Elementos
Sin saber cómo, los tres se encontraron caminando a través de un plácido paisaje, una extensa pradera salpicada aquí y allá por pequeñas arboledas o por altos y majestuosos árboles que se mecían solitarios al compás de una tenue brisa.
Ligeras nubes se movían con parsimonia a través de un extraño cielo iluminado por una luz dorada, parecida a la de los primeros minutos después de que el sol se asoma por completo a través del horizonte, sin embargo, la extraña luminiscencia no provenía de una fuente visible, de hecho, parecía simplemente existir a lo largo y ancho del inusual y aun así hermoso cielo.
No estaban seguros de hacia dónde se dirigían, ni tampoco de dónde venían, sin embargo, sabían... sentían que debían seguir caminando, ninguno de los tres hablaba, no parecía ser necesario, lo único importante era seguir, pero sin prisa, a donde quiera que fueran no parecía ser tan importante, simplemente tenían que llegar.
De repente, la ligera brisa que hasta ese momento había refrescado sus rostros cambió el susurrante sonido por el de una especie de risilla traviesa que hizo un discreto eco a través del paisaje y, antes de que se extinguiera, otra le respondió a la distancia y luego una más y otra y otra y muchas más, hasta que el ambiente se llenó de risas juguetonas.
Desde que la primera risa resonara en sus oídos, César había levantado su martillo. No había peligro o amenaza evidente, sin embargo, no acababa de confiar en aquel hermoso paisaje, los recuerdos de todo lo que habían vivido aquella noche habían resurgido poco a poco y ahora sentía que, sin importar a dónde exactamente fueran, tenían que llegar lo más pronto posible.
Aquel sentimiento, por si fuera poco, se vio acentuado cuando una pequeña criatura, más o menos de medio metro de altura, apareció flotando frente a ellos y aquella fue sólo la primera de muchas, en poco tiempo se vieron rodeados por una gran cantidad de los hermosos seres, translúcidos y frágiles como el cristal, y con una delicada apariencia femenina que, de haber sido humanas, las habría hecho parecer apenas adolescentes.
Algunas de las "sílfides", como las llamó Karla en un susurro, simplemente aparecieron en el aire, pero la mayoría llegaron volando raudas de todas direcciones, aparentemente llenas de curiosidad por los extraños seres que una de ellas había encontrado vagando por su tierra.
Sin previo aviso, una de ellas se colocó cara a cara con Noemí, apenas a un centímetro de su nariz; sin embargo, el encuentro no duró mucho pues, un segundo después, la traviesa criatura se convirtió en una veloz corriente de aire y, sin empacho alguno, se "zambulló" dentro del escote de la chica. La sensación hizo a Noemí lanzar un gritillo, no tanto de miedo como de sorpresa por el impetuoso movimiento y la sensación de la criatura recorriendo su piel bajo la ropa sin pudor ni recato, pero tampoco con malicia, simplemente... con curiosidad.
El resto de sus compañeras la imitaron y muy pronto convirtieron cada centímetro de sus cuerpos en su propio campo de juego, convertidas en rápidas corrientes de aire, por momentos cálidas como la brisa de verano y de repente frías como el viento invernal, ni el más pequeño rincón quedó sin ser explorado o atendido, ya fuera con rápidos roces cosquilleantes o con francas caricias que les erizaban la piel.
Los tres estaban rodeados por ellas, sin embargo, las extrañas criaturas parecían deliciosamente fascinadas con la presencia de Karla, a quien le dedicaban especial atención, apareciendo y desvaneciéndose alrededor de la joven en medio de pequeños remolinos de viento y dejando detrás de ellas un tintineante sonido parecido a una risilla juguetona o... coqueta.
El jugueteo, en apariencia inocente, de las sílfides no había tranquilizado del todo a César, quien no dejaba de albergar un sentimiento de desconfianza hacia cualquier cosa que estuviera remotamente relacionada con el Mago o con la fortaleza maldita que le había arrebatado a su adorada Adriana.
Adriana.
El recuerdo de la joven, seguido por las imágenes de su secuestro a manos del "dragón azul" provocaron una violenta reacción en el musculoso joven, quien levantó furioso su martillo y lanzó un violento golpe contra las criaturitas que se arremolinaban frente a él, sin conseguir realmente nada, los pequeños seres simplemente se hicieron a un lado o fueron "atravesados" por el arma sin recibir daño alguno.
