Salón del trono

—¡Saludos a la Hechicera y el Dragón!

Ni bien entramos en aquel salón, la burlona voz del Mago se abrió paso desde el fondo de la estancia de unos 15 metros de diámetro y, por primera vez en lo que parecían ser años (¿o sólo eran días?), pudimos ver a nuestro captor.

—Pero díganme ¿a quién invitaron a mi pequeña fiesta?

El tono sarcástico nos hacía hervir la sangre, pero aún así sólo nos limitamos a ver, con un poco de sorpresa, la lánguida figura que nos observaba, perezosa, desde el otro lado del salón, sentada en un trono dorado, tal vez de madera recubierta con hoja de oro y labrado de manera exquisita, cuya silla y respaldo cuadrados estaban recubiertos de tela púrpura.

Aquel anciano de larga barba y delgada figura, tal vez un tanto parecida a la legendaria silueta del Quijote, dejó de observar la bola de cristal que tenía frente a él, apoyada en una mesa baja de madera oscura, para voltearnos a ver con gesto curioso y divertido a la vez, hasta que, de repente, su mirada se clavó, poderosa, en Hugo.

—¡Bienvenido, Guerrero! De verdad tuvimos suerte de que tu amigo el Bárbaro resolviera el asunto a su manera y así ya no tuve que ponerlos a prueba para poder elegir. Ahora dime, Señor de la Guerra: ¿De verdad vales el precio que se ha pagado por ti?

Al ver el gesto extrañado de Hugo, el anciano le espetó: —¿Pero qué, acaso no lo sabías? Todo tiene un precio y tú pagaste con dos vidas ajenas tu entrada a este lugar.

Sus ojos volvieron a adoptar la inquieta mirada de un niño, viendo de uno a otro de nosotros, hasta que por fin se fijaron en el rostro de Sara.

—La hermosa Cazadora, siempre tan fuerte, tan confiada, tan segura de sí misma, tan valiente, tan... asustada. —Nuestra mirada de sorpresa no lo detuvo, al contrario —Sí, así es: asustada; siempre escondida, como una niña en un clóset que observa a un monstruo destruir su vida, rogándole a su "Dios" quedarse sorda. Ahora dime, Señora del Silencio, ¿a qué le temes más a sus secretos —dijo mirándome —o a tus secretos?

Manuel se adelantó un poco, levantando su espada, pero el Mago de inmediato lo atajó.

—Y tú —señaló a mi amigo con su huesudo dedo —espero que el Lobo sea un digno representante de la Guardabarreras. Ella sabía que su mejor arma era el conocimiento y creía lo mismo de ti; en lo personal, estoy seguro de que te sobrevaloraba y aún así te pregunto, Sabueso de Dios, ¿cuál es la única pregunta que te falta por responder?

—¿Y a quién más tenemos aquí? —Sus ojos parecieron atravesar a Paty, quien estaba parada delante de Noemí —¡Duende! Lo bastante fuerte como para sobrevivir y demasiado débil como para ser destruida. Ahora responde, pequeña: ¿Cómo pretendes encontrar los caminos para otros, cuando ni siquiera eres capaz de seguir tu propia senda?

Cansado de tanta habladuría, adopté una pose un tanto más dramática de lo necesario, levantando mi espada y apuntándola directo a la frente del Mago.

—¡Basta de tonterías! Ganamos, déjanos ir.

El anciano me dirigió una mirada divertida, primero, y luego sus ojos se volvieron tan duros como el acero y simplemente dijo:

—No.

Sin amedrentarme, lo miré directo a los ojos y...

—Atravesamos cada maldito pasillo, cada cuarto y cada escalera, pasamos todos los obstáculos que nos atravesaste y vencimos a cuanto enemigo nos pusiste enfrente, nos lo ganamos, ahora libéranos.

—Mi querido Dragón... aún no me has vencido a mí.

—Acabas de hacerme muy feliz.

Hugo saltó desde detrás de mí y se abalanzó sobre el anciano con toda la furia acumulada en las últimas horas... o días... o minutos, sin darme tiempo de advertirle sobre la extraña sonrisa que iluminaba aquel rostro surcado por mil arrugas, la sonrisa demente de alguien que ha pasado los últimos mil años esperando un reto a su medida y que por fin lo ha encontrado.

