Capitulo X
Les tomó otra hora de caminata en silencio incómodo hallar un lugar decente para acampar: Un valle escondido entre grandes piedras y algunos árboles tupidos, incluidos montones de nieve altos que les permitían evitar el hielo crujiente que parecía cubrir toda la superficie de la montaña. A pesar de la tensión que aún llenaba sus cuerpos, decidieron discutir lo que sucedió como buenos adultos funcionales que absolutamente no se habían asustado por un yeti.
–Hemdu –llamó Chelsea luego de un rato–, disculpa si soy grosera, pero la gente normalmente no tiene ácido en las venas, y los asesinos tampoco salvan gente. No terminaste con nosotros realmente por tu propia voluntad, pero si nos seguiremos acompañando por un rato, me gustaría saber con quién estoy tratando.
–Normalmente invito a una cerveza antes de pedirle a alguien la historia de su vida, pero eres un caso especial –dijo Caesar en el tono más alegre que pudo manejar en esos momentos, aunque su sonrisa tensa no engañaba a nadie por la forma en la que se aferraba a su saco de dormir. Esa llamada cercana repentina le había dado el susto que su tiempo de mercenario y marinero no habían logrado. Causaba mayor impresión lo que no se espera que lo que ya se sabía que venía.
Tras removerse incómodamente en su lugar, Hemdu decidió responder.
–Bueno…
Tras poner a Lucy en sus piernas y enterrar las manos en su pelaje, les contó de la forma más simple que pudo su historia, aunque eso no hizo que Chelsea y Caesar lo consideraran algo sencillo.
–Quedé huérfano a los cuatro años y terminé en un orfanato. Sin embargo, era una fachada, pues lo dirigía una bruja mala que usaba a los niños para sus experimentos.
Chelsea gruñó y murmuró mientras enterraba la cara en sus manos.
–Ese tipo de brujas son las que nos dan mala fama.
–Si de algo sirve, ella fue la única bruja mala que conocí, las demás han sido agradables, incluyéndote –ella sonrió y le indicó que continuara su relato con un movimiento de cabeza–. Yo fui uno de sus experimentos, una mezcla de maldiciones si mal no recuerdo. De ahí la sangre venenosa.
–¿Y eso no te duele? –preguntó Caesar con una mueca–. Vi que actúa como ácido.
–De hecho, sí, como arde debo dejarla salir periódicamente para calmar el dolor –dijo, sin que su tono delate algún disgusto o el mencionado dolor. Parecía realmente más concentrado en acariciar a su gata que en tener esa conversación.
–Pero… es tu sangre, significaría que te tienes que desangrar constantemente –señaló Chelsea dudando entre palabras. Él solo se encogió de hombros.
–Mejor estar aturdido por un rato que sintiendo mi cuerpo desintegrarse de adentro hacia fuera.
Mientras hablaba Caesar se mantuvo en un silencio aturdido, hasta que captó un olor a podredumbre.
–¿Huelen eso? Debe haber un cadáver cerca de aquí –dijo en estado de alerta, llevando su mano a la empuñadura de su sable, medio escondido bajo su gran abrigo.
–Ah, eso, soy yo –dijo Hemdu, levantando su brazo vendado y mostrando la venda, a través de la cual Chelsea notó manchas verdosas, y recibió una epifanía.
–¡Eras tú! –gritó de repente, atrayendo la atención de sus compañeros–. Luego de reencontrarme con Caesar fui al mercado, y también olí algo malo, pero cuando miré solo vi a un tipo con vendas y las mismas manchas verdes. ¿Qué hacías en Xioma hace unas dos semanas?
–¿Xioma? –preguntó Hemdu algo desorientado por el cambio abrupto de tema–. Pasé por ahí para ir al gremio de asesinos en busca de una misión.
–Hemdu, no quiero desconfiar de ti, pero me he topado contigo tres veces en muy poco tiempo. Una vez es casualidad, dos son coincidencia, y tres es un patrón –presionó una de sus manos en la pulsera contraria por si acaso, aunque Hemdu no actuara realmente peligroso, seguía siendo un asesino, y no era tan ciega como para no notar la personalidad cambiante del hombre.