Y así como, en un principio, se habían presentado dulces y encantadoras, las sílfides alrededor de César se transformaron en un parpadeo en diminutas pero horrendas visiones, sus rasgos antes suaves e infantiles se volvieron afilados y angulosos, sus delicadas cabelleras se tornaron en alborotadas y crespas melenas y su risilla traviesa se cambió por un aterrador chillido que atravesó los oídos del joven.
Pero eso no fue todo, antes que cualquiera de ellos pudiera reaccionar, una de las criaturas se transformó en una corriente de aire, se introdujo por su nariz y llegó a sus pulmones, donde se "hinchó" hasta llenarlos por completo, impidiéndole tomar otra bocanada de aire y asfixiándolo en el proceso.
Tanto Karla como Noemí trataron de ayudarlo, sin embargo, ante cualquier movimiento brusco, las volubles sílfides se transformaban en aquellos diminutos demonios, cerrándoles el paso.
Muy pronto, César comenzó a ponerse morado y sus desesperados movimientos empezaron a perder intensidad conforme perdía la consciencia ante la impotente mirada de las chicas. Noemí, en especial, no pudo reprimir una lágrima ante lo que creía la muerte inminente del gigante, lo cual transformó la risa de algunas de las criaturas que la rodeaban en una especie de melancólico gemido y ellas mismas parecieron desdibujarse un poco, volviéndose prácticamente invisibles.
No obstante, aquello no ayudaba a César, quien ya casi había dejado de moverse.
De repente, una idea asaltó a Karla, quien, consciente de lo atractiva que le resultaba a las criaturitas, estiró las manos y atrajo rápidamente a una de ellas hasta su cara, para plantarle un beso que pasó de tierno a apasionado en menos de un segundo.
Nunca supimos exactamente lo que sintió la joven, sin embargo, las sílfides parecían mucho más que fascinadas con aquel despliegue de afecto y prácticamente todas dejaron lo que estaban haciendo para acercarse a contemplar, extasiadas, aquella conducta que seguramente les parecía lo más exótico que hubieran visto jamás.
Incluso la que estaba dentro de César, contagiada por la curiosidad de sus compañeras, dejó el cuerpo del joven, quien de inmediato jaló una enorme bocanada de aire, incorporándose a medias del pasto donde ya estaba tendido y resolló sonoramente en busca de jalar más del preciado aire.
Por su parte, consciente de que aquello no bastaría para librarse de las volubles criaturas, por lo menos no por mucho tiempo, Karla decidió probar algo más, algo que seguramente las distraería por bastante más tiempo (o eso esperaba).
Sin desprenderse de la diminuta criatura, la chica estiró una de sus manos y, en un gesto que parecía haber hecho muchas veces antes, con delicadeza tomó la mano de una de las sílfides y la atrajo hacia ella, pero, en vez de besarla, se la entregó a su compañera, quien se mostró más que feliz de enseñarle a su amiga aquel fascinante nuevo "truco" que había aprendido.
Pero no duraron mucho, muy pronto, las dos criaturitas se separaron y cada una se unió a la que tenía más cerca para compartir lo aprendido; del mismo modo, las nuevas parejas no duraron más de unos cuantos segundos; impacientes, los pequeños seres se separaron para buscar nuevas compañeras y, en poco tiempo, casi todas estaban sumergidas en lo que, para ellas, era un simple juego, un entretenimiento pasajero que dejarían cuando se acabara la novedad.
Karla, en cambio, no había perdido el tiempo, en cuanto las sílfides se entregaron a aquel nuevo pasatiempo, llamó a Noemí y juntas corrieron hasta donde César aún luchaba por recuperarse.
Una vez juntos, la chica tomó a Mí con una mano y a la Llave con la otra.
—Tú encuentra el camino, yo abro la puerta.
Noemí se limitó a asentir, mientras sostenía la mano de César y ambos veían cómo Karla dibujaba en el aire una brillante runa usando la punta de la llave, cuyos cristales emitieron una pálida luz dorada.
Al instante, un rectángulo luminoso se dibujó frente a ellos y de él surgió una luz que los envolvió y los sacó de aquel hermoso pero aterrador sitio.