El hacha de Hugo silbó en el aire mientras descendía sobre el cráneo del Mago, sin embargo, en lugar del sonido, con el que ya estábamos familiarizados, del metal atravesando hueso y carne, escuchamos un extraño ruido, como el de un cristal que se rompe, combinado con el de una lámina de metal rasgándose por el esfuerzo, justo en el momento en que el arma se estrellaba contra alguna clase de barrera que rodeaba a nuestro carcelero.

El punto del impacto se dobló ante la potencia del asalto de mi amigo, pero no se rompió, en cambio, vimos como si el mismo espacio se distorsionara, formando una onda expansiva que terminó por proyectar al largirucho como un muñeco de trapo, estrellándolo contra la pared a nuestras espaldas.

No lo vimos moverse, ni siquiera mi "visión en cámara lenta" pudo captar el movimiento del Mago, sin embargo, sí pudimos sentirlo, en la forma de una ligera pero veloz ráfaga de aire pasando entre nosotros y para cuando atinamos a voltear, el enemigo ya estaba encima de Hugo, con la mano extendida, los tiesos dedos de largas y desaliñadas uñas apuntando justo al corazón del joven, quien apenas había podido levantar la mirada, para ver con terror cómo la muerte se abalanzaba sobre él.

Sin embargo, más extraño que ver a aquel viejo moverse tan rápido fue ver a Paty parada junto a los dos contendientes, sosteniendo, con puño de acero, la muñeca del Mago antes de que pudiera atravesar el corazón de su recién encontrado amor.

—¡¡No-lo-toques!!

De alguna forma, la pelirroja también consiguió distorsionar el espacio alrededor de su mano y, con ello, arrojó al Mago por los aires, proyectándolo hacia la pared contraria con la velocidad de un tren desbocado, no obstante, justo cuando esperábamos verlo estrellarse contra el sólido muro de piedra... la estancia aumentó de tamaño.

En un par de "latidos", el cuarto relativamente pequeño en que nos encontrábamos aumentó su volumen unas 10 o 15 veces, pero sin "movernos" a nosotros ni a los escasos muebles, que parecían desproporcionadamente pequeños y demasiado alejados unos de los otros, en comparación con la enormidad del recinto.

Libre ya de obstáculos, El Mago se tomó su tiempo para frenar su trayectoria y cuando por fin logró detenerse, unos cinco metros por encima del piso, comenzó a descender lentamente, en medio de una sonora carcajada, hasta quedar apenas unos centímetros por encima del pulido granito gris que recubría el suelo.

No podíamos darle tiempo de nada más, sin pensarlo, me lancé sobre el anciano, con la esperanza de que mi espada pudiera triunfar donde el hacha de Hugo había fracasado y tal vez lo habría logrado, de no ser porque El Mago logró esquivar todos y cada uno de mis ataques, aparentemente sin esfuerzo, retrocediendo, avanzando o con pequeños pasos a un lado o al otro y, ocasionalmente, doblando la cintura para evadir cada uno de mis mandobles.

Tal vez lo hiciera sólo por diversión o quizá había algo en Albion, que brillaba como los sables de luz de las películas, que de verdad lo preocupaba, el caso era que no podía tocarlo ni aun cuando Manuel, Noemí y Sara se unieron a una vertiginosa pelea cuerpo a cuerpo, en la que el Traidor comenzó a esquivarnos con movimientos casi tan rápidos como el que usó para alcanzar a Hugo.

Finalmente, nuestra desesperación y falta de coordinación, junto con la natural perfidia del Warlock, nos vencieron; con un astuto movimiento hacia atrás, el anciano consiguió que tropezara con Manuel.

Sin embargo, nunca llegué al piso, alguna fuerza me detuvo a medio camino, justo arriba de la mano derecha del Mago, sobre cuya palma extendida comenzó a formarse una extraña luminiscencia, casi sólida en el centro y más difusa en las orillas; en un instante, comprendí que la esfera, más o menos del tamaño de una pelota de softbol, estaba destinada a mi cabeza y ni siquiera quería imaginarme las consecuencias que aquello podría tener o el daño que podría causar.

¡Shuuiiiish!

¡Una veloz ráfaga de aire pasó junto a mi rostro! dejando una línea de sangre sobre mi mejilla derecha, justo por donde el filo de la Daga había pasado un microsegundo antes de estrellarse contra la esfera, aún en la mano del Warlock, provocando un estallido de luz, calor y alguna otra extraña forma de energía, sin embargo, gracias a Paty, aquella explosión nunca me alcanzó.

