Capitulo VIII

A pesar de haber acelerado la caminata seguían sin ver las cuevas para refugiarse y la tormenta estaba aumentando.
–Si según la señora esto es una tormenta suave, no quiero ver las catástrofes de invierno –comentó Caesar, y Chelsea tuvo que estar de acuerdo. Por mucho que le guste el frío, no sería divertido morir congelada.
Fue cuando ya casi el viento se los llevaba volando que vieron una cueva medio escondida tras unos grandes árboles, y solo repararon en ella por la luz que salía del interior.
–Debe haber otra alma desafortunada atrapada por la tormenta –supuso Caesar, encogiéndose en su abrigo y temblando con cada ráfaga de viento.
–La señora me dijo que antes de nosotros otra persona había salido por sí misma, debe ser él. Vamos.
Entraron rápidamente sacudiéndose la nieve y limpiándose la cara.
–Hola, disculpa la interrupción, la tormenta nos atrapó y-
Caesar paró en seco al ver la cara del tipo sentado frente a la fogata. Era el asesino del Conde Ruy. Ese cabello blanco y esos ojos verdes eran fáciles de reconocer, incluso con el cuello de pelaje blanco de su abrigo escondiendo la mitad inferior de su rostro.
–Chelsea…
No hizo falta que dijera más. Los tres se miraron en un silencio aturdido por casi un minuto. Entonces Caesar hizo el primer movimiento corriendo hasta el asesino y sacando su sable, pero no hizo mucho antes de que un gato le saltara encima y le arañara la cara. Caesar dio un grito y soltó el sable, tratando de quitarse al felino de encima. Chelsea se repuso de su sorpresa, comprendiendo que lo que creía como parte del abrigo era el felino, y le lanzó con fuerza un zafiro al tipo, que lo esquivó inclinándose a un lado, pero la gema se estrelló contra el muro detrás suyo y el efecto aún lo atrapó, cubriéndolo de hielo hasta la boca, solo dejando libre sus ojos y nariz.
Con el mayor peligro tratado, Chelsea se acercó a Caesar que seguía peleando con el gato, y aunque se lo había logrado sacar del rostro, el felino seguía lanzando zarpazos con fiera energía y mordió el brazo que lo atrapaba con sus colmillos de aguja.
–¡Maldito gato del demonio! –gritaba Caesar.
Aunque Chelsea nunca estaría de acuerdo en insultar a un animal que solo se defendía, no podía estar en desacuerdo total con su declaración. Teniendo piedad de su amigo, hizo uso de su amatista, enviando una niebla morada de sueño que puso a dormir al gato rápidamente en cuanto lo respiró.
–¿Por qué no usaste esa cosa antes? –inquirió Caesar mientras evaluaba el daño de su cara, que ciertamente había visto mejores días.
–Se me olvidó –es todo lo que dijo Chelsea en su defensa. Entonces su mirada viajó al asesino, que miraba desde su prisión de hielo con enorme preocupación al gato inconsciente en el suelo, que, tras una segunda examinada, Chelsea reconoció como la gata a la que había acariciado en el pueblo.
–Que casualidad, y no te preocupes, solo está durmiendo
–¿Estás tranquilizando a un asesino? –preguntó Caesar con incredulidad.
–Sea un asesino o no –respondió Chelsea–, a nadie le gusta que le pase algo malo a su gato. Como nunca tuviste gatos no lo entenderías.
Caesar le rodó los ojos.
–¿Qué hacemos con él mientras tanto?
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–¿Estás seguro que atrapamos al correcto? –preguntó Chelsea, mientras veía al ahora atado asesino jugando con la nieve con su pie, mientras miraba atentamente a la gata dormida en su regazo. Nada de insultos o amenazas, solo paz y tranquilidad.
La tormenta aún rugía en el exterior, y no podían hacer nada más que esperar a que amaine.
–Admito que también estoy empezando a dudarlo.
En eso la gata se movió un poco, atrayendo la atención de todos. Abrió los ojos y se estiró mientras bostezaba, parpadeó un par de veces, y se dio la vuelta para mirar a su dueño.
–¿No dijiste que era ciega? –le susurró Caesar a su compañera, y ella solo se encogió de hombros.
–¿Dormiste bien, Lucy? –a Caesar y Chelsea les sorprendió la voz suave del hombre, y el notable cariño con que hablaba y miraba a su compañera animal.
Por toda respuesta la gata maulló, apoyó sus patas delanteras en el pecho del asesino y se acercó a su cara, donde empezó a lamer un gran rasguño en su barbilla que había dejado el hielo de Chelsea. Él le sonrió y la dejó hacer lo que quisiera, aunque no es como que pudiera hacer mucho con brazos y piernas atados con fuerza. Si algo le enseñó su tiempo de marinero a Caesar, fue a hacer buenos nudos.
–Uh… –dudó Caesar tras la vista, pero decidió ignorarlo– Bien. Como sospecharás, en cuanto termine la tormenta te vamos a llevar a la capital, donde obtendremos una buena suma por tu cabeza y podré limpiar ese manchón en mi historial que fue el asesinato del Conde Ruy –todo lo dijo con su tono de mercenario serio.
El asesino asintió con suavidad.
–Okey –respondió.
Caesar esperó un rato, pero el tipo no añadió nada más.
–¿Okey? ¿Eso es todo?
–¿Qué más quieres que diga? –preguntó a su vez el otro.
