Capitulo XVI
Las vacaciones en Isla Amatista se cumplieron sin ningún ataque pirata o algún problema mayor al hecho de que Lucy se subiera a un árbol extraño y luego no supiera como bajar, y disfrutaron de la gran energía de la trilliza residente.
También se fueron con un nuevo y no realmente necesario conocimiento en aves, pero no es como que se pudieran quejar.
Amatista los despidió en el muelle y les dijo que conservaran una pluma de sus compañeros temporales como recuerdo, además de advertir que quizá no verían a Esmeralda al llegar porque era una mujer ocupada, pero finalmente haría tiempo.
El viaje en barco fue rápido, solo un par de días, y el grupo aprovechaba sus mini vacaciones cada uno a su manera, aunque en sus viajes por mar descubrieron un pequeño juego que los tres disfrutaban: cartas. Un simple juego de cartas se volvía torneo con ellos, y siendo cada uno frecuente de lugares diferentes, juntaban muchos modos de juego muy curiosos. Aunque todos concordaron en eliminar la regla de apuñalamiento incluida en uno de los juegos que Hemdu aprendió en el gremio de asesinos.
–Siento que el tiempo ha pasado volando desde que llegamos a las Islas Hermanas –opinó Chelsea tras su mazo levantado, tratando de analizar la cara de póker perfecta de Hemdu y desentrañar sus secretos.
–Concuerdo, luego de los piratas todo fue un pestañeo –habló Caesar, también mirando fijamente a Hemdu.
–Las hadas eran muy bonitas –dijo el tan acosado, más pendiente de Lucy acicalándose en su regazo, que de las cartas de su mano.
–Un enjambre entero le cayó encima para curarlo cuando el muy idiota se cortó –lo delató Caesar a Chelsea.
–No sabía esa parte…
Antes de que pudiera decirle algo más, el asesino mostró su mazo y declaró con calma.
–Escalera real. Gané.
–¡Hijo de puta!
Caesar lanzó sus cartas con rabia a la mesa mientras Chelsea suspiraba con decepción y apoyaba la cabeza en el respaldo de su silla.
–No entiendo cómo lo haces, ni siquiera parece que hagas trampa, me haces dudar de todo.
–¿Lo siento? –y recogió el montón de caramelos de miel y monedas que había ganado, comiéndose uno directamente.
Una cantidad innombrable de juegos más tarde, y las bolsas de Chelsea y Caesar un poco más ligeras, llegaron a la ultima de las tres islas, Isla Esmeralda.
Por su nombre, esperaban encontrar la temática verde, y ciertamente no se equivocaron, pero eso no era lo que hacía destacar a la isla, no. Lo que verdaderamente los dejó boquiabiertos, fueron los numerosos puentes y caminos colgantes que conectaban un gran bosque de arboles gigantes, de troncos más gruesos que una casa.
–Por los antiguos… –murmuró Caesar maravillado– ¿Estamos seguros de que no volvimos a Elfheim por accidente?
–Muy seguro –respondió una dríade que se les acercó en cuanto pusieron pie en tierra–. La señora Esmeralda se haya ocupada, pero nos dio indicaciones de guiar a un trio de viajeros.
–Esos somos nosotros –habló Caesar con nervios, que la dríade notó.
–No te preocupes, aquí acostumbramos a tratar con humanos, a diferencia de nuestras primas de la tierra de los elfos. Ninguno terminará convertido en fertilizante a menos que hagan algo malo. Se instalarán en mi árbol, sus habitaciones están listas, síganme.
Mientras subían por una escalera de caracol alrededor de un árbol, la dríade les habló de cómo, al estar encargada de las relaciones políticas, Esmeralda se centraba en hospedar a gente importante en sus casas en los árboles, y no tenían tantas actividades como las otras islas, más allá del obvio laberinto de caminos y puentes entre las ramas del gran bosque.
