol? –volteo a mirar a Chelsea, que veía con el ceño fruncido el reflejo del sol en el techo de oro más cercano y murmuraba un “vaya desperdicio”.
–Sip, los enanos los inventaron, sirven para que al salir de las cuevas no se queden inmediatamente ciegos por el sol. En una ocasión me prestaron unos cuando nos topamos con ese monstruo brillante…
–¿Monstruo brillante? –preguntó con genuino interés.
–Te cuento la historia más tarde –respondió con una pequeña sonrisa.
Caminaron durante unas buenas horas yendo lo más recto posible hacia el gremio en el centro de la ciudad, ignorando las huellas de tierra que dejaban sus botas en los pisos de mármol blanco que por alguna razón cubrían el suelo de casi todo Petunia, incluyendo los exteriores, y que les ganaba miradas molestas de los habitantes, mas su atención siempre era robada por alguna escultura ostentosa o alguna persona con ropas extravagantes.
–¿Quién diablos pasea tan tranquilo con tanta ropa encima en pleno día soleado? –Caesar tenía sus ojos puestos específicamente en un hombre con, sin ninguna broma, tres chaquetas y dos abrigos encima, uno de ellos lleno de grandes plumas rosadas, sin mencionar las enormes botas con tacón de aguja llenas de brillitos.
Chelsea odiaba las botas con tacón de aguja.
–Las plataformas son mejores –murmuró ansiando que el tipejo se tropezara y estampara su rostro contra el suelo.
Pero lamentablemente no podían quedarse a esperar que sucediera. Por mucho que quisieran seguir sin más rodeo, ese lugar era un laberinto de mansiones enormes con cantidades absurdas de cristal, y los elaborados jardines de peonias constituían otro gran obstáculo en su camino.
–Me voy a reír mucho si algún día entra una bestia y rompe vidrio como si fuera papel –esta vez fue Caesar fantaseando con la idea, al tiempo que analizaba un pabellón hecho enteramente de cristal.
Solo los antiguos sabrían a qué hechicero le habían pagado para lograr esa hazaña.
–No me tientes –es todo lo que respondió Chelsea con una sonrisa maliciosa de solo imaginarlo.
Luego de muchas vueltas y recibir más miradas de la gente por su ropa simple, llegaron al gremio, que era igual de extravagante que el resto de la ciudad pareciendo un castillo en miniatura con, como no, techos de oro.
–¿Por qué diablos un gremio tendría puertas de madera blanca pulida? Eso se romperá al mínimo golpe. Un gremio está hecho para ser resistente, una fortaleza en casos de emergencia, esto es casi un insulto.
Y la molestia e indignación de Caesar solo aumentó al entrar y observar el piso forrado en terciopelo rojo. Por su parte, Chelsea hace mucho había decidido ignorar al mundo y centrarse en su misión.
Al menos el salón estaba casi vacío, por lo que fueron directos al encargado a pedir una habitación. Y cuando Caesar estaba poniéndose feliz al pensar en comer, el hombre odiaba a los nobles y sus demostraciones de riqueza, entró un viejo gordo al lugar, luciendo unos ropajes ridículos que lo hacían ver aún más gordo, gritando y exigiendo a alguien que tome un encargo en ese mismo momento. Algo sobre ser guardaespaldas durante una reunión y el resto del día. Chelsea estaba decidida a ignorarlo para subir a su cuarto y descansar sus ojos… Al menos hasta que escuchó sobre el pago. No la pueden culpar, la entrada a Pecunia le había costado bastante, y nunca se puede tener demasiado dinero.
–Acepto la misión –dijo lo más fuerte posible sin llegar a gritar, y acercándose al hombre que volteó a verla y la miró de arriba abajo.
Caesar por su parte, al escucharla aceptar, también volteó a mirarla tan rápido que le dio un calambre bastante feo en el cuello, pero no tanto como la perspectiva de ahora tener que trabajar con uno de esos tipos. Chelsea era su mejor amiga, pero aun así la insultó de mil maneras en su cabeza. De algún modo debía hacer uso del famoso vocabulario de marinero.
–No pareces una mercenaria –dijo el hombre con una mirada escéptica, y fijándose que ella no tenía ningún arma a la vista más allá de su cara de pocos amigos. Lo que no era una total mentira tampoco.
–Soy una bruja, eso le debe bastar, y mi compañero –señala a Caesar que sigue matándola con la mirada y arrojándole bendiciones en su mente–, sí es un mercenario, si eso le preocupa, así que estará muy bien protegido.
Ahora la mirada del tipo viajó a Caesar, que no estaba de buen humor, y junto a sus numerosas cicatrices y el gran sable afilado en su cintura, se veía bastante peligroso.
–Bien, hagamos ese estúpido papeleo de una vez para que comiencen su trabajo.
El hombre fue con el encargado a firmar y dejar el pago por adelantado, con Chelsea planeando cómo cumplir la misión sin sufrir las miradas asquerosas de los demás sujetos. Los ricos tenían una fama repugnante de creerse con el derecho de hacer lo que les de gana con quien les de gana, y Chelsea no se los iba a permitir.
–Tú… Tienes casi tanto dinero como uno de esos tipos, ¡¿Por qué carajos aceptaste?! –Caesar evitaba lo más posible las misiones con “gente importante” por múltiples razones, prefiriendo dormir en el bosque y comer insectos.
–Siempre es bueno tener un poco de dinero de respaldo en cada gremio por si lo necesito y no llevo suficiente encima, además que tener tu dinero separado en pequeños montones es una muy buena táctica anti robo, algo que estas personas no parecen entender.
–Sabes tan bien como yo que les darías una paliza antes de que siquiera te toquen un pelo.
Ella solo sonrió mientras se echaba el pelo a la espalda de un elegante movimiento.
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