–Primero tu nombre –interrumpió Chelsea–. Quiero dejar de referirme a ti como “el asesino” en mi cabeza.
–Hemdu
Chelsea asintió satisfecha con su respuesta y se fue a acomodar en su bolsa de dormir, sin problema con dejar a Caesar solo para preguntar todo lo que quisiera. Y dio inicio un interrogatorio bastante pacifico, para exasperación de Caesar.
–Bien, ¿por qué mataste al Conde Ruy?
–Esa era la misión, y era un pedófilo, alguien debía deshacerse de él.
–Te dije que ese tipo me daba malas vibras, estoy del lado de Hemdu –dijo Chelsea.
Caesar no respondió nada a eso porque no había defensa para tal cosa.
–¿Tuviste un cómplice para la distracción?
–Lucy
–¿Lucy?
–Mi gata. Ella hizo tropezar a un tipo que empujó a la dama y derramó su vino.
Caesar parpadeó un par de veces y miró a Chelsea, que solo se encogió de hombros.
–¿Qué haces en esta montaña?
–Voy de camino a Uiyak, es temporada de salmón, y a Lucy le encanta el salmón –la gata concordó con un suave maullido.
–Correcto, otra vez tu gato… –Caesar dudó unos minutos, pensando en como expresar sus dudas por el animal, así que se fue por lo simple–. Háblame de tu gato.
–Es hembra, se llama Lucy, su comida favorita es el salmón, solo maúlla cuando quiere charlar conmigo, le gusta el frío y mucho sol directo le puede hacer daño a su piel, siempre mantiene su pelaje perfectamente blanco… –y se lanzó a un discurso de una hora sobre lo absolutamente maravillosa y perfecta que era su gata, describiéndola como el ser más cariñoso y hermoso que hubiera pisado la tierra sin cambiar su expresión en blanco en ningún momento. El mejor jugador de póker de todos los tiempos estaría celoso. A Chelsea le encantó, e incluso preguntó por más historias de la felina, mientras recibía el permiso de su majestad Lucy para acariciarla bajo la mandíbula, que describió Hemdu como su lugar favorito de caricias. Caesar solo miraba desconcertado por el giro de los acontecimientos.
Como mercenario y marinero se había topado con muchos de asesinos, había trabajado para piratas incluso, y este no se parecía en nada a ninguno.
–Cuando la vi, supuse que sería ciega… –comenzó a decir Chelsea.
–Lo es –confirmó Hemdu–. Pero eso no la afecta realmente, tiene sus otros sentidos perfectamente agilizados, y además le conseguí este collar mágico; tiene un encanto de ecolocalización, lo que mejora todavía más su sentido del oído, y también estuvo esta bruja que me debía un favor y era experta en animales con discapacidades y le puso algo a sus ojos que le permite ver auras.
–¿Es enserio? –preguntó Caesar con un tono que no dejaba lugar a dudas de que no le creía nada de nada.
–Sí, Lucy no me lo ha confirmado específicamente, pero sí noté que luego de eso reconocía mucho más la posición exacta de las personas –como para confirmar el hecho, Lucy saltó con perfecta precisión al hombro de Hemdu, y se acurrucó en la capucha de su abrigo–. Y criaturas mágicas –añadió como una ocurrencia tardía.
Caesar se mantuvo escéptico, sin embargo, y para su suerte, al voltear para verificar la situación en el exterior de la cueva, notó como la tormenta había amainado durante la conversación y ya casi paraba por completo.
–Chelsea, recoge tus cosas, la tormenta terminó así que nos vamos.
–¿Y eso que repentinamente decidiste tomar el mando de la situación? –preguntó mientras guardaba sus cosas de vuelta a sus bolsas mágicas.
–Nos brindaron un mapa para navegar por una zona peligrosa, tal como es los picos nevados, y como mercenario estoy altamente calificado para leerlo y elegir la mejor ruta, sin mencionar que estamos en situación de riesgo llevando un asesino con nosotros.
–Sin ofender –añadió Chelsea a Hemdu, que se encogió de hombros sin mucho problema.
–Con toda intención de ofender –corrigió Caesar–. Por lo tanto, hay que ser muy precavidos y cuidadosos, y dirigirnos rápidamente a la capital para quitárnoslo de encima.
Chelsea tarareó sin mucha energía, y se acercó a Hemdu para ayudarlo a ponerse de pie.
–Mira, ninguno te va a cargar por el camino, así que voy a quitar la cuerda de tus piernas y vendrás tranquilamente con nosotros, ¿sí? Si quieres huir al menos espera a que obtengamos la recompensa del gremio, y luego si quieres hasta te ayudo.
–¡Chelsea!
–¿Qué?
–Estas hablando de ayudar a un asesino…
–Que mató a alguien que se lo merecía. De haberlo sabido yo misma enveneno a ese bastardo.
–Eso no significa que sea bueno ¿Por qué de repente estas siendo tan amable con este tipo de todos modos? Creo recordar que eras una maldita con todo el mundo.
–Maduré –respondió con sequedad y un giro de ojos–. Me da buenas vibras, es bueno hacer contactos, y tiene un gato –respondió con absoluta seriedad, lo que le ganó una sonrisa del asesino y un brillo divertido en sus ojos verdes–. Míralo, es muy simpático.
–Gracias –agradeció el mencionado suavemente.
Caesar gruñó y decidió echarle la culpa de todo esto a las brujas y su maldita moral gris.

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