–Si se aburren pueden pasear por los puentes y explorar los árboles, también hay una zona de juegos cerca del centro. Fue hecha inicialmente para los hijos de los nobles y comerciantes, pero a todos les gustó por lo que fue ampliada –pasaron por varios puentes y vieron zonas con hamacas, mesas de té y cojines en las copas de los árboles, con las hojas cumpliendo el papel de paredes y techo, y las flores con hadas en su interior de linternas–. Hay algunas hadas por aquí, traídas por lady Ruby en sus visitas, y un aviario en la casa de la señora Esmeralda, donde mantiene las aves mensajeras de la señorita Amatista.
Por su lado pasó un grupo de nobles guiados por otra dríade, quien se detuvo a hablar con su hermana.
–La señora Esmeralda se liberará pronto, los espera en el jardín blanco en una hora –y siguió su camino.
Su dríade guía los llevó a sus habitaciones dentro de su árbol para que supieran el camino, y varios otros árboles más tarde, bajaron por un gran tronco para pisar tierra firme y entrar a un delicado jardín de flores blancas, donde en medio de una bonita mesa de madera también blanca, los esperaba la última de las trillizas. Si Caesar se sentía bajo al lado de Ruby, entonces ahora se sentía como un enano junto a Esmeralda. La dama llevaba vestido como sus hermanas, y su tatuaje de contrato con las dríades se mostraba en forma de vides creciendo por sus brazos y piernas. Su cabello verde oscuro se mantenía recogido en un elaborado tocado de trenzas sobre su cabeza, y la joyería floral que portaba enamoró a Chelsea.
Sin embargo, no fue ella quien llamó la atención de la bruja menor, sino la mujer parada a su lado. Y es que Chelsea podía sentir la magia de la naturaleza emanar de ella, pero no era una ninfa. La mujer tenia el pelo corto, con sus rizos oscuros apenas rozando su barbilla, y todas las ninfas tenían pelo largo. Todos saben que el cabello es sagrado para las ninfas, el largo ayuda a determinar su edad, y para que no les estorbe se hacen intrincados peinados, De allí que las mejores peluqueras y estilistas sean ellas. Pero para confundir a Chelsea más, sentía magia de hadas provenir de la mujer también. Pero no podía ser… ¿o sí?
–Un placer conocerlos –habló Esmeralda con voz suave y elegante, interrumpiendo sus pensamientos–. Desde que Ruby me habló del incidente más reciente con los piratas, les quería agradecer. Ella sola se las podría haber arreglado como de costumbre, pero ustedes facilitaron la situación y le avisaron antes de que pudiera pasar algo malo.
–Fue un placer –respondió Caesar haciendo una reverencia con una sonrisa picara en los labios–. Vinimos a las islas para pasar unas rápidas vacaciones antes de seguir nuestra misión, y debo decir que son lugares encantadores –y fiel a su personaje, le guiñó el ojo a la mujer misteriosa, que parecía dudar entre si sonrojarse o rodar los ojos.
–Disculpa… –Hemdu habló en voz baja, pero como estaban lejos del resto de las personas, lo pudieron escuchar con facilidad– ¿Qué tipo de ninfa eres? –le preguntó a la mujer directamente–. Te sientes como un hada, pero no luces como una.
La mujer miró a su jefa, como preguntando si podía hablar, y Esmeralda le dio permiso.
–Es porque soy ambas, soy mitad hada mitad ninfa –como pequeña demostración, juntó sus manos y de ellas creció una margarita feérica, un tipo que solo las hadas podían hacer crecer.
–¿Se puede ser mitad hada mitad ninfa? –cuestionó Caesar–. Nunca había oído sobre eso, y he ido a casi todas partes.
–Es algo muy raro –concordó Esmeralda–. Saben que las ninfas son espíritus de la naturaleza, ¿no? Y por lo tanto nacen cuando el espíritu de una mujer fallecida se llena de magia de la naturaleza. Y a su vez, las hadas nacen de la misma magia en su estado más puro al reunirse en el capullo de una flor. Lo que sucedió con Lea aquí presente, es que magia de hadas se fusionó con un espíritu femenino con cierta predisposición mágica.
