Capitulo VII

Para molestia de Chelsea que se empezaba a impacientar, no encontraban ninguna mandrágora, ni siquiera una medio marchita.
–Es que no es posible que no nos hayamos cruzado con ninguna –se quejaba con Caesar–. Son muy frecuentes en estas zonas del bosque.
–Quizás les crecieron patas verdaderas en las raíces y huyeron –dijo Caesar con cinismo, aunque se calló la boca cuando su compañera lo fulminó con la mirada–. No te preocupes, las cosas aparecen cuando menos lo esperas.
–Cierto, pero la necesito aho- Oh, ahí hay una.
Caesar siguió su mirada hasta un montículo en la tierra con tres hojas muy largas y ovaladas que sobresalía de forma extraña en comparación con las demás plantas.
–La invocaste –es todo lo que respondió.
–Muy bien, toma –le dio tapones para oídos encantados para esas situaciones, y se puso los suyos propios–. Haré esto rápido.
Se acercó y con un agarre firme, sacó a la mandrágora de la tierra, que empezó a gritar y llorar en el segundo que sintió el aire. Caesar sentía las vibraciones en el aire desde donde estaba, de lo potente que era el ruido. Con la mano libre Chelsea sacó un frasco previamente abierto y lo acercó a la boca de la criatura justo cuando su grito cambiaba de tono y escupía un chorro de veneno. Chelsea lo atrapó y rápidamente volvió a meter a la mandrágora en la tierra, que se terminó de enterrar sola, y la bruja cerró el frasco.
–Todo listo –habló mientras se quitaba los tapones, y le enseñó el pulgar a Caesar que seguía medio escondido tras un árbol.
–¿Ya nos podemos ir?
Chelsea tarareó afirmativamente.
–Puedo hacer la medicina cuando hagamos la última parada del día antes de dormir.
–Perfecto por mí –dicho eso, sacó su brújula y tras una breve ojeada, emprendieron camino hacia el sureste.
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Les tomó dos días más llegar a Ufrigus. Luego de seguir la brújula al día siguiente, volvieron a la frontera entre Elfheim y Oravit, y siguieron caminando por todo el borde solo pausando para pequeños descansos de cinco minutos. Se produjo una charla ligera donde intercambiaron nuevas historias.
–Te lo juro, era una hidra enorme –insistió Caesar, narrándole a Chelsea una de sus viejas aventuras en el desierto de Gaara, antes de terminar con una tripulación de ex-piratas que lo invitaron a navegar por el cuadrante más lejano del mapa.
–Te creo, si pasamos por allí espero no toparnos con ninguna. Los antiguos saben que yo no podría hacer mucho contra ellas.
A medida que avanzaban, el clima cambió y empezó a refrescar, pero no vieron realmente nieve hasta que salieron del bosque y cruzaron el pequeño tramo de Oravit que les faltaba.
–Siempre he pensado que la división de naciones es muy drástica –dijo Caesar mirando el repentino terreno nevado y el arco sobre el camino principal que rezaba “Ufrigus”.
–Pues en realidad así debe ser –respondió Chelsea–. Las divisiones entre naciones se realizan por accidentes geográficos o cambio de flora y clima.
Caesar no respondió, yendo directamente a ponerse el abrigo que guardaba en su bolsa.
–Odio el frío, estoy hecho para la luz del sol y el calor, no las temperaturas bajo cero.
–Vamos Cas –sonrió Chelsea–, ni siquiera hemos pisado el primer montón de nieve, y te recuerdo que vamos a cruzar montañas, específicamente la cordillera Pico Nevado.
–Que nombre tan simpático…
Suspiró y emprendió la marcha con una risueña Chelsea detrás.
–Dentro de poco nos toparemos con el primer pue- Oh, ahí está.
–¿Enserio? Es la segunda vez que mencionas algo y aparece.
–Suerte de bruja –respondió Chelsea.
Caesar resopló y la siguió.
Frente a ellos se desplegaba un bonito y acogedor pueblo, con casas de madera de roble oscuro una al lado de la otra y bajos muros para delimitar jardines de flores gota de nieve. A pesar de no nevar todavía, y tener un sol reluciente que hacía brillar la escarcha como diamantes, Chelsea lo podía confirmar, todo el suelo se hallaba cubierto de nieve.
