El sendero

Lo último que vi antes de cruzar el umbral fueron los amarillentos reflejos de los ojos de los hombres lobo, que pronto comenzaron a apagarse en pares conforme, incluso aquellas demoniacas bestias, se alejaban sin siquiera intentar dar un paso donde nosotros nos habíamos arrojado prácticamente de cabeza. Además, por si aquello no hubiera sido suficiente para convencerme de que acabábamos de cometer un grave error, también estaban los aterrados ojos de Patricia, quien, si bien ya no se resistía al suave tirón de Hugo, contemplaba muda de terror la perturbadora escena que nos rodeaba.

El umbral del pentagrama nos había conducido a una senda, tal vez de dos metros de ancho, en medio de aquel oscuro bosque, flanqueada por altos árboles y claramente delimitada por dos hileras de velas blancas y aunque todo aquello era desconcertante, lo verdaderamente aterrador era que, a intervalos regulares, velas rojas se apoyaban sobre extraños cráneos que, sin ser de animales, tampoco eran del todo humanos.

Pese a que en aquella fortaleza maldita el tiempo carecía de significado, llegó el momento en que sentí que ya llevábamos horas caminando en aquella vereda sin alcanzar nada parecido a un destino.

Pese a que todavía sujetaba su arco, en posición de reposo y con una flecha empulgada, Sara caminaba muy pegada a mí, ojos y oídos atentos a la menor señal de peligro y con su suave rostro iluminado por la azulada luz de Albión que, si bien disminuía conforme nos alejábamos de los licántropos, aún resplandecía en aquella tétrica senda.

Lo mismo ocurría con Espina Sangrante, ubicada en wakigamae (guardia baja retrasada) en manos de Manuel, quien caminaba despacio, medio paso enfrente de Karla, cuyos ojos, fascinados, no perdían detalle alguno de la aterradora escena.

Patricia, en cambio, marchaba como en trance, el gesto vacío y sus ojos, antes invadidos por el miedo, ahora estaban perdidos en algún punto en la nada; no obstante, todos pudimos darnos cuenta de cómo se había prendado del brazo de Hugo, como si fuera lo único que todavía la conectara con este mundo.

Lo que fuera que nos esperara en los confines de aquella senda era aún más elusivo que la presencia de los lobos, aunque no por ello dejaba de ser aterrador y quizá más debido a la imprecisa, pero muy real presencia de algo tal vez más poderoso que cualquier otra cosa que hubiéramos encontrado hasta ese momento, con excepción del ángel.

Incluso la Llama estaba extrañamente quieta; desde que me había elegido en el salón de la hoguera, el luminoso artefacto no había dejado de bailar, ya fuera con alegría o con furia, ante cada nuevo peligro que nos habíamos encontrado desde entonces, sin embargo, ahora parecía serena o tal vez aletargada y mucho más pequeña de lo que se había mostrado en todo aquel tiempo.

—No hay una salida.

Todos (excepto Paty) volteamos a ver a Noemí como si no supiéramos que estaba ahí; de hecho, durante un largo tiempo, todos habíamos perdido consciencia de la presencia o incluso de la existencia de los demás, hasta que la diminuta joven habló e incluso ella parecía estar hablando consigo misma, pese a que ya tenía un rato de haberse "refugiado" tras la ancha espalda de César.

—¿Cómo dices, Mi?

La voz de Karla nos regresó a todos (excepto a Paty) abruptamente a la realidad.

—Que no hay salida, no hay otra puerta... en ningún lado.

—Tienes razón, Hermana, éste es el final del camino.

Ahora, incluso Paty reaccionó y mientras los demás levantábamos las armas listos para enfrentar lo que fuera que había adelante, ella se limitó a clavar las uñas, con algo mucho más allá del terror, en el brazo de Hugo.

Ninguno de nosotros, a la fecha, está seguro de cómo llegamos ahí, sin embargo, de repente nos encontramos frente a un pequeño claro perfectamente circular en medio del bosque, completamente rodeado de árboles y de más velas blancas; en el suelo, trazado con una sustancia blanca que bien podría haber sido sal, cal o harina, resaltaba el dibujo de un pentagrama invertido rodeado por dos círculos concéntricos, entre cuyas líneas se dibujaban extraños signos como angulosas runas que parecían brillar, siniestros, a la luz de cinco velas negras colocadas en los vértices de la estrella y apoyadas en más calaveras, similares a las que nos habían acompañado todo el camino desde el umbral.