–Es muy probable que haya sido bruja en mi vida pasada –añadió Lea con una sonrisa y un saltito, haciendo balancear a las margaritas en su pelo.
–Muy interesante –habló Caesar.
Los demás concordaron.
Tras la charla tan informativa, finalmente tomaron asiento alrededor de la mesa y tomaron té servido por Lea, que también resultó ser la segunda al mando de Esmeralda.
–Es mi chica de confianza, e incluso mis hermanas la tienen en alta estima. Es muy fácil de apreciar.
Lea, que se había sentado a su lado, se sonrojó e hizo crecer sin querer un grupo de hongos en las patas de su silla.
Fue un rato agradable.
Esmeralda se fue pronto porque tenía cosas que hacer, pero les recomendó un par de lugares para ir y pasar el rato, y les pidió que le avisaran cuándo iban a partir, para así despedirlos. Y justo cuando ya estaban a ocho puentes de distancia, Caesar recordó.
–¡No le preguntamos sobre su poder! –exclamó con fuerza, deteniendo a sus compañeros–. Amatista nos dijo que cuando llegáramos lo sabríamos, pero solo hay grandes árboles, y esos son de las dríades.
–De hecho… –comenzó a decir Chelsea–… es una buena pregunta. No creo que su habilidad se resuma en un pulgar verde. Eso lo tienen casi todas las brujas de una forma u otra.
–¿Entonces qué será? –se unió Hemdu a las preguntas.
–Le tendremos que preguntar la próxima vez.
Con menos cosas por hacer en comparación con las anteriores islas, decidieron reducir la visita a dos días, de los cuales en lo que quedaba del primero subieron y bajaron por cada puente y escalera de la mitad oeste de la isla, acordando de forma general pasar por el parque el segundo día. También avisaron a una de las dríades sobre su fecha de partida, y la trabajadora les aseguró que Esmeralda los vería partir. Aunque esperaban que se la toparan antes para satisfacer su curiosidad y preguntarle sobre su especialidad.
–Chelsea –llamó Hemdu horas más tarde mientras tomaban un almuerzo tardío en uno de los arboles con vista al mar–, ¿cómo funcionan realmente tus habilidades de bruja?
La mencionada detuvo la cuchara que llevaba sopa a su boca para quedarle mirando.
–¿A qué te refieres? ¿A qué viene esa pregunta tan de repente?
–Últimamente hemos tratado con varias brujas. No entiendo muy bien cómo funciona su magia, más allá de que usan la magia del ambiente y suelen tener una especialidad, pero nunca te he visto hacer magia como tal…
–¿Y a qué te refieres con eso? –cuestionó con un tono brusco, llamando la atención de Caesar que había estado charlando con una dríade.
–Que usas piedras, y se supone que las brujas hacen magia sin instrumentos, pero tu no, así que tiene más sentido que seas una hechicera.
–¿A dónde quieres llegar? –ahora también miraba de mala forma a Hemdu.
–Es simplemente que no entiendo.
Antes de que la bruja abriera la boca, Caesar los interrumpió.
–Explícale Chel, genuinamente no sabe. Y nunca te ha hecho nada como para que lo trates mal –su defensa sorprendió notablemente a Hemdu, que consideraba que el mercenario aún no lo apreciaba del todo.
–Es… complicado –comenzó a decir Chelsea, removiendo las verduras de su sopa y dándole los trozos de pollo a Lucy–. Yo… no soy realmente una bruja, o sea, al menos no una común. Es que… Ush.
Hemdu estaba por pedir disculpas por hablar sin pensar para evitar problemas hasta que Chelsea por fin ordenó sus pensamientos.