–¡Un gato!
El grito de Chelsea hizo pegar un brinco del susto a Caesar y la volteó a ver justo cuando salía corriendo en dirección a, efectivamente, un gato muy esponjoso, que estaba descansando sobre uno de los muros.
–Parece que nunca hubiera visto un gato en su vida –murmuró Caesar por lo bajo mientras se acercaba, con una mano en el pecho para calmar a su corazón acelerado.
–Hola, bonita –decía Chelsea por otro lado, acariciando al animal.
–¿Cómo sabes que es niña?
–Tiene un collar, y en la placa dice Lucy –el mencionado collar era una bonita correa turquesa con una placa de metal.
–Lucy también puede ser nombre para niño –discutió Caesar.
–Lo sé, pero esta vez siento que es niña.
–Si tu lo dices…–y, por fin prestando atención al fulano gato, Caesar reparó en sus ojos– Tiene ojos de distinto color.
–Se llama heterocromía, creí que lo sabías –e ignorando el murmullo de Caesar sobre como sí sabía eso, muchas gracias, continuó diciendo–, los gatos blancos de ojos claros suelen ser ciegos, y si de paso tiene heterocromía, estoy casi segura que esta minina es ciega.
–Pues yo la veo muy tranquila.
–Los gatos son criaturas muy inteligentes, Cas, no necesitan la vista para vivir bien, tienen sus otros sentidos, además, aquí entre nos…
–Llega al punto mujer.
–Su collar tiene un encantamiento.
–¿Oh? –ahora lucía ciertamente interesado.
–Ujum, probablemente su dueño se lo puso sabiendo eso, quizá sea un hechizo de ecolocalización. Escuché que lo ponían en practica en algunos lugares para animales ciegos y querían implementarlo también con personas.
–Eso es interesante.
–Lo es. Debemos continuar antes de que oscurezca, adiós, bonita.
Al despedirse del gato, Chelsea fue directa a buscar a una persona que le diera direcciones, con Caesar detrás suyo refunfuñando cada que tropezaba con un montículo de nieve o un trozo de hielo.
–Buenas tardes –saludó Chelsea a una señora que estaba barriendo la entrada de su casa–, disculpe las molestias, pero me preguntaba si me podía decir por donde queda la oficina de turismo o algo del estilo por aquí, mi compañero y yo queremos ir a Uiyak.
–¿Uiyak, eh? Es muy bonito por estas épocas. La oficina de los guías para cruzar la montaña se encuentra en la plaza, frente a la gran fuente de piedra.
–Muchas gracias, madame.
Pasaron una docena de casas para llegar a la mencionada plaza, y detrás de la gran fuente con forma de lobo, que más tarde se enteraron era el animal nacional de Ufrigus y de hecho muchas personas tenían alguno de compañero, porque es imposible tener a tal criatura de mascota como tal, se alzaba un gran edificio con un cartel de “Centro de Turismo” en el medio.
Al entrar los embargó un delicioso olor a chocolate caliente, y Caesar fue a pedir dos vasos a la zona de cafetería mientras Chelsea se encargaba de los negocios.
–Buenas –saludó a la señora de tercera edad tras una de las mesas–, ¿hay algún guía para llegar a Uiyak disponible?
–Lo siento, dulzura –respondió la vieja–, no hay ninguno disponible, justamente hace rato vino un chico preguntando lo mismo y decidió irse solo. Al ser verano, muchas personas aprovechan la temporada suave para viajar, porque en invierno ni los más expertos sobrevivirían con las tormentas de nieve tan atroces en Pico Nevado.
–¿Sabe cuándo habrá uno disponible? –preguntó Chelsea con una pequeña esperanza.
La mujer hojeó un cuaderno y negó con la cabeza.
–La fecha prevista de regreso es en una semana.
Chelsea dejó caer su cabeza en la mesa, totalmente desalentada.
–No podemos esperar tanto. ¿Tiene algún mapa de la zona? Iremos nosotros mismos –decidió con rapidez–. Soy una bruja y mi compañero un mercenario, con unas pocas instrucciones estaremos bien –añadió al ver la cara de desconfianza de la señora.