Estaba cerca, aún no podía verlo, pero podía sentirlo. El poder primordial de la bestia era tan fuerte que incluso fuera de su vista, oculta por la oscuridad y las sombras creadas por los enormes peñascos que sembraban aquel extraño paisaje, sabía perfectamente que estaba cerca, muy cerca.
Salió de la nada, sus afilados colmillos atravesaron incluso la muñequera de cuero endurecido y reforzada por gruesos hilos de bronce que formaban un complicado diseño de enredadera. A tan corta distancia su arco era más que inútil, era peso muerto, un estorbo; por fortuna, una flecha, convertida en improvisada daga, consiguió alejarlo.
Gracias a la muñequera, la herida era menos profunda de lo que parecía, sin embargo, ya no podría manejar el arco, por lo menos no con eficiencia, el dolor, aunque soportable, le impediría apuntar con precisión, algo más que imprescindible contra un adversario como aquella fiera.
Por fortuna, la criatura no se había ido limpia, las rojas gotas de sangre que coincidían con las huellas del animal eran evidencia de que la flecha había perforado el duro pellejo.
Con un pensamiento, la doble lanza apareció en sus manos, los mortales filos brillaban bajo la luz de la luna llena, ansiosos por probar, también, la sangre del adversario.
Las huellas eran claras, demasiado claras; toda la noche se había esforzado al límite de sus habilidades apenas para seguirle el paso a la bestia, cuidándose de cada sombra pasajera o de la más ligera brisa que pudieran indicar la presencia del animal, de modo que pensar que ahora se hubiera vuelto tan descuidado resultaba, simplemente, inverosímil.
Era obvio que se trataba de una especie de trampa, no obstante, si quería atraparlo tenía que seguirle el juego.
Las huellas se adentraban cada vez más en el tenebroso territorio poblado de afilados peñascos, acercándose a una colina baja que se alzaba a la distancia, coronada con un círculo de alargadas rocas que se recortaban, sombrías, contra el cielo nocturno.
♦♦♦
Olisquear la brisa no servía de nada, era inútil, la persistente sombra que lo acechaba era prácticamente indetectable, en toda la noche no había logrado sacudírsela de los talones; a duras penas había logrado mantenerse un par de pasos adelante de ella y cada vez que creía que por fin se la había quitado de encima, volvía a aparecer, aterradoramente constante.
Ni siquiera su habilidad para fundirse con las sombras parecía servir de algo en contra de la casi sobrenatural facilidad con que aquella suerte de espectro parecía encontrarlo e incluso las alargadas sombras de los peñascos, sus constantes amigas y protectoras, lo habían abandonado.
El esfuerzo y la constante presión por mantenerse lo más adelante posible de aquella oscura y mortal presencia hacían parecer que llevaba días huyendo de ella, sin embargo, no había pasado siquiera una noche, de hecho, la luna seguía, aparentemente inmutable, en lo más alto de su recorrido por el cielo nocturno.
Y de repente... la sintió, separado de ella apenas por el grosor de un cabello, y su instinto se hizo cargo, poseído por la increíble fuerza nacida del miedo y la desesperación, dio media vuelta y se abalanzó sobre lo primero que tuvo enfrente.
El brazo armado era más "duro" de lo que había anticipado, no obstante, con un esfuerzo que exigió casi la totalidad de su poder, por fin lo consiguió, pudo arrancarle un pequeño chorro de sangre; sin embargo, tan pronto la euforia del triunfo comenzaba a correr por sus venas, tuvo que soltarlo, un agudo dolor en su flanco izquierdo lo obligó a desprenderse de su presa y, de nueva cuenta, tuvo que huir.
La mayor parte de las punzantes heridas eran meramente superficiales, varios ligeros cortes a la altura de las costillas, no obstante, una de ellas, la última, había penetrado profundamente en su hombro izquierdo, casi hasta el hueso, provocándole un agudo dolor mientras caminaba y chorreando gotas de roja y cálida sangre que manchaban el verde pasto a su paso.
Ya no tenía caso intentar ocultar sus huellas, el rojo y brillante rastro era perfectamente visible y no tenía forma de disimularlo, su única oportunidad, creía, era llegar a la cima de la colina, alcanzar el terreno alto, donde un círculo de alargadas rocas se recortaba, sombrío, contra el cielo nocturno.