–Mira, casi todas las mujeres nacemos con este órgano especial que se encarga de absorber la magia del ambiente y la refina, y también la almacena, como un saco, de forma que podamos utilizarla cuando queramos. Como Ruby cuando invocó fuego en la palma de su mano. O Amatista cuando hizo bailar esa pluma invocando viento para hacer reír a los niños. La cuestión es que yo, por alguna jodida razón, ¡no tengo ese maldito órgano! –explicó, gritando con furia el final, y se tomó un minuto para suspirar con tristeza–. Desde pequeña siempre había querido ser una bruja, y “practicaba” leyendo todos los libros sobre el tema que podía. Hasta que mi padre me llevó a ver una bruja, para que descubriera por qué no podía hacer magia.
–¿Y descubrió que no tenias ese órgano?
Chelsea tarareó afirmativamente.
–Lloré mucho ese día, y no quería creerlo, pero era la única explicación. Aun así, me negué a perder la esperanza. Hasta un día caluroso cuando tenia cerca de ocho años –sentado en silencio a su lado, Caesar sonrió recordando lo que pasó–. Mi papá coleccionaba piedras preciosas, algunas de ellas mágicas, y yo no quería salir de casa con los demás al río, por lo que me quedé ayudándole a limpiar. Comencé a frotar un diamante, que más tarde descubriría era uno mágico; aún lo conservo como un recuerdo y amuleto de suerte, quizás te lo muestre más tarde; y sin darme cuenta, absorbí su poder e invoqué una brisa para lidiar con el calor tan sofocante. En el primer momento no noté que era yo, hasta que papá se dio cuenta y lo señaló.
–Sus gritos de emoción se podían escuchar hasta el otro lado del pueblo –se reía con fuerza Caesar.
–Sí, los vecinos fueron a ver qué pasaba porque nuestros gritos los asustaron –Chelsea acompañó las risas de su mejor amigo–. En fin, resulta que, explicado de forma simple, al no tener el órgano no podía almacenar y refinar la magia salvaje por mí misma, pero las piedras preciosas son de cierta forma un sustituto. Cada piedra preciosa es capaz de almacenar magia, y la refinan por sí mismas creando un tipo de magia específica y característica de cada gema. Cuando las sostengo en la mano, donde se encuentran los nervios receptores mágicos más fuertes, puedo absorber su magia y utilizarla, ya que soy esencialmente un canal por el que se liberan.
–Entiendo.
–¿Lo haces? Genial. Eres más rápido en captar lo esencial que el inútil al lado mío.
–¡Oye! –Caesar se quejó, y como acto de rebelión, le quitó a Chelsea el gran trozo de pollo que estaba por comer, y se lo comió él.
Para hacer la paz, Hemdu le dio a Chelsea uno de los suyos. La bruja le sonrió en agradecimiento y le sacó la lengua a Caesar.
–Continuando, creo que me fui por las ramas, como dijiste, no soy realmente una bruja porque no puedo producir magia por mí misma, pero tampoco soy realmente una hechicera porque tengo una especialidad mágica de cierta forma y de hecho sí uso magia del ambiente. Técnicamente puedo tomar cualquiera de los dos nombres.
–Pero siempre quisiste ser una bruja ¿Supongo que también estás afiliada oficialmente al gremio de brujas?
Chelsea le sonrió confirmando su respuesta.
No era ningún secreto que a pesar de que el gremio de mercenarios era el más famoso y común, con uno como mínimo en cada nación, también existían estas otras sociedades con demás especialidades, tales como el gremio de asesinos, del cual Hemdu era miembro, a los gremios mágicos, que eran el de brujas y el de hechiceros. Los magos no hacían magia real así que no tenían su propio gremio.
–Una charla muy interesante –llamó su atención Caesar–. Ya lo sabia todo, por supuesto. Pero me interesa saber ahora mismo si te vas a terminar de comer esa sopa. Porque yo podría hacer el sacrificio de terminarla por ti.
Como respuesta, Chelsea levantó el tazón y se lo llevó a los labios para terminar de sorber lo que quedaba de caldo.
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