Capitulo XI
Recorrieron un buen tramo de montaña hasta toparse con otro golem, aunque resultó ser más pequeño que el primero, por lo que no les dio tantos problemas. También ayudó el hecho de que esta vez Caesar no se sentó sobre él.
–A partir de aquí van a aparecer más –consideró Chelsea mientras jugueteaba con sus pulseras, con la vista fija en los restos del segundo golem.
–Muy probablemente, pero ya casi llegamos a Uiyak, así que pronto descansaremos y nos iremos de esta tundra congelada –dijo Caesar con una gran sonrisa. Ya se imaginaba lejos de allí y en un viaje hacia las islas tropicales y quizás hasta una visita al desierto. Las pirámides eran especialmente bonitas en esta época del año. Algo sobre que absorbían la luz del sol.
–Es la tercera vez que dices “tundra congelada”, ¿tan pobre es tu vocabulario? –Chelsea lo miró de reojo.
Se enzarzaron en una vieja discusión sobre si era mejor el frío o el calor mientras volvían a caminar, y Hemdu se entretuvo mirando de un lado a otro como un partido de tenis desde atrás, con su fiel compañera esta vez dentro de la parte delantera de su abrigo apoyándose en los brazos de su dueño.
–¿Tú que piensas, Hemdu? –preguntó Chelsea mirándolo sobre su hombro.
–Por favor, es obvio que es team frio, esto es trampa –se quejó Caesar llamando la atención de la bruja–. Hasta el gato prefiere el frío.
Lucy maulló como confirmación.
–Eso solo confirma mi punto, la mayoría prefiere el frío, lo que significa que es mejor –finalizó Chelsea, ignorando cualquier contraargumento que Caesar le diera.
Hemdu se perdió en sus pensamientos mientras los seguía, y no pudo evitar pensar que eran un grupo muy efectivo para abarcar los diversos campos: Una bruja especializada en piedras preciosas con mucho dinero en su haber; un mercenario y marinero con vasto conocimiento geográfico y cultural; y un asesino ágil que maneja veneno con una compañera animal recién descubierta hábil en el rastreo y con sensor de peligro incorporado. Se preguntó si los podría convencer de dejarlos quedarse con ellos por un tiempo. Por lo poco que Chelsea le había dicho, buscaban una isla, aunque no entró en detalles, y Caesar participaba formalmente en la misión, aunque probablemente solo lo eligió por ser su mejor amigo. Pero Hemdu no necesitaba un pago, y de todas formas no tenía nada que hacer más que vagar por ahí con su gata y trabajar para el gremio de asesinos.
Miró sus huellas en la nieve, y luego miró al par a su lado, que en algún momento había empezado a discutir de nuevo, y decidió que seguirlos más allá de su viejo destino no sería una perdida de tiempo.
Sí, sería divertido seguir a ese par. A lo mejor y hasta se hacían amigos.
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Subieron y bajaron por la montaña, cada que veían la más pequeña señal de niebla, cambiaban el rumbo, y si no podían, iban directos a cazar al golem culpable. A pesar de eso fue un viaje agradable, y Caesar recuperaba su buen humor al sentir la temperatura aumentar.
Desde la falda de la montaña, por fin libres de cualquier árbol o niebla que cubriera su visión, pudieron ver a lo lejos el azul cerúleo del mar, con el sol reflejando sus rayos en las mareas calmas, y los grandes barcos cargados que salían del muelle de Uiyak. Aquello subió enormemente sus morales, y aunque Chelsea seguía teniendo presente su plazo límite, aceptó la carrera hasta el pueblo solo para ver el mar más de cerca y descansar en una cama decente. También estaba un poco harta del blanco.
Llegaron a Uiyak tan solo minutos antes de que anocheciera, y los tres concordaron en buscar un buen lugar para dormir y dejar el resto para la mañana siguiente. La posada más grande, y la primera que vieron, estaba algo llena, pero una mirada de Hemdu y un pago generoso de Chelsea les consiguieron una buena habitación con una enorme cama donde entraron los tres, más Lucy, cómodamente. Con las quejas al mínimo cada quien se acostó en su trozo de cama y se durmieron en segundos.
¿En resumen? Una noche agradable.
Amanecieron con energías renovadas y sin necesidad de dirigirse palabra se prepararon para el día.
–Hombre, me siento como nuevo –dijo Caesar apenas salió del baño, con el vapor del agua caliente llenando la estancia.
Chelsea tarareó de acuerdo mientras peinaba su cabello mojado y peleaba con los nudos persistentes. Ganó al piedra, papel o tijeras, por lo que fue la primera en bañarse.