La dueña de la rasposa pero femenina voz que nos recibiera a la entrada del claro se encontraba parada exactamente en el lado contrario de donde estábamos. La hermosa joven era quizá tan bajita como Noemí, pero tan voluptuosa como Adriana y apenas estaba cubierta por una larga túnica o bata de delgada tela translúcida; la prenda dejaba ver gran parte de su morena piel, en la cual resaltaba o más bien refulgía una bien definida cicatriz, quizá hecha con un hierro ardiente, idéntica al símbolo en el suelo, colocada apenas sobre la línea del visible pubis.

—Puedo sentir en ti la Sangre de la Bestia, hijo del Hombre. La presencia de la Sanadora era lo único que te resguardaba de tu destino y aunque ahora eso ya no importa, no puedo dejar de preguntarme, si hubiera llegado el momento, ¿quién habría tenido el valor de terminar la maldición? ¿El Lobo, quizá? ¿O la Cazadora? O, tal vez, el Guerrero.

Sin darnos cuenta, poco a poco, algo en el ambiente había vuelto torpes nuestros sentidos; era eso o en verdad la hermosa pero aterradora mujer era mucho más que ligera, era casi etérea, inmaterial, y tan pronto la vimos besar con delicadeza a Arturo, como "flotar" susurrando al oído de Manuel y luego caminar frente a Sara al tiempo que le acariciaba la barbilla para casi al instante aparecer frente a Hugo, con una delicada mano apoyada en el delgado pecho.

—¡Suéltalo, sacerdotisa, o te juro por Dios...!

Todos, excepto Paty, nos sentíamos demasiado torpes para siquiera intentar hacer algo; la voz de la mujer se había vuelto lejana pero a la vez tan clara como el tañido de una campana y el aire parecía pesado pero apenas respirable mientras la tierra se movía incesante como si se agitara incómoda ante nuestra mera presencia. Incluso la misma luz se había vuelto huidiza y tan frágil como el cristal.

—¡Pero cuál "dios" Hermana! ¡Seguro no ese pálido hombrecito que fue incapaz de protegerse de la misma chusma que lo adoraría después de haberlo matado!

La pelirroja parecía haber tocado un nervio sensible en nuestra captora, cuya piel se encendió hasta la raíz del cabello, negro como ala de cuervo y en el cual destacaba un rojizo mechón que nacía del lado izquierdo de la frente adornada por una tiara de perlas.

—¡El eligió morir para salvarnos a todos!

Sara nunca había sido particularmente religiosa, sin embargo, aquel lugar tenía efectos cada vez más sorprendentes sobre nosotros, sacando tanto lo mejor como lo peor de cada uno, hurgando en rincones cada vez más profundos de nuestras almas o nuestras mentes.

—¡¿"Salvarnos"?! ¡¿Salvar a quiénes, Hermana?! ¡Seguro no a nosotros y seguro no de los mismos idólatras que después de matarlo se congregaron alrededor de su patética imagen!

La ira había dominado por completo a la mujer y, junto con ella, una especie de oscuridad difuminó la ya de por sí tenue luz de las velas.

—¡¡¡Nos marcaron, nos cazaron y nos extinguieron!!! ¡Nos llamaron brujas! ¡¡Brujas!! ¡Y todo por qué, por tener un poder que ellos no podían controlar y conocimientos que ellos no podían entender!

De forma tan repentina como había enfurecido, la mujer se tranquilizó y su respiración se volvió suave y acompasada, sin embargo, su voz aún vibraba impregnada por una pasión y una determinación avasalladoras.

—¡Pisotearon nuestras creencias, acabaron con nuestra cultura! ¡Y todo con el "amor de Dios" en sus sucios labios! ¡HIPÓCRITAS! ¡Por eso, incluso elfos y fae tuvieron que huir, ellos que tanto les dieron y tanto los protegieron! ¡Pero nuestra hora ha llegado y ustedes, Hermanas, son justo lo que necesitamos para volver a inclinar la balanza!