♦♦♦
La luna brillaba indiferente sobre el círculo de rocas, arrancando tenues destellos de las runas metálicas incrustadas en la cara interna de las alargadas piedras, cuyas sombras prácticamente habían desaparecido debido a la posición del astro en lo más alto del cielo nocturno.
Aquello eliminaba cualquier tipo de ventaja o escondite para cualquiera de los dos, la bestia no tendría dónde ocultarse, en tanto la sombra sería perfectamente visible en cuanto llegara al pie de la colina.
Ambos lo sabían, sin embargo, de alguna forma, también sabían que no tenían opción, tenían que terminar con aquel empate, el laberinto de peñascos y hierba alta que rodeaba aquel promontorio era un terreno perfecto para la cacería, por ello mismo podrían haberse pasado una eternidad tratando de atraparse uno al otro, sin que ninguno de los dos lo consiguiera.
No. Aquello tenía que terminar ya.
Con paso lento, ambos se acercaron desde extremos opuestos del círculo de piedras y, del mismo modo, los dos sabían que el otro esperaba del otro lado. Si lo hubieran practicado no les habría salido mejor, al unísono, los dos oponentes saltaron dentro del círculo listos para matar... o morir.
Un relampagueante hidari ichimonji (corte horizontal de izquierda a derecha) hizo a Espina Sangrante describir un amplio arco horizontal, sin embargo, nunca encontró su blanco, ni tampoco el sólido bloqueo de otra arma, en cambio, de alguna forma fue "arrastrada" más allá de su objetivo, una de las puntas de la doble lanza "envolvió" la hoja de la espada y luego la arrojó a un lado, simplemente redirigiendo su propia fuerza.
No obstante, no era sólo eso, el movimiento, delicado como una corriente de aire, pero poderoso como el caudal de un río, sacó a la espada del camino para que la misma punta lanzara una veloz y profunda estocada que buscó la frente de su adversario; pero aquello no sería tan fácil, un oportuno y veloz reflejo desvió su cabeza hacia un lado para evitar el golpe y, casi al mismo tiempo, recuperó el control de su espada para contraatacar con un relampagueante movimiento.
Durante lo que les parecieron horas (pero que, en realidad, fueron sólo un par de minutos) ambos oponentes se envolvieron en aquella especie de danza, Espina Sangrante volaba rauda en busca de cualquier fisura en la cerrada guardia de la doble lanza, la cual, en cambio, "revoloteaba" alrededor de la espada a la espera de una oportunidad, por mínima que fuera, de clavar sus mortales aguijones en la carne de su adversario.
Sin embargo, algo más estaba pasando a su alrededor; sin que ninguno de los dos lo advirtiera, las runas en las piedras comenzaron a brillar con algo más que el solo reflejo de la luz de la luna: el poder primordial de ambos oponentes, que brotaba cada vez que sus armas se encontraban.
Por fin, a base de tesón y velocidad, Manuel encontró el punto débil que buscaba y la espada descendió en un fulgurante hidari kesagiri (corte diagonal descendente de izquierda a derecha) en busca del esbelto cuello; no obstante, todo era una trampa, deliberadamente, Sara había abierto su guardia alta para hacer que su oponente descuidara su zona media, justo a donde dirigió una de las puntas de su doble lanza, sin embargo, la joven no contaba con que al "Flaco" aún le quedaba una enorme reserva de energía y, por lo tanto, el tajo fue mucho más veloz de lo que ella esperaba.
Tal vez fue un milagro, tal vez una simple casualidad o quizá algo o alguien los protegía, el caso es que, un milímetro antes de que las hojas alcanzaran sus objetivos, ambos despertaron; Espina Sangrante apenas llegó a tocar la oscura cabellera, mientras la punta de la lanza alcanzó a desprender una sola gota de sangre del esbelto abdomen, la cual resbaló como en cámara lenta hasta perderse en los pliegues del pantalón.
Al mismo tiempo, los ojos de ambos se encontraron y, sin necesidad de hablar, bajaron sus armas. Un viento helado se levantó furioso a su alrededor, mientras Manuel y Sara voltearon a ver las runas que aún brillaban con intensidad en la cara interna de las piedras y, por un mero presentimiento, comprendieron que sólo había una forma de salir de ahí.