–Ahora vamos a desayunar a alguna taberna, quiero volver a ser parte de la civilización –exclamó Caesar, acariciando de paso a la felina que se acicalaba, y mirando con diversión al asesino despatarrado en la cama, a donde se había dejado caer luego de bañarse de segundo lugar en un tiempo récord.
Dejaron la posada con una ligereza de ánimos que no poseían al llegar, y recorrieron parte del pueblo dejando que los aromas de la comida los guiaran a su mejor opción de desayuno. Y los llevó a una cálida taberna, donde los abrigos ocupaban todas las paredes al volverse innecesarios para sus dueños acalorados.
–Ese abrigo ya se había vuelto una segunda piel luego de casi dos semanas en esta- –se interrumpió al ver como Chelsea le alzaba una ceja, y se tragó el “tundra congelada” que estaba por decir– …región tan fría. En fin, necesito una cerveza para volver a ser yo.
–No entiendo que le ven a esa cosa, sabe horrible –se quejó Chelsea– De paso ni siquiera hemos desayunado, te vas a joder el riñón más rápido.
–El hígado –corrigió Caesar–. Y disculpe, señorita “tomo vino para demostrar que soy refinada”. Y no me interesa, de algo hay que morirse.
Chelsea lo golpeo en la cabeza por toda respuesta.
–¿Enserio son mejores amigos? –preguntó Hemdu abruptamente, llamando la atención del par al asesino que se apoyaba al otro lado de la mesa con la vista fija en ellos, como analizando a su próxima presa. El noventa por ciento del tiempo que pasaban juntos era discutiendo, lo que confundía a Hemdu. Una vez una compañera asesina le dijo que la relación de los mejores amigos era uno de los amores más fuertes, y él amaba mucho a Lucy y no discutía con ella con frecuencia. Aunque a lo mejor estaba confundiendo conceptos. Las relaciones con otras personas no eran su fuerte.
–Pues claro, mataría por ella –respondió Caesar directamente, como si ese argumento fuera toda la respuesta necesaria.
–Pero siempre están lanzándose puyas… –al decir eso sabiamente ignoró el recuerdo de una pareja de asesinos que se lanzaban dagas todos los días mientras se decían lo mucho que se amaban. Dudaba que fuera una relación sana.
–Es parte importante de nuestra amistad –acotó Chelsea, haciéndole señas a un mesero para que les llevara el menú.
–Además –añadió Caesar–, si no fuera mi mejor amiga, hace tiempo me habría deshecho de ella, como aquella vez con el yeti, podría haberla dejado caer y listo.
–Y yo habría vuelto de Dish-a solo para matarte –terminó la conversación Chelsea, y se fue a buscar a alguien dispuesto a pagar por sus bebidas mientras el mesero le daba la carta a Caesar.
–No entiendo… –le susurró Hemdu a Lucy, que lo miró desde su escondite en su abrigo, otra vez. Estaba dispuesto a morir de calor solo para mantener a su gata cómoda.
Con el estomago lleno y un Caesar ligeramente borracho, marcharon a los muelles.
–¿Dónde se supone que está tu informante? –preguntó Caesar, andando con los brazos doblados tras la cabeza y un palillo entre los dientes.
–El tipo dijo que su prima trabaja en los corrales cerca del muelle cuidando caballos.
–¿Por qué hay caballos en esta zona?
–Para mover la mercancía de los barcos y andar por los senderos entre montañas, ¿para qué más? –respondió de mala forma.
Llegaron a los corrales y Chelsea les dijo que se quedaran afuera mientras ella hacía “cosas importantes”, Caesar le sacó la lengua y fue a mirar los caballos con Hemdu detrás suyo.
–Pareces un cachorro perdido siguiéndonos a todas partes –le dijo con la vista fija en uno de los mozos de cuadra que peinaba a una yegua–. De todas formas, eres libre por si no lo notaste, ¿por qué sigues con nosotros? No te vamos a cazar si eso te preocupa. Piensa en ello como una deuda saldada por la mano que nos echaste en la cordillera.
–Me agradan –respondió Hemdu sencillamente–. Y no tengo nada que hacer, así que me preguntaba si los puedo acompañar. Escuché que van a viajar, y nunca he salido del continente, y sería divertido ver otros lugares en buena compañía, no es que Lucy no lo sea, solo-
–Entendí el punto, Hemdu –lo detuvo Caesar con algo de diversión–. Mira, admito que no eres tan malo para ser un asesino, pero no confío totalmente en ti, pero tampoco te puedo prohibir seguirnos, solo… Habla con Chelsea, ella tiene la palabra final en casi todos los asuntos –volvió la vista al mozo de cuadra y frunció el ceño cuando una muchacha se le acercó y le dio un beso, a lo que suspiró con decepción–. Nunca le digas que dije eso, por cierto. Ya tiene el ego muy alto.