–Yo… –dudó al notar sus miradas cautelosas, y si apretó un poco más a Lucy, ésta no reaccionó–. Estuve antes en Eliecer, allí vive la bruja que me ayudó con Lucy, y tenía que pasar por Xioma en la ruta más corta al gremio de asesinos de Mobol.
–¿Por qué el de Mobol? Todas las naciones tienen un gremio de asesinos aunque digan lo contrario –inquirió Caesar.
–Ya se los dije, siempre planeo ir a Uiyak en esta época porque es temporada de salmón –su tono iba perdiendo fuerza bajo sus miradas–. Cuando fui al gremio vi la misión para asesinar al Conde Ruy y su información, y me quedaba de paso.
Chelsea se quedó en silencio mirándolo, hasta que suspiró y soltó su pulsera.
–Dice la verdad.
–¿Ágata? –preguntó Caesar mirando de reojo una de las piedras de su pulsera y soltando su sable, aunque mantuvo la mano cerca por si acaso.
–Ágata –confirmó ella, y soltó una pequeña risa por la absoluta cara de confusión de Hemdu–. Ésta –señaló una piedra naranja marmoleada– es un ágata, sirve como un detector de mentiras, debió haberse calentado si decías una mentira, por pequeña que fuera, pero no pasó nada. Sigue siendo sospechoso, no te voy a mentir, pero creo que tú no sabes nada.
Hemdu soltó el aire que no se había dado cuenta que estaba reteniendo y liberó a Lucy, que le maulló y volvió a buscar su mano para que la volviera a sostener.
–Vamos a retomar esta conversación luego –avisó Caesar–, pero quedé con la duda, ¿qué pasó con la bruja mala y los demás niños del orfanato?
–La maté –respondió directamente–. Los niños que sobrevivieron huyeron, pero como me tenían miedo no me quisieron dejar ir con ellos.
Chelsea y Caesar hicieron una mueca al mismo tiempo. Eso explicaba varias cosas. Entendieron ambas reacciones, pero les daba algo de pena que los otros niños alejaran a Hemdu.
–¿Cuántos años tenías? –continuó Caesar.
–Siete, creo.
Se estremecieron en una mezcla de horror y frío, con la brisa de la montaña aullando sin cesar en sus oídos.
–¿Qué sucedió con el lugar? Te podías refugiar ahí… –cuestionó Chelsea.
–Cuando volví tiempo después el edificio había desaparecido sin dejar rastro –pensó un segundo–. Parecía que lo habían quemado. Así que me fui a la ciudad más cercana.
–¿Y luego de eso decidiste que tu único talento en esta vida era matar y la mejor decisión era unirte al maldito gremio de asesinos? –gruñó Caesar con incredulidad, ganándose un siseo de parte de Lucy y una exhibición de sus colmillos.
–Algo así. Vagué por un tiempo entre las calles, y probablemente me habría dejado morir así de no ser porque encontré a Lucy –la felina saltó sobre sus hombros y frotó su cabeza contra la mejilla de Hemdu, ronroneando tan fuerte que la podían escuchar sobre el viento helado–. Era tan solo una gatita recién nacida en ese entonces, y al verla dar tumbos en ese asqueroso callejón, decidí que yo la cuidaría, y para eso necesitaba dinero. Podría robar, pero como niño de las calles, sabía perfectamente de la existencia del gremio de asesinos, y con mi habilidad, era casi seguro que me dejarían entrar.
–¿Y qué pasa con tu edad? Aún eras un niño –señaló Chelsea–. No sé nada sobre el gremio de asesinos más allá de lo obvio, pero no creo que les gusten miembros deficientes.
–Mi edad era tan solo otra carta en mi arsenal. Nadie sospecha de un mocoso desnutrido.