La lanza y la espada golpearon al unísono uno de los menhires y, al tiempo que un relámpago rasgaba el cielo sin nubes, una fuerza parecida a la que los había arrojado dentro de aquel extraño paraje se encargó de sacarlos de ahí.
Hugo se movió con desesperación, tratando de luchar contra la repentina y desconcertante sensación de ingravidez, sin embargo, no tenía idea de dónde eran "arriba" o "abajo" y lo peor de todo era que se le estaba acabando el aire.
Una extraña puerta que, hasta donde alcanzó a ver, era de vidrio opaco con un marco y perilla de acero inoxidable lo había arrojado justo en medio de... no sabía dónde, sólo sabía que estaba completamente rodeado de agua, con una extraña luminiscencia que lo rodeaba por completo, haciendo indistinguible el fondo de la superficie.
No obstante, no iba a rendirse, en un segundo tomó una decisión, eligió una dirección y nadó hacia ella; seguramente fueron sólo unos segundos, sin embargo, le parecieron horas, cada brazada consumía lo poco que le quedaba de oxígeno y a cambio le regresaba unos cuantos centímetros de avance, hasta que, finalmente, se rindió, ya no le quedaba nada, ni fuerza, ni aire, ni voluntad.
Aquello que dicen, que cuando mueres toda tu vida pasa frente a tus ojos, por lo menos en su caso fue una mentira, lo único que Hugo vio fue una aterradora neblina oscura que poco a poco cegó sus ojos y nubló su mente, mientras su cuerpo flotaba sin rumbo alguno en medio de aquel extraño líquido.
De repente, una tibia pero firme mano lo jaló de un brazo y lo obligó a dar media vuelta, casi al mismo tiempo, un cálido cuerpo se apretó contra el suyo y unos labios suaves y trémulos buscaron su boca, devolviéndole no sólo la consciencia, sino la vida.
La oscura neblina retrocedió al tiempo que frente a él se reveló un pálido y hermoso rostro, rodeado por una flotante aura de pelo rojizo que ondulaba lánguida en el inerte líquido que los rodeaba. Los ansiosos labios se separaron un momento de los suyos y la hermosa mujer abrió los ojos, negros como el carbón y encendidos por la chispa de una pasión salvaje y arrolladora que aguardaba sólo una respuesta de él para convertirse en un incendio que podría haber evaporado el inmenso mar que los rodeaba.
¡El agua! Hugo lo había olvidado por completo y por un segundo se dejó invadir por un terror ciego no de morir, sino de que ella muriera, sin embargo, nada de aquello ocurrió; en cambio, la hermosa pelirroja rozó con la punta de los dedos su destrozada camisa color arena y ésta desapareció, dejando al descubierto el esbelto pecho de músculos tan bien definidos que podrían haber sido esculpidos por algún maestro del Renacimiento.
Ella, a su vez, vestía con un vaporoso vestido blanco de una sola pieza, que flotaba, al igual que la cabellera, con total libertad en el agua, por momentos definiendo y por momentos desvaneciendo las turgentes formas de la joven, quien volvió a abrazarlo, ansiosa por sentir el cuerpo amado contra su propia piel, que ardía en deseo.
Esta vez no fue necesario ni siquiera un roce, el deseo de la pelirroja hizo que el pantalón también desapareciera, logrando que él por fin reaccionara y, a su vez, la abrazara con todo el amor que era capaz de sentir.
Las ansiosas manos de Hugo buscaron los bordes del vestido para despojarla de él, sin embargo, no bien lo tocó, la delicada tela se desvaneció entre sus dedos, dejando el perfecto cuerpo completamente a su disposición.
El simple toqueteo de su dedos sobre el voluptuoso pecho hizo que ella se estremeciera como la cuerda de un violín pulsada por el más virtuoso de los músicos, al tiempo que su corazón se desbocaba y su mente enloquecía de ternura, amor, pasión y deseo mezclados, los cuales terminó por vertir por completo en él como si lo conociera no de hacía unas horas sino de toda una vida... de veinte vidas completas a su lado.