Miraron los caballos en un silencio relativamente cómodo hasta que Chelsea volvió.
–¿Entonces? ¿A dónde ahora? –preguntó Caesar, rezando interiormente por no tener que volver a cruzar Pico Nevado.
–A Saniese, pero en lugar de tomar la ruta directa vamos a pasar por las Islas Hermanas, te lo prometí –añadió hacia el mercenario, que le sonrió brillantemente por toda respuesta.
–Perfecto por mí. Ah, Hemdu nos quiere acompañar.
Chelsea volvió su atención al mencionado.
–¿Sí? Por mí no hay problema, quizás hasta nos seas útil.
Hemdu le agradeció y partieron a buscar un barco que hiciera la ruta turística.
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Chelsea pagó por el pasaje de los tres sin un segundo pensamiento, y como el barco partía a la mañana siguiente, decidieron hacer turismo para pasar el resto del día.
–Me da calor de solo verte con ese abrigo encima –le decía Chelsea a Hemdu mientras caminaban por los bordes de la ciudad, disfrutando de la bonita arquitectura, de un estilo típico de lugares fríos, pero con muchas decoraciones marinas. Las casas se diferenciaban fácilmente de los establecimientos públicos por esas mismas decoraciones. A Chelsea se le hacía un sistema curioso: redes de pesca cubriendo la puerta simbolizaba que era una casa, y el número de anzuelos enganchados en la misma era el número de habitantes; y por el otro lado las tiendas, restaurantes y posadas presumían su bonita colección de conchas marinas en las paredes exteriores, fuertemente pegadas a la madera para evitar su caída.
–Es para cargar a Lucy, así está más cómoda. Puede caminar, pero me gusta cargarla –respondió, ganándose un resoplido de Caesar, que realmente no entendía su relación con su gato.
–¿No sería mejor llevar un bolso? He visto a personas llevar a sus mascotas en bolsos abiertos que se cuelgan de un hombro.
–Lo probé una vez, pero es incómodo y poco práctico. No tengo un real problema con el calor… –se quedó en silencio al ver la mirada escéptica que Chelsea le dio.
–Eso literalmente contradice todo lo que nos dijiste de tu “sangre” caliente.
Hemdu iba a dar alguna excusa hasta que Chelsea detuvo su andar agarrando de los brazos a sus compañeros, para ir directa a una tienda llevándolos a rastras.
–¿Y este maltrato es más o menos por? –preguntó Caesar con una mueca.
–Para conseguirle ropa cómoda a Hemdu –respondió Chelsea.
Con eso prestaron atención a donde estaban entrando realmente, y notaron que era una boutique.
–¿Le vas a mandar a hacer ropa personalizada? –continuó Caesar, reflejando la misma confusión que Hemdu sentía.
–Pues claro, ningún amigo mío estará en ropa incomoda si puedo hacer algo al respecto.
Hemdu amplió los ojos con sorpresa, pero tras un segundo sonrió y se dejó llevar, arrastrando también a Caesar.
Aquello llevó a que Chelsea se hiciera amiga de la costurera jefa, una hechicera que hacía su trabajo con magia para mayor rapidez y eficiencia, y que salieran de la tienda con Hemdu usando una bonita chaqueta verde oscuro de mangas largas con un encantamiento de frescura, para que no le de calor pero al mismo tiempo pueda cubrir sus brazos; también se aseguró de que fuera fácil de arremangar por si necesitaba hacer uso de su sangre venenosa, y una gran y resistente capucha perfecta para llevar a Lucy, con otro encantamiento para aligerar su peso y evitar que la tela se estire y maltrate con el tiempo.
–¿Qué te parece? –preguntó Chelsea luego de caminar un rato. Ella misma no había cambiado su atuendo básico de pantalones ajustados y gabardina purpura con mil y un bolsillos; pero Caesar sí había tomado la oportunidad para quitarse todas las prendas posibles ahora que ya no debía preocuparse por el frío, de ahí que presumiera sus brazos musculosos y cicatrizados desde una camisa sin mangas a todo el que se le cruzara.
–Me gusta. Es bonito, fresco, y perfecto para llevar a Lucy –concluyó Hemdu con la mayor sonrisa que le habían visto hasta la fecha.
–Me alegro.
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