Capitulo XX

Para la segunda mitad del día dejaron a Caesar ir de bar en bar tomándose hasta el agua de los floreros, donde se hizo amigo de algunos tanukis, incluyendo al que lo había arrojado al río una hora antes. Una historia para otro momento. Dejaron suficiente tiempo para ir por la nueva botella de vino de Chelsea, un frasco negro redondo con tapa roja, y aprovecharon para curiosear la casa de juego.
A diferencia de lo normal, no había ninguna regla en contra de hacer trampa, al contrario, lo alentaban. El más creativo, mejor tramposo y mentiroso ganaba. Chelsea y Caesar esta vez no se sorprendieron mucho cuando Hemdu ganó juego de cartas tras juego de cartas. Supuestamente hacía trampa, pero no tenían ni la más remota idea de cómo. Caesar probó suerte con la ruleta, y huyó antes de quedar en bancarrota, para acosar a Chelsea que a su vez acosaba a Lucy, que había sido dejada libre para explorar el gran salón sin ventanas mientras su dueño vaciaba las carteras de sus contrincantes.
–Cada día me sorprendes más –silbó Caesar tambaleándose por el camino y mirando la recién llena bolsa de dinero de Hemdu con un ojo y a la luna ascendiendo en el cielo con el otro.
–Una habilidad muy útil en mi línea de trabajo –respondió el asesino, pesando con la mano su bolsa y asintiendo contento, con una Lucy ronroneante apoyada en su hombro.
–¿Cuál es la siguiente parada? –preguntó Caesar una vez que llegaron a su habitación en la posada.
–El quinto distrito, que también es el distrito central de Saniese –respondió la bruja–. Puede que Hemdu haya rellenado su bolsa, pero la mía sigue más vacía de lo que me gustaría. Y al ser solo un gran gremio para toda la nación, debe haber todo tipo de misiones.
–¿El gremio de Saniese es uno “general” que acepta gente de cualquier tipo de gremio y lugar? –inquirió Hemdu, tocando el interior de su chaqueta para confirmar que el broche en forma de daga con sangre, que lo identificaba como miembro oficial del gremio de asesinos, seguía allí. Tenía un encantamiento para no poder perderse y siempre estar pegado a su dueño, pero nunca estaba de más la precaución.
–Lo es –Chelsea acarició el pendiente de hilos de plata que colgaba de una de sus orejas, su señalización como bruja de los gremios mágicos–. Y escuché que tiene las misiones divididas justamente por las habilidades del que se acerque. Si tú vas te van a mostrar misiones de asesinato; si yo voy será algo relacionado con magia; y si Cas va serán cosas relacionadas a la fuerza física, de forma resumida.
–Es lo que más les conviene –murmuró Caesar, jugueteando con el collar de hilo negro y colgante de metal de un puño atado a la empuñadura de su sable–. Y como somos un grupo variopinto nos deben dar una buena misión.
–Ujum. Tengan sus identificaciones a mano.
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Salieron bien temprano de su rincón en la posada y fueron directos al distrito central, felices de que no tuvieran que cruzar todo el distrito tanuki y tan solo doblar por un par de calles. A medida que se acercaban al arco de cambio de distrito, comenzaban a escuchar múltiples tintineos musicales, y fue cuando pasaron debajo de la señal que notaron las campanas de viento, fuurin, colgando de los bordes bajos del arco. Chelsea, amante de las cosas bonitas, se montó sobre los hombros de Caesar para poder ver las campanas de cerca, pues cada una tenía un diseño diferente, y el trozo de papel que colgaba de su interior también variaba su apariencia, algunas con frases y otras con dibujos. Tras un rato entraron finalmente al distrito como tal, para sonreír ante los miles de fuurin colgando de ventanas, arboles, puertas y más arcos. Iban desde cristal, metal y cerámica, hasta materiales que no habían visto nunca, y debían ser creación de los yokai. 
Hablando de los yokai, no había alguna especie que sobresaliera entre las demás notablemente, y cuando Chelsea revisó su mapa, se confundió al ver que su actual ubicación aparecía señalada como “Distrito del Gashadokuro”.
–¿Gasha- Qué? –preguntó Caesar desde su hombro, también mirando el mapa.
–¿Solo hay uno? –agregó Hemdu desde el otro lado de la bruja.
–Aparentemente. No recuerdo haberlo visto en el folleto –rebuscó entre sus cosas hasta encontrar el folleto sobre los yokais que habían conseguido a su llegada a Saniese. Bajó el dedo murmurando para sí mientras lo buscaba, hasta que Caesar, lector rápido, señaló el nombre que tanto buscaban. Leyeron en silencio al mismo tiempo, ignorando las miradas extrañadas de la gente que pasaba a su alrededor, y luego se miraron entre sí como para confirmar que habían leído lo mismo correctamente.
–¿Qué dice? –cuestionó Hemdu, lamentando solo haberse molestado en aprender a leer Moboliano, que no era un idioma muy popular.
–Bueno… –Caesar hizo algunas muecas, sin estar muy seguro–. Es un esqueleto gigante.
