Capitulo XVIII

Aún sin bajar del barco, el grupo miraba maravillado la ciudad portuaria a donde habían llegado. Según un letrero cercano escrito en letras grandes y numerosos idiomas para los viajeros, la zona se llamaba “distrito felino”, sea lo que sea que signifique eso. Aunque si se topaban con muchos gatos, tanto Chelsea como Hemdu iban a ser muy felices. Directamente frente al largo muelle de madera con espacios para cada barco, pequeños puestos de comida y artesanías cubrían toda la costa, con los primeros edificios reales apareciendo tras suyo en forma de almacenes y restaurantes, todos con la arquitectura característica de Saniese: minuciosos detalles en cada tablón de madera, habitaciones abiertas al aire libre y por lo tanto iluminadas de forma natural, estructuras sencillas pero hermosas, y no podían faltar las linternas de papel y los móviles de viento colgando de cada esquina de los techos. Tras la primera línea de edificios se alzaba una gran pagoda, tan solo la primera de muchas que se observaban hasta donde les alcanzaba la vista. Y todo eso era tan solo la arquitectura. Los nativos representaban una atracción aparte.
Saniese era una nación muy curiosa, pues no estaba en uno de los extremos comunes donde o es habitada únicamente por humanos, sean mágicos o no, o es habitada por criaturas mágicas de una raza especifica. Saniese mezclaba ambas en todos los sentidos, con una cultura muy rica y amplia. Desde el inicio de su civilización, los yokais estaban allí. Fueron ellos y su parte de dioses antiguos quienes crearon a la hoy conocida tierra de los espíritus. No confundir espíritus con muertos y demonios, o podrías terminar en Dish-a por accidente.
Los yokais, nativos de Saniese, eran una criaturas extrañas y curiosas. Espíritus que variaban entre aspecto humano y animal, santo o demoniaco. Ninguno era igual que el anterior, y la palabra “yokai” era tan solo un término paraguas para abarcar a criaturas tan variadas. Podían nacer simplemente de un animal común y corriente con aptitudes mágicas, como los zorros y su evolución a un kitsune, o provenir de un humano que murió de alguna forma específica, como las yuki-onna, mujeres de las nieves que en su vida pasada murieron congeladas. Incluso, y poco conocidos, existían yokais nacidos de un objeto común y corriente que había obtenido conciencia tras más de un siglo en uso.
Ni los esfuerzos compartidos de Chelsea, Caesar y Hemdu, serían suficientes para conocer todos los tipos de yokai. Probablemente solo los propios espíritus sabían la magnitud de su especie.
El silbido del barco los trajo de regreso a la realidad, y con solo poner un pie en tierra, Chelsea sintió una fuerte oleada de magia cubrirla. No importa que no la pudiera absorber, tanto tiempo trabajando con piedras mágicas había activado sus receptores mágicos y la había vuelto sensible a su energía, y las bases mismas de esa tierra estaban rebosantes de magia.
–Una bruja normal podría tener un colapso por sobrecarga de magia al llegar aquí –murmuró para sí misma.
Los humanos nativos de Saniese no se quedaban del todo atrás, con sus elegantes ropas y bellas facciones, eran el terror de los concursos de belleza de los otros continentes. Caesar miraba con ojos brillantes a un grupo de mujeres en kimono que pasaron frente al muelle entre risas y abanicándose con elegancia, y luego se volvió a unos hombres fornidos en yukata que se acercaban al barco para bajar la mercancía, y no pudo evitar suspirar con una sonrisa tonta.
–Chelsea, creo que me voy a mudar a Saniese –dijo con voz soñadora.
–Podemos discutirlo luego –habló con voz un tanto desapegada, tratando de abarcar con la vista todo lo posible–. Vamos a necesitar un libro sobre yokais si vamos a estar un tiempo por aquí. Hemdu, ¿puedes…?
Chelsea se detuvo al mirar a su lado y no ver a su otro compañero.
–¿Hemdu?
Su llamada sacó de su ensoñación a Caesar.
–¿Y ahora dónde se metió? Lo peor es que era él el que decía que no nos debemos separar en tierras extrañas –bufó con algo de diversión.
Fueron hasta los puestos frente al muelle preguntando por su compañero perdido.
–Hola, disculpa, ¿has visto a un chico de mi edad, de esta altura y pelo blanco? ¿No? Está bien, disculpe las molestias.
–Buenos días, bellas damas, ¿alguna de ustedes ha visto a un hombre joven de cabello blanco y ojos verdes por aquí cerca? También tiene un gato ¿No? Una lástima, disfruten su paseo.
Trataron de no alejarse mucho del muelle por si Hemdu volvía, pero luego de una hora de infructuosa búsqueda, renunciaron a hallarlo allí. Chelsea y Caesar discutían qué hacer cuando alguien los llamó.