Mientras sus manos y sus labios exploraban cada centímetro y cada milímetro de piel, poco a poco una especie de tormenta comenzó a agitar el agua a su alrededor, más y más poderosa conforme su pasión se desbordaba; corrientes y remolinos se formaron a su alrededor, arrastrándolos de un lado a otro en un violento vaivén que, no obstante, armonizaba a la perfección con cada movimiento de sus cuerpos, complementándolos y amplificándolos conforme se acercaban a la cumbre de su amor.
Sin una palabra, sin un sonido finalmente ambos se volcaron uno en el otro y el océano mismo pareció estallar a su alrededor, una explosión tan inmensa, tan violenta que logró que, a su parecer, el universo entero fuera destruido y recreado a su alrededor en un segundo.
Pero fue sólo un instante, apenas una infinitesimal fracción en la totalidad del tiempo y enseguida, una calma igual de perfecta que el éxtasis de un momento antes volvió a dominar las aguas, mientras ellos permanecían abrazados, agitados pero totalmente inmóviles, arrastrados por las tenues corrientes que aún inquietaban el agua a su alrededor.
Un minuto/eternidad más tarde, cuando su cuerpo, su mente y su alma por fin recuperaron la serenidad y la fuerza, la pelirroja estiró una mano y con gesto vacilante su dedo índice dibujó una sola runa que brilló intensamente en el agua y cuando el repentino fulgor se extinguió, ellos, simplemente, habían desaparecido.
...y desperté solo, en medio de la oscuridad, con aquella horrible sensación de impotencia y desesperanza oprimiendo mi corazón y mi alma como el puño enorme de un gigante sin mente o como la arrugada y envejecida mano de un psicópata sin alma.
No obstante, poco a poco, aquellos sentimientos se cambiaron por frustración, enojo, furia y finalmente una ira ciega que me hizo lanzar un grito que, para mi mayor disgusto, simplemente se disolvió en la inmensa nada que me rodeaba.
Al mismo tiempo, la Llama, que desde que me eligió en el salón de la hoguera sólo había reaccionado a los estímulos externos, por fin respondió a mis propios sentimientos y al mismo tiempo que el furioso rugido escapaba de mi garganta, el mágico artefacto se transformó en una lengua de fuego que se elevó y luego se torció sobre sí misma para depositarse en el suelo, dejando mi hombro.
Poco a poco y mientras me daba cuenta de que la "voz" de la Llama en mi mente había desaparecido, la llamarada comenzó a formar una silueta, difusa al principio, inestable; no obstante, cada vez más rápido, las inquietas lenguas de fuego dieron paso a una bien definida figura, de corto cabello castaño, ojos enteramente rojos y vestida con holgada ropa negra.
—¡Eres tú! ¡Maldita sea!
—Claro que soy yo, ¿o a quién esperabas?
—¿Tú eras la Llama?
—No, sólo la use para ocultarme de la necia brujita que no nos dejaba en paz y para salvar nuestro trasero de tanta debilidad e indecisión.
—¡No hables en plural! ¡No somos la misma persona!
—No, claro que no, yo no soy un asesino o, por lo menos, no todavía.
Aquella sardónica sonrisa y la torva mirada que se reflejaron en un rostro que era idéntico al mío, pero a la vez totalmente diferente, terminaron de enervar mis nervios.
—¡¡¿Asesino?!! ¡¿Asesino yo?! ¡Fuiste tú, tú lo mataste!
—Estás desesperado por creer eso ¿no es cierto? Pero no. Fuiste tú, tú lo mataste y no pudiste soportarlo. Tan débil, tan blando. Fue por eso que me inventaste, para tener alguien a quien echarle la culpa y acallar a tu fastidiosa conciencia. Por cierto, ¿sabías que tu conciencia es una niña de ocho años, parlanchina y habladora como ella sola?
El desprecio en sus ojos taladró mi alma y aunque por un momento mi mente se negó a aceptar aquello, al final... lo recordé; como una lámpara que se encendiera en medio de aquella opresiva oscuridad, la verdad se hizo evidente.
Era cierto, yo lo había matado.
La victoria a cualquier costo. La necesidad de triunfo se volvió tan grande que cualquier precio era pequeño, aunque ese precio fueran la vida de un inocente y mi propia cordura.
El golpe sí fue accidental, la intención, sin embargo, no.