Con la misma velocidad que El Mago, la chica se movió para alejarme del radio del estallido y de las manos del peligroso anciano y luego de dejarme junto a los otros, a una distancia segura, la pelirroja comenzó a elevarse en el aire hasta quedar un par de metros sobre nuestras cabezas, junto con ella, el Traidor también comenzó a ascender, hasta que ambos rivales quedaron más o menos al mismo nivel.

—Mario, la Flama; Sara, llénalo de flechas.

Mientras hablaba, Hugo recuperó la Daga y la empuñó con determinación, arrancándole un siniestro brillo a una de las afiladas puntas, mientras todos observábamos a Paty, quien parecía rodeada de una extraña oscuridad, la cual crecía a cada momento, formando un aura que sólo se detenía hasta encontrarse a un par de metros del Mago.

De repente, un feroz viento comenzó a arremolinarse dentro de la habitación, al tiempo que un sinfín de chispas de apariencia eléctrica saltaban aquí y allá a lo largo y ancho del salón del trono y de inmediato comprendimos que eran la manifestación visible del poder crudo de ambos contendientes, chocando en un campo de batalla más allá de nuestra imaginación.

Tiempo más tarde, también entendimos que quizá Paty era más poderosa que El Mago, sin embargo, el anciano tenía varias vidas enteras de práctica y experiencia, de modo que mientras la chica tenía que recurrir a todo su poder, él sabía exactamente dónde y cuándo emplearlo para contrarrestar los ataques de su rival.

Sin siquiera mirarnos, Hugo, Sara y yo atacamos al unísono y mientras Sara disparaba flecha tras flecha, las cuales se quedaban como flotando "atoradas" en el campo de fuerza, yo envolví al Warlock con una feroz llamarada; no obstante, el que más nos sorprendió fue Hugo, quien envió a la Daga contra el odiado rival y con una determinación y concentración que no le conocíamos, logró dominar al poderoso instrumento para hacerlo atacar una y otra vez al enemigo, sin la necesidad de recuperarlo; cada vez que el arma rebotaba con el escudo del Mago, el joven la redirigía en una serie incesante de estocadas que resonaban en toda la habitación.

Mientras La Hechicera y El Mago seguían enfrascados en su feroz combate, Manuel se devanaba los sesos tratando de encontrar la forma de salir de aquella prisión de pesadilla.

—¡¿Qué te hace pensar que hay una salida?!

Quizá Noemí tuviera razón, nada en realidad obligaba a nuestro captor a darnos una salida, sin embargo...

—¡Porque es un juego! —respondió el "Flaco" tratando de vencer con su voz el rugido del viento y el estruendo de la magia chocando a nuestro alrededor.

—¡¿Y eso qué?!

—Que todo juego tiene un final.

No obstante, por momentos parecía que el único final posible era la muerte de todos nosotros a manos de un enemigo que sobrepasaba nuestras más aterradoras pesadillas y aquel lúgubre pensamiento se reforzó cuando, con un simple gesto, El Mago convocó un nuevo peligro.

El huesudo dedo del anciano dibujó en el aire alguna especie de signo, apuntando hacia la bola de cristal; hasta ese momento, el instrumento nos había mostrado a nosotros desde que entramos al salón del trono, siguiendo cada uno de nuestros movimientos, sin embargo, a la señal del Warlock, la escena cambió y dentro de la esfera comenzó a formarse un oscuro paisaje, como si se asomara a las entrañas de una tormenta, azotada por momentos por poderosos relámpagos, los cuales, sin embargo, apenas podían dominar las tinieblas por un breve instante.

De repente, de las profundidades del cristal, una multitud de sombras comenzó a salir; negras figuras humanoides brotaron en torrente, volando alrededor de nosotros, cada vez más cerca, envolviéndonos en un tenebroso manto de oscuridad.

—¡Aarrrghhh! ¡Hija de tu pinche madre!

Sin entender por qué, vimos cómo Hugo perdía el control de la Daga, la cual cayó, inofensiva, al piso, sin embargo, muy pronto lo comprendimos, al verlo sangrar del brazo derecho.

—¡Mmfff!

Tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para ahogar el grito de dolor, una sombra pasó veloz detrás de mí, provocándome un profundo corte a la altura del hombro izquierdo; el paso de aquel ente (que todavía no logro descifrar si era un espectro demoníaco o un demonio espectral) me provocó un agudo y helado dolor, como si me hubieran cortado con un carámbano de hielo.

Aunque eran demasiado escurridizas, volando a gran velocidad de un lado a otro de la habitación, aquellas sombras también eran bastante frágiles y bastaba cualquier tajo de nuestras armas para rasgarlas y hacerlas desaparecer en medio de un espectral chillido, el problema era que eran demasiadas y cada vez salían más de la bola de cristal.

—Mario, Manuel... ¡tienen que sacarlos de aquí! ¡Pronto!

La voz de Paty resonó dentro de nuestras cabezas y al voltearla a ver, vimos cómo las chispas estaban cada vez más cerca de la pelirroja, lo cual interpretamos como una señal de que El Mago iba ganando el duelo.

Sin embargo, todavía no teníamos una respuesta y nosotros mismos estábamos cada vez más débiles, Sara tenía varias cortaduras en las piernas y en la espalda, Noemí, quien esta vez no conseguía huir de nuestros atacantes, tenía una perturbadora herida que le corría de la frente a la barbilla, atravesando el ojo derecho; Hugo sangraba profusamente de la frente y Manuel había tenido que cambiar su espada a la mano izquierda, a causa de una profunda herida que le impedía cerrar la derecha.

Por mi parte, además de la cortada en la espalda, tenía varias en hombros y piernas y justo cuando una sombra me alcanzó el abdomen, con un grito de furia y dolor, apunté la flama hacia la bola de cristal y liberé una llamarada que habría opacado incluso a una expulsión de masa coronaria del sol.

Aunque el instrumento permaneció intacto, la repentina sobrecarga de luz y calor pareció cerrar el acceso a aquella dimensión sombría y entonces...

—¡¡Eso es!! ¡No es una "televisión", es una "ventana"! ¡Es una ventana!

El grito de Manuel lo dejó bastante claro e incluso, de reojo, alcancé a ver una mueca de preocupación en el rostro del Mago, quien trató de volar hacia nosotros, sin embargo, con un último y poderoso esfuerzo, nacido de la desesperación, Patricia logró contenerlo y replegarlo casi hasta el lado contrario de la habitación.

En el gesto concentrado del "Flaco", quien se acercó hasta la bola, se leía una sola pregunta: "¿Cómo lo abrimos?", aquélla era "la única pregunta que le faltaba por responder" y la única respuesta lógica era la Llave, de modo que aquél la sacó de su bolsillo y, tras pensarlo un momento, se limitó a clavarla dentro de la esfera.

El violento impacto dejó clavada la Llave dentro del cristal, que dejó escapar un líquido claro, no obstante apenas resquebrajó un poco la bola... y nada más ocurrió.

—¡¡Jajajajajaja!! —La demente carcajada nos hizo voltear hacia donde El Mago era retenido por Paty —¡Mocoso estúpido! ¡No tienes el poder!

Pese al tono burlón, las palabras del anciano nos dejaron ver que íbamos por el camino correcto, más aún, Manuel todavía recordaba aquella frase: "Donde el poder de uno es insuficiente, la fuerza de todos se impone", de modo que arrojó la esfera a Hugo, quien, con toda su fuerza, clavó la Daga desde un ángulo diferente; una de las hojas del arma penetró completa hasta la empuñadura, arrancándole otro chorro de agua, sin embargo, no causó mucho más daño y ya sólo quedaba una cosa por probar.

—¡Mario!

Diciendo y haciendo, Hugo me arrojó el instrumento, ante la febril mirada del Mago, quien se debatía fieramente dentro del "abrazo" mágico de Patricia, quien parecía a punto de desfallecer en medio de las embestidas del anciano milenario.

Apenas la sentí en mi mano, apliqué todo el calor que pude a la esfera; las grietas causadas por la Llave y por la Daga se alargaron un poco y brillaron intensamente, pero la maldita bola no cedía; seguramente creada por una magia más antigua y más poderosa que el mismo Mago, era obvio que el instrumento no se rendiría fácilmente.

—¡De prisa, no voy a aguantarlo mucho más tiempo!

En esta ocasión la voz de Paty resonó clara en nuestros oídos y su tono de desesperación me hizo redoblar mi esfuerzo, de alguna forma, conseguí dividir la Llama en dos y transportar la segunda mitad a mi mano izquierda, para aplicarle todo el calor que me era posible desde dos direcciones distintas.