–De acuerdo –y le dio un mapa escrito por los propios guías, con notas de todo lo importante y advertencias en las zonas más peligrosas.
–Muchas gracias señora, le debo una.
Y antes de que la señora le pudiera contestar, Chelsea se fue a buscar a Caesar y comprar el equipo necesario.
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Tras una visita a la tienda de escaladores y excursionistas, Chelsea no iba a gastar todos sus diamantes cuando ambos eran perfectamente capaces de escalar algunas rocas, y terminarse unas tazas de chocolate caliente sentados en la fuente analizando el mapa, salieron del pueblo siguiendo el sendero marcado por las numerosas caminatas de ida y vuelta a través de la cordillera.
–Es un mapa muy bien hecho –hizo notar Caesar, que, está vez, era quien guiaba–. Está todo lo necesario: advertencias de zonas de nieve profunda y hielo, zonas propensas a tormentas de nieve, notas de las criaturas que pueden habitar cada parte del camino, e incluso consejos para sobrevivir a muchas situaciones peligrosas.
–Debe haberles costado un buen tiempo recopilar toda esa información.
–No lo dudes. Espero que la vieja mantenga copias, porque esto es muy útil para cualquier aventurero que decida cruzar por sí solo.
Anduvieron un tramo y empezaron a subir por la falda de la primera montaña, encontrando numerosos pinos y robles, y algunas señales indicando que el pueblo más próximo sería la capital, Hefris, justo en el medio de Ufrigus, y tras cruzar un par de picos.
–Es bueno que tengamos raciones de sobra –divagó Caesar–. Siempre agradeceré que me regalaste una bolsa mágica hace tantos años. Son estúpidamente caras y difíciles de conseguir de buena calidad en cualquiera lugar, y he escuchado que las hacen apropósito débiles para que tengas que comprar más.
–¿Todavía la tienes? Esa fue la primera que compré. En un principio era para mí porque la que mi papá me regaló ya era vieja, ¿recuerdas? Pero estabas tan emocionado por viajar y apurado por irte, que supuse que sería el regalo ideal.
–Chel...
–Además –lo interrumpió rápidamente–, ahora tengo tres, y puedo comprar otra en cualquier momento. El negocio de venta y obtención de gemas es muy bien pagado.
–Admito que cuando me llegó esa carta de que ibas a trabajar en las minas con los enanos me quedé muy sorprendido –tropezó con una piedra y casi empuja a Chelsea tratando de recuperar el equilibrio, ganándose una mala mirada, pero retomó rápido la conversación para despistarla–, y a día de hoy sigo sin estar del todo seguro qué haces, no te veo sosteniendo un pico.
–No tengo la fuerza para esas cosas –concordó reprimiendo una risa–. Lo que hago es revisar cada piedra preciosa que obtengan los enanos y clasificarlas. Ellos son muy buenos determinando su valor, son los líderes del mercado después de todo, pero tengo un ojo especial para cada detalle, además de poder evaluar su potencial mágico. Hubo una ocasión –recordó–, que los enanos encontraron este diamante, pero estaba totalmente rodeado de trozos de carbón de gran tamaño, y el diamante era tan pequeño que no lo notaron. Casi lo terminan vendiendo en una bolsa de carbón si yo no hubiera insistido en que sentía que había un diamante adentro.
–Intuición de bruja ¿eh?
–Que te puedo decir. Y ese pequeño diamante resultó tener una cantidad absurda de magia, pues todo estaba concentrado, y me lo quedé –añadió con una sonrisa orgullosa.
Caesar estaba por añadir otro comentario, pero una fuerte ventisca casi lo hace caer de espaldas. Ambos miraron al cielo y notaron como estaba totalmente lleno de nubes de tormenta que parecían a punto de colapsar. Se habían distraído demasiado con su charla.
–Estaremos en muchos problemas si no hallamos una cueva pronto –dijo Caesar mientras notaba los primeros copos de nieve caer. Revisó el mapa en busca de zonas protegidas, y vio una a más o menos una hora de caminata–. Por aquí.

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