Ver a Daniel en el pasillo de las pinturas me recordó lo rápida que había sido mi caída en una prisión dentro de mi propia mente. Días sin hablar, sin moverme, casi sin dormir y apenas comiendo; cualquier cosa con tal de olvidar el horror no de lo que había hecho, sino de lo que había sentido después de ello: Nada.
Ni bien el cuerpo de aquel joven... no, de aquel niño había tocado el suelo me di cuenta de que ahí donde debería existir algún sentimiento, dolor, tristeza, miedo, culpa o, más importante, arrepentimiento, sólo había un enorme hueco oscuro y vacío. Nada, absolutamente nada.
Aquello fue lo que en verdad me aterró y fue por eso que mi mente horrorizada decidió encerrarse dentro de sí misma, para no tener que enfrentar el hecho de que en algún lugar dentro de los recovecos de mi consciencia rondaba un verdadero monstruo, en cierta forma más terrible que cualquiera que hubiera conocido hasta entonces.
Fueron meses de una lucha desesperada; la modesta herencia de mis padres apenas alcanzaba para sostenernos a mi hermano y a mí, sin embargo mis tías (quienes compartían nuestra custodia) nunca escatimaron esfuerzos para recuperar al hijo de su hermano. Psicólogos, siquiatras, médicos espirituales, sacerdotes, incluso monjes budistas fueron llevados a mi lado para traerme de regreso.
Por fin, meses de terapia y oraciones dieron frutos, con ayuda de una hábil terapeuta y de mi sensei, con paso lento pero seguro, conseguí regresar del laberinto de pensamientos y emociones donde había decidido perderme con tal de no encontrarme otra vez de frente con aquel aterrador vacío que ocupaba el centro de mi alma.
Pero no era yo, no del todo, el Mario que había regresado era muy diferente del que existía antes de la muerte de Daniel. Frío, pragmático, totalmente desprovisto de cualquier sentimiento de solidaridad o empatía, capaz de ver el más horrendo de los accidentes o la más artera de las injusticias sin sentir absolutamente ningún tipo de compasión o tristeza.
Fue ahí que nació "Leo" y el comienzo de una batalla que duró por lo menos dos años, con magros avances y amargas recaídas; por fortuna, nadie se rindió, ni mis tías, ni mi hermano, ni mi maestro, ni la doctora Angélica, todos lucharon y me ayudaron a luchar hasta que, poco a poco, finalmente vencimos... o eso pensamos.
Ahora, años después ahí estaba él... eso, parado frente a mí, con un cuerpo tan real como el mío, si bien con una extraña aura rojiza rodeándolo y esos ojos muertos escarbando en lo más profundo de mi mente.
No era necesario decir más, Albión apareció en mi mano y, de inmediato, un muy poco ortodoxo gyaku kesagiri (corte diagonal ascendente) intentó sorprender a mi adversario... y por poco lo logra. No obstante, aquella fue apenas la primera salva, incrédulo, "Leo" retrocedió un poco para contemplar, brevemente, una herida que emitió una ligera llamarada y que, al igual que todas las que sufriría en los siguientes minutos (horas... o lo que fueran), quedó "encendida", como la flama del quemador de una estufa.
Pero él tampoco se quedó quieto, no bien mi cabeza quedó ligeramente expuesta, un relampagueante kirioroshi buscó partirme a la mitad, por fortuna, un veloz yodan interceptó la afilada katana que un segundo antes ni siquiera existía, había sido formada por las mismas llamas, de alguna forma solidificadas, que constituían el cuerpo de "Leo".
—¡¡¡Vamooos!!!
Y por primera vez me dejé llevar, me dejé envolver por aquella salvaje alegría que había tenido que reprimir casi toda mi vida, la embriagante sensación de que por fin había encontrado alguien que podía igualarme golpe a golpe, alguien con quien no tenía que contenerme.
No obstante, aquella sangrienta euforia no era sino el yang para el yin que era toda la fría violencia que "Leo" podía desatar. Fulgurantes tajos de ambos nos causaron sangrientas o "llameantes" heridas, pues, contrario a lo que pudiera pensarse, no era tan difícil sorprendernos o engañarnos uno al otro. Por más que yo quisiera negarlo, éramos la misma persona, teníamos la misma educación, la misma experiencia, la misma habilidad pero debido a que él había decidido separarse de mí, el lazo se había cortado, por ello, ahora ninguno podía anticipar las intenciones del otro, más que mediante los recursos usuales para cualquier combatiente: conocimiento, observación, buenos reflejos y sentido de la oportunidad.