–Para empezar –murmuró Chelsea, releyendo la larga descripción en voz alta–. Es un yokai, aparentemente único, que adopta la forma de un esqueleto gigante y es quince veces más grande que un humano promedio…
–Curiosamente el tamaño estimado de la pagoda central –aportó Caesar.
–Aún no llegamos allí Cas, no te adelantes. Ajá, supuestamente fue creado de… –acercó más la cara al folleto, parpadeando un par de veces y entrecerrando los ojos antes de seguir–… las almas que quedaron rondando en los huesos acumulados de personas que murieron sin ser enterradas, además de fortalecerse de las energías residuales negativas.
–Deberíamos llamar a Saniese el continente de los terrores –volvió a hablar el mercenario, ganándose una mala mirada de los nativos que pasaban cerca y lo oyeron hablar.
–Ya hay un distrito de los terrores. En fin, siguiendo con el Gashadokuro…
–¿Todavía hay más? –Hemdu estaba casi seguro que los demás yokais del folleto no tenían información tan larga y especifica.
–Es algo así como un dios de Saniese, de cierta forma –respondió a la pregunta no dicha–. Deambula después de medianoche…
–Ya aprendimos la lección de no estar fuera de noche –se quejó Caesar, con Hemdu moviendo la cabeza afirmativamente.
–…agarrando a los viajeros solitarios y mordiéndoles la cabeza para beber su sangre.
–Ah…
Los dos hombres se miraron desde la espalda de la bruja y comenzaron a hacer señas y muecas pensando como irse lo más pronto posible de ese distrito. Lo que significaba que si seguían el plan de su compañera debían hacer alguna misión que pagara muy bien muy rápidamente. Aunque preferiblemente que los llevara lejos.
–Posee los poderes de invisibilidad e indestructibilidad –al ser de piel bastante oscura, era fácil notar cuando Caesar palidecía, y por una vez no objetó cuando le pusieron a Lucy en brazos, a la que sostuvo con firmeza y, de forma distraída, empezó a entender porqué Hemdu era tan aficionado a cargarla–. En la mano derecha lleva una campanilla que inconscientemente hace sonar, y la única forma de huir de este yokai es escuchando la campanilla y esconderse donde no te pueda ver.
–Hay un problema con eso –notó rápidamente Hemdu.
–¿Cuál? –preguntó con voz ahogada Caesar.
Sin decir nada, el asesino señaló a su alrededor a las miles de campanas de viento a su alrededor, que seguían tintineando alegremente incluso sin necesidad de un viento fuerte.
–Mierda.
–Es tan fácil como no estar fuera de noche –Chelsea dio por zanjado el asunto y fue directa a buscar el gremio, con Caesar mirando cauteloso a su alrededor y Hemdu disfrutando la vibra refrescante del distrito.
Para ser el distrito central, no estaba tan lleno como los anteriores, y abundaban las casas residenciales. Para ser tan aterrador, el Gashadokuro era un buen guardián. Y para ser comparada con el gran yokai, la enorme pagoda central no le tenia nada que envidiar. Desde que estaban en el distrito tanuki podían ver claramente la pagoda más grande que habían visto, e iban a ver, en su vida. El edificio era igual a sus pares más pequeños, solo que multiplicado. El sol hacía resplandecer los adornos en oro desde lejos, y cada esquina de cada techo tenía una gran campana de viento del tamaño de una cabaña pequeña. Que según Caesar debían ser del esqueleto monstruoso.
–A lo mejor las cambia según su humor.
Las calles allí eran más amplias, y descubrieron que, de hecho, el gremio de Saniese ocupaba la planta baja de la pagoda central.
–Aún no veo la punta de la pagoda y ya me duele el cuello –dijo Caesar mirando hacia arriba.
–Entonces no lo veas –habló tan amorosamente Chelsea.
Entraron y, para la paz y felicidad del mercenario del grupo, la zona del gremio estaba bien construida y protegida, con madera más resistente que la común, junto a ese curioso material blanco brillante que había visto en algunas campanas de viento, y numerosos yokai de todo tipo descansando en cada esquina y apoyados en pilares. No era estúpido, sabía que eran vigilantes. Después de todo, el esqueleto gigante no tenía porqué preocuparse de cada mínimo problema. Siguiendo esa línea de pensamiento, Caesar notó, al verlas de cerca, que las ventanas tenían una capa que impedía a los seres de afuera mirar al interior.
–Debe ser por el Gashadokuro –habló Hemdu de repente, sobresaltando al mercenario.
Chelsea fue directa al tablón de misiones, que ocupaba toda una pared, con Caesar y Hemdu siguiéndola distraídamente para mirar a los yokai. Reconocieron fácilmente a dos kitsune, nunca se molestaban en esconder sus orejas y colas; en las mesas esparcidas por la habitación notaron a un tanuki que hablaba con lo que parecían ser mercenarios extranjeros; sobre unos salientes en los cuatro pilares principales que sostenían el edificio, vieron a grandes hombres de alas negras con máscaras rojas de largas narices vigilando, cada uno con una espada al cinto, y con la releída que dieron hace poco al folleto, Caesar recordó que se llamaban Tengu; un tipo pequeño con un ojo y una gran lengua se sentaba en la recepción, pero ni Caesar ni Hemdu recordaban su nombre; cerca de la pequeña cafetería descansaba una criatura verde que reconocieron como un kappa, aunque estaba muy lejos de su distrito. Todo eso fue con una mirada rápida, y eran conscientes de que debían haber más yokais en la zona, pero se camuflaban con una apariencia sencilla.