De algún lugar entre su etéreo ropaje, la aterradora mujer sacó un pequeño frasquito y lo arrojó a los pies de Paty, quien era la única que aún parecía en completo dominio de sus sentidos. No bien el delicado cristal se rompió en el suelo, dejó escapar un tenue vaporcillo que, no obstante, inmovilizó a la chica mejor que cualquier cantidad de ataduras, cadenas o candados.

—Pero antes, he de acabar con estos hijos del Hombre que se atrevieron a mancillar nuestro santuario.

—¡No te atrevas!

Dominándose por un segundo, Sara logró levantar su arco y disparar una solitaria flecha contra la mujer, quien, rápida como una serpiente, hizo aparecer en su mano un extraño polvo cristalino que arrojó contra la saeta, la cual, en cuanto lo tocó, se convirtió en una fina arenilla que cayó, inofensiva, al suelo.

—Pronto, muy pronto, Hermana, cambiarás de actitud, tan pronto cómo conozcas el poder de los verdaderos Dioses.

Aún ahora no sé decir si siempre estuvieron ahí o si justo en ese momento se materializaron a las orillas del claro, cinco estatuas cuya ubicación coincidía con cada una de las puntas de la estrella. Formadas por partes iguales de luz y oscuridad, tan pequeñas como un ser humano y, a la vez, tan grandes como los poderes que representaban.

Sin que nuestros aturdidos sentidos pudieran seguirla con precisión, la mujer se acercó a Paty y, sin previo aviso, una daga refulgió en sus manos y, casi al mismo tiempo, su filo arrancó un grueso hilo de sangre del antebrazo izquierdo de la pelirroja; la chica dejó escapar un gritillo de miedo y dolor, al tiempo que la sacerdotisa recogía buena parte del vital líquido en una pequeña escudilla.

Al instante, ligera como el aire y translúcida como el éter, la joven comenzó a ejecutar una elaborada pero sutil danza, al tiempo que hablaba o cantaba o tarareaba en una especie de cántico, casi sublime para una voz humana pero que parecía, más bien, una burda imitación de la voz del ángel.

Sus ligeros pasos acercaron a la muchacha frente a cada una de las estatuas, donde mezcló la sangre de Patricia con otras tantas sustancias que nos resultó imposible identificar, para luego verter las diferentes pócimas así creadas en pequeños cuencos al pie de cada imagen.

Una especie de bestia con cuernos de toro y garras de león fue la primera.

—La garra de Beehemoth desde el Este.

Al instante, un peso casi insoportable cayó sobre mi alma, parecido a toda la culpa que sentía desde el accidente con Daniel, pero multiplicada por mil.

Enseguida, una especie de monstruosa serpiente, de cuyo cuello brotaban algo así como unas enormes alas de murciélago.

—Los anillos de Jortmungard desde el Norte.

Y algo apresó mi corazón, destrozándolo mucho peor que cuando la niña de la que me enamoré en la secundaria me rechazó para hacerse novia de un muchacho de preparatoria.

Una gran ave oscura con largas y afiladas garras de diamante que brotaban de la punta de sus alas y un par de largos colmillos que sobresalían de su pico amarillento fue la siguiente.

—Los espolones de Hzisz desde el Oeste.

Mis pensamientos se hicieron trizas y mis más apreciados recuerdos se volvieron jirones antes de ser arrastrados por un inmenso remolino.

El ente con una forma que parecía un término medio entre un tiburón y una ballena, pero que en lugar de aletas laterales tenía decenas de enormes tentáculos, fue el siguiente.

—Los tentáculos de Leveathan desde el Sur.

La sensación de algo reptando sobre mi piel fue asquerosa, primero, pero luego esa leve incomodidad se vio opacada por una inmensa presión que hizo tronar cada una de mis articulaciones, la cual rápidamente fue aumentando hasta hacerme expulsar todo el aire de los pulmones y luego arrancó tétricos y preocupantes crujidos de todos mis huesos.

—Y, finalmente, los colmillos de Feenris desde El Árbol.

En mi mente se dibujó la imagen de un lobo enorme, monstruoso, con colmillos de hielo y garras de fuego cuyo tamaño incluso eclipsaba el sol y a pesar de todo el daño que ya había recibido, todavía pude sentir cómo algo me era arrancado, algo indefinible pero que, comprendí en ese momento, era lo que mantenía unidas cada una de las partes que integraban mi ser. Así, conforme mi espíritu era hecho trizas por las fauces del lobo, aquellos otros "yo" se alejaban cada vez más entre sí, pero sin dejar de pertenecerme del todo.