–Bueno –interrumpió Caesar suspirando con cansancio y pasándose las manos por el pelo–, eso fue mucha información de golpe. Solo… vamos a dormir, por favor. Me duele demasiado la cabeza como para seguir escuchando la traumática infancia de nuestro asesino maldito aquí presente.
Los otros dos no se hicieron de rogar y se dieron un rápido “buenas noches” antes de esconderse en sus respectivos sacos de dormir.
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Tras el incidente decidieron mantenerse a la altura de la falda de la montaña por la parte más rocosa, aunque eso les hiciera ir más lento, de ahí que tardaran dos días más de lo necesario.
No continuaron su interrogación a Hemdu a pesar de que aún tenían muchas preguntas, pero decidieron que no era asunto suyo y él tenía derecho a decidir si les decía algo más o no. Era más importante estar atentos a su entorno y evitar otro susto. La siguiente montaña no tenia ninguna criatura notable viviendo en ella, pero sí era propensa a las avalanchas, así que acordaron hablar muy poco y mantenerse lejos de las zonas con mucha nieve acumulada. Pero cuando has caminado por interminables horas en medio de un paisaje muy frío totalmente blanco con solo una mancha de color proveniente de un árbol solitario cada tres horas, es inevitable aburrirse.
–Veo veo.
–¿Enserio Chelsea?
–Veo veo.
–Estamos en medio de una tundra congelada.
–¡Veo veo!
Caesar suspiró con frustración y rodó los ojos, maldiciendo al frío y encogiéndose todavía más en su abrigo.
–Bien, ¿qué ves?
–Amargado… –murmuró ella en voz baja– Una cosa.
–¿Qué cosa es?
–Es de color… blanco.
–Ay por amor a… –Caesar buscó a Hemdu con la mirada, pero él solo se encogió de hombros, allí el único estresado era Caesar– Nieve.
–No.
–¡¿Cómo que no?!
–Pues no.
En ese punto dejaron de caminar y miraron a un Caesar cada vez más frustrado. Era divertido para ellos como él era el único afectado por el frío. Entre el veneno en las venas de Hemdu que lo mantenía caliente, y la ropa encantada de Chelsea, ambos estaban más que cómodos.
Y ni se diga Lucy, tomando la tercera siesta del día en su rincón cinco estrellas en la capucha de Hemdu.
–Nieve –continuó Caesar.
–No.
–Hielo.
–No.
–Copos de nieve.
–Son lo mismo, no.
–Cristal.
–Aquí no hay cristal.
–Claro que sí, la nieve es agua cristalizada.
–Tú lógica está algo atrofiada.
–Mi cabello –habló Hemdu por primera vez en muchas horas.
–Ding ding –Chelsea le sonrió y le lanzó un caramelo de miel como premio.
–Eso es favoritismo –se quejó Caesar.
–Silencio, no queremos causar una avalancha –dijo Chelsea y pasó por al lado de Caesar sin dirigirle la mirada. Él le sacó la lengua y la siguió, no es como que pudiera irse a otro lado.
Ese primer día no pasó nada más, en el segundo tampoco, y en el tercero… nada. Decir que estaban sorprendidos por su paseo tan pacifico por esa montaña era decir poco, a ninguno le hubiese sorprendido que les cayera una avalancha encima, pero decidieron no decir nada en voz alta para no tentar a su suerte.
La siguiente montaña era la ultima de la cordillera, y tras cruzarla les esperaba un día a pie para llegar por fin a Uiyak, pero no les emocionaba la perspectiva de cruzarse con los golems de hielo que la habitaban, o ser atrapados por la niebla mágica.
–¿Alguien sabe cómo lidiar con un golem de hielo? Nunca presto atención cuando hablan de misiones en lugares fríos –dijo Caesar mientras subían por la pendiente y esquivaban los múltiples árboles. Lucia como si estuvieran entrando a un bosque.
–Fuego –respondió Hemdu.