Pero nada parecía funcionar, incluso, la maldita esfera se volvió más pesada, como si estuviera intentando que la soltara, y el intenso calor comenzaba a afectarme también a mí, mis manos y mi rostro enrojecieron e incluso mi ropa comenzó a emitir tenues hilillos de humo, por fortuna, la desesperación logró arrancar la respuesta de las profundidades de mi mente...

—¡Sara! ¡Faltas tú, Sara!

En medio del estruendo causado por la batalla entre El Mago y La Hechicera, apenas pude reconocer mi propia voz, por fortuna, Sara me escuchó fuerte y claro, pero no se decidía a hacer lo único que podía hacer.

—¡Dispárale, Sara! ¡Por el amor de Dios, ¡dispárale!!

—¡Pero... no! ¡Quítala de ahí, quítatela de enfrente!

El enorme peso de la esfera me había obligado a bajarla, justo a la altura de mi abdomen. No podía levantarla más y tampoco podía soltarla, pues si dejaba de arrojarle fuego, ni todas las flechas del mundo podrían haber penetrado el sólido objeto.

—¡No importa! ¡Sólo hazlo!

Con lágrimas en los ojos, entendiendo que no tenía otra salida, Sara musitó un "perdóname" y una oración, tensó su arco, lo apuntó y...

—Noemí, prepárate, es tu turno.

El susurro de Manuel en el oído de la diminuta chica casi se perdía detrás del tañido de la cuerda del arco de Sara; la flecha voló rauda a través del aire ante la frenética mirada del Mago, cuya furia aumentó su ya de por sí inconmensurable poder y se libró por un instante del bloqueo de Patricia, sin embargo, ya era demasiado tarde.

Mi "visión en cámara lenta" me permitió ver cómo la esfera se resquebrajaba al paso de la flecha y cómo la afilada y brillante punta se asomaba, poco a poco, por el otro lado, abriéndose paso hacia mi estómago; aun así, me negué a soltarla, al contrario, mantuve el esfuerzo determinado a honrar los sacrificios de cada uno de nuestros amigos.

Y por fin reventamos la maldita cosa.

En medio de su agonía, el poderoso artefacto emitió un pulso de energía o de magia que distorsionó la realidad y justo cuando sentía cómo la acerada punta de la flecha punzaba mi piel... una mano salvadora me arrancó de las garras de la muerte.

Tal como Manuel lo había dicho, había llegado el turno de Noemí, no era que se moviera con la velocidad del Mago o de Patricia, era, simplemente, que la joven por fin estaba en su elemento, donde podía moverse a sus anchas a través de las convulsiones que habían comenzado a sacudir el tejido mismo de la realidad.

Justo cuando la pequeña mano me sacaba del camino de la flecha, otra violenta oleada atravesó nuestros cuerpos como los sonidos más graves de una orquesta, sin embargo, la marejada que comenzaba a formarse también tenía consecuencias físicas.

Ahí, en medio de la habitación, donde había estado la bola de cristal, sus restos crearon un extraño vórtice de diminutas astillas de hielo y esquirlas de vidrio, las cuales formaron poderosas corrientes que amenazaban con separarnos unos de los otros y dispersarnos por dimensiones o regiones desconocidas.

Justo tras la explosión inicial, el tiempo pareció detenerse por un instante, sin embargo, de repente comenzó a correr más rápido y aunque el resto de nosotros moríamos de miedo o angustia, Noemí se mantuvo mucho más que serena, de hecho, parecía feliz cada que usaba una de aquellas oleadas de energía en su provecho para acercarse a cada uno de nosotros y reunirnos en medio del caos en que se había convertido aquella diminuta región del espacio.

—¡¡¡Esperen!!! ¡¡Paty!! ¡Falta Paty!

El desesperado grito de Hugo nos obligó a voltear a ver a la chica, sin embargo, frente a nosotros, a punto de alcanzarnos, sólo vimos el pérfido rostro del Mago, agrandado unas 100 veces y contraído en un rictus de ira total; no obstante, para nuestra fortuna, estaba congelado en su lugar y detrás de él, una exhausta, pero sonriente Patricia, levantó la mano y se despidió de nosotros.

—Hazlo, Noemí, sácalos de aquí.

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