Y nosotros no éramos los únicos, también a las chicas, excepto a Patricia, les afectaba la titánica fuerza de aquellos entes, aunque de una forma totalmente diferente.

Su alma comenzó a vibrar con una pasión avasalladora, mientras todos sus sentimientos fueron remplazados por uno solo: el amor más puro e incondicional que alguien pudiera sentir, al tiempo que cada uno de sus pensamientos era destrozado y sustituido por imágenes de sexo y sangre, usados en conjunto de formas sucias, violentas o francamente aterradoras, a las que, no obstante, su cuerpo reaccionaba con sensaciones más allá del placer o el dolor y, por último, su espíritu comenzó a ser arrastrado hacia Ellos, sin que las jóvenes tuvieran la menor voluntad o siquiera el deseo de resistirse.

Y en ese momento por fin lo noté, justo cuando más lo necesitaba, me había abandonado, el maldito se había marchado como las ratas que abandonan un barco que se hunde; nunca me había dado cuenta, no del todo, al menos, pero gran parte de mi fuerza de voluntad era producto de su presencia y ahora se había ido, dejándome a merced de aquellas fuerzas primordiales e inconmensurables que amenazaban con terminar conmigo, con todos nosotros, arrebatándome el amor de Sara en el proceso.

"¡¡¡¡Nooooooooo!!!! ¡¡No te permitiré hacerlo!! ¡Ellos son mis amigos y no te permitiré tocarlos!"

De alguna forma, la voz de Patricia resonó clara dentro de nuestras cabezas, ayudándonos a resistir, al menos por unos momentos más, los poderes elementales que nos destrozaban.

Desde afuera, la propia ojinegra, contemplaba, impotente en ese momento, cómo éramos despedazados por aquellos entes, demasiado grandes para comprenderlos y demasiado poderosos para ser "buenos" o "malos" en el sentido tradicional de las palabras.

Y fue entonces cuando, por un milagro de amor o desesperación, Hugo consiguió moverse lo suficiente como para alcanzar la Daga y con un esfuerzo supremo la hizo volar contra nuestro verdugo. La joven perdió la concentración apenas por un segundo, el cual, no obstante, fue suficiente para que la Llama, otra vez actuando por sí misma, arrojara un intenso chisporroteo, como el de un espectáculo de fuegos artificiales, que invadió el claro.

A primera vista, nuestros esfuerzos parecían no haber hecho nada, ambos volvimos a caer en medio de un sufrimiento indescriptible, sin embargo, conforme el resplandor de las chispas se desvanecía, fue evidente que algo había pasado.

—¡Ya es suficiente!

De regreso a manos de Hugo, la Daga había rozado las invisibles ataduras de Patricia, debilitándolas un poco, y aquello bastó para que, con un poderoso esfuerzo, la pelirroja se liberara y enseguida, con un solo gesto de su mano, aprisionara a la bruja con un puño invisible, ante lo cual la hermosa mujer lucía tan sorprendida como asustada...

—Él... él nunca me dijo que ya fueras tan poderosa.

Con un esfuerzo sobrehumano, la bruja alcanzó a moverse lo suficiente para que, de un anillo en su mano izquierda resbalara una sola gota de un líquido dorado. En cuanto tocó piso, el extraño líquido emitió una extraña nubecilla y con una nota más, el pequeño pero voluptuoso cuerpo volvió a convertirse en éter.

Todavía le costó unos cuantos segundos de forcejeo, pero al final, la sacerdotisa pudo liberarse del férreo agarre de Paty y antes de que ésta pudiera recapturarla, la mujer arrojó una gota más de sangre justo al centro del pentáculo, la cual acompañó con otro de los sobrenaturales trinos.

Sara y Noemí parecían seriamente afectadas por lo que fuera que la sacerdotisa nos había hecho; Karla, en cambio, se había recuperado con sorprendente rapidez y, con su maza en la mano, estaba lista para saltar sobre la mujer; sin embargo, antes que pudiera siquiera intentarlo, fuimos sorprendidos por una abertura o, más bien, un vacío que se abrió en el suelo justo bajo nuestros pies, arrojándonos a algún nuevo peligro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top