–Debí suponerlo. Pronto usarás tu nuevo rubí de sangre, Chel. Aunque deberás tener cuidado a menos que quieras prender fuego a toda la montaña por quemar los árboles.
–Supongo que-
El maullido de Lucy la interrumpió.
–A veces olvido que ese gato está ahí –murmuró Caesar.
Hemdu sacó a Lucy de la capucha y la cargó en brazos.
–¿Qué sucede?
La felina miró hacia el camino por el que venían, y al seguir su mirada y notaron una gruesa niebla mágica que se acercaba lentamente. Eso no estaba ahí antes. Caesar revisó el mapa buscando una nota con los efectos de esa niebla.
–Hablando del diablo, son los propios golems quienes liberan la niebla para que las personas se pierdan y se acerquen a ellos. O al menos eso es lo que creo que dice, esta nota está borrosa y no tengo ninguna especialización en lectura de símbolos precisamente.
Avanzaron un rato, pero tenían el presentimiento de andar en círculos, lo que se confirmó cuando bajaron la mirada y notaron muchas de sus propias huellas unas encima de las otras en la nieve.
–Entonces… Según el método estándar para salir de una niebla de confusión mental, debemos matar al ser que la produce –habló Chelsea luego de pensar por un momento–. Pero el golem debe estar cerca, por algo siempre terminamos aquí.
Hemdu, que seguía con la gata en brazos, tuvo una idea.
–Nunca he intentado usar a Lucy como rastreadora, pero a lo mejor “ve” al golem. ¿Puedes intentarlo? –le preguntó directamente a la felina, que se sacudió para que su dueño la dejara en el suelo y comenzó a caminar con un claro destino en mente. Chelsea los siguió sin queja, y Caesar se resignó a la presencia de Lucy desde el largo discurso sobre su perfección que les dio Hemdu hace unos días.
–¿Estás seguro de que está buscando? Solo la veo saltar de piedra en piedra –se quejó Caesar luego de unos pocos minutos.
–Y los golems toman la forma de grandes rocas cuando descansan, deberías saberlo –le dijo Chelsea bruscamente.
–Ujum, ¿Y si tomamos un descanso? A lo mejor el golem se cansa y la niebla pierde efecto. De todas formas, eres bruja, deberías poder encontrar el camino –se volvió a quejar.
–Así no funcionan mis poderes y lo sabes, y no voy a gastar una de mis piedras en un problema tan sencillo.
–¿Cómo funcionan tus poderes? –preguntó Hemdu.
–Genial, ahora no se va a callar la boca por el resto del día –exclamó Caesar con cansancio, y se dejó caer en la piedra que estaba olfateando Lucy.
–No seas groser- Oh, Caesar –llamó Chelsea con repentina suavidad–, muévete muy lentamente y aléjate de esa roca, por favor –mientras decía eso, Hemdu fijó su mirada en Lucy, que se había sentado a los pies de Caesar y le siseaba a la piedra, y se preguntó cómo llamar la atención de una gata ciega que miraba en la dirección contraria a donde estaba sin hacer ruido.
Aunque, las precauciones no sirvieron de mucho, pensó al ver como la roca se movía y levantaba toda la nieve a su alrededor, con un Caesar todavía sentado en la parte superior. El golem se alzó casi cinco metros, vibró de alguna forma extraña, y su superficie se cubrió de hielo.
–Uh, ¡Buenas noticias! Encontré al golem –dijo Caesar con una sonrisa tensa, mientras miraba nerviosamente la altura a la que se encontraba–. Chelsea, la dama de mi corazón, ¿Podrías darme uno de tus bonitos diamantes de aire? Es que me gusta mantener las piernas sin fracturas, gracias.
–Eres un mercenario, deberías saber como saltar desde lugares altos sin romperte una pierna –señaló Hemdu.
–Verás, señor asesino-con-veneno-en-sus-venas, no todos tenemos aptitudes mágicas –se quejó Caesar.
–Nadie dijo nada sobre aptitudes mágicas, ¿eso qué tiene que ver?