–¿Buscan a un niño de pelo blanco acompañado de un gato también blanco?
Voltearon sorprendidos en busca de su interlocutor, y no vieron a nadie, hasta que miraron hacia abajo. Sentado a sus pies, había un gato negro que a primera vista lucía normal, hasta que meneó sus colas. Sí, correcto. Colas, en plural.
El nekomata, yokai felino de dos colas, les volvió a hablar.
–Quiten esas caras de sorpresa, ni siquiera soy el yokai más interesante que ronda por aquí –lamió su pata mientras hablaba, y de alguna manera aún se le entendía–. Volviendo al asunto, el muchacho que buscan está en el santuario a tres calles de aquí, frente a la posada Wildke. Su compañera me pidió avisarles, dijo que a su humano le agradaba viajar con ustedes y se iba a poner triste si se separaban –pasó su pata por su cabeza y movió una oreja–. Con eso termina mi mensaje, buenas tardes.
Y antes de que pudieran decir algo, en un parpadeo el felino desapareció entre la marea de gente, siendo imposible buscar a la altura del suelo con tantas personas caminando de un lado a otro.
–Uh… –Caesar miró a Chelsea, y ella le devolvió la mirada, compartiendo el mismo desconcierto–. Supongo que no perdemos nada yendo a revisar. Y en todo caso llegaremos a la posada.
–Supongo… Y tú que te quejabas de las dríades y su forma de actuar.
Caminaron sin mucha prisa, pidiendo indicaciones de vez en cuando para verificar la ruta, y todos los puestos de comida por los que pasaban les hacían agua la boca, pero tenían un asesino amante de los gatos que encontrar primero. A Caesar le agradó de sobremanera el hecho de que la mayoría de las personas pudieran hablar varios idiomas, acostumbrados a los turistas, ya que así no tendrían problemas con la comunicación pues su Saniesel no era muy bueno, y en definitiva era incapaz de leer sus símbolos. Hasta el Pettig era más legible, y para su buena mano con las artesanías, los enanos tenían una escritura terrible, como zarpazos de dragón.
Mantuvieron el ojo atento por si veían a otro yokai, pero o se camuflaban muy bien, o estaban más dentro de la nación, lejos del muelle principal turístico, y esas sospechas se confirmaron al encontrar un mapa y ver como el país se dividía en quince distritos. Obviamente Chelsea compró uno, no sería bueno si terminaban por accidente en zona de oni, yokais demoniacos y peligrosos con apariencia de ogro, o en el distrito de los terrores, con yokais no muy amables.
La posada Wildke resultó ser la pagoda que habían visto al llegar, y como Chelsea no puso trabas, Caesar les reservó una habitación para pasar la noche a pesar de que aún era temprano por la tarde. Desde la entrada veían un arco torii, una puerta tradicional que iba frente a los santuarios y simbolizaba la transición de lo mundano a lo sagrado. O eso decía el folleto que les dio un tipo al acercarse. Pasaron por el camino bordeado de arbustos y cerezos en flor, mirando curiosamente las numerosas estatuas gatunas.
–Este templo debe estar dedicado a los gatos –especuló Chelsea.
–Lo está –confirmó un hombre sentado en el inicio de las escaleras que llevaban al edificio principal y el santuario como tal, saludándolos tranquilamente con la mano.
–¡Al fin te encontramos! –le gritó Caesar a Hemdu, señalándolo con el dedo y capturando la atención de los demás turistas– ¡¿Dónde diablos estabas?!
–Me perdí.
–¡¿Eso es todo lo que vas a decir?!
–¿Y Lucy? –preguntó Chelsea por otro lado, con mucha más tranquilidad– No la veo en tu capucha, y en todo el tiempo que hemos estado juntos nunca se aleja mucho de ti.
–Sí… Cuando llegamos aquí ella simplemente saltó de la capucha y salió corriendo –comenzó a explicar, retorciendo con sus manos el borde de su chaqueta y mirando atentamente un arbusto lleno de flores rojas–, y yo la seguí antes de pensar en avisarles, para cuando lo recordé ya me había perdido, y terminamos en este santuario…
–Un nekomata nos encontró y nos dijo que viniéramos, sobre que tu compañera se lo pidió –volvió a hablar la bruja, con los brazos cruzados y alzando una ceja.
–Eso es lo otro. Los gatos de aquí, los yokai, se pueden comunicar muy bien con Lucy, todos son gatos, al fin y al cabo, y me “tradujeron” muchas cosas.
Caesar y Chelsea tomaron asiento en los escalones, curiosos por lo que les iba a contar Hemdu.