Poco a poco, sin embargo, la sangre fría y el instinto asesino de "Leo" fueron ganando la ventaja, cortes y golpes suyos en lugares y momentos precisos me habían debilitado un poco más de lo que yo había conseguido en su contra y, al final, esa pequeña, casi insignificante ventaja le ayudó a ponerme a su merced.
Parado frente a él desarmado, sudoroso y sangrante, esperaba resignado, pero furioso, el golpe final.
Sin una sola palabra, pero con sus helados ojos clavados en los míos, "Leo" levantó la espada y apuntó directo hacia mi cuello.
"No eres un ser de Luz, eres hijo del Fuego. Eres una criatura de llamas, las flamas son tu reino, el calor es tu fuerza, abrázalos y conquista".
Era la música del ángel, la "voz" de Sariel resonó en mi mente y eso logró que la diminuta semilla que él mismo había plantado cuando nuestros ojos se encontraron por primera vez, y que había ido germinando poco a poco, por fin diera el esperado fruto; justo ahora, en el momento en que más lo necesitaba.
El tiempo, ya de por sí distorsionado, pareció correr más lento, pero con una serena fluidez que me ayudó a anticipar el tajo, "meterme" en el arco descendente de la katana, aferrar las muñecas de mi adversario y detener el golpe mortal. Mis manos trituraron sus muñecas y con un rápido giro logré desarmarlo.
Sus ojos se encontraron con los míos, pero ya no eran fríos, ni indiferentes, eran una confusa mezcla de ira y resentimiento al comprender que, al final, yo había ganado y, de repente, aquella furia y odio concentrados brotaron de sus ojos como una gran llamarada que poco a poco se extendió a la totalidad de su cuerpo, devolviéndolo a su estado elemental.
La intensa flama comenzó a arremolinarse sobre sí misma, formando un pequeño torbellino de furia, del cual surgía un sonido fracturado que intentaba imitar una voz humana, sin embargo, el miedo por fin me había abandonado y en lugar de tratar de dispersar o destruir aquella manifestación de mi "lado oscuro", di un paso dentro de ella y me dejé envolver.
Por un momento me sentí en casa, nunca antes me había sentido tan cómodo, tan seguro ni tan vivo al mismo tiempo y poco a poco, el discordante ruido de aquel intento de voz se fue apagando y el remolino de rabia se fue calmando hasta convertirse en una confortante hoguera que bailaba serena a mi alrededor sin hacerme daño, mientras mi cuerpo la asimilaba hasta hacerla desaparecer dentro de mí.
Luego de un segundo de oscuridad, un familiar cosquilleo me hizo extender la mano derecha y ahí, como si nada hubiera pasado, volvió a surgir la Llama y aunque ya no era la misma, yo tampoco era el mismo, ambos habíamos evolucionado y su voz reapareció en mi mente, diciéndome que seguiríamos haciéndolo, sin importar el reto, sin importar el tiempo.
Sara y Manuel fueron los primeros, aparecieron frente a mí en un destello verde, agotados y cubiertos de heridas que casi de inmediato comenzaron a sanar. Un resplandor amarillo llevó a Karla, Noemí y César junto a nosotros, él respirando con desesperación, como si acabara de correr un maratón, y ellas sonrojadas y con el cabello completamente alborotado. Por último, una luz azul depositó en el suelo a Hugo y Patricia, quienes, al ver que los demás los rodeábamos, se desprendieron del estrecho abrazo que los unía para después pararse, completamente empapados.
No fue necesario decir nada más, sin soltar la mano de Noemí, Karla se limitó a levantar la Llave y con un pequeño esfuerzo de concentración, los diamantes engarzados en el artefacto emitieron un intenso brillo que obligó a una puerta, hasta entonces oculta en medio de la oscuridad, a revelarse.
El gran rectángulo de luz se agrandó en medio de un intenso resplandor, en cierta forma engulléndonos para transportarnos hacia nuestro siguiente desafío y, esperábamos, un paso más cerca de nuestra libertad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top