Chelsea interrumpió su discusión sosteniendo su rubí de sangre en dirección al golem, y lanzando una fuerte llamarada rojo escarlata que derritió sus piernas con aterradora eficiencia. El golem se tambaleó y vibró, que al parecer era su forma de rugir, y agitó sus grandes puños a su alrededor, tumbando unos cuantos arboles y haciendo gritar a Caesar, que se aferró con fuerza a su cabeza, notablemente mas pequeña que el resto del cuerpo.
–¡¿Podemos bajarme de aquí antes de atacar al golem?!
Chelsea le rodó los ojos y se alejó a una distancia segura del alcance de los puños del monstruo, algo preocupada por los picos de hielo que empezaban a crecer por su cuerpo.
–Okey, voy a tener que usar varias piedras para librarnos de este problema, porque dudo que tengas la suficiente fuerza para destruir esa cosa, Hemdu.
–No, lo mío es agilidad y velocidad, y el veneno no le hará mucho efecto a una roca viviente.
–Lo suponía…
Los picos de hielo terminaron de crecer, y el golem los disparó en su dirección a gran velocidad, a lo que Chelsea respondió creando un fuerte campo protector con un trozo de cuarzo, que los rodeó a ella y a Hemdu. Los picos impactaron, pero no atravesaron, y Chelsea soltó el hechizo para concentrarse en usar una esmeralda y hacer crecer el árbol más cercano al golem, hasta que Caesar lo notó y saltó con seguridad hacia él. Hemdu fue a ayudar a Caesar, y Chelsea lanzó una bola de fuego para llamar la atención del golem lejos de sus compañeros.
El monstruo se centró en ella y lanzó más picos de hielo, que decidió esquivar esta vez mientras cargaba un hechizo de fuego. Reunir la magia no era tan fácil y rápido como algunos creían. El golem se movía lento, pero era grande, así que pronto terminó a solo un metro de ella, que finalmente soltó una fuerte llamarada que derritió rápidamente lo poco que quedaba de las piernas del golem, y esta vez lo hizo caer, siguió con su torso, donde se tardó más, pero Caesar ayudó desde el otro lado golpeando al golem con fuertes hachazos, lo que quebró la superficie de la criatura, y permitió al fuego entrar por las fisuras y quemarlo por dentro. En unos minutos solo quedaba la cabeza, que Caesar partió con la mitad de un solido movimiento de hacha, y lo que restaba del golem dejó salir unas ligeras volutas de humo morado que pronto se desvanecieron.
Todos suspiraron aliviados cuando confirmaron que se terminó, y la niebla que los rodeaba también se desvanecía.
–No recomiendo montar golems si tienes vértigo –se rió Caesar.
Un maullido les recordó a Chelsea y Caesar la existencia de Lucy, y miraron con sorpresa como la gata bajaba como si nada de un árbol y se acercaba a su dueño que también la recibió sin un segundo pensamiento.
–¿Cómo…?
–He tenido a Lucy conmigo por gran parte de mi vida, sabe perfectamente cómo cuidarse a sí misma durante el peligro y mientras estoy ocupado –explicó Hemdu con orgullo, recogió a la gata y le dio un beso en la cabeza mientras la abrazaba, a lo que ella ronroneó.
–Debo admitir que es toda una aventurera –dijo Chelsea con una sonrisa, aunque se transformó en una mueca cuando sintió el ardor en sus manos–. No recomiendo jugar con fuego.
–¿Desde cuando usar tus piedras te hace daño? –preguntó Caesar con preocupación cuando vio las ligeras quemaduras.
–Cuando es de naturaleza dañina y lo mantengo por mucho tiempo, sin mencionar que el rubí de sangre resultó ser más fuerte de lo que esperaba. Probablemente tenga sangre de muchas criaturas con naturaleza de fuego –agregó Chelsea.
–Bueno, creo que nos merecemos un descanso, y hasta yo aceptaría acariciar a Lucy, dijiste que su pelaje era suave, ¿no?
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