–Conseguí una misión –dijo Chelsea de repente detrás suyo, asustando a Caesar y haciéndolo soltar a Lucy, que le siseó por la grosería y saltó a Hemdu antes de dejarse caer en sus hombros como una bufanda, justo como aquella vez en la cueva en Ufrigus–. Al parecer lleva mucho tiempo aquí, y es que ni los ninjas-
–¿Ni los ninjas? –preguntó Caesar con confusión.
–Eres el trotamundos del grupo, deberías saber de los ninjas
–Claro que los conozco, incluso tengo uno de amigo que fue de polizón un tiempo en aquel viaje al Mar Morado, se llama Killua, te llevarías bien con él, Hemdu, pero me sorprende que no hayan podido completar la misión, son tipos muy hábiles y sigilosos.
–Uno de los favoritos de mi gremio es un ninja –aportó Hemdu–. Una vez me lanzó un shuriken porque me senté en su puesto favorito.
–¿Pero los ninjas no tienen su propio gremio como todos los demás? –esta vez fue Chelsea quien preguntó.
–Claro que sí, pero no hay ninguna ley en contra de estar afiliado a varios gremios –respondió el asesino, orgulloso de ser quien aportara información general por una vez–. Si tú o yo quisiéramos, podríamos unirnos al gremio de mercenarios sin problema, es el único que no requiere entrenamiento especifico o habilidades especiales, solo alguien dispuesto a realizar misiones por un precio.
–Necesitas salir más de las cuevas, Chel –se burló Caesar, ganándose de ella que le sacara la lengua y el dedo medio.
–Entonces, la recompensa para completar la misión es bastante elevada, y ya no ponen pegas por quien la quiera tomar porque están desesperados –continuó la bruja–. Supuestamente en uno de los barcos de mercancía llegó un cambiaformas, y ha estado causando problemas, incluso se hizo con algunos yokais problemáticos como esbirros.
–Espera –Caesar tomó la hoja de misión que sostenía Chelsea–. ¿Un cambiaformas?
–¿No estaban extintos? –preguntó Hemdu inclinando la cabeza para ver la hoja que sostenía su compañero, a pesar de saber que no lo podría leer.
–Bah, siempre que dicen eso es mentira –exclamó Chelsea–. Literalmente han dicho lo mismo de los dragones como cinco veces, y ellos andan muy felices con casi todo un continente para ellos solos.
–Bueno, eso sí es cierto –concordó Caesar–. Todos los años sale un mito de extinción de alguna especie, solo que el caso de los cambiaformas es más… profundo.
–Son muy raros, no tienen una tierra específica, y realmente no se sabe que es uno hasta que cambia directamente frente a los ojos de alguien –relató Chelsea, rememorando su clase de bestias hace tantos años en el colegio–. Según el recepcionista le han visto cambiar en varias ocasiones, aparentemente le parece divertido que todos sepan lo que es, y prefiere las formas de elefante, hurón, ballena- Le han visto seguido en los distritos exteriores, los que forman la península –respondió ante la ceja alzada de su mejor amigo–, tiburón, e incluso fénix en una ocasión.
–Debe ser poderoso como para hacer eso –supuso Hemdu.
–Ujum. Supuestamente el ultimo avistamiento fue cerca de aquí, en el distrito administrativo, en forma de un sabueso espectral. La hoja de misión incluye cartas para un pase rápido al distrito, ya que como manejan tantos documentos importantes allí, no confían en dejar a los extranjeros pasear libremente.
–Genial, vamos –Caesar comenzó a caminar hacia la salida hasta que frenó de repente y volvió a Chelsea–. Ahora que lo recuerdo, ¿no tenías que venir aquí para la misión? Ya sabes, la nuestra, con la piedra mágica, la isla misteriosa y eso.
–Ah… –Chelsea se quedó quieta un momento, sin saber qué hacer, hasta que su mirada cayó en Hemdu, que la veía con una ceja blanca levantada desde su posición ligeramente atrás del mercenario. Chelsea seguía olvidando que Hemdu era mucho más inteligente de lo que parecía. Probablemente solo se hacía el tonto la mayoría del tiempo por diversión. Ella le negó con la cabeza con la mayor sutileza posible y él se encogió de hombros–. Ya tengo la información que necesitaba.
–¿La cuál es?
–Te explico cuando terminemos la misión y yo tenga la recompensa a salvo en mi bolsa.
Se fue a la salida y los esperó moviendo de forma inquieta el pie.
–Mujeres –le susurró Caesar a Hemdu–. Quién las entiende. Y más si son brujas.

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