–Me dijo que había venido aquí porque sintió una especie de conexión con la magia del lugar –habló lentamente, escogiendo sus palabras con cuidado–. Se disculpó por separarme de ustedes, y le pidió a uno de los nekomatas que los buscara. Me agradeció por todo lo que he hecho por ella –contó con una sonrisa–, y me dijo que también me quería mucho.
Chelsea soltó un largo “awww”, feliz del amor correspondido entre Hemdu y Lucy.
–Oh, y Caesar –se dirigió al mercenario–, ahora Lucy me confirmó que lo que le hizo la bruja de Eliecer a sus ojos sí la ayuda a “ver” mejor, y le es fácil notar las auras.
–Y eso es tu respuesta a mi escepticismo tiempo atrás en Ufrigus, ¿no? Bien, admito mi derrota.
Antes de seguir hablando, un grupo de gatos bajó por las escaleras, saliendo del interior del santuario, liderados por Lucy, que fue directa a acostarse en el regazo de Hemdu y maullarle como saludo.
–Hemdu –llamó uno de los nekomatas, el que parecía ser el líder por su posición central–, siempre es agradable conocer a un humano respetuoso de nuestra especie, y en nombre de los nekomatas y bakeneko, te agradecemos por acoger con tanta alegría a nuestra pariente perdida. Que nos volvamos a encontrar.
Y se fueron.
–Todo esto es muy extraño –murmuró Chelsea, recibiendo un asentimiento de Caesar.
–¿Sabes qué? Vamos a la posada, llevo demasiado tiempo sin darme un baño decente y debo tener kilos de sal en el cabello.
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–¡Chelsea, ya me están creciendo las raíces negras!
Les llegó a Hemdu y la mencionada Chelsea el grito de Caesar desde el baño.
Habían vuelto a la posada y descubrieron que, de hecho, fue una gran sorpresa, todo el mobiliario era Saniesel, es decir, nada de sillas y muebles altos ni camas. Solo cojines para sentarse y futones para dormir. Tuvieron que preguntar por habitaciones decoradas al modo de su continente natal, porque al menos esa primera noche, querían una buena cama donde caer. Y aunque tuvieron que pagar unas monedas más, la consiguieron.
–Pues píntatelas –le respondió la bruja sin prestarle real atención, muy ocupada ordenando sus cosas desde el centro de la gran cama hasta que vio la cara de confusión de Hemdu–. ¿No sabías que Caesar se tiñe el pelo? Vamos, con ese tono de piel oscuro no es común ser rubio.
–Hay personas con muchas apariencias… –se defendió.
–Buen punto, pero el tono natural de Caesar es negro. Cuando éramos niños siempre se quejaba de que era muy oscuro, y si de paso se ponía ropa oscura, todo él iba a parecer una mancha negra –allí ambos no pudieron evitar soltar una risa, ignorando el chillido indignado de Caesar–, y como yo iba seguido con mi papá a la ciudad, decidí buscar una peluquería que hiciera trabajos del tipo. La siguiente vez papá y yo nos llevamos a Cas, y volvió a brazos de su mamá con el pelo rubio. Está de más decir que le encantó, y luego de un tiempo yo misma aprendí a preparar el tinte tras hacerme amiga de la bruja peluquera, sí, era una bruja, es Wulkow, ¿qué esperabas?, y le enseñé a aplicárselo.
–Pero me gusta más cuando me lo aplicas tú –decía el mercenario mientras salía del baño con una botella de lo que Hemdu supuso sería el tinte en la mano–. Además de que llegas a los lugares mejor, y no me tengo que partir el cuello o hacerme doler los ojos con el espejo.
Chelsea le giró los ojos, pero igualmente fue a ayudarlo, y Hemdu se sentó cerca a observar mientras acomodaban todo. Les iban a cobrar caro si dejaban manchas de tinte imposible de lavar en el mobiliario.
–Pero si llevaban un tiempo sin verse, ¿cómo mantenía el pelo rubio?
–Yo le enviaba tinte –respondió Chelsea con los guantes puestos y la brocha en la mano–, conozco mensajeros de confianza que se aseguran de que le llegue.
–Sí, sí, mucha charla, vamos, quiero volver a ser rubio –interrumpió arrastrando una de las sillas de la mesa.
–Deja el apuro –lo regañó–. Ah, ya que estamos –giró buscando a su otro compañero, que observaba desde la acolchada alfombra que cubría el piso, no pudiendo moverse con Lucy tomando una siesta en sus piernas–, ¿no te gustaría pintarte el pelo, Hemdu? Puedo hacer muchos colores. Y como tu cabello es blanco, el tinte se pegará más rápido.
–Uh… no estoy seguro.
–Ni siquiera tiene que ser todo, solo un mechón –aportó, curiosa por poner sus manos en la nube esponjosa que su compañero lucía por cabello.
–…está bien, ¿tienes turquesa?

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